¿POR QUE LOS CUBANOS SIGUEN SIENDO CUBANOS?
Nota del Blogguista:
Por ver donde hasta algunos cubanos no ven: ¡¡ GRACIAS !!
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Artículo sobre los Cubanos. Escrito por un periodista mexicano.
¿POR QUE LOS CUBANOS SIGUEN SIENDO CUBANOS?
Victor Moné
México
Cortesía de:
Maribel Spiropoulos
La Nueva Cuba
Julio 3, 2006
Salen de una isla pequeña y se han diseminado por todo el Mundo.
Uno es profesor en una universidad de Australia; otro, abrió en Alaska un restaurante.
Nada los arredra, ni el frío ni el calor. Los seduce el trópico de la Florida pero soportan igualmente a pie firme los hielos de Boston y Nueva York. No mendigan: trabajan. Los que allá eran pobres, aquí son ricos.
Los que allá eran medio pelo, aquí son pelo y medio. Ningún obstáculo sujeta su laboriosidad beligerante si la oferta es digna. Uno es rector de la Universidad; otro, maquilla muertos. Cambian, pero en la superficie.
En Miami, siguen jugando bolita, peleando gallos escondidos y enviando los hijos a la escuela privada.
En Madrid, están contra José Luís Rodríguez Zapatero y en Caracas, contra Hugo Chávez. Siempre en la oposición. Se les critica y se les envidia pero en el fondo se les admira. Gallegos por el trabajo y judíos por la voluntad de sobrevivir constituyen una legión empecinada que no se deje ignorar.
Traen su música calurosa, el ruido, los frijoles negros y la palomilla con moros y maduros. Pero traen sobre todo la simpatía, la cordialidad y la laboriosidad.
¿Quiénes son? Son los cubanos del destierro, la única población mundial trasplantada que (salvo los hebreos) en un tercio de siglo no ha perdido su identidad. Los que admiraban a Cuba desde lejos como ejemplo supremo de pujanza latinoamericana, los que veían a Cuba como un milagro étnico y cultural donde todo parecía un relajo pero todo funcionaba bien, ya no tienen que ir a Cuba para conocerla. Aquí la tienen. Ésta es Cuba. Estos son los cubanos. Exagerados, fanfarrones, ruidosos, sí. Pero también vitales, intensos y profundamente creadores
¿Qué no han hecho en estos 46 años los cubanos del destierro para sobrevivir con dignidad? ¿Qué actividad manual o intelectual no han ensayado, en éste ó en aquel país, por complicada que pareciera, para no quedarse detrás, para no dejarse discriminar?
En algunas de esas actividades han llegado tan lejos que superan a emigraciones que los precedieron por cerca de medio siglo. No hay hospital en Estados Unidos donde no haya hoy un médico cubano. No hay periódico donde no haya un periodista cubano, ni banco donde no haya un banquero cubano, ni publicitaria donde no haya un publicitario cubano, ni escuela donde no haya un maestro cubano, ni universidad donde no haya un profesor cubano, ni comercio donde no haya un manager cubano.
En las Grandes Ligas del béisbol el nombre de más color y brillo es el de un cubano. En Madrid, el primer poeta latinoamericano es un negro cubano.
En la Coca Cola, Kellog's, McCormick y tantas otras su dirigente fue un cubano. Hasta en el Congreso de Washington, en las dos cámaras se sientan en su modestia y en su eficiencia varios cubanos.
En las tierras prestadas el extranjero parece llevar siempre en la frente la marca del sitio de donde viene. Los cubanos llevan a Cuba. La enaltecen y la honran, porque además de en la frente, la llevan en el corazón. Pero hay algo en el desterrado cubano, a mi juicio, superior aún a esa actividad profesional triunfante. Y es su odio al despotismo del que huye, su amor a la tierra que dejó. Eso lo separa y lo define. Eso da a sus triunfos en medio del desarraigo, una grandeza que de otro modo no tendría.
¿Por qué, preguntan algunos, no se acaban de quedar tranquilos los exiliados cubanos?
¿Por qué no aceptan de una vez que perdieron la batalla, que Castro les ganó, y que con los medios de que disponen nunca podrán vencer a la tiranía?
Se han afincado definitivamente en esas tierras hospitalarias que los han acogido y donde viven en lo material muchas veces mejor que como vivían allá. Los que preguntan no conocen a los cubanos. El cubano sabe esto: aún teniéndolo todo, si le falta Cuba, no tiene nada.
