domingo, diciembre 07, 2025

Cuba. Video: ¿Cómo murió realmente Antonio Maceo? Lo que dice Valeriano Weyler, el ex Capìtán General de Cuba, en su libro "Mi Mando en Cuba¨ . Félix J. Fojo: . Una vieja polémica cubana

Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

En  la  España del siglo XIX, la figura de Valeriano Weyler es la de ser un individuo liberal dentro del marco  de la política interna española de ese tiempo; muy diferente es como  lo ha valorado gran parte de  la historiografía cubana del siglo siglo  XX y lo que va del siglo XXI.

Valeriano Weyler antes de ser nombrado Capitán General, ya había  estado en Cuba décadas antes; tal es así, que consta que Weyler le otorgó en Cuba a Máximo Gómez Báez algunos recursos por sus  méritos en la lucha a favor de España en la isla de Santo Domingo; por esos méritos es que para algunos dominicanos,  la figura de Máximo Gómez  es vista de manera   muy diferente a como se valora en casi toda la historiografía cubana.

En el libro Memorias de la Guerra, del General Enrique Loynaz del Castillo, se muestra que Máximo Gómez  envió,  en tres  momentos diferentes,  tres contingentes para intentar  romper el aislamiento  en que había quedado  Antonio Maceo  en Vueltaabajo con la trocha de Mariel a Majana. 

He leido que  la estrategia de la llamada  Reconcentración había sido ideada por el Capitán General Arsenio Martínez Campos, y que Weyler al llegar a Cuba sólo fue el que la implementó.  En casi toda la historiografía  cubana se habla mucho  y merecidamente del gran número de muertes de civiles por hambre, que causó la estrategia de la Reconcentración, pero no se dice que el Generalísimo Máximo Gómez dio una orden prohibiendo  la entrada de alimentos a todas las poblaciones ocupadas por fuerzas afines a mantener a Cuba sujeta a la Metrópoli española, las cuales eran prácticamente casi todas las país, por no decir todas: Al final de este post abundo en detalles sobre esa orden del Generalísimo Máximo Gómez Báez así como de su personalidad, de la cual habló Weyker en el siguiente  video:

El Tesoro del Presidente

Diciembre 6. 2025

¿Cómo murió realmente Antonio Maceo? Lo que dice Weyler en su libro "Mi Mando en Cuba

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DE LOS AECHIVOS DEL BLOG BARACUTEY CUBANO


Una vieja polémica cubana

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Máximo Zertucha, el médico personal y amigo de Antonio Maceo, y lo que realmente ocurrió en el combate que le costó la vida al General
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Por Félix J. Fojo
Miami
14/11/2016

La objetividad en la evaluación y análisis de los acontecimientos de la historia no es el fuerte de los cubanos. Por supuesto que hay honrosas excepciones, pero lamentablemente, y es mi opinión, no hacen más que confirmar la regla.

Las razones de esta falta de objetividad son muchas: nuestra idiosincrasia, la falta de sistematicidad y orden en los estudios históricos y sociológicos, la extraordinaria mediocridad de esos mismos estudios en los últimos sesenta años, el desdén por la información actualizada, la creencia que con lecturas —o carencias de— superficiales y mal digeridas basta para conformar una opinión razonable, el infantilismo congénito de nuestra crítica histórica, el insensato temor a herir a las figuras consagradas, la ausencia de una cultura verdaderamente democrática, los eternos partidismos, esa doble moral que se ha convertido ya, lamentablemente, en una marca de la identidad del cubano, y un sinfín de avatares que piden a gritos un estudio pormenorizado, tanto sociológico como psicológico.

Pero hoy no vamos a entrar en ese terreno oscuro y minado, quizás lo intentemos algún día, simplemente vamos a recordar, repasándola brevemente, una polémica, una de tantas, casi olvidada de nuestra práctica cívica y nuestra historiografía.

Veamos.

La historia oficial —más o menos, pues no todas las versiones coinciden— nos cuenta que en la tarde del 7 de diciembre de 1896 una avanzada del ejército español, la denominada guerrilla del Peral, vanguardia de la columna al mando del comandante Francisco Cirujeda y Cirujeda (1853-1920), sorprendió el campamento del general Antonio Maceo y Grajales (1845-1896), ubicado, circunstancialmente, en terrenos de la finca Purísima Concepción (conocida también como Montiel), barrio de San Pedro, a unos pocos kilómetros al sudoeste de Punta Brava, provincia de La Habana.

La acción, aunque pone al descubierto un fallo táctico mambí de gran magnitud —el resultado fue verdaderamente catastrófico para las armas cubanas—, no hubiera tenido trascendencia sino hubiera sido, sin saberlo el ejército español, que se encontraba allí el lugarteniente general del ejército cubano en armas. Este objetivo de ocasión, casualmente en eso se convirtió Maceo, no solo era el segundo jefe del ejército mambí, sino, muy probablemente, la única reserva militar y moral que podía sostener vivo y pujante el separatismo contra España, dado que el general Máximo Gómez, el Generalísimo en propiedad, nacido en la República Dominicana, se encontraba en una situación sumamente frágil, desde el punto de vista político, con su propio Gobierno, al extremo de haber amenazado en más de una ocasión a los civiles (y algunos militares que se le oponían) con renunciar a su cargo e irse a alistar, como un soldado más, en las filas del propio Antonio Maceo.

Esta disputa entre Gómez y el gobierno civil de la “República en Armas”, y algunas otras desavenencias, intrigas y conatos de rebelión que preocupaban sobremanera al general Maceo, eran la causa directa de su regreso al este de la Isla, una travesía complicada y riesgosísima —el absurdo combate de San Pedro así lo demostró—, y, en última instancia, el evento que lo llevó a la muerte. Aunque siendo justos, Maceo era de esos individuos que arriesgaban empecinadamente su vida todo el tiempo, hecho demostrado en sus 28 heridas de guerra, aunque existen discrepancias en el cálculo.

