Por Carlos Alberto Montaner
Libertad Digital
España
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Máximo Tomas
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Enero 27, 2007
Carlos Alberto Montaner aborda aquí algunas de las preguntas que rondan por la cabeza de todo aquél preocupado por el futuro de Cuba. Este artículo se trata de un extracto de "¿Qué ocurrirá tras la muerte de Castro?", el ensayo del presidente de la Unión Liberal Cubana que publicará íntegro La Ilustración Liberal en su número de primavera.
¿Sobre qué bases reales se asienta el poder del general Raúl Castro?
Raúl, en gran medida, tiene el control del aparato policíaco-militar y del Partido Comunista. Durante muchos años ha ido colocando a personas de su entorno en puestos de importancia. Sin embargo, su peso en la Asamblea Nacional del Poder Popular, en los sindicatos, en el aparato cultural y en las otras organizaciones de masas es considerablemente inferior.
¿Es indiscutible su liderazgo?
No. Raúl fue designado por su hermano como heredero, y nadie le niega "méritos revolucionarios" (su destacada participación en la ya remota lucha contra Batista), ni ciertas dotes como organizador, o su carácter de buen padre de familia, dato desconcertante que carece de importancia cuando recordamos que Adolfo Hitler era una persona cariñosa con sus allegados; pero la percepción general es que es una persona mediocre y sin ideas, aunque menos caótico que su hermano.
Raúl, no obstante, es un ser humano con cierto balance emocional que le permite conjugar la dureza contra sus enemigos con una dosis afectiva genuina por sus allegados, sin ese detestable narcisismo que caracteriza al Máximo Líder. Naturalmente, no posee la fuerte personalidad ni el carisma de Fidel. Además, a lo largo de casi medio siglo se ha granjeado la antipatía y el rencor de muchos de los miembros del aparato que fueron marginados de la cúpula en medio de las luchas burocráticas. Nadie le discutía a Fidel el liderazgo político del país, o el derecho a castigar o premiar a quien deseara sin dar explicaciones, pero hay numerosos dirigentes que creen tener más méritos y talento que Raúl, y que no aceptan sus decisiones sin que antes o después tenga que justificarlas. Esa es la diferencia entre un caudillo indiscutible y un mero jefe.
¿Qué mantiene unida a la clase dirigente?
El discurso oficial establece tres sofismas que se repiten hasta la fatiga con el objeto de crear una suerte de legitimidad moral a la dictadura, pero en los que ninguna persona sensata parece creer seriamente:
– Que las Fuerzas Armadas y, en general, los revolucionarios o simpatizantes del sistema son los continuadores de la lucha de los mambises del siglo XIX, quienes supuestamente fueron traicionados por los políticos de la corrupta "república mediatizada".
– Que si los revolucionarios "se dividen", Estados Unidos, junto a los cipayos exiliados en Miami, unos despreciables anexionistas, establecerían en la Isla una colonia de los yanquis vendida a los intereses capitalistas.
– Que el fin de la Revolución significaría el fin de las llamadas "conquistas revolucionarias": la educación, la salud y ese cierto grado de igualdad racial que hoy existe en la sociedad cubana. Simultáneamente, una nube de codiciosos exiliados dominados por los deseos de venganza descendería sobre la indefensa sociedad cubana para apoderarse de las viviendas y recuperar los bienes confiscados tras el triunfo de la revolución, convirtiendo a los cubanos de la Isla en verdaderos cautivos de extranjeros y desterrados.
De acuerdo con estas falsas premisas, se monta una especie de silogismo: Revolución, Patria, Nación, Partido Comunista forman parte de una misma ecuación (en la que antes, por cierto, incluían al propio Fidel). Si el Gobierno comunista (la Revolución) desaparece, también desaparecen la Patria y la Nación, fagocitadas por la maldad de unos enemigos siniestros que esclavizarían al pueblo, empobreciéndolo en el plano material hasta niveles haitianos.
Pero ¿hay algo de verdad en estos planteamientos?
Ni una pizca. Esas son sólo las coartadas para mantenerse en el poder. Es una obscenidad intelectual plantear que los revolucionarios de hoy, unos señores que invocan el marxismo-leninismo como fuente de autoridad ideológica y el Estado soviético como modelo de organización, son los continuadores de la lucha de José Martí y los mambises. Aquellos cubanos, como no podía ser de otra manera, eran unos liberales del siglo XIX, que aspiraban a crear una república clásica, democrática y con respeto por la propiedad privada, y que nada tenían que ver con los experimentos totalitarios puestos en marcha en la Rusia de 1917.