Quizás por ello han hecho su Cuba aquí. Sabe más todavía. Sabe que esa prosperidad de que disfruta, lejos de su isla hambreada y aterrada, es en cierto modo una forma de traición. Por eso, si se mira bien, se verá que a veces parece que el cubano ríe, pero en realidad está llorando por dentro.
Le nace el hijo, le crece, se le gradúa en la Universidad, pero el cubano suspira:
¡Ah, si estuviera en Cuba! Compra una casa, su auto, o su lancha,y sigue suspirando:
¡Ah, si los tuviera en Cuba!
De una manera misteriosa, que no puede definir, hay un vínculo con aquello que tira de él hacia allá. Ahora que la perdió sabe que no puede vivir sin Cuba, y la sueña de noche, y le agiganta los valores, y la embellece y la idealiza, y se culpa de no haberla entendido mejor, y la recrea en sus cantos y bailes, y la revive en sus historias, en sus costumbres y en sus comidas.
¿Por qué compran hoy los cubanos más libros cubanos que nunca? ¿Por qué tienen sus casas, sus negocios y sus oficinas, llenas de palmas, de banderas, de escudos y de retratos de Martí?
Por qué aunque son USA citizens SIGUEN SIENDO CUBANOS. ¿Por eso se reúnen en los municipios borrando antiguos antagonismos de partido o clase?
Porque el cubano sabe que lo único auténticamente suyo fue SU Cuba y que a ella quisiera el poder regresar. Ahora la tiranía castrista anda en sus estertores finales, se ve claramente que el cubano se ha estado preparando siempre, aunque no lo supiera, solo para ese momento del regreso.
No les importa que les digan que todo lo que dejará la tiranía es hambre y ruina. No les preocupa que le devuelvan la residencia o el negocio, si lo tenían. Lo único que desean es volver. La casa donde nació está derruida, al pueblo se lo han puesto desconocido, la madre ha muerto. Pero no importa.
El exiliado quiere de todos modos ir a esa casa, a ese pueblo y a esa tumba. La Patria empieza ahí. En el exilio tropezó, erró, y se equivocó, pero está salvado también porque en el fondo de su ser nunca traicionó a Cuba. Cuando lleguen ese momento muchos volverán, otros no podrán hacerlo, pero la semillas que dejaron donde estuvieron exiliados no los olvidaran perduraran por siempre y para siempre porque lo hicieron con sacrificios, tenacidad y amor. Y aunque a lo mejor no tendremos la oportunidad de leerlo muchos escribirán sobre su paso aquí para orgullo de sus descendientes.
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Autor An'onimo
Cuando Dios hizo al mundo, quedó tan asombrado por la bonitura de su obra, que dejó caer entre los dedos cascajos involuntarios que fueron la más bella chambonada de la creación: el archipiélago cubano.
Conmovido por la feliz casualidad, no puso en él ni fieras ni escorpiones, ni víboras ni volcanes, ni cosa alguna que lastimara a los soñadores de la intemperie. Fue así que con el tiempo y los sucesos nació lo criollo en el aluvión de las razas, golpe de amor y faena, en la obsesiva añoranza de ser país , nación, desmesura de lo suyo.
< --- Grupo Havana's Nights De España heredaron la adarga y la terca altanería quijotesca; de África el pié fácil para el baile, el oído musical, la sonrisa a ultranza, de China la tenaz resignación, el misterio; de Francia la discreta elegancia del amor en pareja, los adornos de la vida.
Todo el aire que respiran viene del mar, la arena de sus playas es como polvo de oro, en su tierra la semilla germina sin ayudas, no tienen inviernos ni veranos, sino todo lo contrario, con una media de 25oC, imprevistos y efímeros aguaceros y una corta temporada en que las masas frías anulan algunas horas el paisaje.
Al cubano le gusta el buen vivir sin debérselo a nadie y para conseguirlo ejercita todas sus artes y mañas, apela a la suerte, a lo divino, o lo resuelve con picardía tropical. Aunque todavía usan bueyes para roturar la tierra, ya se ven desde el cosmos y comprueban que los cartógrafos no se equivocaron al dibujarlos con silueta de caimán.