Lo cierto es que el general Maceo, en lugar de preservarse —la misión que lo llevaba hacia Las Villas, como ya dijimos, era vital para los insurrectos— y retirarse ordenadamente con su escasa y pobremente municionada tropa, maniobra que podía haber ejecutado fácilmente, decide contraatacar a la guerrilla española, enzarzándose así en una pelea confusa e inútil que muy poca gloria podía depararle y que, por el contrario, le ocasionaría la derrota y algo infinitamente peor, la muerte.

En sus últimos momentos, cuentan las crónicas, el general Maceo se encuentra montado en su caballo y frente a una cerca de alambres y un matorral, bajo el fuego graneado de decenas de combatientes enemigos apostados a cierta distancia detrás de una cerca de piedra, e, inverosímilmente, casi completamente solo. Le acompañan el brigadier José Miró Argenter (1852-1925, Sitges, Barcelona), el médico del Estado Mayor, y a los efectos médico personal del general Maceo, Máximo Zertucha Ojeda (1855-1905, natural de Melena del Sur) y, quizás, aunque las versiones no suelen coincidir, el comandante Alfredo Jústiz (herido en el tiroteo y muerto al día siguiente), y unos pocos hombres de tropa, dedicados básicamente a abrir un portillo en la cerca metálica y no a proteger al General.

La escolta habitual del General, unos cien morenos orientales de fidelidad suicida, había quedado del otro lado de la trocha que los españoles construyeron y fortificaron desde el puerto de Mariel a la playita de Majana. ¿Explica esto la escandalosa soledad de Maceo en aquel potrero batido por las sucesivas descargas de la fusilería hispana? Si pensamos como militares de academia, la respuesta es no, pero esto era bastante común entre los mambises, baste recordar el irracional y caótico episodio de la muerte de José Martí en Dos Ríos, o la muerte —suicidio muy probablemente— en abandono y soledad del denominado Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes.

El caso es que estos dos hombres, Miró Argenter y Zertucha, los únicos que estaban lo suficientemente cerca para escucharlo, coinciden en que las últimas palabras del General fueron: “¡Esto va bien!”, dirigidas al brigadier Miró. Pero tan bien iba el combate, que inmediatamente después de pronunciar esta frase, una bala de fusil máuser le destroza la mandíbula inferior y le secciona el paquete vascular (arteria carótida y vena yugular) derecho del cuello, matándolo fulminantemente. Otras balas, además de esta, le pegaron a Maceo, por lo menos una en el abdomen, pero la cantidad exacta es, como casi todo aquí, motivo de discusión. Los dos oficiales que le acompañan, primero, tratan de reanimarlo, según cuentan ellos mismos —no parece haber habido otros testigos—, e, incluso, otra vez, según ellos, de reinstalarlo en la montura, algo dificilísimo tratándose de un cadáver de más de 200 libras de peso, exponiéndose obviamente a un fuego feroz y, por lo visto, muy certero. Como no logran sus propósitos —eran realmente imposibles— en un tiempo indeterminado, huyen abandonando el cadáver.

Según Miró Argenter, el médico Zertucha se “retiró” primero, pero, según este, fue aquel quien abandonó el campo inmediatamente después de caer Maceo.

Algún tiempo después (no sabemos exactamente cuánto tiempo, quizás unos minutos o algo más de una hora), el joven hijo de Máximo Gómez, Francisco Gómez Toro (1876-1896), que se encontraba de baja en la comandancia del campamento debido a heridas recibidas días antes, acude al lugar de los hechos, en un gesto gallardo que lo enaltece, y muere también a manos del enemigo. Un enemigo que desconoce completamente a quiénes han matado. Y lo desconoce porque rematan a machetazos a Francisco Gómez (Panchito para sus allegados), roban algunas pertenencias de los cadáveres —no todas, porque Maceo portaba algunos documentos en el bolsillo de su guerrera que son recuperados por los cubanos, o por lo menos eso cuenta después el médico Zertucha y lo aceptará a regañadientes Miró— y abandonan los cuerpos, unos despojos que pasan la noche sobre el campo, y que los propios cubanos, sus compañeros de armas, ya habían abandonado a su suerte antes.

Señalemos, antes de continuar, que la investigadora cubana Lídice Duany Destrade ha contabilizado, en un artículo publicado recientemente, 47 versiones diferentes alrededor de estos eventos, y es posible, apuntamos nosotros, que existan, o existieran en su momento, algunas más. Razón por la que somos tan reticentes en dar por seguros los asertos y declaraciones de los participantes.

Quiénes recuperan, en qué momento y de qué forma son rescatados los cuerpos del general Maceo y del joven Gómez son, desde los primeros días, motivos de muy serias discrepancias entre los cubanos implicados, y por qué no decirlo, de enconadas y amargas discusiones que durarán hasta los primeros lustros de la república.

Diremos que ese rescate se ha atribuido, probablemente con razón y es la versión que cuenta con la mayoría de citas, al coronel Juan Delgado González, jefe del regimiento Santiago de las Vegas, y a un grupo de soldados, alrededor de dieciocho o diecinueve, provenientes de diferentes grupos rebeldes. Pero también se ha dicho que fue el capitán (o teniente coronel) José Miguel Hernández Falcón, oficial de la tropa del teniente coronel Isidro Acea, e, incluso, varias publicaciones mencionan —sin ofrecer ninguna prueba— al teniente coronel Aranguren, como el oficial que lleva a cabo la acción.

