CUBA 2006: VERDAD, JUSTICIA Y RECONCILIACIÓN
Editorial. Revista "Vitral". No. 70. Noviembre-Diciembre de 2005
"Amnistía sin amnesia"
Adam Michnick
Cuba se apresta a vivir un nuevo año. El año 2006 de la Era Cristiana. El año 104 de la República de Cuba. El año 47 del socialismo cubano. A los 20 años de aquel Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), el primero después de que la Iglesia fuera prácticamente desmantelada por el sistema marxista leninista. A los 8 años de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba.
Un viejo refrán popular nos visita cada vez que se acercan las fiestas de Navidad y principios de año: "Año nuevo, vida nueva". Este refrán es un verdadero reto a la imaginación de los cubanos. Se transforma en una pregunta ineludible. Se trata de un desafío esencial. En fin, pensar, desear y actuar en consecuencia para descubrir, asumir y poner en práctica lo verdaderamente "nuevo" de un año que se abre en Cuba, se convierte en una necesidad vital.
Ya sabemos que los años, los días y las horas no son más que una forma de tomar conciencia de que el tiempo es un don que pasa y no regresa. Que se vive o no se vive. Que se usa para crecer o para morir. El tiempo es la medida de la vida y de la acción humana para transformar y mejorar el mundo o para hacerlo menos humano y peor vivible. Nada hay fuera del tiempo. Nadie puede ponerse fuera de él. Ni jugar con el tiempo de su propia vida y menos disponer o dañar el tiempo de vida de los demás. Nadie ni nada puede disponer del tiempo de vida humana que nos toca a cada uno de los seres vivientes.
El tiempo es una prerrogativa de nuestra libertad, aún más de nuestra dignidad, todavía más el tiempo es la oportunidad irrepetible para completar la redención de cada ser humano. Y esa redención no puede ser ni administrada ni planificada, y menos entorpecida por nadie bajo el sol. Nadie hay fuera del tiempo, más que Dios, y aún Él quiso compartir su eternidad al ritmo del tiempo de este mundo. Jesucristo es la encarnación temporal de la eternidad exclusiva de Dios. Nadie, más que Dios, es ni eterno, ni dueño del tiempo, ni de la historia. Nadie que no lesione gravemente la libertad humana y su último destino puede disponer, autoritaria o arbitrariamente, del tiempo de cada persona y de cada nación. Ni Dios lo ha hecho así: "…a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de los esclavos, pasando por uno de tantos. Y así actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y un muerte de cruz."(Carta de San Pablo a los Filipenses cap. 2. Vers.1-11)
Cuando los hombres pretenden asumir el papel de Dios se disloca la función del tiempo y suplantan la libertad de cada persona y de cada pueblo para usar el tiempo para la propia redención humana y para caminar, según las propias opciones, libres y responsables, hacia la trascendencia definitiva. Más aún se violenta la dinámica de la misma Transcendencia que llamamos Dios y que se reveló como persona, respetando y compartiendo el tiempo de los demás.
De modo que lo primero que deseamos a nuestros lectores y a todos los cubanos y cubanas para el Año Nuevo 2006 es que podamos ejercer la plena soberanía sobre nuestro tiempo de vida. Lo que equivale a decir que seamos los responsables y "protagonistas de nuestra propia historia personal y nacional", mensaje central -tres veces reiterado- del Papa en Cuba.
Y esto sería ya mucho y bueno para el año que comienza. Ser soberano de la propia vida y de su tiempo, ser protagonista de la propia historia es tarea de toda la vida, de todo el tiempo disponible para las personas y los pueblos. Quizá sea un deseo y un augurio demasiado grande y tremendo para un solo año. Quizá pudiera ser, más bien, aspiración suprema y meta perspectiva. Proyecto y horizonte. Ese proyecto de vida vale la pena vivirlo y lo deseamos para todos los cubanos sin exclusión. Pero sin horizontes no hay camino, ni andaduras, ni vida.
Entonces el augurio se torna en un deseo más a la medida de un año, de un tiempo más humano y medible: Ser protagonistas y soberanos de nuestro tiempo y de nuestra vida pudiera comenzar por formularse como dar los pasos necesarios para llegar a ese horizonte de plenitud de libertad y desarrollo humano integral. Pasos cortos y mirada larga. Esta quizá siga siendo la combinación más realizable y medible para alcanzar altas metas. Esa es la dinámica que queremos vivir con todos los cubanos y cubanas y que le deseamos como praxis para el 2006 y años por venir.
