sábado, febrero 27, 2021

VIDEO: Los secretos de Porque Castro acabo con la industria Azucarera... | Carlos Calvo

Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Para ampliar,  aclarar y rectificar sobre el impacto de la industria azucarera (incluyendo  la parte agrícola) en la economía de la República de Cuba  en la década de los años 50s del pasado siglo XX.  Los cuadros fueron tomados del libro La economía cubana en la década del 50 del autor Ismael Zuaznábar. Editorial de Ciencias Sociales, 1986 - Cuba - 163 pages.






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Carlos Calvo

26 de febrero, 2021

Los secretos de Porque Castro acabo con la industria Azucarera... | Carlos Calvo


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Model Town.(sobre el pueblo de Hershey)



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Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Tengo entendido que Julio Lobo y Orestes Ferrara estaban emparentados.


ALGUNOS COMENTARIOS DEJADOS CUANDO SE POSTEÓ POR PRIMERA VEZ EL ARTÍCULO DE ALEJANDRO RIOS.

Anónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Julio Lobo. El último magnate":

Sin ánimo de restarle mérito a este trabajo de Ríos, con cuyo punto de vista en general concuerdo, quiero referirme a un error más bien de detalle, en el cual uno espera que no caiga un periodista cubano que salió de la Isla ya no tan bisoño. Esa pifia chirría más por estar escrita al inicio mismo del artículo. Amigo Baracutey, caray con caracoles, el Museo Napoleónico no está en lo que se dice el Vedado, aunque te pille cerca de La Rampa. Queda en la calle Ronda, e/. San Miguel y San Rafael, ahí a un costado de la Universidad de La Habana. ¿No estará el autor confundiendo el Museo Napoleónico con el de Artes Decorativas, sito en la vedadense calle 17. Por cierto que el edificio donde se conserva la colección napoleónica de Lobo tuvo también un dueño legítimo y famoso: Orestes Ferrara. Saludos y bendiciones de Fray Franelo
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Por cierto que el edificio donde se conserva la colección napoleónica de Lobo tuvo también un dueño legítimo y famoso: Orestes Ferrara. Saludos y bendiciones de Fray Franelo
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Jose Gonzalez ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Julio Lobo. El último magnate":

Pablo, segun el libro The last sugarking.... al menos los cuadros dejados a la embajada francesa como custodia de los mismos nunca fueron recuperados por la hija de Julio Lobo.Ella tuvo que pagar a la embajada por conceptos de almacenamiento y cuidado, como tambien le pago no recuerdo cuanto a la tal Celia para que esta facilitara la salida de los cuadros.

Al final, un "funcionario" cubano se hizo cargo de los cuadros para segun el entregarselos a la hija de Julio Lobo, y esta se canso de esperar.Se quejo a las 11 mil virgenes y nada paso.Se fue de Cuba con las manos vacias.

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Tomado de https://www.bbc.com/mundo/

 Quién fue Julio Lobo, "el rey del azúcar" de Cuba al que Che Guevara "despojó" de su fortuna



Lobo fue la persona más rica de Cuba hasta 1958.

Por Lioman Lima
BBC News Mundo
10 noviembre 2018

La noche de La Habana se colaba por las ventanas del Chrysler negro con un vapor premonitorio.

Afuera, la ciudad dormía la última hora del 11 de octubre de 1960; pero dentro del auto, Julio Lobo, el hombre más rico de Cuba, el "rey del azúcar", no sospechaba que esa calle cercana al puerto lo llevaba al encuentro más definitivo de su vida.

En realidad, más que al encuentro era a la noche; mejor dicho, a un instante de esa noche, poco después de que el Chrysler negro aparcara frente a la oficina del Banco Nacional de Cuba.

Con su pie renco subió hasta la oficina que había empezado a ocupar unos meses antes el nuevo "ministro presidente" de la banca, Ernesto Guevara.

Lo había citado allí para un encuentro de urgencia en plena madrugada.

Se sentaron frente a frente, entre lomas de papeles, envueltos en una nube densa de bocanadas de tabaco.

De un lado, el comunista de boina, austero y febril, el calco del "hombre nuevo"; del otro, el reducto postrero de la patricia burguesía insular, el último símbolo del capitalismo cubano.

