lunes, febrero 12, 2007

QUE SIGA LA FIESTA

Que siga la fiesta

Por Andrés Reynaldo

El día en que Fidel se muera miles de cubanos lo van a llorar. Hasta en Miami, probablemente, habrá algunos que lo lloren. Por supuesto, ese llanto se respeta. Que cada cual llore a sus muertos como quiera. Aunque haya sido un execrable tirano. Aunque les haya arrebatado a cientos de miles de cubanos el derecho de poder acompañar a los suyos en sus últimas horas. ¿Cuántos no hemos esperado desde esta orilla, agonizando junto al teléfono, que un pariente o un vecino le cierre los ojos a una madre, un padre, un hijo o un hermano?

Entonces, si una civilizada tolerancia nos obliga a respetar el luto por un monstruo, ¿por qué oponerse a quienes festejan su muerte como se festeja el final de una plaga?

Esto viene a cuento por la reciente iniciativa de un comisionado para hacer una fiesta en el Orange Bowl el día en que los tres anos del Comandante en Jefe dejen de funcionar. Hay quien dice que la idea no es muy elegante. Tampoco es elegante besar al ginecólogo que ha salido del quirófano a decirte que la criatura pesa ocho libras y tiene los ojos del color de los tuyos. Hay muchas cosas que, sin ser elegantes, son la sal de la vida. En la casa, en la cama y en la calle.

Elegancia al margen, sorprende que ante la muerte de Fidel, un artífice del rencor y la doblez que destruyó familias y personas con sicopática ligereza, se trate de moralizar a los celebrantes y no a los dolientes. A pocos días de ser sometido a su primera operación, la Iglesia Católica en la isla pidió una jornada de oración por su restablecimiento. Recientemente, algunos disidentes han considerado que las muestras de entusiasmo por el deceso de una persona degrada al entusiasta, hiere a sus familiares y, mire usted, sirve de pretexto para que la propaganda oficial se explaye en sus diatribas contra la mafia de Miami. Pero, bueno, ¿nos estamos volviendo locos? ¿Dónde están aquellos infelices que se degradaron por celebrar la muerte de Hitler y Trujillo? ¿Dónde están aquellos que de verdad se creen el cuento de la mafia de Miami?

Lo de la Iglesia, ni tocarlo. Cada vez que dices algo capaz de irritar a sus líderes, te responden que es muy fácil criticar desde Miami. Entonces, si la crítica desde Miami es inmoral y la crítica desde La Habana es imposible, ¿podrían decirme a cuál punto geográfico he de trasladarme a fin de emitir una crítica válida? En cuanto a los disidentes, cabe exigirles un pequeño gesto de reciprocidad. Si el más alto deber patriótico nos obliga a compartir en Miami las infinitas y diarias zozobras de quienes luchan dentro de Cuba, ¿por qué van a querer echarnos a perder desde Cuba las raras alegrías que tenemos en Miami?

No sé, de repente es como si Miami fuera el único lugar sobre la tierra donde hay gente que se alegra de la muerte (o casi muerte) de Fidel. O peor aún, como si Fidel fuera el único tirano de la historia universal cuya desaparición fuera un terrible pecado festejar. ¿Habrá que tener la cara dura? ¿Así que en Cuba nadie se va alegrar? ¿Así que cuando llegue el día de la verdad los obispos se enjugarán las lágrimas frente al infame cadáver y los disidentes tratarán de esforzarse por mostrar, si no abierto duelo, al menos un escolar respeto ante el enemigo que los trató con innecesario y torvo desprecio? Ojo: eso no es un comportamiento civilizado, sino un comportamiento enfermizo. O mejor dicho en cubano: un comportamiento enfermito.

Voy más lejos. Esas expresiones en boca de figuras que atesoran una indudable y merecida autoridad moral demuestran hasta qué grado nuestra nación ha perdido sus referentes éticos, sus tradiciones libertarias y su sentido de la propia dignidad después de permanecer medio siglo sometida a un hombre sin escrúpulos, incapaz de concebir otra medida humana que no fuera la de sí mismo. Una medida, por cierto, bastante mezquina y mediocre si se la mira a fondo.

Señores obispos, hermanos disidentes, todo el mundo comprende que ustedes sobrevivan en la discreción. De ahí que la menor de vuestras rebeldías tenga una inapelable fuerza redentora. Habría que ser muy arrogante (y políticamente estúpido) para dictarles desde aquí lo que tienen que hacer allá. Ustedes, en su cotidiana labor, han salvado una manera cubana de ser que la dictadura quiso exterminar a sangre y fuego. A ustedes, la gloria. A ustedes, el cáliz del ejemplo. Pero no joroben más con la muerte de Fidel. Porque esa fiesta va a ser el primer paso firme, atinado y promisorio en el renovado camino de nuestras libertades. Porque de esa borrachera, al fin, Cuba podrá salir sobria.