sábado, noviembre 23, 2024

Video: Chucho Valdés se DECLARA EXILIADO con Juan Manuel Cao y afirma que no firmó la carta apoyando el fusilamiento de tres jóvenes en Cuba

 Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Yo le creo totalmente , pero Chucho  estuvo décadas, que yo aepa, sin desmentir públicamente  la supùesta firma de esa carta; claro, ese desmentido hubiera  teido  un precio que él no quiso pagar;  una pregunta de seguimiento hubiera sido:  ¿Cuáles eran las causas o razones por las cuales no quiso pagar ese precio? pregunta que hubiera ahuyentado a posibles futuros invitados al programam  por ser demasiado inquisitivo el conductor o entrevistador del programa,  y con ello  el rating se viera cuestionado al negarse a asistir otros invitados. Chucho sufrió  la partida de su padre Bebo Baldés y quizás una de esas razones fue que no quería que otras personas muy allegadas o dependientes de él  sufrieran su partida o su muerte incruenta dentro de Cuba.

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AmericaTeVe Miami

22 de noviembre, 2024

Segunda parte

Chucho Valdés se DECLARA EXILIADO con Juan Manuel Cao y aclara  que no firmó  la carta  "Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos”  apoyando el fusilamiento de  tres jóvenes que no habían cometido ningún hecho de sangre



Primera parte

Chucho Valdés se reencuentra con Arturo Sandoval en A Fondo con Juan Manuel Cao

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Cuando los intelectuales apoyaron "el terror del castrismo": A 17 años del “Mensaje desde La Habana..."


Algunos de los intelectuales firmantes del "Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos”, 2003.

Por Yolanda Huerga
Abril 19, 2020

Han pasado 17 años desde aquel 19 de abril en que un grupo de artistas y escritores cubanos firmara una carta respaldando el encarcelamiento de 75 disidentes, el fusilamiento de tres jóvenes y las sentencias a cadena perpetua de otros cuatro por haber secuestrado una lancha con la intención de llegar a Estados Unidos.

La carta divulgada como “Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos” respondía a otro documento suscrito por decenas de intelectuales del mundo entero, incluyendo tradicionales amigos de la Revolución, en el que condenaban la represión por delitos de opinión en Cuba y ponían en entredicho la legalidad y la “justicia revolucionaria

Radio Televisión Martí buscó opiniones sobre el tenebroso ambiente de aquellos días de Primavera Negra y del fusilamiento de tres jóvenes que estuvieron encarcelados tan solo diez días.

“El 2003 fue un año definitivo, no sólo para la política sino también para la cultura y la sociedad cubana. Fue el año de aquel vergonzoso acto represor conocido como Primavera Negra que daría inicio al más importante de los movimientos de resistencia social de la oposición, las Damas de Blanco, y fue el año en que tres jóvenes que intentaron huir de Cuba en una lancha, fueron engañados prometiéndoles un juicio justo, y al final, en un proceso absolutamente ilegal e inhumano, fueron fusilados”, destacó Amir Valle, establecido en Berlín, Alemania.

Ya en 1961 Fidel Castro había resumido en una frase su política cultural: “Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada”. No Había alternativas. Los creadores, tuvieron que plegarse a tal mandato porque de ello dependía su supervivencia.

“Todos los que conocía, de todos los estratos de la cultura cubana, todos, pensaban que aquello era una aberración, lo comentaban en los corrillos no oficiales pero jamás levantaron sus voces y fueron muchos los que aceptaron esa afrenta que fue la carta en la cual personalidades como Alicia Alonso, Silvio Rodríguez, Miguel Barnet, entre otros, no sólo defendieron los fusilamientos sino que también tuvieron la indecencia de intentar que pensadores de otros países se sumaron a ese apoyo vergonzante”, apuntó el autor de “Los desnudos de Dios”.

A la carta inicial rubricada por 27 figuras destacadas de la cultura nacional y publicada en el diario oficial Granma, le siguió un llamamiento a todos los miembros de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la Asociación Hermanos Saiz (AHS) y de las instituciones culturales y universidades de todo el país para que avalaran la decisión tomada por Fidel Castro.