Apuestan siempre a tener lo mejor, ya sea la mujer o la tumbadora, los zapatos o el sillón del portal. Les gusta la mesa bien servida, el menú diverso, suma sabrosa del congrí, el pollo frito y los tachinos , el tasajo con boniato, el picadillo con papas fritas, el puerco asado y la yuca con mojo, los frijoles negros, el huevo frito, el chilindrón, el fricasé o el ajiaco resucitador.
Son también apegados al dulce, los cascos de guayaba, el ajonjolí , el boniatillo y la raspadura, los merengues, el flan, la natilla y caramelos, pero lo mejor de su dulce azúcar pasa por los alambiques y termina en los toneles donde se añeja un ron superior. Al final, la imprescindible tacita de café, sabroso, aromático, y el habano de perfume sonsacador, quizás lo único que les sigue identificando con los primeros cubanos.
Pero también saben sentarse a la mesa escasa, si no hay pan comen casabe, todos los días repiten el milagro de los panes y los peces, son inventores audaces de la supervivencia.
El cubano lo sabe todo, lee los periódicos entre líneas y sólo necesita un par de cervezas para arreglar el mundo. Eso sí, es de memoria flaca, no devuelve libros prestados y sólo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. La necesidad ha sido su maestra, el orgullo su consejero, pero atienden más a las razones del corazón que a las evidencias de la oportunidad y la conveniencia. Son gente de paz, no les ciega la victoria, pero no saben perder.
Enfrentaron la dominación colonial con coraje, pelearon en condiciones inferiores contra tropas más numerosas que la suma de las emplazadas contra O´Higgins, San Martín y Bolívar. Entre ocho mil especies de su rica flora, adoran a la Ceiba , respetan la palma real, árbol nacional, su flor es la mariposa y el ave nacional es el tocororo.
Su deporte es la pelota, su juego el dominó, con piezas que suenen fuerte sobre la mesa. Necesitan muy poco espacio para ser felices, saben multiplicar los domingos, son fiesteros, desinhibidos, noveleros, rehúsan el tratamiento de usted, entran en las casas hasta la cocina, se burlan de su propia desgracia, hasta en los funerales se cuentan chistes.
Son el mejor amigo del perro, cohabitan también con gatos, cotorras y gallos finos. Les gustan las azoteas, los balcones, el rumor de las guitarras y los ríos, el esplendor bullicioso del carnaval, la playa, el malecón, la guayabera, la cerveza helada. Son dicharacheros, escandalosos, desmesurados.
Hijos del cálido clima en los límites tórridos, se les tilda de violentos, improvisadores, tropicalmente despaciosos, amigos del choteo y del relajo, expansivos, inconstantes, derrochadores, presumidos. Desprecian a los delatores, envidiosos, a los cazadores de oportunidades ajenas, detestan la ambición, la mentira y la avaricia, la doble cara y el lamento.
Saben apreciar lo grandioso de la menudencia, la brevedad de la vida, el sentido obligado de la reciprocidad, aunque, como dijera un patriota, a veces no llegan y otras se pasan. Creen en el azar, el martes trece y los horóscopos, en la cartomancia, el biorritmo y el mal de ojos. Tienen varios dioses y cielos, su Olimpo está disperso de Nairobi hasta Roma.
Cuba es hacendosa y constante, candorosamente hospitalaria, espontánea, solitaria, material noble para cualquier noble empeño. Es también una palabra bonita como guaracha, mulata, guateque, siboney. Sus hijos son buenos en los oficios y artes, y también en el amor, que hacen con vehemencia y concediéndole tiempo al encanto. No les asustan los huracanes ni los augurios, si se miran a un espejo, ven la buena voluntad con biografía complicada.
Son, en fin, lo que son: cubanos.
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La otredad lejana.
Por Emilio Ichicawa
Recuerdo nítidamente aquella madrugada habanera en que el estudioso cubano Jorge Ferrer disputaba en voz alta con Zequeira y Milanés acerca del discurso cubano sobre la “excepcionalidad”.
El cubano medio cree que el Almirante sentenció para su isla y solo para ella que era la tierra “más fermosa” que ojos humanos habían visto. No una tierra bella entre las bellas, o de las primeras en hermosura, sino simple y definitivamente “la más fermosa”. Paradójicamente, también estamos convencidos de que fue (sin serlo) Jose Martí quien aseguró que Cuba y Puerto Rico eran “de un pájaro las dos alas”.
Nada de eso. No hay más que visitar un restaurante o una factoría de La Florida para darse cuenta de que aún el cubano más simple cree que hay algo que lo distancia del boricua, aún si este pertenece a un estrato económico mayor y está ajustado al sistema linguístico-cultural y jurídico-político norteamericano con mayor soltura.