"Fue un momento único: se encontraron la Cuba de antes y después de 1959 y se vio que el destino de una ya estaba sentenciado", le cuenta a BBC Mundo John Paul Rathbone*, autor de The Sugar King of Havana: The Rise and Fall of Julio Lobo, Cuba's Last Tycoon (El rey del azúcar de La Habana: ascenso y caída de Julio Lobo, el último magnate de Cuba)*.

Guevara fue breve.

Le dijo que no había espacio para el capitalismo en la nueva sociedad; pero lo invitó a pasarse a su lado. Le propuso que asumiera el mando de lo que ya era su reino: le pidió que dirigiera la industria azucarera de Cuba.

A cambio, Lobo podría quedarse con la mansión donde vivía y con el usufructo del Tinguaro, uno de sus 14 centrales azucareros, su preferido.

El resto, más sus almacenes, refinerías, la corredora de azúcar, su agencia de radiocomunicaciones, su banco, su naviera, la aerolínea, la empresa aseguradora, la compañía petrolera… pasarían de forma apremiante "al pueblo", es decir, a la "Revolución".

Lobo tragó en seco. No respondió al momento. Le pidió que le diera unos días para pensarlo.


A la mañana siguiente, cuando llegó a su oficina, le pidió a su secretaria que le ayudara a apilar algunos papeles fundamentales, que luego formarían el archivo que aún conservan sus descendientes en Florida.

"Es el fin", se cuenta que le dijo.

Dos días después, cuando el avión levantó vuelo rumbo norte desde el aeropuerto al este de La Habana, Lobo vio perderse en el mar, por última vez, "la isla que más amó".

El ascenso

Había llegado a Cuba a los dos años, procedente de Caracas, donde nació en 1898. Su familia, unos judíos sefarditas, se habían asentado allí por un tiempo tras un largo periplo que los llevó desde Holanda y España, hasta Portugal y Curazao.

"El padre hace fortuna en Cuba y a Julio, como casi todos los hijos de las personas acomodadas, lo envían a estudiar a Estados Unidos. Luego regresa a Cuba y es cuando comienza a construir su imperio del azúcar", cuenta Rathbone.

En su libro Cuba, la lucha por la libertad, el historiador Hugh Thomas estima que, para 1958, Lobo controlaba casi 405.000 hectáreas de los terrenos de Cuba, una isla estrecha en la que la superficie de cultivo no supera actualmente las 700.000.

De sus centrales salían casi 4 de los 6 millones de toneladas de azúcar que la isla producía al año.


"Cuba y el azúcar en ese momento eran el equivalente hoy de Arabia Saudita con el petróleo. Desde La Habana se controlaban los precios del azúcar en el mercado mundial. Y detrás de esos precios estaba Julio Lobo", añade Rathbone.

Con los ingresos del azúcar, el "imperio" de Lobo se extendió incluso a la banca, la industria naviera y la aeronáutica y, según su biógrafo, una de sus metas era intentar sacar el capital estadounidense de la isla.

"Lobo hizo su fortuna dentro de Cuba y la invirtió en Cuba. Compró muchos ingenios que eran propiedades de los estadounidenses porque creía que eran los cubanos quienes debían de tener control del país", afirma Rathbone.

"Son elementos de su vida que muestran que hubo un orgullo nacional entre cierta parte de la burguesía cubana, que tenía también un gran patriotismo. Eso mata muchos de los clichés que han proliferado sobre lo que era la burguesía y los cubanos de antes de la revolución", agrega.


Cinco años después de huir de Cuba y asentarse en Nueva York, de especular en la bolsa, de hacer una nueva fortuna y volverla a perder casi completa, Lobo entendió que era tiempo para un nuevo exilio.

"Especular en los mercados financieros era algo que sabía hacer muy bien y, cuando se marcha de Cuba, fue un rey en Wall Street también por un tiempo. Pero luego se arruinó nuevamente y es entonces cuando decide marcharse a España", indica Rathbone.

La cima

Para mediados de siglo XX, Lobo era la mayor fortuna de Cuba (algunos la estiman en unos US$4.000 millones actuales) y, también, una especie de leyenda para los chismorreos cotidianos.