Estados Unidos, a principios del siglo XXI, no tiene el menor interés en anexionarse Cuba. Por el contrario, su principal objetivo es que en la Isla se establezca un sistema democrático y próspero para que los cubanos no emigren clandestinamente a territorio norteamericano. Tampoco es relevante la cuestión económica. Para una economía como la norteamericana, que se acerca a los 13 billones de dólares, el paupérrimo mercado cubano carece totalmente de importancia. Por el contrario, Estados Unidos, que cuenta en su seno con una notable minoría cubano-americana, a la que debe tener en cuenta, volcaría todo su peso económico sobre la Isla, e invitaría a Europa y a Japón a que hicieran lo mismo, con el objeto de mejorar intensa y rápidamente la calidad de vida de los cubanos y así evitar una crisis migratoria.
Los cubanos exiliados, según las encuestas más solventes, no van a regresar masivamente como residentes (si las condiciones son favorables, lo hará un 10%), ni van a desalojar a nadie de unas casas miserables que se están cayendo a pedazos por culpa de la incuria socialista. No obstante, si hay garantías jurídicas, sí acudirán masivamente como turistas e inversionistas, y se convertirán en una fuente de desarrollo y prosperidad para beneficio de todos, poniendo fin a una hostilidad artificialmente alimentada por el Gobierno. En cierto modo, la diáspora sería la provincia más rica de Cuba, y la que más contribuiría a la prosperidad de los cubanos.
¿Hay alguna razón oculta que explique el inmovilismo de la clase dirigente cubana?
Temen perder el poder, y los privilegios que comporta. La nomenclatura es víctima de la natural incertidumbre que le provoca el riesgo de ver reducida su importancia social y laboral. Quienes pueden tomar decisiones temen por la suerte de sus hijos y el destino de la familia. Sienten miedo al cambio, y el miedo, a veces, es un fuerte cohesivo, pero un pésimo consejero.
¿Y qué sucede con las convicciones ideológicas?
Parece que son muy débiles. El testimonio confidencial de los hijos y parientes de numerosos dirigentes no deja lugar a dudas: en la intimidad se reniega del sistema y se admite el total desastre en que vive el país. El derrumbe del socialismo real y el cambio de signo del modelo chino, sumados a la experiencia de casi cincuenta años de colectivismo en suelo cubano, han convencido a la clase dirigente de que ese sistema no es capaz de generar riqueza y bienestar para el pueblo.
El Gobierno cubano, o al menos una parte, no parece creer que sea inevitable la transición hacia la democracia y la economía de mercado. Fidel Castro deja como herencia la tarea de continuar la revolución de la mano de Hugo Chávez, para construir lo que el venezolano llama "la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI".
Es cierto. Pero ¿en qué consiste esa propuesta? Pues en conquistar políticamente a los países de América Latina para enfrentarlos con Estados Unidos y el Primer Mundo, mientras se desarrolla alguna variante del colectivismo en las sociedades que consigan reclutar para esta peligrosa aventura.
Felipe Pérez Roque lo explicó en un discurso pronunciado en Caracas en diciembre de 2005. Vino a decir que La Habana y Caracas habían asumido la responsabilidad de dirigir la revolución en el mundo. Poco antes, Carlos Lage afirmó que Cuba tenía dos presidentes: Fidel Castro y Hugo Chávez. Sin embargo, no parece probable que Raúl Castro se empeñe seriamente en esa tarea.
¿Por qué rechazaría Raúl esa tarea, legada por su hermano y mentor?
Porque el pueblo cubano y, muy especialmente, la clase dirigente saben que el país ya perdió cuarenta años inútilmente, "haciendo la revolución" y persiguiendo utopías inalcanzables.
La búsqueda del hombre nuevo condujo a sembrar la sociedad de ciudadanos hipócritas escondidos tras una doble moral. Los cementerios cubanos en África no sirvieron para nada. Las guerrillas en Sudamérica y todos los esfuerzos subversivos sólo contribuyeron a empobrecer a los cubanos. Se tergiversa la historia de la guerra en Angola o de la independencia de Namibia (y se silencia la aventura en Somalia) para justificar los absurdos sacrificios impuestos al pueblo cubano, pero nadie ignora que esos son los pretextos de Castro para ocultar su napoleonismo caribeño y su voluntad de clavarse en la historia a cualquier precio. Los experimentos económicos destruyeron los fundamentos de la producción nacional, incluida la centenaria industria azucarera.
¿Quién en sus cabales puede reeditar esas pesadillas, de la mano nada menos que de Hugo Chávez, medio siglo más tarde? Raúl, que ya pasó la rubeola ideológica, aunque no tiene el menor instinto democrático: está más cerca de la cínica madurez de los chinos y los vietnamitas, decididos a globalizarse, a privatizar (dentro de ciertos límites) y a hacer buenos negocios con Estados Unidos y el Primer Mundo, que del infantilismo pendenciero del chavismo.