Dos puntos son irrefutables en esta funesta historia tan cargada de contradicciones y cabos sueltos. La primera es que los dos cuerpos son ciertamente recuperados —con lucha o sin ella, no estamos seguros de eso—, transportados con extremo sigilo hasta una finca relativamente cercana (El Cacahual) y luego, enterrados en una tumba anónima hasta el final de la guerra y su posterior traslado a un monumento funerario adecuado. La segunda es que ninguno de los generales que acompañaban a Antonio Maceo en su expedición hacia el este de la Isla o los de las divisiones habaneras que debían protegerle, participan activamente en esa recuperación. La conclusión, estamos tentados de decir que la vergonzosa conclusión, es que el cadáver del lugarteniente general Antonio Maceo no cae en manos del enemigo por un milagro, un milagro de desinformación, porque de haber tenido los españoles alguna certeza de a quién acababan de matar, se hubieran hecho con el cuerpo desde el primer momento. Y lo afirmamos tan tajantemente, porque los soldados españoles tuvieron esos cadáveres en sus manos —de hecho, asesinaron junto al cuerpo de Maceo al indefenso joven Gómez— por un tiempo tan largo como el de una noche.

Pero ¿qué tiene que ver en todo esto el médico Máximo Zertucha, salvo como testigo presencial y profesional que escribe y firma —a mano, por supuesto— los certificados de defunción (sin necropsia, solo con una somera revisión externa y algún comentario pertinente) de Maceo y Gómez Toro? Pues el doctor Zertucha se convierte en el centro de la polémica porque dos días después de los hechos que acabamos de narrar, o sea, el día nueve de diciembre por la noche, abandona las filas mambisas, se presenta a los españoles, específicamente a la tropa del coronel Tort, y sin ningún otro trámite —no hay pruebas de lo contrario— se acoge al indulto y regresa a su pueblo, Melena del Sur, y a su familia.

Un hombre de segunda fila se convierte así en el blanco de todas las miradas y en el receptor de todas las injurias, y de paso, en el chivo expiatorio de todos los errores, omisiones, negligencias e, incluso, actos de evidente cobardía que rodearon aquella malhadada acción militar.

Profundicemos ligeramente en el asunto.

Muchos cubanos de la época, y, por supuesto, muchos mambises, vieron en la muerte de Antonio Maceo el final de la insurgencia. El propio general Valeriano Weyler, gobernador militar de la isla de Cuba en ese momento, lo vio inicialmente así.

Y el médico Máximo Zertucha, que parece haber sentido por Maceo una afinidad cercana a la de un hijo (el propio Zertucha lo expresó muchas veces), lo que no era nada extraño en quienes conocieron de cerca al lugarteniente, y que, por razones que nunca fueron aclaradas, no valoraba igual a otros oficiales cubanos —su enemistad manifiesta, y viceversa, con los generales Miró Argenter y Pedro Díaz era, por lo visto, conocida por muchos combatientes, sobre todo los oficiales superiores—, y que, además, vio con sus propios ojos morir a Maceo, parece haber sentido el impacto más que nadie, o, para decirlo de otra manera, su psiquis no estuvo a la altura de semejante reto y se derrumbó.

Aunque la deserción es un delito de guerra, punible incluso con la muerte, lo que señalamos en el párrafo anterior puede servir de atenuante, máxime, si aceptamos que el general Maceo, a despecho de las envidias y mojigangas cuarteleras, mantuvo a Zertucha a su lado hasta el fin (y Maceo no era para nada tonto); si aceptamos también que Zertucha parece haber intentado auxiliar al moribundo Maceo cuando ya el general Miró Argenter, alegando una herida que no pudo probar luego que existiera, salió a escape de la escena; y si encima de todo, nos enteramos de que Zertucha, alrededor de un año después, volvió a unirse a las filas mambisas, a las que solicitó un consejo de guerra que se llevó a efecto y donde fue “perdonado”.

Y un detalle más.

En los dos días largos en que Zertucha permaneció junto con su tropa, inmediatamente después de la caída de Antonio Maceo, dos días que tienen que haber sido oscuros para los mambises, nadie acusó a Zertucha, pero sí tiene que haber sido muy obvio para los presentes, el culposo y desmoralizador sentimiento que casi todos, comenzando por los generales, abandonaron al lugarteniente general, un sentimiento que expresó el propio Zertucha al Generalísimo Máximo Gómez en el lugar de los hechos, ya después de la guerra (1899) al espetarle, sumamente nervioso y alterado, según los muchos testigos presenciales (narrado por Urbano Gómez Toro, hijo del Generalísimo): “…¡el abandono de los cuerpos del general Maceo y de su hijo fue un acto de cobardía, de pánico, que nos acometió, y yo pensé que muerto el General, sería víctima de mis envidiosos compañeros…!”. Entonces, el Generalísimo, un hombre de genio recto y pocas palabras, detuvo a Zertucha con un gesto de la mano derecha y dijo: “Está bien, no se hable más del asunto”.

Y no se habló más del asunto, allí y ese día, porque el tema siguió dando vueltas y vueltas hasta los años cincuenta del siglo XX, muy lejos ya en el tiempo del incidente y con cada vez menos testigos presenciales vivos.

Como un comentario que creemos justo apuntar sobre ese encuentro cara a cara entre el denostado Zertucha y el Generalísimo Gómez, pensamos al igual que pensó Urbano, el hijo de Gómez[1], que de haber creído Máximo Gómez que Zertucha era un traidor a Maceo, y por ende a su propio hijo, no le hubiera permitido, de ninguna manera, que estuviera presente en aquel acto tan triste y luctuoso.

La revisión exhaustiva de esta vieja polémica nos llevaría decenas y decenas de cuartillas. Se escribieron artículos y cartas, atacando y defendiendo a Zertucha, en periódicos de Cuba y del extranjero (Estados Unidos, República Dominicana, Centroamérica), se rompieron amistades, algunos llegaron, incluso, a las manos. En fin, lo que hoy puede parecernos un asunto de época, se convirtió en un problema político de cierta envergadura en los primeros años de la república.

Pero lo cierto es, ya no queremos extendernos más en pruebas y contrapruebas, bretes y contrabretes —para hablar en cubano—, que nunca se llegó a una conclusión diáfana y coherente sobre tan espinoso asunto.