Más aún, el cubano medio no se considera caribeño, y ese sentimiento es algo que la propia revolución castrista ha potenciado, coincidiendo así con la imaginería de una parte del exilio. A nivel administrativo e ideológico, por ejemplo, en la isla se habla de “Cuba y El Caribe” (como también, por cierto, de “Cuba y América Latina”), donde la conjunción “y” expresa un distanciamiento ilegítimo.
Analíticamente, el “discurso de la excepcionalidad” puede resultar masoquista o narcisista. De más está decir que un pueblo que se considere el más infeliz o desgraciado del mundo opera también con una cláusula de singularidad, pero busca la diferencia a partir del automaltrato. La excepcionalidad cubana procede de forma narcisista. La técnica es muy simple: hiperbolización de virtudes; exageración de méritos incluso hasta el nivel de defectos.
Un querido amigo me dijo un dia bromeando que, junto con Ruben Darío, hay un aporte importante de Nicaragua a la cultura universal: el dulce conocido como “Tres leches”. Sin embargo, cualquiera puede visitar hoy el restaurant Versailles, en plena calle 8 miamense, y disfrutar de un postre cubano nombrado “Cuatro leches”. Y según me ha comunicado otro amigo, en alguna cafetería cubana de Westchester ya han empezado a servir un “Cinco leches”.
Lo curioso de todo esto es que el cubano no forja su excepcionalidad en un autismo cultural, la quietud o en la falta de curiosidad; una de las claves de la cuestión está en que esas mismas pretensiones de grandeza se sustentan en el cotejo con la otredad lejana.
En un determinado punto de nuestra evolución cultural se empezaron a considerar algunos eventos como indicadores de eso que suele llamarse identidad cultural. Así, serían símbolos de cubanía la propensión al chiste, ciertos manjares como los frijoles negros, la calidad del béisbol, una musicalidad rítmica, la gracia del baile, la hermosura de la simbiosis racial sintetizada en “la mulatez”, etc. Cuando el cubano realiza el sueño Cuando el cubano realiza el sueño de viajar a la seductora otredad lejana, digamos a Viena, París o Roma, no hace más que potenciar todo esto que considera distintivo.
Es difícil que encuentre en Salzburgo un ritmo como el suyo; o en Praga una malanga tan amasada como la de Güines, un mango tan dulce como el del Caney o una piña tan olorosa como la de Ceballos. Viajeros de esa otredad, ya sea el gran Humboldt o la inquieta infanta, no harán más que mostrar fascinación por lo nuevo encontrado.
Pero, ¿qué sucedería si el cubano se confronta con la otredad cercana, si se asume como parte de esa rica microcivilización que se llama el Caribe? ¿Qué pasaría si escucha los tambores de Islas Caimán, si ve batear o fildear al dominicano Alex Rodríguez, si prueba las habichuelas puertorriqueñas, si le repasan los récords de Bob Marley o entra a una rueda de baile con mancebos y mulatas de las Bahamas? Creo que el cotejo con la otredad cercana aliviaría mucho la carga política e histórica que la "excepcionalidad'' endilga a la cubanía; aligeramiento muy propicio para fundar una Cuba de cara al futuro que se avecina.
Pero esto es algo que abordaré en el próximo artículo.
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El vacilón.
(Un ejercicio de identidad).
Por Emilio Ichicawa
"I movimenti dei ballerini prevedono aggraziate
oscillazioni, quelle che a Cuba si dice vacilar, e
Rico Vacilon é il titolo di uno dei brani piú noti di
Jorrín."
(Manisetti Tosti).
Sucedió en el apartamento de Nelson, otra estrella brillante, tan luminosa como Arturo. En una pieza sencilla y franca, adjunta a la clínica que una vez se llamó "La Covadonga" y hoy "Hospital de El Cerro" un grupo de amigos solíamos reunirnos semanalmente a discutir textos que siempre recomendaba el escritor Abilio Estévez. Nelson era matemático de formación y trabajaba en informática, Helena, asesora de la ONU para recursos naturales (especialidad: aves exiliares), yo enseñaba filosofía y Abilio era el alquimista que encontraba sentido a todas las perspectivas.