¿En qué se parecen o se diferencian el socialismo de los soviéticos y el castro-chavismo bolivariano?
En primer lugar, en el método para llegar al poder. Los "bolivarianos" abandonan la lucha de clases, las protestas obreras y la convocatoria a la huelga general definitiva con que soñaban los marxistas-leninistas (que no sucedió en ninguna parte, por cierto). También renuncian a las guerrillas campesinas a lo Mao o, en alguna medida, a lo Castro. El método chavista, deducido de la experiencia venezolana y hoy elevado a estrategia universal, es recurrir a las elecciones, plantear una Constituyente que concentre el poder en las manos del Ejecutivo, fomentar el clientelismo de los más pobres mediante medidas populistas efectivas pero de alcance real limitado y, luego, comenzar a desmantelar el Estado de Derecho y la economía de mercado, imponiendo, finalmente, una suerte de dictadura dirigista.
¿Y qué ocurre en el plano internacional?
Como especulaba Lenin en el 17 (tras el análisis de Trotski), o Castro desde el 59 hasta nuestros días, Chávez está convencido de que "el socialismo del siglo XXI" que se propone implantar en Venezuela sólo puede sobrevivir si crea una vasta red de complicidad internacional, para enfrentarla a lo que llama "el imperialismo", y muy especialmente a Estados Unidos.
Aunque los métodos para tomar el poder son diferentes a los empleados por los soviéticos, los objetivos son los mismos: destruir el Primer Mundo capitalista y reemplazarlo por una sociedad igualitaria y solidaria en la que ni siquiera sea necesario el uso del dinero, porque los trueques y los impulsos filantrópicos reemplazarían al dinero y al individualismo egoísta. Chávez, como Castro, son dos utópicos armados con pistola.
¿Cuál es el modelo chino?
¡Es que no existe ese supuesto modelo chino! Tras la muerte de Mao, que era, como Fidel, un visionario terco totalmente indiferente a la realidad, los reformistas chinos, que conocían los "milagros" económicos de Taiwán, Hong Kong y Singapur, protagonizados por chinos como ellos, entendieron que debían poner fin a la locura colectivista, permitir y estimular la empresa privada, sacar paulatinamente al Estado de las actividades económicas y vincularse intensamente al mundo desarrollado. En último término, eso era lo que habían hecho los Tigres Asiáticos. Ellos –la China continental– podían convertirse en el mayor tigre asiático, pero tenían que abandonar las supersticiones del marxismo.
¿Hasta dónde llegaría Raúl Castro, si se decidiera a tomar el camino chino?
Insisto: el camino chino no tiene fin. Es un camino, no una meta. Una vez que se entra en un proceso de reformas como el emprendido por los chinos, los resultados y las coyunturas van ampliando los horizontes, lo que, a su vez, precipita a los dirigentes a improvisar sobre la marcha. Son procesos abiertos. En todo caso, la distancia cultural, demográfica, geográfica e histórica entre China y Cuba es abismal. Raúl puede tomar la decisión de abrir sustancialmente la economía cubana, y todos lo aplaudirían, pero los resultados, aunque alivien la miserable forma de vida de los cubanos, no serían semejantes a los de China.
Si la vía bolivariana conduce al fracaso, la china es un espejismo y el modelo cubano de joint ventures demostró sus limitaciones y se agotó, ¿qué opciones reales le quedan a la Cuba que hereda Raúl Castro a los 75 años?
Una opción, por supuesto, es no hacer nada. Poner más policías en las calles, intimidar con mayor saña a la población, contemplar cómo la base material y moral del país se degrada progresivamente, mientras los cubanos se vuelven más desilusionados y cínicos, sin otra esperanza que "sacarse el bombo", construir una balsa o seducir a un o una turista para escapar de Cuba, como han hecho los hijos y familiares de tantos dirigentes, hasta que algún día estalle una ola de violencia como consecuencia de las penurias y la insatisfacción general.
Otra opción, la más madura, sería abrir los cauces de participación de la sociedad para, entre todos, buscar una salida consensuada a la situación en que se encuentra el país. Ni siquiera hay que elegir expresamente el camino del cambio: por donde hay que empezar es por reconocer que existen otras voces diferentes a la del Partido Comunista (que en medio siglo no ha conseguido solucionar los problemas más elementales de la población) y disponerse a escucharlas.
¿Se refiere usted al diálogo entre el Gobierno y la oposición?
Sí, pero no sólo a eso. Desde 1989, una persona tan respetable como el desaparecido Gustavo Arcos, entonces al frente del Comité Cubano de Derechos Humanos, propuso crear una mesa abierta de discusión entre el Gobierno y la oposición, y la respuesta fue el acoso político y el encarcelamiento de miembros de su grupo y de su familia.