En las semanas siguientes, Granma publicó periódicamente las listas de los firmantes que se sumaban a lo largo del país.

Al respecto, el escritor y activista Ángel Santisteban dijo desde la capital cubana: “Cuando se abrió la convocatoria, como mi apartamento está muy cerca de la sede de la UNEAC, muchos llegaban a mi casa a saludarme, y puedo asegurar que hasta los más fervorosos defensores del régimen me confesaron en aquella oportunidad no estar de acuerdo con el encarcelamiento de los 75, pero sobre todo, les indignaba el fusilamiento de esos muchachos”.

El gobierno cubano afirmaba que había una “agresión en ciernes”, que Estados Unidos pretendía invadir Cuba.

“La mayoría justificaba haber signado el “Mensaje” con el hecho de que no estaban de acuerdo con la invasión”, lamentó Santisteban, quien ya en 1995 había recibido el premio UNEAC por su libro de cuentos “Sueño de un día de verano”.

El ensayista Carlos Aguilera, radicado en la ciudad alemana de Frankfurt, recalcó que “aquella carta fue una infamia. Por una parte, un Estado despótico encarcelando, asesinando, reprimiendo. Y por otra, un grupo de cortesanos apuntalando todo el terror del castrismo. Cuando un día se puedan hacer preguntas y llevar a juicio a culpables, habrá que exigirle a la claque intelectual cubana no solo por haber firmado la proclama, sino por haber contribuido al crimen y haber favorecido el desmantelamiento de toda posición crítica, todo espacio de reflexión y discrepancia”.

Sin embargo, más que las contundentes declaraciones de figuras como Günter Grass, Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards, tuvo un impacto mucho mayor en la intelectualidad nacional que artistas y escritores, abiertamente de izquierda, como Pedro Almodóvar, Joan Manuel Serrat, Fernando Trueba, Joaquín Sabina, Caetano Veloso, José Saramago o Eduardo Galeano hicieran duras críticas al régimen. Hasta Noam Chomsky pidió en el 2008 la libertad de los detenidos en la Primavera Negra.

“De pronto había una unidad manifiesta entre colegas de la izquierda y la derecha a nivel mundial. Fue una semilla pequeña que se sembró en la cabeza de muchos de nosotros y que floreció unos años después en la rebelión intelectual que se conoció como “Pavongate o Guerrita de los emails” en 2007”, señaló Valle.

“Por eso pienso que el 2003 marca un antes y un después, porque no sólo pasaron los hechos y no sólo la sociedad se conmovió sino que hubo cambios muy profundos en lo político, lo cultural y lo social en Cuba”, agregó.

“Nadie debería estar a favor de la pena de muerte, la vida humana es sagrada, en mi opinión", indicó el escritor Gabriel Barrenechea, natural de Encrucijada, Villa Clara. “Y me parece totalmente incongruente que un escritor o un artista apoye procesos contra la libertad de expresión; negarla es negar nuestra esencia como creadores”.

Silvio Rodríguez: "Nunca apoyé aquellas ejecuciones"

A través del Blog Segunda Cita, Radio Televisión Martí contactó con Silvio Rodríguez, a quien preguntó: “En abril de 2003, usted firmó el Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos. Diecisiete años después, ¿sigue apoyando las ejecuciones?”

A lo que el cantautor respondió: “Nunca apoyé aquellas ejecuciones. Y estoy seguro de que ninguno de los firmantes de aquella carta lo hacía”.

17 años después, Silvio Rodríguez afirma que no apoyó las ejecuciones con la firma de la carta.

“Firmamos la carta cerrando filas con el derecho de Cuba a ser soberana”.

“Era 2003, cuando Bush se lanzaba contra Irak e inspirado en lo peor de la Florida le dijo a Collin Powell: 'Primero Irak y después Cuba'. Después tuvo que decir que lo había dicho en broma”.

“Jamás renunciaré a defender a mi país de los abusadores y de los amigos de los abusadores”, dijo Silvio Rodríguez.