Cuando los defensores de Zertucha —entre ellos el propio Zertucha que escribió cartas públicas y artículos de prensa, e, incluso, un diario del que solo se publicó algunos fragmentos muy confusos en el año 1958— comenzaron a extender sus réplicas hacia ángulos definitivamente oscuros del evento, las aguas amenazaron con salirse de cauce, pero, en definitiva, como tantos temas en la historia cubana, todo quedó en la amenaza de que ”algún día se conocería la verdad”.

El doctor Máximo Zertucha murió en su pueblo, Melena del Sur, a causa de un tumor maligno, en el año 1905. Máximo Gómez murió, a causa de una septicemia, el mismo año. Miró Argenter les sobrevivió veinte años y escribió un libro, Crónicas de la Guerra, considerado un clásico de la historiografía militar cubana, donde narra, desde su perspectiva, estos trágicos eventos. Cirujeda, ya general (retirado) y elevado a la nobleza como Marqués de Punta Brava (algo que nos parece de una ridiculez espantosa), murió en España en 1920. El empresario periodístico William Randolph Hearst, que utilizó a Zertucha (sin conocerlo ni tener mucha información sobre él) como el “demonio blanco” que asesinó “al mulato Maceo”, como una manera de vender periódicos, vivió hasta 1951. El mayor general mambí José María Rodríguez y Rodríguez “Mayía”, defensor a ultranza de la inocencia de Zertucha en la muerte de Maceo, murió de tuberculosis pulmonar en 1903. El general pinareño Pedro Antonio Díaz Molina, cuyos aparentes celos con Zertucha por la cercanía a Maceo (así lo cuentan el propio Zertucha y el coronel Manuel Piedra Martel), lo llevaron a maltratarlo de palabra en alguna que otra ocasión, murió en 1924. El general Valeriano Weyler y Nicolau, Duque de Rubí y Marqués de Tenerife, murió en Madrid en 1930. El coronel Piedra Martel murió en La Habana en 1954. El coronel Juan Delgado González, el hombre que probablemente rescató los cadáveres de Antonio Maceo y el joven Gómez, murió —lo mataron, en realidad, junto a dos de sus hermanos y varios familiares más en las calles de su pueblo— a los treinta años de edad, en 1898 y, como no podía ser menos, hay dos versiones muy diferentes de su alevosa muerte, pero esa es otra historia.

¿Fue Zertucha un cobarde? ¿Fue un valiente al que dejaron solo y luego vilipendiaron porque había visto demasiado? ¿Debió haber sido fusilado por desertor? ¿Estuvo bien que lo perdonaran? ¿Hizo bien el Generalísimo Máximo Gómez al impedir que Zertucha siguiera hablando de sus cuitas en público? ¿Por qué generales como José Miró Argenter y Pedro Díaz repudiaron tan decididamente a Zertucha? ¿Por qué generales como Mayía Rodríguez y coroneles como Piedra Martel defendieron tan decididamente a Máximo Zertucha? La lista de preguntas podría ser extensa, pero nuestro interés era solo recordar —siempre algo se aprende, aunque ese algo queda a la elección del lector— una vieja polémica que brotó de uno de los acontecimientos históricos, quizás, más trascendentes de nuestra rica y, en realidad, poco estudiada historia.

Cerremos este artículo con las palabras del doctor Benigno Souza Rodríguez, biógrafo del Generalísimo Máximo Gómez e historiador de las guerras cubanas por la independencia:

“…como homenaje a la justicia y público mentís a tantas cosas como se dijeron del doctor Zertucha después de la muerte del Lugarteniente. Todavía la historia de Cuba no está para verdades. Zertucha, quien adoraba a Maceo, del cual fue amigo antes de la guerra, se incorporó a esta y a su lado estaba cuando cayó Maceo. A su inmenso dolor se unió el maltrato que recibiera de un Mayor General a raíz del suceso. El coronel Piedra Martel, un testigo de aquellas miserias, puede dar fe de lo que digo. Al morir Maceo, Zertucha pensó como otros y dijo: ¡Se acabó la guerra!”[2].

¿Está ya para verdades la historia de Cuba? Preguntamos nosotros.

[1] Carta personal al Dr. LeRoy Gálvez, Revista de la Biblioteca Nacional, octubre-diciembre de 1958.
[2] Diario de la Marina, 26 de enero de 1945.
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No sólo fue Valeriano Weyler: dos ¨Circulares¨ del  General en Jefe Máximo Gómez Báez  que provocaron la muerte por hambruna de miles de habitantes  de Cuba

Por Pedro Pablo Arencibia 

 8 de diciembre, 2023

Lo que me ha motivado a escribir este artículo es que hoy en el programa Cita con la Historia (o un nombre algo parecido) que conduce el Dr. Gustavo León en la estación radial La Nueva Poderosa,  el conductor expresó que yo era  controversial y calificó de especulaciones mis planteamientos históricos. Yo intenté decirle que lo que yo había dicho está avalado con sus fuentes en mi libro de Historia de Cuba titulado La Historia de Cuba que te ocultaron y otros temas, pero  Fredy (¿Fredi?) Corea (¿Korea?) no  dejó pasar esas palabras a la audiencia radial, diciéndome que habían  muchas llamadas en espera, algo cuestionable pues faltando 20 ó 25 minutos  para terminar el programa, se habían agotado las llamadas y tuvo que llamar dos veces la atención para que los oyentes participaran con sus llamadas telefónicas.

Yo soy una persona que abordo la Historia de Cuba dejando, lo más posible,  a un lado  mis simpatías políticas, ideológicas o hechos de mi vida personal o de mis  familiares vivos o muertos; también intento estar al tanto de las investigaciones  históricas más recientes para no quedarme anclado en la Historia de Cuba que se escribió en los primeros 60 años de la República de Cuba.