Una verdadera apertura comienza por admitir que los cubanos creen legalmente asociaciones políticas o de cualquier tipo y puedan reunirse entre ellos para discutir en total libertad. En España, antes de la muerte de Franco, cuando las autoridades comprendieron que era imposible seguir sosteniendo la ficción de que "el Movimiento" representaba a la totalidad de la sociedad, se aprobó una ley de asociaciones, y las agrupaciones políticas comenzaron a surgir, dando sentido y forma a diferentes corrientes de opinión.
Organizaciones como las Damas de Blanco, personas como Oswaldo Payá, Vladimiro Roca, Héctor Palacios, Elizardo Sánchez, Martha Beatriz Roque, Laura Pollán, Óscar Espinosa, Gisela Delgado, Dagoberto Valdés, Juan Carlos González Leiva, Julia Cecilia Delgado, León Padrón, Miriam Leiva, Luis Cino, y tantos otros, son cubanos inteligentes e instruidos que dirigen grupos que tienen mucho que aportar para solucionar los graves problemas que afectan al país.
¿Cómo se pasa de la apertura al cambio?
Una forma sencilla es preguntar al pueblo si desea cambios. De alguna manera, es lo que sucedió en Chile con el referéndum que abrió el camino a las elecciones generales, y lo que ha propuesto el ingeniero Oswaldo Payá con el Proyecto Varela, con el respaldo de miles de firmas. En España las cosas sucedieron de otro modo: el Gobierno llevó a cabo una suerte de discreto diálogo con la oposición, y luego el Parlamento modificó las leyes y dio paso al multipartidismo. En Polonia, el Gobierno convocó unas elecciones parlamentarias en las que la oposición podía optar por un número limitado de diputados, pero el respaldo a los demócratas fue de tal naturaleza que el régimen comunista se desplomó.
¿Por qué los comunistas cubanos tolerarían un cambio de esa naturaleza?
Porque no son muy diferentes a los checos, los polacos o los alemanes. Ellos comprenden que también saldrán ganando, en la medida en que cambien una manera de actuar que ha resultado contraproducente. Los comunistas cubanos saben que en el país hay una profunda inconformidad con el sistema.
Una parte sustancial de los ex comunistas polacos, rusos, rumanos y eslovenos se transformaron en socialdemócratas o se integraron en otras corrientes ideológicas, y eventualmente lograron volver el poder. Los sandinistas consiguieron ganar las elecciones y regresar al Gobierno dentro de las reglas del juego democrático. La verdadera democracia no cierra las puertas a nadie. Los comunistas cubanos saben que hay vida más allá de la derrota política.
El Gobierno dice que, si el capitalismo se introduce en Cuba, a los cubanos les espera un destino haitiano...
En realidad, es con el colectivismo autoritario con lo que Cuba se desliza hacia un destino haitiano. Tras Honduras y Nicaragua, ya es el tercer país más pobre de Hispanoamérica. Antes de la revolución era el tercer país más rico, tras Argentina y Uruguay.
Una Cuba libre en el terreno político y económico daría muy rápidamente un salto tremendo hacia la modernidad y el progreso. Cuba tiene un capital humano extraordinario –cientos de miles de graduados universitarios–, y lo que necesita es inversiones y libertad para producir. Todos los países que han realizado el "milagro" del desarrollo sostenido lo han hecho en el curso de una generación: España, Corea del Sur, Irlanda, Chile. En Cuba debe suceder lo mismo.
¿Cuáles son las posibilidades de desarrollo con que cuenta Cuba?
Paradójicamente, en principio, las que identificó el Gobierno cubano cuando comenzó el llamado "periodo especial": turismo masivo, inversiones extranjeras, biotecnología, azúcar y etanol, servicios médicos, cibernética, transporte marítimo y aéreo, entre otra docena de campos de acción. Pero para que estas actividades dieran resultado no podían llevarse a cabo en el ámbito oficial y con el criterio paranoico y sectario con que se desarrollaron. Tenían que emprenderse en el campo privado, con los cubanos como empresarios junto a los inversionistas extranjeros.
No hay que olvidar que la clave del desarrollo en las sociedades prósperas está en que los Estados edificados por ellas se limitan a crear reglas abstractas que permiten todo lo que no está expresamente prohibido. La miseria del socialismo dictatorial proviene de que reglamenta todas las actividades y prohíbe y persigue todo lo que no está reglamentado.
¿Cuándo pueden comenzar los cambios?
No lo sabemos, pero cuanto más rápido se inicien, menos va a sufrir la sociedad cubana. Para Cuba, "ya es hora".
