MUERE EL DESTACADO ACADEMICO LUIS AGUILAR LEON
Muere el destacado académico Luis Aguilar León
WILFREDO CANCIO ISLA
El Nuevo Herald
Aguilar León, conocido cariñosamente como ``Lundi", murió al filo de las 9 p.m. en su casa de Key Biscayne, rodeado de sus familiares más cercanos.
Nacido en 1925 en Manzanillo, Oriente, Aguilar estudió en los colegios jesuitas de Dolores, en Santiago de Cuba, y Belén, en La Habana, coincidiendo en ambos centros educacionales con el joven Fidel Castro.
Graduado de Derecho por la Universidad de La Habana en 1949, un año después se tituló en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid, y luego de enseñar en la Universidad de Oriente se mudó a La Habana para trabajar como abogado y articulista político en el periódico Prensa Libre y las revistas Bohemia y Carteles.
Al triunfo de la revolución figuró entre los fundadores del Movimiento Demócrata Cristiano, que fue proscrito muy pronto. Antes de exiliarse en 1960, Aguilar escribió un valiente artículo titulado ``Es la hora de la unanimidad", una vibrante denuncia a la censura en la isla.
``Fue uno de los grandes pensadores cubanos", dijo anoche el historiador y abogado Pedro Roig, amigo de Aguilar. ``Profundo y valiente, vivió y murió abrazado a la libertad''.
En Estados Unidos fue profesor de renombradas universidades como Columbia, Cornell y Georgetown, donde enseñó durante tres décadas.
Aguilar fue director de las páginas de Opiniones de El Nuevo Herald y colaborador de la emisora Radio Martí desde su fundación en 1985. Deja una amplia bibliografía de títulos ensayísticos e históricos, pero sobre todo será popularmente recordado por su artículo periodístico ''El profeta habló a los cubanos'', un retrato de la idiosincracia criolla.
``Ha muerto un verdadero maestro, un hombre que supo explicar fácil e inteligentemente lo íntimo y único de la naturaleza cubana con su fascinante cultura", expresó Humberto Castelló, director de El Nuevo Herald. ``Muy pocos se le igualan en la pasión y la perseverante tenacidad de luchar por una Cuba libre y culta''.
Lo sobreviven su viuda Vera Mestre, con quien estuvo casado más de 50 años, sus hijos Luis Enrique y Elizabeth, y tres nietos. Al cierre de esta edición no se habían revelado los detalles del funeral.
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http://www.cubanet.org/CNews/y03/feb03/17o4.htm
Una lección no aprendida
Luis Aguilar León. El Nuevo Herald, febrero 16, 2003.
A principios de mayo de 1960, con casi todos los medios de comunicación ya controlados por el gobierno, sólo dos verdaderos periódicos sobrevivían en Cuba.
El 11 de mayo, mientras se desplegaba la usual propaganda oficial contra ''los lacayos del imperialismo yanqui'', y se movilizaba al pueblo para que luchara contra el inminente desembarco de los marines, el Diario de la Marina, el más añejo y respetado periódico de Cuba, fue ''liberado'' y silenciado por las eficientes turbas del pueblo.
El único sobreviviente, Prensa Libre, probablemente el más popular periódico de Cuba, recibió de inmediato los asaltos de la ofensiva oficial. El día 13 de mayo, publiqué mi denuncia de lo que estaba ocurriendo y mi pronóstico de lo que iba a ocurrir en mi patria. Fue el último artículo crítico y libre que se publicó en Cuba. Al día siguiente, después de haberle añadido a mi artículo una ''coletilla'' escrita por un súbitamente armado ''comité revolucionario'', en la que se pedía odio, encarcelamiento y paredón para mí, las turbas cerraron Prensa Libre.
Aquí reproduzco mi artículo, con una melancólica nota de orgullo y una voluntad de desplegar siempre la advertencia de lo que amenaza a nuestros pueblos. Ojalá que algunos lectores lancen una ojeada al continente y juzguen cuán certera fue mi denuncia.
La libertad de expresión, si quiere ser verdadera, tiene que desplegarse sobre todos y no ser prerrogativa ni dádiva de nadie. Tal es el caso. No se trata de defender las ideas del Diario de la Marina; se trata de defender el derecho del Diario de la Marina a expresar sus ideas. Y el derecho de miles de cubanos a leer lo que consideren digno de ser leído. Por esa plena libertad de expresión y de opción se luchó tenazmente en Cuba. Y se dijo que si se comenzaba por perseguir a un periódico por mantener una idea, se terminaría persiguiendo todas las ideas. Y se dijo que se anhelaba un régimen donde tuvieran cabida el periódico Hoy, de los comunistas, y el Diario de la Marina, de matiz conservador. A pesar de ello, el Diario de la Marina ha desaparecido como expresión de un pensamiento. Y el periódico Hoy queda más libre y más firme que nunca.
Evidentemente el régimen ha perdido su voluntad de equilibrio.
Para los que anhelamos que cristalice en Cuba, de una vez por todas, la libertad de expresión. Para los que estamos convencidos de que en esta patria nuestra la unión y la tolerancia son esenciales para llevar adelante los más limpios y fecundos ideales, la desaparición ideológica de otro periódico tiene una triste y sombría resonancia. Porque, preséntesele como se le presente, el silenciamiento de un órgano de expresión pública, o su incondicional abanderamiento en la línea del gobierno, no implica otra cosa que el sojuzgamiento de una tenaz postura crítica. Allí estaba la voz y allí estaba el argumento. Y como no se quiere, o no se puede, discutir el argumento, se hizo imprescindible ahogar la voz. Viejo es el método, bien conocido son sus resultados.
He aquí que va llegando a Cuba la hora de la unanimidad: la sólida e impenetrable unanimidad totalitaria. La misma consigna será repetida por todos los órganos publicitarios. No habrá voces discrepantes, ni posibilidad de crítica, ni refutaciones públicas. El control de todos los medios de expresión facilitará la labor persuasiva: el miedo se encargará del resto. Y, bajo la vociferante propaganda, quedará el silencio. El silencio de los que no pueden hablar. El silencio cómplice de los que, pudiendo, no se atrevieron a hablar.
Pero, se vocifera siempre, la patria está en peligro. Pues si lo está, vamos a defenderla haciéndola inatacable en la teoría y en la práctica. Vamos a esgrimir las armas, pero también los derechos. Vamos a comenzar por demostrarle al mundo que aquí hay un pueblo libre, libre de verdad, donde pueden convivir todas las ideas y todas las posturas. ¿O es que para defender la justicia de nuestra causa hay que hacer causa común con la injusticia de los métodos totalitarios? ¿No sería mucho más hermoso y más digno ofrecer a toda la América el ejemplo de un pueblo que se apresta a defender su libertad sin menoscabar la libertad de nadie, sin ofrecer ni la sombra de un pretexto a los que aducen que aquí estamos cayendo en un gobierno de fuerza?
Lamentablemente, tal no parece ser el camino escogido. Frente a la sana multiplicidad de opiniones se prefiere la fórmula de un solo guía y una sola consigna, y una total obediencia. Así se llega a la unanimidad totalitaria. Y entonces ni los que han callado hallarán cobijo en su silencio. Porque la unanimidad totalitaria es peor que la censura. La censura nos obliga a callar nuestra verdad; la unanimidad nos fuerza a repetir la mentira de otros. Así se nos disuelve la personalidad en un coro colectivo y monótono.
Y nada hay peor que eso para quienes no tienen vocación de obedientes rebaños.
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