(Pedro Pablo Arencibia es fotografiado a finales de los años 80s, o principios de los 90s, buscando y comprando libros en una librería de ¨libros viejos¨ en Pinar del Río para acompañar un artículo del periodista Pedro Juan Gutiérrez cuando trabajaba en el periódico Guerrillero)

Un tema tabú, al igual que el análisis del incendio de Bayamo, es la prohibición en una  circular de Máximo Gómez de no permitir la entrada de alimentos a todos los pueblos ocupados por las fuerzas españolas, que eran prácticamente todos los del país. En mi libro, a partir de la página 174, aparece íntegra el Acta del Consejo de la República en Armas presidido por el Mayor General Bartolomé Masó, donde al final de la guerra se echa abajo, para determinados casos muy particulares, esa orden o circular para que los alimentos llegaran a la población.  En este artículo la volveré a publicar.

Se ha hablado y escrito mucho sobre la genocida  Reconcentración, ideada por Martinez Campos e implementada por Valeriano Weyler,  pero no se escribe o habla de las circulares del 1 de julio de 1895  y del 6 de noviembre de 1895 del General en Jefe  Máximo Gómez donde ¨... se prohibía  terminantemente, la introducción á  poblado enemigo, de toda clase de artículo  que constituya  comercio, y se previene el  castigo que alcanzará á los que las infringiesen...¨ . Esas circulares fueron anteriores a la llegada de Valeriano Weyler a Cuba como Capitán General, pues anteriormente ya había prestado sus servicios militares en Cuba a favor de la Metrópoli. Señalo enfáticamente  que casi la totalidad de los pueblos, puertos y ciudades de Cuba  estaban  en poder de las fuerzas militares  de la Metrópoli española y de cubanos que le servían.  

A continuación muestro capturas de pantalla de las páginas 185, 42 y 43 del libro Mi diario de la guerra desde Baire hasta la  intervención americana, de la autoría de. Bernabé Boza,  General jefe del  Estado Mayor del General Máximo Gómez, libro publicado en La  Habana en  el año 1900. Esas capturas de pantalla fueron tomadas de una biblioteca digital de reconocido prestigio. 

A caballo el entonces Teniente Coronel Bernabé Boza cuando era el Jefe de la Escolta de Máximo Gómez, posteriormente pasó a Jefe del Estado Mayor.





En el presente artículo, como ya expresé, presento la copia fiel e íntegra del Acta del Consejo de Gobierno del primero de septiembre de 1898, acta que corresponde a la sesión donde se tomó el acuerdo, terminada la Guerra Hispano Cubana Norteamericana,  de decretar AMNISTÍA  GENERAL para  los delitos cometidos durante la guerra de independencia. Joaquín Llaverías Martínez, historiador de número de la Academia de Historia de Cuba y uno de los compiladores de las Actas del Consejo de Gobierno de la República  de Cuba en Armas,  expresó lo siguiente antes de  mostrar el contenido  del Acta del Consejo de Gobierno del primero de septiembre de 1898

« Y para terminar con algo sobresaliente, vamos a transcribir un bellísimo documento, que prueba hasta la saciedad el espíritu generoso y de transigencia de aquellos hombres que durante cuatro años lucharon contra una nación poderosa y un ejército aguerrido y valiente para obtener el derecho sagrado de ciudadanos libres». 


(personal de la Fuerza Aérea de la República de Cuba  a los que le repitieron el mismo juicio, pero con otro tribunal de militares del Ejército Rebelde que eran más dóciles a los mandatos de Fidel Castro)

Nada que ver con lo que ocurrió a partir del 1 de enero de 1959 con el supuesto triunfo revolucionario, donde la vendetta estaba, para colmo, disfrazada de justicia con parodias de juicios donde no existían realmente las garantías procesales y las sentencias estaban previamente dictadas; si alguien duda: recordemos que en el juicio a los aviadores, mecánicos, etc. de la Fuerza Aérea de la República de Cuba fueron encontrados no culpables y Fidel Castro, cometiendo una aberración jurídica,  mandó a repetir el juicio con otro tribunal (esta vez presidido por el Comandante Manuel Piñeiro Losada, conocido por ¨Barbarroja¨). El Comandante Félix Pena que había formado parte del tribunal en el primer juicio  supuestamente se suicidó.

La búsqueda de hallar esa acta fue lo que me motivó  ir desde Pinar del Río hasta la Biblioteca Nacional en la ciudad de La Habana para buscar el volumen de las Actas del Consejo  de Gobierno de la República en Armas que la contenía y cuyo volumen no estaba en la Biblioteca Provincial de Pinar del Río. Esa acta está  contenida en mi artículo Un ejemplo de generosidad, transigencia y magnanimidad mambisa, el cual fue publicado en el número 40 de la revista Vitral (noviembre-diciembre del año 2000)  cuando yo aún residía en Cuba y era un asiduo colaborador de Vitral,  revista del hoy extinto Centro de Formación Cívica y Religiosa de la Diócesis de Pinar del Río,  fundado y dirigido por Dagoberto Valdés Hernández y del cual era Rector Monseñor José Siro González Bacallao, entonces Obispo de la Diócesis de Pinar del Río.  La lectura  de esa acta  me  dió una gran sorpresa al leer que el mencionado Consejo tenía que dar permiso para hacer llegar  alimentos a  la población de Puerto Príncipe (la ciudad de Camagüey) y dejar entrar y salir de las poblaciones a los llamados  pacíficos, que eran aquellas personas que en la guerra  no pertenecían ni  actuaban a favor   de  ninguna de las partes contendientes.

Esa  Acta del Consejo de Gobierno de la República de Cuba en Armas (Presidido por Bartolomé Masó) fue tomada de:

Llaverías, J. (1931). Actas de las asambleas de representantes y del Consejo de Gobierno durante la Guerra de Independencia Volumen 4. La Habana: El siglo XX, pp. 128-132,  Joaquín Llaverías Martínez (1875-1956) fue  académico de número de la Academia de la Historia de Cuba, El gran historiador Emeterio Santovenia fue otro de los autores de la recopilación y edición de esas actas.