La historia vivida desde hace medio siglo por nuestro pueblo, tiene la marca visible y lamentable del daño antropológico que estas experiencias han dejado en el alma del pueblo cubano, por un lado y por otro, sin olvidar la herencia cultural y espiritual de Varela y Martí, herencia de virtud, verdad y perdón. Heredad de transparencia sin ensañamientos y de rosa blanca para quien arranca el corazón. En una frase: la herencia vareliana y martiana de verdad con amor y de justicia con magnanimidad. Desde esta mística cubanísima, deseamos al pueblo cubano para el año 2006 y para los años venideros estos tres pasos hacia el horizonte altísimo de la libertad personal y el protagonismo nacional, Verdad, Justicia y Reconciliación. Sin viejos mecanismos ni nuevos autoritarismos.
Son pasos, no metas en sí mismas. Son para llegar a un horizonte que se volverá a alejar hasta que cada cual logre la trascendencia total. Es decir, hasta que concluya el tiempo que se nos ha dado para llegar a la plenitud de nuestra humanidad redimida.
Pero cada paso trae el otro y uno detrás de otro pueden crear un itinerario de desarrollo personal y social que vaya haciendo ciudadanos libres y naciones responsables. Ni súbditos irresponsables, ni naciones parias. Un paso sólo no hace el camino. Ni el de mañana puede darse antes que el de hoy. Pero podemos adelantar el ritmo y alargar el paso.
Se habla mucho de reconciliación en pueblos que han sufrido divisiones, desarraigos, exilios, dispersión, violencia de cualquier tipo y muerte de la única que hay, sea del cuerpo o del alma. Pero la reconciliación no es ni un decreto ni un reflejo incondicionado. Creemos que la reconciliación es un proceso, un itinerario, consciente y ordenado, que necesita de ciertas condiciones sin las cuales la reconciliación es mueca sonriente y pantomima transitoria.
No hay reconciliación sin justicia. No hay justicia sin verdad. No hay verdad auténtica sin magnanimidad. Y no hay nada de esto sin amor: "Es el amor quien ve".
Levantándonos de la postración del inmovilismo y del desánimo de la queja infértil. Recorramos conscientemente estos tres pasos del camino hacia la reconciliación: Verdad, Justicia y magnanimidad.
Verdad. No pueden cerrarse las heridas sin saber cuáles han sido las causas y las consecuencias del daño. Primero reconocer la verdad, la parte de verdad que cada cual tiene, que cada parte reconoce, que objetivamente ha sucedido. Las Comisiones de la Verdad en aquellos países que han vivido un proceso de transición han desempeñado un sereno y pacificador servicio de esclarecimiento y transparencia que ha ahorrado años de sufrimientos que han venido en aquellos países, familias y relaciones interpersonales que se han "cerrado en falso". Es decir, que se ha intentado reconciliar sin reconocer los errores de todos los lados y sin investigar las verdaderas huellas del tiempo pasado. Verdad para que sirva de experiencia. Verdad no para restregar en la cara de todos los tiempos sino para evitar que se caiga en los mismos errores del pasado. Verdad sin ensañamiento. Verdad como fundamento de la paz. No hay paz en la mentira. No hay reconciliación en el disimulo o el ocultamiento culpable de los errores. Los cristianos lo experimentamos en el sacramento de la Reconciliación. Sacramento es señal, signo de una realidad mayor y más trascendente. Queremos que sea así también en lo social.
