Rosa María Payá: Acerca de mí
Blog: Rosa Maria Payá - MCL
Abril de 2013
Nací
en La Habana en 1989, justo antes de la caída del Muro de Berlín, que
agudizó las estrecheces en Cuba. Dependíamos de la Unión Soviética y sus
suministros se cortaron: se inauguró el Período Especial. Tuve una
infancia dura, pero mis padres, Ofelia Acevedo y Oswaldo Payá, fundador
del Movimiento Cristiano de Liberación y quien murió en un accidente
automovilístico hace siete meses, hicieron lo imposible porque mis dos
hermanos y yo no resintiéramos las carencias. Éramos chicos, había cosas
que no veíamos. En los años 90 se inauguró una ola de desnutrición en
La Habana y se programaron semanalmente apagones de electricidad. Los
años críticos fueron entre el 93 y el 98 -yo no cumplía mis diez años-
pero, dos decenios después, siento que las cosas casi no han mejorado.
En ese tiempo el gobierno prohibió la entrada a los hoteles a todos los
cubanos y el transporte público empeoró: La Habana se llenó de
bicicletas. Yo miro fotos y veo a mis papás muy delgados porque debían
hacer 40 kilómetros en bicicleta cada día para ir a trabajar. A pesar de
todo, me acuerdo de haber sido feliz con mis hermanos. Crecimos con el
privilegio de saber que podíamos pensar por nuestra cuenta, lo
aprendimos desde niños. Por eso, en la escuela tuvimos discusiones con
los profesores desde temprano y con ellos caíamos en conflicto, no así
con nuestros compañeros. Nuestro papá nos decía: ustedes digan lo que
piensen y después hablen conmigo. Años después supimos que nuestra
escuela era visitada por la seguridad del Estado. Hasta hoy en Cuba es
rara la primaria o secundaria donde enseñen a pensar.
Yo nací
siendo la hija de un disidente. En 1990 mi padre acababa de fundar el
Movimiento de Liberación Cristiana y éramos una familia con valores
cristianos, centrados en el ser humano y en la compasión por el prójimo.
Representaban un abierto desafío en la isla. Crecimos con valores que
nunca estuvieron exentos de cuestionamientos y se volvieron, por eso,
polémicos y apasionantes. Ese tipo de libertad era raro y, como niños,
nos abrió las puertas a un pensamiento complejo. Yo tenía poco más de
doce años el día en que supimos que mi padre había obtenido el premio
Sájarov 2002, que otorga el Parlamento Europeo a los defensores de los
derechos humanos en el mundo. Caímos en la euforia, muchas personas lo
paraban en la calle para felicitarlo. Después de eso, fue nominado al
Premio Nobel de la Paz cinco veces: en 2002, 2003, 2008, 2010 y 2011. Su
defensa del Evangelio nos marcó. Hoy reconozco que a veces mi fe
flaquea porque he visto el mal de cerca, pero si no tuviera fe, mi lucha
por los derechos, que sigue los valores de mi padre, sería mucho más
amarga.
A los cinco o seis años jugábamos en las calles del
barrio con nuestros amigos, así es la vida en La Habana. Por el clima y
por la carencia de lugares de entretención, los niños juegan en la calle
y los adolescentes se reúnen en los parques y explanadas. En mi
infancia nadie tenía juguetes nuevos. Crecí con muñecas usadas y mis
amigos, con camiones y bloques de madera dados de baja. A lo lejos nos
llegaban juegos más modernos que nos convertían en especiales, porque
nadie en el barrio tenía algo parecido. Eran regalos de la familia; mi
padre tiene seis hermanos y de ellos, cuatro vivían fuera de Cuba. Ellos
no pueden entrar a su país, ni cuando mi abuela murió pudieron venir.
Una vez, cuando mi hermano de siete años, que estaba muy enfermo, viajó a
Estados Unidos, regresó con una pistola de juguete con flechas de agua y
se armó una revolución infantil en la cuadra. A mí me trajo una cocina
de juguete, no las conocía. Era raro que yo tuviera un vestido nuevo,
pero en ese viaje me trajeron uno y nunca se me olvidó. Nos vestíamos
con ropa que nuestros tíos nos mandaban desde Estados Unidos y España y,
si no hubiera sido por su ayuda, no habríamos subsistido. Hasta hoy
sólo conozco a algunos de mis parientes que viven fuera. Pero la
separación familiar no es exclusividad de los Payá: la mayor parte de
las familias cubanas la sufren o la han padecido. La escisión ha dejado
huellas en todos. Recuerdo que, de niña, soñaba con irme de Cuba. Yo
creía que afuera las golosinas no se acababan nunca y había juguetes más
lindos, vestidos más nuevos. Tenía siete años y quería irme, pero nací
en una familia que nunca quiso abandonar su tierra. En los últimos
tiempos he pensado que si hubiésemos emigrado mi papá no estaría muerto
hoy. Murió en julio de 2012 en un accidente automovilístico, pero en
nuestra familia no creemos que la tragedia haya sido accidental. Llevaba
mucho tiempo recibiendo amenazas por su compromiso de resistencia
política. Mi padre entregó su vida defendiendo los derechos de todos los
cubanos a vivir en la tierra que nacimos, que es, a fin de cuentas, el
mejor de los hogares que podemos fundar. Hoy quiero vivir en Cuba,
porque sé que afuera me sentiré siempre extranjera y dividida.