En una entrevista concedida al diario español El Periódico en 2008, el trovador Pablo Milanés dijo que, a diferencia de otras personas, se negó "a firmar una carta de apoyo a los fusilamientos decretados en abril de 2003 y las penas de largos años de prisión a 75 disidentes.

A la pregunta de si se trató de "puro oportunismo" por parte de esos intelectuales firmantes de la carta, Milanés respondió que "sí, y de pura cobardía".

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Fernando Godo | A Tranca Limpia

25 de noviembre, 2024


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Los tres últimos fusilados, los cuales no mataron, no hirieron ni derramaron una sola gota de sangre:



Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Leodan Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac. 


Emigrar al patíbulo

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Un testimonio de las últimas horas de Lorenzo Enrique Copello, el último fusilado del castrismo.
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Por Ricardo González Alfonso
La Habana

Convivir en un calabozo con un condenado a muerte es intrincarse en el laberinto de una vida ajena, que comienza a pertenecernos, a dolernos.
Lorenzo Enrique Copello, fusilado el 11 de abril de 2003.

Cuando abrieron la puerta de la celda tapiada y vi por primera vez a 
Lorenzo Enrique Copello Castillo, no imaginé que lo fusilarían en una semana, tras uno de esos juicios sumarísimos de la primavera de 2003.
Lorenzo era un negro de treinta y tantos años, de buen aspecto, que caminaba cojo por la golpiza que le propinaron cuando lo arrestaron en el Puerto del Mariel, al oeste de La Habana. Los zapatos negros y sin cordones tenían marcas de salitre, y sus ojos reflejaban la extenuación de los náufragos, de esos que aún huelen a mar.

Nos saludó con una sonrisa doble: la de sus labios y la de sus ojos. Se acostó, y al instante dormía con la inmovilidad de los difuntos.

Mis compañeros de celda —el chino, un joven acusado de vender drogas, y un muchacho condenado por asesinato e involucrado en un tráfico de emigrantes— nos sentimos desilusionados. Nos sabíamos de memoria nuestras respectivas historias o leyendas y esperábamos del recién llegado una de estreno. En los calabozos de Villa Marista, sede nacional de la Seguridad del Estado, no hay espacio para caminar; y la única opción, entre interrogatorio e interrogatorio, es conversar sobre cualquier tema, para no pensar.

Por la mañana, descubrimos que Lorenzo era un criollazo. Nos relató, como quien cuenta una película, que a medianoche abordó con varios amigos y amigas la lancha Baraguá, una de esas que cruzan con pasajeros la bahía habanera. El grupo de piratas debutantes llevaba oculto en sus mochilas recipientes con combustible; y, además, contaban con un arsenal de desconsuelo: un revólver y un cuchillo. Lorenzo apoyaba su narración con mímica teatral. "Llegué hasta la cabina y disparé dos veces. Una contra la proa y otra al mar. Entonces grité: '¡Esto se jodió, nos vamos pa' Miami!'".

Al principio todo resultó a pedir de sueños. Entre los pasajeros habían dos extranjeras —magníficas piezas de cambio— acompañadas por un par de Rastafaris. En total, tenían una treintena de rehenes. La Bahía de La Habana quedaba atrás, y la embarcación se adentraba en el anchísimo Estrecho de la Florida.

Lorenzo cerró los ojos para disfrutar mejor de sus palabras. "Oigan, ya nos veíamos en las costas de Cayo Hueso enseñando unos carteles que habíamos hecho con frases contra el comunismo, para que los americanos nos dieran asilo político". Lorenzo sonrió, como un chiquillo que recuerda una travesura. Al abrir los ojos, despertó de su aventura onírica. Su expresión se transformó en la de un adulto en peligro.

(Lorenzo Enrique Copello Castillo)

Nos contó, siempre auxiliándose con su gestualidad criolla, cómo el mar —un mar histérico— cambió de humor repentinamente. Imaginé las olas como cascadas continuas, la lancha a la deriva, a merced de ascensos y descensos bruscos y constantes. Vi en el rostro del negro el terror que sintieron aquellos cachorros de mar —secuestradores y rehenes— al saber que en esa situación de espanto se había agotado el combustible, incluido el de reserva.

