REFLEXION SOBRE LA INMORTALIDAD DEL COMANDANTE
Reflexión sobre la inmortalidad del Comandante
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Confrontado a la imagen terrible de su decadencia, Castro no pierde el tiempo en escribir del deterioro de la Isla.
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Por Julián B. Sorel, París
Cuando los corresponsales extranjeros acreditados en Cuba indagan entre la población sobre los cambios ocurridos en los últimos 14 meses, desde que Fidel Castro, por motivos de salud, tuvo que ceder interinamente el mando a su hermano Raúl y a un grupo de colaboradores, la gente suele señalar en primer término la ausencia de los discursos de seis o siete horas.
( Fidel Castro hojea el nuevo libro de Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal de EE UU, durante un soliloquio con Randy Alonso. (AIN/AP) )
A falta de medidas concretas que mejoren la vida cotidiana, la población considera que la desaparición del teque fidelista es ya un alivio. Los viejos secuaces de la nomenklatura, obligados a aguantar inmóviles en la tribuna la presión de la próstata irritada durante las largas peroratas, son los primeros agradecidos, aunque no se atrevan a manifestarlo. También respiran aliviados los súbditos, que ahora pueden ver tranquilamente en televisión las novelas brasileñas o los juegos de pelota. Como dicen en Andalucía, menos aceite da una piedra.
En octubre de 2004, cuado el Comandante se cayó en Santa Clara y se rompió la rodilla, circuló por internet un soneto casi premonitorio que terminaba así: "El Granma explica hoy, en plúmbeo texto / que se quebró la chueca, pero el resto / del viejo rufián no sufre mengua. / El pueblo combatiente, consternado / lamenta que no se haya fracturado / además de la rótula, la lengua".
Hoy el Comandante apenas puede hablar, pero "reflexiona". En vez de pronunciar catilinarias de arrabal, ante la cáfila de partidarios supuestos o reales ataviados con gorras y banderitas, el anciano logorreico "escribe". ¿De qué? Pues de todo, o casi: el etanol, los submarinos británicos, el golpe de Estado que quiso darle al gobierno constitucional de Carlos Prío en 1951, aprovechando el sepelio de Eduardo Chibás, y el misil que explotó en el Pentágono el 11 de septiembre de 2001 y que la Casa Blanca ha escamoteado afirmando que fue un avión de línea secuestrado por terroristas islámicos.
(Otra de las magnas revelaciones fue oral: el 5 de junio, en soliloquio filmado ante Randy Alonso, dijo que Francia había considerado la posibilidad de usar armas atómicas en Dien Bien Phu. Es una pena que la batalla se librara en 1954 y el primer ensayo nuclear francés no ocurriera sino 8 años después, en 1962. Pero eso es peccata minuta).
De lo que no escribe
El Máximo Líder es de cálamo fácil, variopinta erudición y memoria enciclopédica. Así, ocupa sus ocios de convaleciente en redactar su testamento filosófico-literario para beneficio de la atribulada Humanidad. Acumula citas, reproduce cables de agencia, añade refritos de viejos discursos y recuerdos polvorientos, lugares comunes, tópicos y banalidades. El diario Granma publica los textos y luego el Ministerio de Educación los compila, encuaderna y distribuye a todas las escuelas de la Isla, donde se convierten en asignatura obligatoria para grandes y chicos.
De lo que no escribe el Comandante es de la realidad inmediata del país: la falta de agua potable o electricidad, la vivienda, el transporte, el mal estado de escuelas y hospitales, la comida, la ropa y los zapatos, la crisis demográfica y el éxodo que no cesa. La excepción fue un breve comentario sobre dos boxeadores que "desertaron" durante los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro (en Cuba los atletas no se asilan, deciden quedarse en el extranjero o simplemente se marchan, sino que "desertan", como si fueran soldados que abandonan un regimiento), aunque luego se arrepintieron y volvieron al redil.
Confrontado a la imagen terrible de su propia decadencia física y mental, el primer secretario no pierde el tiempo en glosar el deterioro de la Isla.
Diríase que el otrora gárrulo presidente vitalicio, ahora grafómano senil, no ha hecho más que volver a las mañas de su juventud: allá por 1947, en medio del ajetreo gansteril de la UIR, hallaba tiempo para pergeñar algún panfleto que luego le publicaban los periódicos de la época. Pero, sin necesidad de comparar la prensa y la sociedad de entonces con las de ahora, cabe constatar la diferente eficacia de la palabra hablada o gritada ante la multitud y la que aparece en un diario oficial. Melancólica diferencia, si es que el Comandante llega a darse cuenta.
Los presuntos destinatarios de la segunda no sólo lo ningunean, sino que andan diciendo que los textos son de algún negro (sin racismo, así se llama en español y francés al amanuense que los ingleses denominan ghost writer), probablemente de su secretario particular, Carlos Valenciaga.
Ni en la más calenturienta y etílica fantasía de sobremesa, los secuaces que aspiran a heredar el mando en la Isla imaginaron nunca el lance en el que ahora se ven atrapados. El Comandante está lo suficientemente muerto como para no poder gobernar, pero sigue lo suficientemente vivo como para impedir que otros lo hagan. Los adláteres se consuelan al comprobar que no pasa nada (el que se mueve no sale en la foto), como si la parálisis y la sumisión fueran la mejor garantía de la supervivencia a plazo medio del régimen. Y Hugo Chávez, portavoz oficioso del estado de salud de Castro, asegura que el enfermo no agoniza, sino convalece, y que puede seguir así durante 100 años más.
En visita reciente a Brasil, el inefable caudillo venezolano terminó una conferencia de prensa con una jaculatoria que debe de ponerle los pelos de punta a más de uno en la Isla: "Fidel, ponte el uniforme".
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