Un día recomendó un par de textos que abordaban ese manido asunto que reconocemos como "carácter nacional"; un enigma y varias semanas antes Julio Caro Baroja había tirado el tópico de la "identidad" al baúl de las quimeras con su libro El mito del carácter nacional español, pero el lío era nuevo para mí.
Nuevo, es decir, interesante. Un tema tan insostenible en el nivel intelectual como ubicuo en los pujilatos de prestigio, complejos y envidias que rigen la vida cotidiana del hombre común.
En uno de ellos Virgilio Piñera hablaba del énfasis en las maneras criollas, de la gesticularidad de "el cubano", cerrando la composición con una profecía utópica que había tomado de Macedonio Fernández: "algún día seremos más interesantes". En el segundo texto Borges criticaba la significación explícita de la "argentinidad", y optaba por símbolos más indirectos de la misma, como puede ser el ruiseñor, un pájaro que pertenece más a la literatura que a la realidad. El argentino prefería ser personaje antes que persona, una representación del ave antes que un ave. En todo caso "el" ave.
Tras esas lecturas me sumí en la reflexión y la escritura acerca de la "cubanidad", cuya "esencia" busqué con fe ingenua hasta que advino esa suerte de escepticismo ontológico que atribuí a las lecturas postmodernas y que en verdad no fue más que un efecto espiritual de la edad. Negué, y hasta sentí verguenza de los afanes de "cubanologَía" y, sin embargo, todavía hoy reincido periódicamente en ellos.
He vuelto a aquel lugar de El Cerro donde una vez me sentí genial junto a los amigos; pero ahora lo habito con un debilitado entusiasmo, con menos dogmatismo, o con más inseguridad. No es lo mismo, pero es igual.
A ese esfuerzo intelectual por entender la naturaleza del prójimo que tengo en mí mismo lo califico suavemente como un "ejercicio de identidad". Buscar quien soy confiando en que mi experiencia es una sensitividad compartida que me lanza más allá de una singularidad radical, de la soledad, es por lo menos una práctica piadosa.
Cuando miro a esa edad creativa del té, el pelo largo, la insolencia en la frente y El lobo estepario como autoridad, me dan ganas de gritar: Snobistas de todo el mundo: !créansela! De la pose de hoy emergerán las obras del mañana.
Hace unas noches descubrí uno de esos ejercicios de identidad que hubieran completado la dupla sugerida por Abilio Estévez. Se trata de un par de paginitas, adheridas en un libro amarillo, que al poeta Orlando González Esteva debió caérsele en un canal. Un libro ya no mojado sino húmedo, cuyo papel, cuando se deja leer, restalla como olas que se desbesan. El título del volumen: Primeras letras (Edit.Vuelta, México, 1988), que recoge prosas breves escritas por Octavio Paz desde el año 1931 al 1943; entre ellas El vacilón (11 de marzo, 1943) un genial "ejercicio de identidad".
Paz enumera significados del verbo "vacilar" que son perfectamente compatibles entre sí: movimiento indeterminado, titubeo, perplejidad.
Se trata de una carencia de firmeza que puede verse también, en sentido positivo, como dialéctica: incapacidad para el dogma.
"Vacilar" encierra como palabra la propia contradicción que trata de significar; es pues un término un tanto arbitrario.
Dice Paz que México "vacila" y que a los mexicanos les gusta "vacilar": "nos vacilamos los unos a los otros". Esa "vacilación" tiene algunos fundamentos; primero está la geografía: "Nuestra tierra, erizada de volcanes, perpetuamente vacila", dice el poeta; después, como apuntó Rodolfo Usigli, está la historia, una marcha telúrica que ha forjado una democracia entre imperios y revoluciones. Un terrible guión, debió haber pensado el dramaturgo.
"A todos nos gusta vacilar y nos vacilamos los unos a los otros", reitero que había dicho Paz de los mexicanos; y yo siento la fuerte tentación de decir lo mismo de los cubanos. Sin embargo, nuestra gente vacila en una escala menor, en tempo de crepúsculo. Mientras los mexicanos dicen "mucho", los cubanos decimos "muchito"; mientras ellos se dan un "tequilazo", nosotros tomamos un "roncito".
El cubano es una criatura indecisa, con espanto al ridículo. En La Habana usted da un simple tropezón, "saca un boniato", y es como si el mundo se le cayera encima. Si corre desesperadamente y el ómnibus escapa, se siente en la necesidad de avanzar hasta la próxima estación para sortear la burla del público.