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La Nueva Cuba
Enero 27, 2007
Carlos Alberto Montaner aborda aquí algunas de las preguntas que rondan por la cabeza de todo aquél preocupado por el futuro de Cuba. Este artículo se trata de un extracto de "¿Qué ocurrirá tras la muerte de Castro?", el ensayo del presidente de la Unión Liberal Cubana que publicará íntegro La Ilustración Liberal en su número de primavera.
¿Sobre qué bases reales se asienta el poder del general Raúl Castro?
Raúl, en gran medida, tiene el control del aparato policíaco-militar y del Partido Comunista. Durante muchos años ha ido colocando a personas de su entorno en puestos de importancia. Sin embargo, su peso en la Asamblea Nacional del Poder Popular, en los sindicatos, en el aparato cultural y en las otras organizaciones de masas es considerablemente inferior.
¿Es indiscutible su liderazgo?
No. Raúl fue designado por su hermano como heredero, y nadie le niega "méritos revolucionarios" (su destacada participación en la ya remota lucha contra Batista), ni ciertas dotes como organizador, o su carácter de buen padre de familia, dato desconcertante que carece de importancia cuando recordamos que Adolfo Hitler era una persona cariñosa con sus allegados; pero la percepción general es que es una persona mediocre y sin ideas, aunque menos caótico que su hermano.
Raúl, no obstante, es un ser humano con cierto balance emocional que le permite conjugar la dureza contra sus enemigos con una dosis afectiva genuina por sus allegados, sin ese detestable narcisismo que caracteriza al Máximo Líder. Naturalmente, no posee la fuerte personalidad ni el carisma de Fidel. Además, a lo largo de casi medio siglo se ha granjeado la antipatía y el rencor de muchos de los miembros del aparato que fueron marginados de la cúpula en medio de las luchas burocráticas. Nadie le discutía a Fidel el liderazgo político del país, o el derecho a castigar o premiar a quien deseara sin dar explicaciones, pero hay numerosos dirigentes que creen tener más méritos y talento que Raúl, y que no aceptan sus decisiones sin que antes o después tenga que justificarlas. Esa es la diferencia entre un caudillo indiscutible y un mero jefe.
¿Qué mantiene unida a la clase dirigente?
El discurso oficial establece tres sofismas que se repiten hasta la fatiga con el objeto de crear una suerte de legitimidad moral a la dictadura, pero en los que ninguna persona sensata parece creer seriamente:
– Que las Fuerzas Armadas y, en general, los revolucionarios o simpatizantes del sistema son los continuadores de la lucha de los mambises del siglo XIX, quienes supuestamente fueron traicionados por los políticos de la corrupta "república mediatizada".
– Que si los revolucionarios "se dividen", Estados Unidos, junto a los cipayos exiliados en Miami, unos despreciables anexionistas, establecerían en la Isla una colonia de los yanquis vendida a los intereses capitalistas.
– Que el fin de la Revolución significaría el fin de las llamadas "conquistas revolucionarias": la educación, la salud y ese cierto grado de igualdad racial que hoy existe en la sociedad cubana. Simultáneamente, una nube de codiciosos exiliados dominados por los deseos de venganza descendería sobre la indefensa sociedad cubana para apoderarse de las viviendas y recuperar los bienes confiscados tras el triunfo de la revolución, convirtiendo a los cubanos de la Isla en verdaderos cautivos de extranjeros y desterrados.
De acuerdo con estas falsas premisas, se monta una especie de silogismo: Revolución, Patria, Nación, Partido Comunista forman parte de una misma ecuación (en la que antes, por cierto, incluían al propio Fidel). Si el Gobierno comunista (la Revolución) desaparece, también desaparecen la Patria y la Nación, fagocitadas por la maldad de unos enemigos siniestros que esclavizarían al pueblo, empobreciéndolo en el plano material hasta niveles haitianos.
Pero ¿hay algo de verdad en estos planteamientos?
Ni una pizca. Esas son sólo las coartadas para mantenerse en el poder. Es una obscenidad intelectual plantear que los revolucionarios de hoy, unos señores que invocan el marxismo-leninismo como fuente de autoridad ideológica y el Estado soviético como modelo de organización, son los continuadores de la lucha de José Martí y los mambises. Aquellos cubanos, como no podía ser de otra manera, eran unos liberales del siglo XIX, que aspiraban a crear una república clásica, democrática y con respeto por la propiedad privada, y que nada tenían que ver con los experimentos totalitarios puestos en marcha en la Rusia de 1917.