Acta del Consejo de Gobierno

En La Viuda – Camagüey - a primero de Septiembre de mil ochocientos noventa y ocho, reunido el Consejo de Gobierno bajo la presidencia del Presidente de la República Mayor General Bartolomé Masó y Márquez, con asistencia de los señores Dr. Domingo Méndez Capote, Vice Presidente y encargado interinamente del despacho de la cartera de Guerra; Ernesto Fonts y Sterling, Secretario de Hacienda; Nicolás Alberdi, Sub-Secretario del Exterior en el desempeño de esa cartera por ausencia del Secretario en propiedad, y de mí, Secretario nombrado al efecto por enfermedad del Sr. José Clemente Vivanco, que lo es en propiedad, se declaró abierta la sesión, dándose lectura al acta de la anterior, que fue aprobada.

Da cuenta el Secretario de la Guerra con un expediente de indulto, iniciado a favor de los Sres. Enrique Lezcano, José Vázquez, Julio Muñoz, Froylán Toledo, Teodoro Castillo, Clemente Martínez y Benito Pérez, condenados a la pena de muerte en Consejo de Guerra en que fueron juzgados como traidores. El Consejo de Gobierno oído los informes del Auditor de la primera Brigada, segunda División, del 3er. Cuerpo, fuerzas en la que se celebró el Consejo; el del Jefe que las manda, y el emitido en consulta por el Auditor agregado a las órdenes directas del Consejo de Gobierno; vista la petición de los interesados; acordó que ofreciéndosele preciosísima ocasión de ejecutar con oportunidad nunca evaluada y en obsequio de los altos fines de la Revolución, la más augusta de las prerrogativas con que la Sociedad inviste al poder público, acuerda conceder el indulto que solicitan los reos.

Da cuenta el Secretario de la Guerra de una carta suscrita por el General Lope Recio manifestando en ella la necesidad de acudir en socorro de las familias que residen en Puerto Príncipe y pidiendo al Consejo permita3 la introducción y venta de carne en dicho pueblo. El Consejo atendiendo a las razones de gran peso expuestas en dicha carta acordó autorizar a la comisión de Hacendados que en ella se refiere para que pueda introducir ganado en Pto. Ppe. para el consumo de las familias pobres, no pudiendo vender la carne a un precio superior a cinco centavos la libra, debiendo depositar el importe de la venta en poder de la persona de respetabilidad que designe el General Recio, y se aplicará lo que se recaude al fin benéfico que oportunamente se acuerde. Asimismo acuerda el Consejo se pida a dicho General los nombres de los Hacendados a que se refiere para la dicha constancia.

El Consejo, evacuando la consulta que en su comunicación número 465 del libro 5o hace el General Jefe del tercer Cuerpo, Lope Recio, acuerda: conceder autorización a los dueños de fincas rústicas residentes en Pto. Ppe. para que pasen a sus propiedades a trabajar en la reconstrucción de las mismas. Que se permita a los pacíficos la entrada y salida en las poblaciones, y que se permita asimismo que los dueños, arrendatarios, poseedores o encargados de las fincas situadas en las zonas de los pueblos se establezcan en ellas.

Se da lectura a la petición que hace el Sr. José A. Hernández para poder vender la madera de su propiedad existente en la finca "Jiquimal" de su propiedad, en la zona de Ciego de Ávila. El Consejo acuerda autorizarlo para ello y que así se comunique al Jefe del Tercer Cuerpo, al Territorial para su conocimiento y efectos.

Se da lectura a la solicitud que hace la Compañía Eléctrica de alumbrado de Puerto Príncipe, pidiendo se le permita al C. Juan Silva el corte y arrastre de maderas para leña de la finca "El Jucaral" que necesita dicha Compañía para tener alumbrada la población de Puerto Príncipe. El Consejo acuerda conceder dicha autorización y que se comunique también a los Jefes Territorial y del 3er. Cuerpo.

Se presentan dos instancias suscritas por A. G. Fouceda y Mario de Zayas, pidiendo pase para el extranjero. Se acuerda concedérselos al primero en el bote al servicio de este Consejo y al segundo por vía de Pto. Príncipe, siendo los gastos por cuenta de los solicitantes.

Propone el Sub-Secretario del Exterior al Sr. José Eliseo Cartaya para el grado de Capitán del Ejército Libertador, con antigüedad de enero del año próximo pasado por los méritos y servicios que viene prestando desde hace tiempo y poseer además nombramiento de oficial expedido por el Delegado Plenipotenciario. El Consejo acuerda se le expida dicho diploma con la antigüedad que se señala.

Se da lectura a la siguiente instancia: " Ldo. Jesús Sotolongo y Lynch al Consejo de Gobierno con el debido respeto pide: se le conceda autorización para comenzar los trabajos preparatorios de la zafra y las faenas agrícolas a ésta aparejadas, en las fincas "Pilar", "Mercedes" y "San Gerónimo" situadas en la provincia de la Habana, propiedad del que suscribe y sus hermanos Vidal y Tomás. Siendo también necesario para los trabajos que se han de emprender ganados caballar, mular, vacuno y de cerda ha de concedérsele también que todos los que en adelante se adquiera a justo título sean respetados por las autoridades civiles y militares de la República, así como también los cercados que se hagan necesarios para el cuidado de las labranzas". El Consejo acuerda acceder a lo que se pide y que se den las órdenes oportunas a los Jefes de aquella provincia para su conocimiento y efectos.