VIVIR EN CUBA HOY
Con
mi madre y mis dos hermanos, Oswaldo, 25, y Reinaldo, 21, vivimos en
uno de los barrios más antiguos, poblados y humildes de La Habana. Somos
muy normales, con el privilegio de tener un padre excepcional que, a
los 17 años, terminó su preuniversitario en las noches mientras en el
día picaba piedras en las canteras de trabajo forzado, el castigo que le
impusieron por ir a la iglesia. Nunca nos hemos quejado de carencias
materiales porque hay algunos viviendo peor, especialmente en las zonas
rurales. Compramos en los mismos mercados desabastecidos que todos. Un
sueldo promedio en La Habana fluctúa entre 15 y 20 dólares mensuales,
pero una botella de aceite cuesta dos. Un kilo de detergente, tres
dólares y un trapero, un dólar. En mi casa vivimos sólo de la pensión
que mi mamá recibe por la muerte de nuestro padre y la ayuda de nuestros
familiares que viven fuera.
Mi mamá es ingeniera, y yo,
licenciada en Física. Mi hermano menor es estudiante. Estudié Ciencias
después de descartar Derecho, porque las ciencias me parecieron más
difíciles de manipular. Así, las frases de Lenin aparecieron también en
los prólogos de mis libros, pero aprendí las mismas ecuaciones
diferenciales que enseñan en Berkeley. No tengo trabajo, porque el
gobierno aprovechó que me trasladaba desde el Instituto de Astronomía
hacia un instituto de investigaciones de la Universidad de La Habana y
presionó para que me negaran la entrada. Me encantan las ciencias, pero
también las humanidades y, en un futuro, quisiera dedicarles tiempo.
Estudiar me hace feliz. Lamento no haber podido ir a Chile, el diplomado
en gestión pública y teoría política de la Universidad Miguel de
Cervantes me interesa porque es ambicioso. Los chilenos son un pueblo
que respeto y admiro y los cubanos podemos aprender de su proceso de
reconciliación. Pero no pude viajar. Son los costos de vivir y luchar en
Cuba.
En mi familia tenemos un coche Volkswagen del año 64 y nos
consideramos muy afortunados. Un auto es un bien prohibitivo en la
isla, salvo por los cientos de Ford u Oldsmobile de los años 50 que
circulan y que son contaminantes. Yo me muevo en guagua (micro) o en
taxi cubano, la carrera vale entre 5 centavos y medio dólar. El
transporte público, si bien ha mejorado desde mi infancia, es malo: en
las horas pico es difícil tomar guagua y los horarios de las paradas no
se cumplen. Pero los jóvenes le damos la pelea a las carencias. El
pueblo cubano es, por esencia, gregario y alegre, y en eso ayuda el
clima. A los jóvenes nos encanta juntarnos en las noches a conversar,
fumar, cantar, reírnos o simplemente a estar, a gastar el tiempo. Me
encanta salir con mis amigas, aunque tengo muy poco tiempo desde que
murió mi padre. En La Habana hay algunos pubs y discotecas, pero casi no
las frecuentamos porque son poco variadas y muy caras. Los jóvenes
cultivamos nuestra propia manera de divertirnos, una manera simple, sin
dinero. Cada noche nos reunimos alrededor del malecón y en la Calle G,
una importante avenida cuyo separador central es un amplio parque. Allí
se junta la juventud, hay alegría cuando uno comparte con los amigos.
Los cubanos somos el modelo de lo que la imaginación combinada con la
falta de opciones puede conseguir. Así los jóvenes nos hemos tomado
zonas de la ciudad. Pero también sabemos que para sentarnos en un café,
vestirnos con ilusión o conversar en un bar, las oportunidades en mi
país son muy pocas o están fuera de nuestro alcance. Alguna vez fuimos
con mi familia de vacaciones a Varadero y alojamos en la iglesia del
pueblo, porque conocemos a los sacerdotes. Mi único viaje excepcional
fue en 2008, cuando fui a Polonia invitada por un grupo de jóvenes
católicos, estuve tres días en Roma y algunos en Madrid para ver a mi
familia.