Estados Unidos, a principios del siglo XXI, no tiene el menor interés en anexionarse Cuba. Por el contrario, su principal objetivo es que en la Isla se establezca un sistema democrático y próspero para que los cubanos no emigren clandestinamente a territorio norteamericano. Tampoco es relevante la cuestión económica. Para una economía como la norteamericana, que se acerca a los 13 billones de dólares, el paupérrimo mercado cubano carece totalmente de importancia. Por el contrario, Estados Unidos, que cuenta en su seno con una notable minoría cubano-americana, a la que debe tener en cuenta, volcaría todo su peso económico sobre la Isla, e invitaría a Europa y a Japón a que hicieran lo mismo, con el objeto de mejorar intensa y rápidamente la calidad de vida de los cubanos y así evitar una crisis migratoria.
Los cubanos exiliados, según las encuestas más solventes, no van a regresar masivamente como residentes (si las condiciones son favorables, lo hará un 10%), ni van a desalojar a nadie de unas casas miserables que se están cayendo a pedazos por culpa de la incuria socialista. No obstante, si hay garantías jurídicas, sí acudirán masivamente como turistas e inversionistas, y se convertirán en una fuente de desarrollo y prosperidad para beneficio de todos, poniendo fin a una hostilidad artificialmente alimentada por el Gobierno. En cierto modo, la diáspora sería la provincia más rica de Cuba, y la que más contribuiría a la prosperidad de los cubanos.
¿Hay alguna razón oculta que explique el inmovilismo de la clase dirigente cubana?
Temen perder el poder, y los privilegios que comporta. La nomenclatura es víctima de la natural incertidumbre que le provoca el riesgo de ver reducida su importancia social y laboral. Quienes pueden tomar decisiones temen por la suerte de sus hijos y el destino de la familia. Sienten miedo al cambio, y el miedo, a veces, es un fuerte cohesivo, pero un pésimo consejero.
¿Y qué sucede con las convicciones ideológicas?
Parece que son muy débiles. El testimonio confidencial de los hijos y parientes de numerosos dirigentes no deja lugar a dudas: en la intimidad se reniega del sistema y se admite el total desastre en que vive el país. El derrumbe del socialismo real y el cambio de signo del modelo chino, sumados a la experiencia de casi cincuenta años de colectivismo en suelo cubano, han convencido a la clase dirigente de que ese sistema no es capaz de generar riqueza y bienestar para el pueblo.
El Gobierno cubano, o al menos una parte, no parece creer que sea inevitable la transición hacia la democracia y la economía de mercado. Fidel Castro deja como herencia la tarea de continuar la revolución de la mano de Hugo Chávez, para construir lo que el venezolano llama "la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI".
Es cierto. Pero ¿en qué consiste esa propuesta? Pues en conquistar políticamente a los países de América Latina para enfrentarlos con Estados Unidos y el Primer Mundo, mientras se desarrolla alguna variante del colectivismo en las sociedades que consigan reclutar para esta peligrosa aventura.
Felipe Pérez Roque lo explicó en un discurso pronunciado en Caracas en diciembre de 2005. Vino a decir que La Habana y Caracas habían asumido la responsabilidad de dirigir la revolución en el mundo. Poco antes, Carlos Lage afirmó que Cuba tenía dos presidentes: Fidel Castro y Hugo Chávez. Sin embargo, no parece probable que Raúl Castro se empeñe seriamente en esa tarea.
¿Por qué rechazaría Raúl esa tarea, legada por su hermano y mentor?
Porque el pueblo cubano y, muy especialmente, la clase dirigente saben que el país ya perdió cuarenta años inútilmente, "haciendo la revolución" y persiguiendo utopías inalcanzables.
La búsqueda del hombre nuevo condujo a sembrar la sociedad de ciudadanos hipócritas escondidos tras una doble moral. Los cementerios cubanos en África no sirvieron para nada. Las guerrillas en Sudamérica y todos los esfuerzos subversivos sólo contribuyeron a empobrecer a los cubanos. Se tergiversa la historia de la guerra en Angola o de la independencia de Namibia (y se silencia la aventura en Somalia) para justificar los absurdos sacrificios impuestos al pueblo cubano, pero nadie ignora que esos son los pretextos de Castro para ocultar su napoleonismo caribeño y su voluntad de clavarse en la historia a cualquier precio. Los experimentos económicos destruyeron los fundamentos de la producción nacional, incluida la centenaria industria azucarera.
¿Quién en sus cabales puede reeditar esas pesadillas, de la mano nada menos que de Hugo Chávez, medio siglo más tarde? Raúl, que ya pasó la rubeola ideológica, aunque no tiene el menor instinto democrático: está más cerca de la cínica madurez de los chinos y los vietnamitas, decididos a globalizarse, a privatizar (dentro de ciertos límites) y a hacer buenos negocios con Estados Unidos y el Primer Mundo, que del infantilismo pendenciero del chavismo.