Un guardacostas cubano se aproximó. A través de un megáfono uno de los guardafronteras los conminó a entregarse. "Pero nosotros, de eso nada. Respondí a gritos que teníamos a dos extranjeras. Que nos dieran combustible o la cosa iba a terminar mal".

Llegaron a un acuerdo. El guardacostas remolcaría a la Baraguá hasta el Puerto del Mariel. Allí le proporcionarían lo necesario para llegar a Estados Unidos, a cambio de que no lastimaran a los rehenes.

Lorenzo intentó esgrimir una sonrisa de consuelo, pero, errático, emitió un suspiro triste. "Era una trampa. Muy cerca del muelle, un hombre rana del Ministerio del Interior le hizo una seña a las extranjeras para que se lanzaran al agua. Una de ellas se tiró. Traté de impedir que la otra hiciera lo mismo, pero un pasajero —después supe que era un militar vestido de civil— me empujó, caí al mar y perdí el arma. Varios hombres ranas me atraparon. En el agua comenzaron a golpearme. Continuaron en el muelle. Mis compañeros también estaban dominados".

"La cosa fue grande. Vino hasta Fidel. Nos dijo que si nos hubiéramos ido, dentro de unos años hubiéramos querido regresar".

Lorenzo movió la cabeza seguro de su negativa. "¡Qué va! Yo hubiera hecho como mi padre, que se pasó la mitad de la vida preso; pero en el 80, cuando lo del Mariel, se fue a Estados Unidos, se cambió el nombre, estudió y se hizo ingeniero. Sí, yo iba a hacer lo mismo. Después reclamaría a Muñe, mi mujer actual; y a Rorro, mi hija, que es del primer matrimonio".

Muñe —apócope de muñeca— vendía pizzas en su casa. Lorenzo la describía como una Venus de Milo, pero con brazos, cálida y cándida. Al hablar de Muñe la expresión del negro se asemejaba a la de un amante primerizo.

Pero ella, como Rorro, desconocía que Lorenzo vivía dos existencias paralelas, y que con esa doble vida recorría su laberinto personal. Él era una moneda que giraba por el aire a cara o cruz, a mal o bien.

Lorenzo trabajaba días alternos como custodio de una policlínica del municipio de Centro Habana. Allí su actitud era ejemplar, nos aseguró. Mas sus días libres eran libertinos. Se dedicaba al proxenetismo y a la estafa. Esta la ejercía a veces a través de juegos de azar; otras, como "guía" de turistas inexpertos.

"Una vez —nos relató entusiasmado— viajé a Pinar del Río con un francés. ÁQué vida! El lo pagaba todo: un apartamento que alquiló, bebida de la buena y a las mejores jineteras. Allá conoció a una temba y se quedó con ella. No sé qué le vio. El francés era un buen hombre. Yo siempre me porté bien con él. Aunque era muy confiado, jamás me aproveché de eso". Nos miró con picardía y añadió: "¡Pero a otros…!".

En una ocasión Lorenzo me dijo: "Ricardo, qué lástima que te dio por la política. Con tu pinta y facilidad de palabras, serías un estafador de primera".

También nos hablaba de Rorro. Una linda adolescente que sabía valerse por sí misma. "Es como yo, pero honrada". El sobrenombre surgió cuando era una bebé, pues la madre y Lorenzo le cantaban para dormirla: "A rorro mi niña, a rorro mi amor". La muchacha estudiaba la enseñanza media en Miramar, un reparto de la antigua —y actual— clase alta. "Papi, allá los autos son cómicos, la gente se viste cómico, las casas son cómicas. En fin, Miramar es una comedia".

El día que a Lorenzo le entregaron la petición fiscal, le dijo al guardia que servía la comida: "Échame más, ¡qué soy un pena de muerte!". Y se rió. Pero un rato después nos miró serio y comentó en voz baja, casi consigo: "quién lo hubiera dicho, ¡yo deseando una sanción de 30 años!".