Se da lectura a la siguiente comunicación: "Al Consejo de Gobierno.- Considerando y creyendo firmemente que el patriotismo y las reglas del Derecho Internacional que han de hacerse efectivos en estos momentos en que se ha resuelto el problema de la independencia de Cuba, nos obliga a retirarnos inmediatamente del Poder para facilitar el cumplimiento de los fines que han de realizarse, y no siendo éste el criterio que aprueba, acepta o cree más conveniente el Consejo de Gobierno, sírvase Vd. aceptar la renuncia inmediata e irrevocable del cargo de Secretario del Interior que hasta aquí he venido desempeñando. De Vd. con la mayor consideración.- P. y L. Agosto 25 de 1898- Manuel R. Silva.

Manifiesta el Vice Presidente que con posterioridad a esa fecha recibió una carta del Sr. Silva en la que trata con más extensión las causas que le mueven a presentar su renuncia; se da lectura a dicha carta y se acuerda consignar el final de ella que copiado literalmente dice: "A mi juicio nosotros debemos lanzar un manifiesto renunciando a nuestros poderes y suspendiendo la convocatoria4 por no poder efectuarse y así cumplimos mejor. Si este juicio no se acepta yo exijo que mi renuncia lo sea, pues me creo con derecho para defender y conservar mis convicciones y no volveré a incorporarme al Gobierno como miembro del mismo". El Consejo después de deliberar extensamente sobre el asunto, teniendo en cuenta que las manifestaciones y criterio del Sr. Silva son completamente distintos de los que sustenta el Consejo de Gobierno principalmente en lo que se refiere a la renuncia de los poderes que le han sido conferidos por el pueblo, y creyendo necesaria la permanencia en sus puestos en los momentos en que se espera el resultado de esa convocatoria que hoy más que nunca cree necesaria el Consejo, acuerda, aceptar a dicho Secretario del Interior la renuncia que presenta, haciendo constar que ve con sentimiento la resolución por él tomada.

El Consejo de Gobierno: considerando que suspendidas las hostilidades no deben mantenerse vigentes disposiciones que coarten la libertad de los encargados de pactar la paz, cuando está ya reconocida por España y los Estados Unidos la independencia de Cuba y que en tales circunstancias es inútil privar al ejército español de noticias y prácticos que a veces hasta será un deber facilitarle para que pueda realizar la evacuación del territorio convenida con los Estados Unidos. Considerando que terminada la guerra deben cesar las pasiones y odios desarrollados durante la lucha, realizando de este modo la unión de todos los cubanos bajo nuestra bandera, que es símbolo de libertad y no de venganzas ni rencores. Considerando que en estos momentos los Jefes del Ejército deben extremar su celo para que no quede sin castigo ningún atentado contra la seguridad personal y que con ocasión del contacto entre nuestras fuerzas y las personas que han estado al servicio de España, no se ejerciten venganzas privadas en las que el crimen de uno mancha el prestigio de todos.

Acuerda el Consejo: Primero, suspender en sus efectos hasta nueva orden el párrafo segundo en su último extremo y los párrafos nueve, diez, trece, catorce y quince del artículo cuarenta y ocho de la Ley Penal. Segundo, conceder amnistía a los culpables de cualquiera de los delitos definidos en el artículo cuarenta y ocho de la misma Ley. Tercero, que se circulen al Ejército y autoridades de la República estas resoluciones haciéndoles notar los males que podrían sobrevenir de no observar una conducta de olvido y de perdón.

Se da lectura a la exposición que dirige el Presidente de la República de Cuba al de los Estados Unidos Mr. William McKinley y que queda para constancia asentada en el libro segundo de salida al folio doscientos noventa y cuatro con el número doscientos cincuenta y Libro 2o correspondiente a la Secretaría del Exterior. El Consejo acuerda aprobar en todas sus partes dicha exposición y que por nuestro Representante en el extranjero sea entregado dicho documento5.

Se da lectura y se aprueba la publicación de dos alocuciones dirigidas la primera al "Ejército Libertador" y la segunda "A los habitantes de territorios cubanos no ocupados aún por las fuerzas del Ejército Libertador", acordando sean certificados un ejemplar impreso de cada una de ellas por el Secretario que suscribe y archivadas para constancia.

El Consejo acuerda nombrar comisionados especiales para los siguientes Cuerpos de la división militar de la República comprendiendo las ciudades y los pueblos radicados en los mismos ya estén bajo nuestra directa autoridad ya los ocupen España o la América del Norte; para las poblaciones y territorios del Primero y Segundo Cuerpo, el Comandante de Estado Mayor Manuel Despaigne; para los del Tercer Cuerpo al Director Jefe de Sanidad Militar General de Brigada Dr. Eugenio Sánchez Agramonte; para los de la primera División del Quinto Cuerpo, Matanzas, al Teniente Coronel del Cuerpo Jurídico Lcdo. Octavio Giberga y Galí; para los de la Segunda División del Quinto Cuerpo, Habana, al Auditor General, Jefe del Cuerpo Jurídico General de Brigada, Fernando Freyre de Andrade, dándoles la siguiente credencial con las facultades que se expresan: ‘El Consejo de Gobierno en sesión celebrada el día de hoy, acordó nombrar a Vd. comisionado especial al objeto de que, con el carácter oficial de representante del Gobierno, y por éste debidamente instruido y facultado, se constituya personalmente y acompañado de los auxiliares que designe en el mencionado territorio, disponga y realice libremente por sí o por medio de sus auxiliares las medidas y actos de propaganda y organización política que juzgue conducentes a armonizar la opinión y el sentimiento de los habitantes con las mantenidas por el cuerpo revolucionario y la entidad que los dirige, al intento de favorecer en toda la extensión del país el desarrollo de un movimiento uniforme y encaminado al fin único de asegurar para la entera población de Cuba el ejercicio de la soberanía y el disfrute de la libertad dentro de un régimen sinceramente democrático y expansivo; funde Comités, Clubs y agrupaciones civiles de cualquier otra especie tendientes a la determinación y desenvolvimiento del propósito indicado; elija y nombre representantes, agentes y cualquier otros funcionarios civiles que juzgue necesarios para cooperar al propio fin; comunique con los ya nombrados y con las fuerzas militares residentes en dicho territorio e instruya a todos del pensamiento y tendencia del Gobierno, inspirándoles la línea de conducta que deben observar en relación con la situación y momentos políticos presentes y con el probable progreso y dirección de los acontecimientos; y en suma, acuerde y practique cuantas diligencias y gestiones sean a su juicio de oportunidad y de eficacia para ganar a nuestra causa el espíritu del pueblo cubano, en cuanto disintiere encauzar las distintas corrientes de nuestra sociedad hacia un solo rumbo, marcado por la estrella de nuestro pabellón, y organizar las diferentes fuerzas colectivas dentro del mismo todo, como medio el más adecuado y tal vez exclusivo para el logro de los ideales de paz, justicia y libertad que dieron nacimiento a la Revolución y han inspirado invariablemente todas sus determinaciones. Por tanto, las autoridades y funcionarios civiles y militares de la República prestarán inmediatamente al Comisionado o a cualquiera de sus auxiliares, con absoluta preferencia a cualquiera otra atención o servicio de su cargo, los auxilios de cualquier género que reclamen de los mismos, poniendo a su disposición las fuerzas y recursos que solicitaren. Y para que sirva de credencial al interesado y de requerimiento a quien se exhiba se expide la presente firmada por el Presidente de la República’.