¿En qué se parecen o se diferencian el socialismo de los soviéticos y el castro-chavismo bolivariano?
En primer lugar, en el método para llegar al poder. Los "bolivarianos" abandonan la lucha de clases, las protestas obreras y la convocatoria a la huelga general definitiva con que soñaban los marxistas-leninistas (que no sucedió en ninguna parte, por cierto). También renuncian a las guerrillas campesinas a lo Mao o, en alguna medida, a lo Castro. El método chavista, deducido de la experiencia venezolana y hoy elevado a estrategia universal, es recurrir a las elecciones, plantear una Constituyente que concentre el poder en las manos del Ejecutivo, fomentar el clientelismo de los más pobres mediante medidas populistas efectivas pero de alcance real limitado y, luego, comenzar a desmantelar el Estado de Derecho y la economía de mercado, imponiendo, finalmente, una suerte de dictadura dirigista.
¿Y qué ocurre en el plano internacional?
Como especulaba Lenin en el 17 (tras el análisis de Trotski), o Castro desde el 59 hasta nuestros días, Chávez está convencido de que "el socialismo del siglo XXI" que se propone implantar en Venezuela sólo puede sobrevivir si crea una vasta red de complicidad internacional, para enfrentarla a lo que llama "el imperialismo", y muy especialmente a Estados Unidos.
Aunque los métodos para tomar el poder son diferentes a los empleados por los soviéticos, los objetivos son los mismos: destruir el Primer Mundo capitalista y reemplazarlo por una sociedad igualitaria y solidaria en la que ni siquiera sea necesario el uso del dinero, porque los trueques y los impulsos filantrópicos reemplazarían al dinero y al individualismo egoísta. Chávez, como Castro, son dos utópicos armados con pistola.
¿Cuál es el modelo chino?
¡Es que no existe ese supuesto modelo chino! Tras la muerte de Mao, que era, como Fidel, un visionario terco totalmente indiferente a la realidad, los reformistas chinos, que conocían los "milagros" económicos de Taiwán, Hong Kong y Singapur, protagonizados por chinos como ellos, entendieron que debían poner fin a la locura colectivista, permitir y estimular la empresa privada, sacar paulatinamente al Estado de las actividades económicas y vincularse intensamente al mundo desarrollado. En último término, eso era lo que habían hecho los Tigres Asiáticos. Ellos –la China continental– podían convertirse en el mayor tigre asiático, pero tenían que abandonar las supersticiones del marxismo.
¿Hasta dónde llegaría Raúl Castro, si se decidiera a tomar el camino chino?
Insisto: el camino chino no tiene fin. Es un camino, no una meta. Una vez que se entra en un proceso de reformas como el emprendido por los chinos, los resultados y las coyunturas van ampliando los horizontes, lo que, a su vez, precipita a los dirigentes a improvisar sobre la marcha. Son procesos abiertos. En todo caso, la distancia cultural, demográfica, geográfica e histórica entre China y Cuba es abismal. Raúl puede tomar la decisión de abrir sustancialmente la economía cubana, y todos lo aplaudirían, pero los resultados, aunque alivien la miserable forma de vida de los cubanos, no serían semejantes a los de China.
Si la vía bolivariana conduce al fracaso, la china es un espejismo y el modelo cubano de joint ventures demostró sus limitaciones y se agotó, ¿qué opciones reales le quedan a la Cuba que hereda Raúl Castro a los 75 años?
Una opción, por supuesto, es no hacer nada. Poner más policías en las calles, intimidar con mayor saña a la población, contemplar cómo la base material y moral del país se degrada progresivamente, mientras los cubanos se vuelven más desilusionados y cínicos, sin otra esperanza que "sacarse el bombo", construir una balsa o seducir a un o una turista para escapar de Cuba, como han hecho los hijos y familiares de tantos dirigentes, hasta que algún día estalle una ola de violencia como consecuencia de las penurias y la insatisfacción general.
Otra opción, la más madura, sería abrir los cauces de participación de la sociedad para, entre todos, buscar una salida consensuada a la situación en que se encuentra el país. Ni siquiera hay que elegir expresamente el camino del cambio: por donde hay que empezar es por reconocer que existen otras voces diferentes a la del Partido Comunista (que en medio siglo no ha conseguido solucionar los problemas más elementales de la población) y disponerse a escucharlas.
¿Se refiere usted al diálogo entre el Gobierno y la oposición?
Sí, pero no sólo a eso. Desde 1989, una persona tan respetable como el desaparecido Gustavo Arcos, entonces al frente del Comité Cubano de Derechos Humanos, propuso crear una mesa abierta de discusión entre el Gobierno y la oposición, y la respuesta fue el acoso político y el encarcelamiento de miembros de su grupo y de su familia.