Pese a ser un hombre austero y cuidadoso de su vida privada, sus viajes al extranjero, sus nuevas adquisiciones o sus amoríos con estrellas de Hollywood (desde Esther Williams hasta Joan Fontaine) era comidilla frecuente de la siempre indiscreta Habana.

Con los años, se fue haciendo de una de las bibliotecas más grandes de Cuba y atesoró, además, la más completa colección de arte napoleónico que existe fuera de Francia, que iba desde una muela hasta un mechón de pelo y un reluciente orinal de Napoleón.

Según varios historiadores, su pinacoteca incluía cuadros de Rafael, Miguel Ángel, Da Vinci y decenas de óleos y grabados de Goya y mandó dinero a la Sierra Maestra, para ayudar a los rebeldes que lideraba Fidel Castro.


En 1946, unos gánsteres le espetaron 3 tiros en circunstancias nunca aclaradas: uno lo dejó cojo, los otros dos le levantaron parte de los huesos del cráneo.

Faltaban aún 17 años para que lo perdiera todo y 40 para que su cadáver fuera colocado en una discreta cripta en la catedral de La Almudena, en Madrid.

Pero, según cuentan los que lo conocieron, solía decir que los verdaderos disparos no los había recibido aquella noche, sino otra, varios años después: una calurosa madrugada de octubre, la penúltima que pasó en La Habana.

La decadencia

En la mañana después de su partida, el 14 de octubre de 1960, el imperio de Julio Lobo comenzó a deshacerse pieza a pieza como un nebuloso castillo de naipes.

Las autoridades castristas, que le habían extendido un día antes el salvoconducto que le permitió cruzar a Nueva York, tomaron posesión de sus bienes en nombre de la revolución.

Sus textos sobre el azúcar-la más completa colección existente en Cuba-, junto al resto de sus centenares de libros, fueron enviados a la Biblioteca Nacional.


Las miles de reliquias y objetos que atesoraba del general francés fueron también confiscados y muchos de ellos todavía se exhiben en el Museo Napoleónico de La Habana, una vieja mansión que estuvo cerrada por años por filtraciones y derrumbes y que muchos cubanos desconocen y casi ninguno visita.

Las pinturas y esculturas de su colección son las que integran actualmente la mayoría del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, pero otras, las más valiosas, como las obras de Miguel Ángel, Da Vinci, Rafael y otros pintores de renombre, nadie sabe a dónde fueron a parar.

Sus casas y propiedades son actualmente destartaladas cuarterías o ministerios y la mayoría de las centrales que le confiscaron fueron demolidas cuando bajó el precio del azúcar en el mercado mundial y ahora son ruinas en medio de olvidados bateyes.

Cuba, que lideró durante décadas el comercio azucarero mundial, batalla ahora para poder producir 1 modesto millón de toneladas al año y, desde hace más de una década, se ha visto en la necesidad imperiosa de importarla desde Brasil, Colombia e, incluso, de Francia.

En La Habana -y en casi en cualquier otra provincia- solo los más viejos recuerdan a estas alturas quién fue Julio Lobo. Su memoria se desvaneció en el tiempo, como su fortuna, sus cuadros y el viejo pasado de la "isla del azúcar".

*John Paul Rathbone es uno de los invitados al Hay Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 8 y el 11 de noviembre.
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El último magnate


Por Alejandro Ríos

Las dos veces que visité en mi vida el Museo Napoleónico en El Vedado habanero era muy bisoño para imaginarme que toda aquella impresionante colección, la más grande sobre el tema fuera de los predios franceses, había sido incautada por la revolución a su legítimo dueño, figura mítica de un exitoso universo empresarial cubano, perdido en la memoria de los tiempos, el multimillonario azucarero Julio Lobo.

La historia de sus éxitos y fracasos viene contada, como una novela, en un libro fascinante recién publicado, The Sugar King of Havana, The Rise and Fall of Julio Lobo, Cuba's Last Tycoon, escrito por John Paul Rathbone, donde es fácil concluir que el magnate perdió mucho más que el producto de su afición napoleónica, cuando Ernesto Che Guevara lo llamó en 1960 para darle dos opciones: o colaboraba con la industria azucarera revolucionaria o tomaba el camino del exilio. Ni decir que Lobo, con 62 años de edad, se fue sin mirar atrás y terminó los días de su vida en un modesto apartamento madrileño.