Esos retraimientos se compensan con performances exagerados que no hacen sino confirmar esa inseguridad. Decía Fernando Ortiz que el cubano no es "valiente" sino "engallado", o "guapo", como reiteró Abrahám Rodríguez en su conocido drama Andoba. La valentía real se suple eficientemente con una coreografía de amenazas que consigue una paz presupuesta.
Este sujeto ha creado así una sociedad desprejuiciada, pero hipócrita. Me explico. El prejuicio es un límite real, un alto en un desenfreno conductual; la hipocresía es la apropiación del texto del prejuicio y el rechazo a la frontera que establece. Se renta la eticidad de la letra para dignificar el rebajamiento moral que implica la consumación del gozo en lo prohibido. Se luce la prescripción pero a la vez se la transgrede. Esta lógica conduce entonces a un exhibicionismo vergonzante.
De ahí que los cubanos hayamos optado por escribir "vacilar" con "b". Así se llama precisamente uno de los programas más populares de la radio de Miami: El Bacilón de la Mañana (Zol 95.7 FM). Esa "B" lleva una carga hedónica: Baile, Bolero, quizás "Biolencia" y "Banidad"; es decir, vicios humanos que se practican entre isleños con desgarradora ingenuidad.
Afirma Paz en la p. 308 del libro citado:
"El `vacilón` es una especie de pequeño pinchazo que desinfla a muchos globos públicos y privados. Es una advertencia contra la vanidad y la fanfarronería, contra las posturas excesivas o patéticas. La tragedia clásica es imposible en un mundo de `vaciladores`. También lo son Benito Mussolini, Víctor Hugo,Job y casi todos los profetas."
Por la época, el equivalente cubano del "vacilón" era la trompetilla, ya hoy en desuso. En la epónima conferencia titulada Indagación del choteo Jorge Mañach resaltó la función "emparejadora" de ese gesto.
Desde la perspectiva axiológica esas maneras resultan muy ambivalentes: por un lado, el "vacilón" y el "choteo" son un arma eficaz para desmontar el falso prestigio, la altanería, pero pueden funcionar también como un impedimento al sano ejercicio de la capacidad de admiración, esa apreciación sincera del talento ajeno que es el único remedio contra la envidia.
Hay cubanos que escogen el día que llegan los marcianos para informar sobre su boda, o sobre su muerte. El asunto es no dejarse robar el show. El famoso chá-chá-chá asegura por su parte que "los marcianos llegaron ya/ y llegaron bailando rica chá". El enigma queda así revelado: ?Qué hacían los extraterrestres durante todo este tiempo?. Pues nada, prepararse para afrontar la tarea más digna del aleph galáctico: imitar a los cubanos: bailar chá-chá-chá.
Los marcianos llegaron haciendo lo mismo que nosotros, imitándonos: "!Mira mira, los marcianos nos plagian!". Así, la criatura busca aprobación y sale de su encierro; se envalentona y una vez más se autoriza en el que viene "de fuera". La xenofilia que nos salva nos hunde a la vez en nosotros mismos.
El "vacilón" abre paso al "bacile". El "bacilador" es un Hamlet que no se pone ontológico cuando se autoexamina: Bueno, ?y ahora qué?, ?qué bolá?, ?qué "vualá"?, ?what ball for you?.
El chiste en lugar del drama, la comedia en lugar de la tragedia. Lo apócrifo, la parte no escrita o censurada del libro, el "no sucedido" en calidad de esencia de estas historias. Como dice el escritor mexicano Héctor Aguilar Camín en su novela La guerra de Galio: el hecho de que la carta del General Santa Ana sea apócrifa, lejos de sacarla, la sitúa al centro de los documentos más representativos de la historia mexicana. Así también deviene la cubanidad: enmascarándose.
Las mejores páginas de Martí son aquellas perdidas de su Diario de campaña, y lo mejor que tiene el juego cubano, es lo malo que se está poniendo.
El legendario Pedro Infante dejó en su discografía un álbum emblemático titulado Las mañanitas, y otro definitivo llamado El vacilón. Los cubanos montan la desmesura mexicana en tempo de clave: un dos, un dos tres: ta ta, ta ta ta, y ponen a la Aragón a hacer variaciones sobre el número del inmortal charro:
Estas son las mañanitas,
que cantaba Don Joaquín:
si tú no puedes cantarlas,
que te las cante... Jorrín.
Emilio Ichikawa.
febrero-2002 y feliz.
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