PAISAJE DESPUES DE LA BATALLA
Paisaje después de la batalla
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De los discursos y consignas a la 'eliminación de prohibiciones' del gobierno de Raúl Castro.
viernes 25 de abril de 2008 6:00:00
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Por Julián B. Sorel, París
La Batalla de Ideas ha terminado. Las tropas que ayer se destacaron en aguerridos actos de repudio, heroicas mesas redondas y gloriosas marchas del pueblo combatiente, hoy regresan al hogar con la ilusión de comprar algún día una olla arrocera o un teléfono móvil y, quién sabe, hasta de llegar a pasar un fin de semana en un hotel de Varadero.
Las medidas que en las últimas semanas ha tomado el Gobierno Revoluseptuagenario de Castro II equivalen en la práctica a una proclama unilateral de cesación de hostilidades. Lo curioso de esta tregua es que la presunta ofensiva de Washington no ha variado ni un ápice en los últimos doce años.
Si en 1996 hubo un sobresalto retórico tras el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, en 2000, el enemigo, en un acto de sospechosa generosidad, decidió venderle al gobierno alimentos y medicinas. Siempre y cuando éste pagara en dólares contantes y sonantes, porque tampoco era cuestión de financiar a crédito su ineficiencia productiva. Pero si se exceptúan esas dos fintas —una de cal, otra de pollo congelado—, la estrategia del Goliat imperialista sigue igual.
Esto no ha sido óbice para que el David socialista deponga de hecho su actitud numantina —aunque todavía no lo ha reconocido— y empiece a desmovilizar los efectivos que hasta hace poco combatían encarnizadamente en todos los frentes internos. Claro que entre esos combatientes alguno habrá que se pregunte cómo es posible declarar una tregua que preludia una paz inminente cuando el enemigo ataca todavía por todos los flancos.
¿No será un error del alto mando, que ve un gesto amistoso en lo que sólo es una transacción filistea de lentejas por divisas arduamente ganadas? ¿O acaso la amenaza desapareció hace ya muchos años y toda la gesticulación de marchas, protestas, maniobras, excavación de trincheras y preparación combativa no ha sido sino un sainete, una broma de mal gusto, una gigantesca tomadura de pelo?
En cualquier caso, las huestes agradecen el respiro y se aprestan al bíblico empeño de convertir las espadas en arados —y en ventiladores y en casetes de DVD. Aparcar la paranoia de la fortaleza sitiada y el discurso ampuloso de la resistencia numantina no será tarea sencilla. Todavía se reproducirán esporádicamente algunas escaramuzas, más simbólicas que reales. Modestas maniobras de opereta, para no complicarle con el síndrome de abstinencia la agonía al Estratega en Jefe.
Pero en el ánimo de la tropa —sobre todo de los conscriptos más jóvenes que padecen una evidente falta de espíritu bélico— la guerra es asunto concluso. Allá los abuelos, ministros o generales, con sus batallitas anacrónicas y sus polvorientos manuales de marxismo-leninismo. El hombre nuevo socialista no quiere saber nada de la honda de David. La suya no lleva hache: es la onda del reguetón, el hip-hop, las motos, los blogs, las películas de acción y toda la panoplia de instrumentos del siglo XXI que los adultos, tan serios ellos, no alcanzan a entender y mucho menos a ofrecerles.
Porque el panorama que los desmovilizados encuentran al volver es desolador. Las casas se desmoronan, los puentes se hunden y los campos están en barbecho. El dinero no alcanza para gran cosa; la comida es cara; el agua, escasa; el transporte, pésimo, y muchos servicios han dejado de existir. Las guerras son así, incluso las de mentirita. Hay víctimas, damnificados y múltiples secuelas materiales.
La súbita liberalidad con la que el Gobierno Revoluseptuagenario devuelve ahora prerrogativas y derechos que nadie sabe muy bien por qué confiscó alguna vez, suscita más interrogantes que respuestas. Hasta los más lerdos empiezan a sospechar que la defensa de la soberanía nacional quizá fue la coartada que impidió la soberanía personal. Que la dictadura era sobre —y no de— el proletariado y que los campesinos actuaron con una lógica impecable cuando dejaron que los prados se llenaran de marabú.
En 1945, cuando la infantería norteamericana desembarcó en las Filipinas, algunos soldados japoneses se refugiaron en las montañas para continuar la lucha. Perdido todo contacto con sus superiores, erraron en la selva durante largo tiempo. Dos o tres décadas después bajaron a rendirse, sin saber que la guerra había terminado y nadie se acordaba de ellos.
A la tropa de los hermanos Castro le ha ocurrido tres cuartos de lo mismo. La Batalla de Ideas ha concluido. En la Isla, los supervivientes cantan victoria porque ningún general enemigo los esperaba, cuando salieron de la jungla de discursos, consignas y estupideces donde andaban extraviados, para exigirles la rendición. Apenas empiezan a darse cuenta de que la Guerra Fría concluyó hace casi 20 años, el día en que un puñado de jóvenes derribaron un trozo del Muro de Berlín y la libertad se coló por la brecha, como un irresistible vendaval de alegría y esperanza.
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