Da cuenta el Secretario del Exterior con las cuentas que para su examen e informe le fueron entregadas correspondientes a los meses de Junio y Julio, que fueron presentadas por el Secretario del ramo. Fueron aprobadas y quedando copia duplicada en Secretaría del Consejo.

Y no habiendo otro asunto de que tratar se dió por terminada la sesión.- Bart. Masó.- Domingo Méndez Capote.- Ernesto Fonts Sterling.- Dr. N. Alberdi.

Sobre  la persona de Máximo Gómez

Máximo Gómez, con grandes méritos militares,  tenía un carácter veleidoso según leí en un libro allá en Cuba, lo cual era ejemplificado con su trato voluble respecto a los ¨pacíficos¨ . Para mí es muy sugnificativo que Máximo Gómez dió la orden de ahorcar a todo el que llevara a un campamento mambí un mensaje para firmar la Paz del Zanjón y al que la firmara y, sin embargo, él después se acogió a la Paz del Zanjón. 

Hay un pasaje de Máximo Gómez donde él golpea salvajemente al infeliz negro ¿Edua? que le servía de ordenanza por algo que ya no recuerdo, En el diario de José Martí que han titulado De Cabo Haitiano a Dos Ríos, Martí escribe que a él llega un coronel del Ejército Libertador sumamente enojado porque Máximo Gómez lo había humillado y le dice a Martí que él está peleando para que no hubieran humillaciones en Cuba.

 Antonio Maceo pidió el grado de Lugarteniente General para no estar subordinado a Máximo Gómez, pues aunque en el Exilio en Centroamérica habían sido compañeros de correrías de mujeres (aparece narrado en uno de los tres volúmenes que escribió el historiador José Luciano Franco sobre Antonio Maceo) , sabía del carácter del ¨chino viejo¨. Dado que no había esa subordinación es que Antonio Maceo pudo, tras el fuerte  desencuentro con José Martí en  la reunión de La Mejorana,  tratar a Gómez y a Martí  de manera inadecuada, de la cual Máximo Gómez dejó constancia en su diario:

  “(…) nos condujo a las afueras de su campamento, en donde pernoctamos solos y desamparados, apenas escoltados por 20 hombres bisoños y mal armados”.

 Máximo Gómez tuvo serios problemas con el Consejo de Gobierno Presidido por el Mayor General Bartolomé Masó; ya en tiempos de paz ocurre el error de Máximo Gómez  al  estar de acuerdo  con el dinero (3 millones de dólares)  que  Porter le propuso para la paga del Ejército Libertador (no confundir con el dinero para el licenciamiento del Ejército Libertador, licenciamiento pedido por Manuel Sanguily, Juan Gualberto Gómez y otros patriotas en una importante reunión); entopeciendo así  la  estrategia política y financiera  de la Asamblea del Cerro y de la Comisión creada para negociar ese asunto con el gobierno de los Estados Unidos. Ese asunto lo abordo con muchos detalles  en mi libro:


Veamos como el comandante de la división Cuba, el  General americano John R. Brooke recibió el país el 1º  de enero de 1899.

“Muchedumbres hambrientas pululaban por todas partes y  cubrían con harapos de luto por la muerte de deudos más  o menos próximos cuerpos extenuados hasta lo  inverosímil, o a veces, hasta lo inverosímil también  abultados por la hidrohemia. Aquellas pobres gentes,  sin auxilio alguno, habían agotado sus recursos y  echado mano de toda clase de alimentos. Los más  inmundos y repugnantes animales se devoraron con  deleite y se buscaron con empeño frenético. Las raíces,  los troncos y las hierbas se utilizaron también”.

“Las mujeres y los niños famélicos buscaban en los  pesebres de las fuerzas de caballería acampadas en las calles y entre la tierra polvorienta los granos desechados, para comerlos crudos, y las semillas y  cortezas de las frutas se recogían también como  preciosos hallazgos. Con frecuencia llevábanse a  pedazos, y a pesar de los esfuerzos de la policía para  impedirlo, los restos de animales muertos de  enfermedades contagiosas” (2).

Fuente del anterior fragmento:.

2.- Cuba los primeros años de independencia. Dr. Rafael  Martínez Ortiz. Primera parte. Tercera edición. 1920.  Pág. 19

Para profundizar  respecto a la Reconcentración de Weyler  sería muy interesante leer el libro Guerra y genocidio en Cuba, 1895-1898,  de John Lawrence Tone; el cual está publicado en los idiomas Inglés y Español.





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