Es cierto que la educación y la salud en Cuba son
públicas, pero ¿cambiarían los estudiantes chilenos su derecho a voto,
su libertad de expresión, su libertad de empresa y su derecho a salir y
entrar del país libremente por una educación superior gratuita? No lo
creo. En la salud pública tampoco hay milagros: cuando un cirujano debe
salir a operar en bicicleta y al mismo tiempo está construyendo con sus
propias manos una casa para su familia, y el salario no le alcanza, los
pacientes terminan pagando las consecuencias, por muy buena voluntad que
tenga ese doctor.
Para los jóvenes cubanos es muy frustrante
vivir en un lugar desconectado, como en un tiempo diferente al tiempo
del planeta. Hay prohibición de tener internet en las casas, quienes lo
tienen han recibido un permiso especial del gobierno, o bien infringen
la ley. La comunicación por redes está censurada: hay muchas páginas a
las cuales es imposible acceder y en las universidades y centros de
trabajo el acceso a internet está vigilado y censurado. Por eso, el
Movimiento Cristiano de Liberación, del cual soy rostro desde que murió
mi padre, y otras organizaciones de oposición promueven hoy el Proyecto
Heredia, un proyecto de ley que exige, entre otras cosas, el derecho al
acceso libre de internet, correo electrónico, telefonía, televisión
satelital y por cable.
YO CREO EN LOS DERECHOS DE TODOS
Mi
lucha es cívica. Es por los derechos de todos los cubanos, una cuestión
humana antes que política. El mensaje del Movimiento Cristiano de
Liberación, que es el mío, nace del diálogo con la gente. Nuestras
propuestas cuentan con el apoyo de miles de ciudadanos, pero existen
muchos que no están de acuerdo y está bien que no lo estén: la variedad
es fuente de riqueza y nosotros luchamos porque todos puedan expresarse.
El ideal de liberación que defendemos no es exclusivamente económico y
social, abarca todas las dimensiones humanas.
Vivimos en una
isla, no en una nave espacial. Los cubanos somos seres humanos y, por
décadas, no hemos podido salir y entrar de nuestro territorio con
libertad. Y tampoco podremos ahora con esta reciente reforma migratoria,
porque en la práctica continúa reservando al gobierno la facultad de
decidir quién viaja y quién no. Es verdad que amplía los plazos de
residencia en el extranjero para los cubanos y aumenta el número de los
viajeros, pero traslada la dificultad a la emisión del pasaporte. Aún
habrá cubanos cautivos, personas segregadas. Los médicos, los
profesionales, los jóvenes en edad del servicio militar, otros. Para
ellos no habrá pasaporte. No avanzaremos en Cuba mientras todos los
cubanos no podamos salir y entrar libremente. Es un derecho humano y por
él yo lucho. En la isla hay muchas mujeres involucradas en la lucha por
los derechos y otras muchas que sufren su carencia. Ellas y más de 25
mil ciudadanos hemos firmado nuestro apoyo al Proyecto Varela, que
postula consagrar en leyes nuestro derecho a la libertad de expresión,
de prensa y de asociación, inexistentes en este país. La cantidad de
firmantes es un importante éxito porque en Cuba impera la cultura del
miedo. Estamos más allá de las ideologías: nuestras peticiones son
universales, no son de derecha ni de izquierda.
Yo pienso que los
esfuerzos que se hacen en la isla tienen eco afuera. Este año hemos
sabido que parlamentarios uruguayos y también los de Noruega están
nominando oficialmente al Movimiento Cristiano de Liberación al Premio
Nobel de la Paz. Mi padre, Oswaldo Payá, fue postulado cinco veces antes
de morir y siempre dijo que era más justo que la nominación recayera
sobre el movimiento que fundó. Recibir este honor sería un gran
reconocimiento a la causa por la libertad y la defensa de los derechos
humanos. El Nobel ayudaría, pero nuestra liberación es un problema que
tenemos que resolver nosotros mismos en Cuba, con las herramientas del
esfuerzo personal y, sobre todo, de la determinación.
Daughter of dead Cuban dissident points at government
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Jaime Bayly entrevista a Rosa Maria Payá, hija de Oswaldo Payá
Parte 1
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Parte 2
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Parte 3
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Parte 4
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