En sus años de esplendor, la fortuna personal de Julio Lobo se estimaba en $200 millones, $5 billones al cambio de hoy. En esa época era considerado el hombre más rico de Cuba. Controlaba catorce centrales azucareros, era dueño de miles de acres de tierra y tenía oficinas comerciales en Nueva York, Londres, Madrid y Manila. También le pertenecía el Banco Financiero y una compañía de seguros. Además, poseía intereses en navieras y en la firma de telecomunicaciones Inalámbrica.

(Julio Lobo)

Su carrera profesional contradice la insidia que el régimen de La Habana ha divulgado sobre las clases pudientes. Fue un hombre de gustos refinados y opuesto a la corrupción gubernamental, lector de obras literarias clásicas y no sólo se hizo de la colección de objetos napoleónicos sino de una de pinturas que ostentaba los nombres de Rembrandt, Dalí, Tintoretto, Renoir, Murillo y Diego Rivera, entre otros. Poco antes de 1959, algunas de esas obras Lobo las había cedido en préstamo al Museo Nacional de Bellas Artes y años después, supo que estaban siendo vendidas en una subasta canadiense.

En otro capítulo del despojo a que fue sometido perdió dos cajas de documentos sobre Napoleón que una de sus hijas había dejado a resguardo en la embajada de Francia en La Habana cuando partieron al exilio. Al final, los franceses quisieron cobrar años de almacenaje y luego, a regañadientes, cedieron las cajas que fueron a parar al propio Museo de Bellas Artes en tanto se arreglara el envío a Inglaterra, donde vivía una de las hijas de Lobo.

Los documentos nunca los recuperó debido a los malos oficios e intrigas de Marta Arjona, a la sazón directora del Museo, y de la poderosa Celia Sánchez, quien, según algunos de sus asistentes, deseaba quedarse con cartas de Napoleón sobre su campaña en Rusia y otras dirigidas a Simón Bolívar.


La persona que lidió con la fracasada operación de rescate de los documentos durante los años setenta fue una de las dos hijas del magnate, María Luisa Lobo, a quien tuve el placer de conocer al principio de la década de los noventa cuando arribé a Miami.

Al terminar el libro de Rathbone, descubrí de dónde provenía el empecinamiento, la independencia y el poder de convocatoria que asistía a María Luisa en su incansable acercamiento a Cuba.

Sin pensarlo dos veces organizó varias tertulias cinematográficas en su legendario apartamento de Key Biscayne, donde yo ponía al tanto de lo que ocurría en el cine de la isla a distintas generaciones de exiliados que se daban cita en esos encuentros fecundos. Fueron jornadas espléndidas de encendidas discusiones e inolvidables comidas criollas. Para mí resultó ser como una suerte de ``presentación en sociedad'' que mucho le agradezco.

María Luisa Lobo falleció en 1998, sin haber visto publicado su tributo a la capital cubana, La Habana, historia y arquitectura de una ciudad romántica, que sus hijos se encargaron de publicar pocos años después.

Que la hija más privilegiada de Cuba y todo lo que perdió tuvo que ir reconstruyéndolo con los años, sin rencor, ni nostalgia aparente, siempre mirando al futuro aunque fuera incierto.

Cuando María Luisa falleció sus cuatro hijos viajaron a la isla para esparcir sus cenizas en el central Tinguaro, el predilecto de la familia. Allí supieron del bien que había hecho Julio Lobo a los pobladores del batey. De cómo dio becas y oportunidades de estudio y recordaron a María Luisa haciendo la ronda con su padre por las escuelas y clínicas que fundara a beneficio de los trabajadores.

Cuando esparcían las cenizas invitaron al antiguo administrador del central a que participara de la ceremonia y, ante el asombro de todos, introdujo sus manos en el recipiente y se restregó las cenizas por la cara, el pecho y su blanca camisa, como si quisiera agradecer tantas buenas acciones.

Hoy gobierna una familia que ha hecho de Cuba un lugar desesperanzador. La estirpe de los Lobo, creadora de riquezas, hizo a la isla más cubana y perdurará cuando vuelva a ser el país que prefiguraron con su gestión incansable de trabajo y amor.
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