Justicia. La justicia es el segundo paso del camino de la reconciliación y la paz. "La paz es obra de la justicia" "La justicia y la paz se besan"-dice la Biblia. Los errores deben ser rectificados y purgados. La justicia es la satisfacción de la deuda que adquiere con la sociedad quien la daña de cualquier forma y desde cualquier bando. Un poder judicial independiente y como garantía del debido proceso es la estructura que puede ayudar a dar este segundo camino hacia la reconciliación nacional. Pero no es tampoco verdadera la justicia implacable. La historia nos ofrece demasiadas muestras de "justicias implacables" de guillotina, paredón y venganzas. La justicia no es ajuste de cuentas entre grupos, ni revanchas de las víctimas contra sus victimarios pues esto no es más que invertir los papeles y poner un eslabón más a la cadena de la violencia. La pena de muerte debe ser abolida en todos los países del mundo porque ninguna justicia humana puede disponer de la vida de ninguna persona, por mucho mal que haya hecho. Justicia despiadada es violencia institucionalizada. Ya lo decían los antiguos: la suma justicia es la suprema injusticia. Justicia sin misericordia es ensañamiento. Justicia sin magnanimidad es rastrero instinto animal. El paso de la justicia es un paso en falso si no se da entre el paso de la verdad y el paso de la magnanimidad.
Magnanimidad. Es la prueba de la humanidad del proceso. Es la piedra angular de la reconciliación. Viene de "magna" y de "ánima". Significa: grandeza de alma. Es decir, la capacidad de pasar por encima de rencores y de odios, por encima de venganzas y ensañamientos y respetar la dignidad intrínseca de toda persona humana y la condición falible y perfectible de nuestra condición humana. La magnanimidad es el paso inmediato a la reconciliación. Es levantar el alma y aprender a perdonar sin disimular. De amnistiar sin obviar la verdad de los hechos y la justicia debida. Los frutos tangibles de la magnanimidad son la amnistía de los presos, la reducción de las condenas, la conmutación de la pena capital allí donde todavía exista como rémora de la era salvaje de la humanidad. Lezama Lima, el mayor poeta cubano del siglo XX recordaba que los persas llamaban a la cárcel "la casa del olvido". Pero amnistía no supone siempre total amnesia social. Vale olvidar al pecador que acaba de confesarse pero no debe olvidarse el pecado cometido para no volver a caer en él o para alejar lo más posible las causas que lo produjeron, pero, sobre todo, para sacar las lecciones de la historia. No olvidar, sin embargo, no significa regodearse a cada paso con las culpas pasadas. Sacar a cada paso el error cometido. No se trata de cerrar las puertas a la rehabilitación personal en el tiempo que se crea conveniente según la justicia.
El resentimiento y la continua enarbolación de las culpas pasadas son contrarias a la justicia y a la magnanimidad y son el estorbo mayor de la reconciliación entre las personas, las familias y los miembros de un pueblo. La antesala de la reconciliación es precisamente tener la decencia y el sentido común de no sacar continuamente los errores, ni propios ni ajenos. Eso no sana sino encona. El resentimiento diseca y falsea el camino de la justicia y de la paz y no permite que los pueblos reconstruyan su futuro.Tiene que llegar el tiempo, satisfechas la verdad y la justicia, en que no se saquen más las culpas del pasado y la dinámica social se atenga a las actuaciones objetivas del presente.
Venga pues, para Cuba, este camino de reconciliación que no podremos hacer si saltamos estos pasos o nos detenemos morbosamente en alguno de ellos.
Verdad, Justicia, Magnanimidad. Comencemos por nuestras familias, nuestros barrios, nuestros centros de trabajo, nuestras comunidades religiosas y cívicas, entre los partidos políticos y las diferentes tendencias ideológicas. No se trata de diluir los principios sino de alzarlos más allá de las ideologías y los partidos. Estos no pueden ni deben ser principios de la vida, sino medios para llegar a un ejercicio soberano y responsable, solidario y fraterno de la libertad personal y del protagonismo social.
Si logramos dar algún paso corto pero seguro, pequeño pero perseverante, en cualquiera de los tres campos, con la mirada alta, la visión larga y la gradualidad histórica, habremos abierto la puerta de Cuba a la reconciliación nacional, que tampoco es fin, sino camino hacia el crecimiento humano, el progreso social y la felicidad alcanzable en el tiempo que tenemos para vivir en plenitud esta nuestra vida terrena, es decir, nuestra única oportunidad.
Si comenzamos hoy, en lo personal, en lo pequeño, podremos decir con verdad, con justicia y con un alma grande y sana:
Cuba: ¡Feliz Año Nuevo 2006!
Así será nuevo de verdad.
Pinar del Río, 20 de noviembre de 2005
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