Una verdadera apertura comienza por admitir que los cubanos creen legalmente asociaciones políticas o de cualquier tipo y puedan reunirse entre ellos para discutir en total libertad. En España, antes de la muerte de Franco, cuando las autoridades comprendieron que era imposible seguir sosteniendo la ficción de que "el Movimiento" representaba a la totalidad de la sociedad, se aprobó una ley de asociaciones, y las agrupaciones políticas comenzaron a surgir, dando sentido y forma a diferentes corrientes de opinión.
Organizaciones como las Damas de Blanco, personas como Oswaldo Payá, Vladimiro Roca, Héctor Palacios, Elizardo Sánchez, Martha Beatriz Roque, Laura Pollán, Óscar Espinosa, Gisela Delgado, Dagoberto Valdés, Juan Carlos González Leiva, Julia Cecilia Delgado, León Padrón, Miriam Leiva, Luis Cino, y tantos otros, son cubanos inteligentes e instruidos que dirigen grupos que tienen mucho que aportar para solucionar los graves problemas que afectan al país.
¿Cómo se pasa de la apertura al cambio?
Una forma sencilla es preguntar al pueblo si desea cambios. De alguna manera, es lo que sucedió en Chile con el referéndum que abrió el camino a las elecciones generales, y lo que ha propuesto el ingeniero Oswaldo Payá con el Proyecto Varela, con el respaldo de miles de firmas. En España las cosas sucedieron de otro modo: el Gobierno llevó a cabo una suerte de discreto diálogo con la oposición, y luego el Parlamento modificó las leyes y dio paso al multipartidismo. En Polonia, el Gobierno convocó unas elecciones parlamentarias en las que la oposición podía optar por un número limitado de diputados, pero el respaldo a los demócratas fue de tal naturaleza que el régimen comunista se desplomó.
¿Por qué los comunistas cubanos tolerarían un cambio de esa naturaleza?
Porque no son muy diferentes a los checos, los polacos o los alemanes. Ellos comprenden que también saldrán ganando, en la medida en que cambien una manera de actuar que ha resultado contraproducente. Los comunistas cubanos saben que en el país hay una profunda inconformidad con el sistema.
Una parte sustancial de los ex comunistas polacos, rusos, rumanos y eslovenos se transformaron en socialdemócratas o se integraron en otras corrientes ideológicas, y eventualmente lograron volver el poder. Los sandinistas consiguieron ganar las elecciones y regresar al Gobierno dentro de las reglas del juego democrático. La verdadera democracia no cierra las puertas a nadie. Los comunistas cubanos saben que hay vida más allá de la derrota política.
El Gobierno dice que, si el capitalismo se introduce en Cuba, a los cubanos les espera un destino haitiano...
En realidad, es con el colectivismo autoritario con lo que Cuba se desliza hacia un destino haitiano. Tras Honduras y Nicaragua, ya es el tercer país más pobre de Hispanoamérica. Antes de la revolución era el tercer país más rico, tras Argentina y Uruguay.
Una Cuba libre en el terreno político y económico daría muy rápidamente un salto tremendo hacia la modernidad y el progreso. Cuba tiene un capital humano extraordinario –cientos de miles de graduados universitarios–, y lo que necesita es inversiones y libertad para producir. Todos los países que han realizado el "milagro" del desarrollo sostenido lo han hecho en el curso de una generación: España, Corea del Sur, Irlanda, Chile. En Cuba debe suceder lo mismo.
¿Cuáles son las posibilidades de desarrollo con que cuenta Cuba?
Paradójicamente, en principio, las que identificó el Gobierno cubano cuando comenzó el llamado "periodo especial": turismo masivo, inversiones extranjeras, biotecnología, azúcar y etanol, servicios médicos, cibernética, transporte marítimo y aéreo, entre otra docena de campos de acción. Pero para que estas actividades dieran resultado no podían llevarse a cabo en el ámbito oficial y con el criterio paranoico y sectario con que se desarrollaron. Tenían que emprenderse en el campo privado, con los cubanos como empresarios junto a los inversionistas extranjeros.
No hay que olvidar que la clave del desarrollo en las sociedades prósperas está en que los Estados edificados por ellas se limitan a crear reglas abstractas que permiten todo lo que no está expresamente prohibido. La miseria del socialismo dictatorial proviene de que reglamenta todas las actividades y prohíbe y persigue todo lo que no está reglamentado.
¿Cuándo pueden comenzar los cambios?
No lo sabemos, pero cuanto más rápido se inicien, menos va a sufrir la sociedad cubana. Para Cuba, "ya es hora".
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