Luis Cino Álvarez desde Cuba: La Carta de los Diez: el primer gran desafío de los intelectuales al castrismo
La Carta de los Diez: el primer gran desafío de los intelectuales al castrismo
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La Carta de los Diez significó el primero y mayor de los retos por parte de intelectuales que ha tenido que enfrentar la dictadura castrista.
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Por Luis Cino
Junio 22, 2025
LA HABANA, Cuba. – Este mes de junio se cumplió el aniversario número 34 de la “Carta de los Diez”, el nombre con que es conocido el documento en reclamo de democracia que 10 destacados intelectuales cubanos dirigieron al régimen castrista en 1991.
La carta, en que sin tapujos se exigían los cambios inaplazables que necesitaba el país, entre ellos la liberación de los presos de conciencia, fue redactada por la poeta María Elena Cruz Varela, quien unos pocos años antes había fundado el movimiento opositor Criterio Alternativo.
Fue respaldada por las firmas de otros nueve poetas, periodistas y escritores: Raúl Rivero, Manuel Díaz Martínez, Nancy Estrada, José Lorenzo Fuentes, Bernardo Marquéz Ravelo, Manuel Granados, Fernando Velázquez Medina, Roberto Luque Escalona y Víctor Manuel Serpa.
En aquellos momentos, cuando pocos se atrevían a chistar, la carta fue un acto heroico, casi suicida. Sus firmantes la consideraron su declaración de independencia.
El periódico Granma, órgano oficial del partido único, ripostó con un editorial ―presumiblemente escrito por Carlos Aldana, el por entonces jefe del Departamento Ideológico del Comité Central― en el que le endilgaban a María Elena Cruz Varela y a los demás firmantes de la carta la infaltable acusación de “agentes de la CIA”.
En aquel infame editorial, llegaron al absurdo de calificar a María Elena Cruz Varela, que había recibido hacía menos de dos años el Premio “Julián del Casal” por el libro Hija de Eva, y que estaba considerada entre las mejores autoras de su generación, como “una desconocida, semianalfabeta, de dudosa conducta moral y enferma de neurosis histérica”.
En una rabiosa campaña contra los firmantes de la carta también denigraron y trataron de restar méritos a autores que hasta entonces habían gozado de reconocimiento: fueron los casos de José Lorenzo Fuentes, que con su libro Después de la gaviota obtuvo mención de honor en el Concurso Casa de las Américas de 1968; de Manuel Díaz Martínez, que en 1967, con su poemario Vivir es eso, obtuvo el Premio Julián del Casal, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba; de Manuel Granados, cuya novela Adire y el tiempo roto fue premiada en 1967 por Casa de las Américas; y de Raúl Rivero, que, antes de destacarse como periodista, había obtenido por su poesía los premios David y Julián del Casal, en 1969 y 1972, respectivamente.
Los firmantes de la declaración fueron sometidos a todo tipo de represalias y acosos. Pero lo peor recayó sobre María Elena Cruz Varela.
La habitual vigilancia de la policía política y sus chivatos sobre el edificio donde residía la escritora en Alamar fue redoblada. Finalmente, los esbirros recibieron la orden de allanar su apartamento y detenerla: la bajaron a rastras por la escalera del edificio. Y, como si fuera poco, una porrista, a la que luego mostraron en el Noticiero Nacional de Televisión presumiendo de “su proeza”, le hizo tragar alguno de los papeles hallados en el registro.
En juicio sumarísimo, María Elena Cruz Varela fue condenada a dos años de prisión. Después que salió de la cárcel, en 1994, se fue al exilio, desde donde no ha cesado en su lucha contra la dictadura.
También fueron forzados al exilio los demás firmantes de la carta. Solo se negó a irse del país Raúl Rivero que, en 1995, creó la agencia de prensa independiente Cuba Press. Pero tras ser encarcelado durante la ola represiva de marzo de 2003, también se vio obligado a exiliarse.
Ninguno de los firmantes de la carta renunció jamás a continuar en la lucha por la libertad y la democracia.
La Carta de los Diez significó el primero y mayor de los retos por parte de intelectuales que ha tenido que enfrentar la dictadura castrista. El régimen no enfrentaría un desafío de esta índole hasta 30 años después, el 27 de noviembre de 2021, con la protesta de varias decenas de artistas ante el Ministerio de Cultura
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DE LOS ARCHIVOS DEL BLOG BARACUTEY CUBANO
Quince años después
Se ha dicho, en estos tres lustros, que poco o nada se consiguió con la Declaración de los Intelectuales Cubanos. Y que el texto en cuestión era muy tímido. Que debió ser más agresivo, o más viril. Y que los reclamos contentivos en esa hoja es —fueron— una entelequia, o sencillamente no pasó de ser una algazara de un puñado de intelectuales irresponsables para centrar en ellos —nosotros— los ojos de la prensa extranjera.
Y de los adversarios de la Plaza de la Revolución. No es cierto o, para decirlo de una manera más adecuada o diplomática, están equivocados.