Lorenzo regresó del juicio muy optimista. "Mi abogado dijo que cómo se iba a pedir sangre, si no se derramó una gota de sangre". Y repetía a cada rato estas palabras, con el fervor que un moribundo invoca a Dios.

También nos comentó: "Ustedes no me van a creer, pero sentí más miedo cuando en el juicio vi el vídeo de la lancha subiendo y bajando en aquel mar furioso, que cuando yo estaba allí mismito, jugándome la vida".

Esa noche nos llevaron a una oficina. A los cuatro por separado. Cuando llegó mi turno, un capitán me explicó que aunque a Lorenzo le pedían la pena de muerte, eso no significaba que lo fusilarían. "Pero —puntualizó el oficial— algunos condenados a la pena capital se desesperan y se suicidan por gusto, pues la sanción no es ratificada por el Tribunal Supremo o por el Consejo de Estado".

Con este argumento solicitó mi cooperación para impedir —dado el caso— que Lorenzo atentara contra su vida. Accedí. Después me enteré que a mis otros dos compañeros de celda le pidieron lo mismo. Nunca supe que le dijeron a Lorenzo.

Desde entonces la ventanilla de la puerta tapiada la mantuvieron abierta; y afuera, un policía permaneció de guardia.

Al otro día por la tarde vinieron a buscar a Lorenzo. Regresó muy contento. "La Seguridad del Estado trajo en un auto a Rorro, a la mamá de ella y a mi madre. Me dijeron que el director del policlínico le iba a escribir al Consejo de Estado hablándole de mi buena actitud laboral". Al rato vinieron de nuevo por él.
Ya a solas , el Chino, el otro muchacho y yo comentamos que esa visita era la despedida final. La policía política —y la otra— no acostumbra a traer a nuestros familiares para que nos visiten. Estábamos equivocados. No era la última despedida, sino la penúltima.

Lorenzo retornó feliz. Dos oficiales fueron a buscar a Muñe y había tenido una visita con ella. A discreción, mis compañeros de celda y yo nos miramos consternados. Comprendimos que Lorenzo sería ejecutado próximamente.

Aquella tarde la comida fue diferente a la habitual: medio pollo, arroz con moros, ensalada, vianda, postre y refresco. Lorenzo sospechó. "¿Medio pollo para cada uno?". El guardián lo tranquilizó argumentando que habían traído tantos pollos que no cabían en las neveras, y a todos los detenidos les estaban sirviendo la misma ración. Lorenzo le creyó —o simuló creerle—: era su última cena.

Horas después, Lorenzo sintió un dolor en el pecho. Avisé al guardia. Se lo llevaron inmediatamente a la posta médica. Regresó al rato. Nos aseguró que se sentía mejor después que lo inyectaron. Estaba soñoliento. Obviamente lo drogaron. Transcurridos unos minutos, dormía otra vez con la inmovilidad de los difuntos. Recordé la noche que lo conocí. Apenas —y a penas— había pasado una semana.

Sería medianoche cuando abrieron la puerta. En el pasillo vi a seis guardias. Uno entró y despertó a Lorenzo. Se levantó aturdido. Se calzó con torpeza sus zapatos sin cordones. Me miró como preguntándome: "¿Qué ocurre?". Se lo expliqué con una mirada. Le di una palmada en el hombro, y lo vi partir a la muerte.
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Tomado de Cuba DemocraciayVida.org


Declaración de Ramona Copello, madre de Lorenzo Enrique Copello, uno de los tres jóvenes cubanos que el actual enfermo Dictador cubano Fidel Castro Ruz, envió a la muerte, ordenó que los fusilaran en Abril del año 2003 por el simple"delito" de querer emigar a Miami, EE.UU. en una lanchita de pasajero del Mucipio de Regla en la Ciudad de La Habana, sin estos jóvenes haber cometidos delitos de sangre o haber maltratado a los pasajeros. Sencillamente fue un asesinato ordenado por Fidel Castro Ruz.

Video del noticiero de la TVE colocado en You Tube por Guillermo Milán Reyes. Editor y redactor de la página web: "Cuba Democracia y Vida"


DECLARACIÓN DE RAMONA COPELLO ,MADRE DE FUSILADO



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