Por Daniel Morcate
Autotitulados amigos del pueblo cubano se movilizan desde el Congreso de Estados Unidos hasta capitales europeas y latinoamericanas para echarles una mano a los supuestos reformistas que estarían surgiendo en Cuba gracias a la crisis anal del comandante en jefe. Se les identifica por el uso frecuente de los vocablos ''raulismo'' y ''raulistas'' para designar las supuestas novedades que al modelo cubano estaría dispuesto a introducir el heredero de la monarquía castrista, Raúl Castro. Antes que alguien se tome en serio estas ingenuinades, que a veces son puras complicidades, conviene recordar que los verdaderos amigos de los pueblos esclavizados son aquellos que les ayudan a quitarse las cadenas que les oprimen y a vivir con opciones de libertad y prosperidad. Nadie más.
La fábula del raulismo como un futuro autoritarismo pragmático y benigno, es decir, como dictablanda, suele comenzar con la observación de que el heredero supuestamente convirtió al ejército cubano en una máquina de hacer dinero en los 90. Pero no dice que este proceso, ostensiblemente corrupto, lo autorizó y supervisó el propio Fidel Castro ni que fue un acto desesperado de supervivencia. Es archisabido que tras la desaparición del bloque soviético, el régimen cubano se vio obligado a abrir la isla hasta con una comparecencia vestido de civil en la feria del libro de La Habana, esa pequeña farsa dentro de la gran farsa que es la revolución cubana. En el exterior proliferan los análisis que destacan las supuestas expectativas que tienen norteamericanos y europeos de que Raúl Castro sea un autócrata más razonable y práctico que su hermano mayor, que imite el modelo chino de dictadura, como si eso fuera un progreso notable, y que negocie un acuerdo definitivo con Washington.
Los demócratas serios deben juzgar a Raúl Castro por sus actos pasados y presentes, no por lo que cuente la fábula. Nada en su pasado presagia el que pueda llegar a ser un dictador indulgente, para no hablar de un factor de transición hacia la democracia y la economía de mercado. Ha sido políticamente dogmático desde su juventud. Nunca ha vacilado en mandar a matar a sangre fría a sus enemigos o a los de su hermano. Asumió un papel protagónico en el exterminio de antiguos compañeros de armas durante los procesos estalinistas del caso Ochoa. Es tan sospechoso como su hermano de haber contrabandeado drogas. Fue blanco de una operación policíaca fallida para capturarle en pleno trasiego en alta mar. Y desde que lo ungieron como mandamás, convocó a su lado a un policía siniestro, Ramiro Valdés, y paseó por los medios estatales a antiguos censores de triste recordación.
a capitalistas cuidadosamente seleccionados y controlados por el aparato policíaco y militar. Pero esa necesidad estratégica ha desaparecido casi del todo debido al vasto subsidio petrolero que el régimen recibe del autócrata venezolano Hugo Chávez.
A la fábula del raulismo la alimentan desde adentro y desde afuera de la isla. Sicofantes le inventan al dictador designado una exaltada biografía con datos apócrifos, como el de que ''cursó estudios militares avanzados'' en la Unión Soviética. El propio heredero cultiva su imagen de déspota benévolo con llamados esporádicos a la ''crítica revolucionaria'', al ''diálogo respetuoso'' con Estados Unidos y La fábula del raulismo pretende sustituir la vieja fábula del fidelismo como subterfugio para justificar el abandono del pueblo cubano en manos de una mafia sin escrúpulos, encabezada por la familia Castro. La verdad es que esa mafia ha constituido un monolito sin fisuras visibles que apenas recibe presiones internas o externas para modificar su conducta depredadora. Amigos del pueblo cubano han sido, son y serán únicamente aquellos que contribuyan a exponer y a aniquilar a esa mafia disfrazada de gobierno y a proteger a sus víctimas indefensas.
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