En estos quince años transcurridos, el régimen de La Habana sigue igual. O sea, que el cuartito está igualito: no hay pan ni libertad ni justicia. Y escasea todo, empezando por lo más elemental. Y de ello, por ejemplo, puede dar cuenta la muy famosa —y sombría— Primavera Negra, de marzo de 2003, cuando los gendarmes de Castro arrastraron a las cárceles a 75 luchadores por la libertad y la democracia.
Pedimos entonces lo que podíamos pedir y estaba a nuestro alcance: "Elecciones directas a la Asamblea nacional, sin restricciones; eliminación de las exclusiones migratorias; reactivación de los mercados libres campesinos, para evitar la hambruna que se nos avecina; petición de asistencia a los organismos especializados de Naciones Unidas, con el fin de paliar la escasez de medicinas y el previsible aumento de la mortalidad; y decretar amnistía a todos los presos de conciencia y a aquellos que intentaron abandonar el país de forma clandestina: No se puede condenar a un ser humano por seguir el dictado de su instinto de conservación".
Y con la excepción de Manuel Granados —que falleció en Francia poco después de salir al exterior, casi inmediatamente de la firma del documento—

(María Elena Cruz Varela en la Casa Bacardí, Miami )
Estos fueron los diez primeros, a los que luego se sumaron, entre otros, el germanista Jorge Pomar Montalvo, ex combatiente internacionalista en las guerras de África y hasta ese momento militante del Partido Comunista de Cuba, el actor y cantante Alberto Pujol Parlá, y el cineasta Ricardo Vega Figarola.
Creo que si algún valor tiene la muy traída —y llevada— declaración, es la de sentar un precedente epocal. Aunque sin pertenecer a una misma generación, los firmantes, por separado, sin previamente ponerse de acuerdo —hasta donde sé—, comprendieron que era el momento justo de hacer un pronunciamiento público que, al menos, salvara la honra para las siguientes promociones de cubanos.
Fueron días de zozobras, miedos, y casi terrores porque a cada hora nos sentíamos como lo que en realidad éramos: unos seres perseguidos, repudiados, desamparados a la buena de Dios —o del Diablo, uno nunca sabe—, que tenían que comenzar a esconderse, evitar los lugares congestionados, y poco a poco comenzar a ser los seres invisibles de una saga que un gran escritor de ficción había escrito para nosotros. Con lujo de detalles.
Puedo explicar, sin que experimente vergüenza u otro sentimiento de la misma laya, que el miedo era entonces una constante. Según un famoso y viejo precepto de psicología, "cuando el estímulo no varía, la tensión desaparece". Y una bendita alborada de aquel verano de 1991 amaneció sin que el miedo se hiciera presente, y desde entonces comprendí (al menos así me lo hice saber) que comenzaba a ser un hombre libre porque había expulsado los desasosiegos de mis entrañas, de una vez y por —y para— toda la vida.
Tan sencillo o complicado como suena. Y desde entonces fui libre, entero y sin cortapisas. Y eso fue lo que gané en mi peripecia personal de aquellos días. De buenas a primera, y sin proponérmelo al menos conscientemente, ya no sentí el miedo que me corroía las entrañas. Que me hacía sudar, temblar las piernas, y resecárseme la boca.
De aquel verano guardo un sinnúmero de anécdotas. Que prefiero pasar por alto en este aniversario. Guardo un montón de gestos de solidaridad, firmeza, valentía, y otros de asombrosas pequeñeces humanas. Por suerte, son muy pocas.
¿Qué ganamos y qué perdimos?
Perdimos la posibilidad de participar en la vida cotidiana de nuestros contemporáneos, perdimos nuestra presencia en la Isla, perdimos tantas cosas que no vale la pena recordar. Ganamos, eso sí, la posibilidad de ser parte de la historia —con minúsculas, no hay que exagerar—, y ganamos algo más que no es posible explicar en breves golpes de teclas: ser libres, como nunca antes habíamos sido.
Fuimos un puñado de mujeres y hombres que se levantó desde el silencio, la sombra y la desidia. Que por un momento fuimos depositarios de lo mejor de nuestros coetáneos, además del quehacer y ejecutoria de los mártires y héroes de esta larga y denodada lucha por conquistar los espacios de libertad que se merecen los descendientes de Félix Varela, José de la Luz y Caballero, Agramonte, José Martí y Antonio Maceo, por no hacer excesiva la enumeración.
Han pasado quince años. Y me parece que el tiempo no ha transcurrido. Pero lo ha hecho, y de qué manera. El tirano ya está decrépito, y de qué forma. El poco prestigio que le quedaba entonces, ha rodado por el suelo, lleno de cieno, por no utilizar un epíteto de un calibre mayor. Hoy estamos más cerca de la luz. Permanecemos a punto de romper las tinieblas, de una vez y para siempre.
Etiquetas: carta, Carta de los Diez, cuba, intelectuales, María Elena Cruz Varela, oposición, opositora, opositores, Raúl Rivero
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