McCAIN VS OBAMA: EL DIA Y LA NOCHE
McCAIN VS OBAMA: EL DIA Y LA NOCHE
Por Alfredo M. Cepero .
Después de diez presidentes y centenares de promesas incumplidas por nuestros aliados en Washington había tomado la determinación de no escribir sobre política norteamericana. Pero tengo la certeza de que el momento es tan crucial y el peligro tan grave--tanto para la seguridad de los Estados Unidos como para la libertad de Cuba—como para justificar romper este silencio que si Martí estuviera vivo fustigaría con su frase lapidaria de: “Ver en calma un crimen es cometerlo”. Quiero, sin embargo, dejar bien claro que este trabajo no se propone quitarle el sueño a quienes temen al espectáculo de un Obama bailando salsa con Mariela Castro a los acordes de una orquesta pagada por los granjeros norteamericanos y aplaudidos por la caterva de mercaderes cubanos que apuestan a una transición contaminada por la avaricia y de espaldas a la libertad de Cuba. Tampoco está dirigido a los militantes de ninguno de los dos bandos. Todos sabemos que la pasión es un virus que se resiste al antibiótico de la razón. Está dirigido a los indecisos que todavía son numerosos y mantienen una mente abierta a datos y argumentos sobre los cuales basar su voto el día de las elecciones. Está dirigido a la “mayoría silenciosa” que en 1972 dio la victoria a Richard Nixon y mandó a George McGovern (predecesor de Obama en partido, simpatía por la tiranía de Castro, preferencia de la prensa y cojera ideológica) al basurero de la historia.
Vayamos por parte y empecemos por describir que es y que no es la presidencia de los Estados Unidos. La presidencia de la primera potencia del mundo no es un premio de consuelo para una minoría negra que fue víctima indiscutible de injusticias pasadas. Injusticias que—dicho sea de paso—no sufrió un privilegiado como Barack Obama. Injusticias que no se remedian eligiendo un presidente negro sino seleccionando un presidente que garantice igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, independientemente de sexo, color, religión o clase social. Tampoco es una corona de laureles para un militar heroico y patriota consumado como John McCain. En el curso de su ya larga historia de campañas militares esta nación ha dado millares de héroes que no están preparados para dirigir una nación convulsionada por conflictos internos y asediada por enemigos externos. La presidencia de los Estados Unidos en esta trascendental encrucijada de su historia es una corona de espinas reservada para aquellos que tengan la audacia del servicio y la vocación del sacrificio, no para quienes no ofrezcan otra cosa que la audacia de la arrogancia y la vocación del protagonismo.
Hagamos a continuación una lista breve de los atributos necesarios para desempeñar con éxito la presidencia de los Estados Unidos. Un presidente de los Estados Unidos no tiene que ser abogado, economista, ingeniero o astronauta. Todos esos especialistas se pueden contratar como lo demostraron a cabalidad Harry Truman y Ronald Reagan, dos hombres que no tenían esos conocimientos y fueron, en mi opinión, los mejores presidentes norteamericanos del Siglo XX. De lo que no puede carecer un presidente norteamericano—so pena de hundir a su pueblo como lo hicieron Herbert Hoover y Jimmy Carter—es de carácter, buen juicio, experiencia y sentido de justicia. Por desgracia ninguna de esas materias forma parte de los planes de estudios de los altos centros de enseñanza. Son atributos que recibimos en los genes de nuestros antecesores, de la conducta de quienes guiaron nuestros primeros pasos y de los aciertos o errores que hayamos acumulado en el curso de nuestras vidas.
Considerando que el Diccionario de la Lengua Española ofrece 18 definiciones de carácter, queremos dejar sentado que para nosotros el carácter es la “fuerza, firmeza y energía” para tomar decisiones y mantenerlas a pesar de opiniones contrarias. Veamos ahora a estos dos hombres a la luz de sus respectivos caracteres. En su profesión de profesor universitario o en el ejercicio de sus cargos dentro de organismos colectivos como el Senado del Estado de Illinois o el Senado Federal en Washington, Obama jamás se ha visto obligado a tomar decisiones de vida o muerte. Además, hasta hace poco mas de un par de años, Obama era un misterio para el público norteamericano. Tenemos, por lo tanto, que juzgarlo por su conducta y sus declaraciones durante las elecciones primarias y el poco tiempo de esta campaña para las elecciones generales.
En el breve espacio de los últimos seis meses, Obama ha estado a ambos lados de numerosos temas de campaña. El autodenominado candidato del cambio ha demostrado que predica con el ejemplo y cambia de opinión según sople el viento de las encuestas de intención de votantes. Ha proclamado una retirada rápida de Iraq y se ha retractado diciendo que su política al respecto estará sujeta a consultas con los comandantes en el campo de batalla. Estuvo a favor de aceptar fondos públicos para su campaña electoral y se declaró en contra de los mismos cuando descubrió que podría recaudar cantidades tan gigantescas como 95 millones de dólares solo en febrero y marzo de este año. Ha postulado una firme separación de la iglesia y el estado hasta que le resultó conveniente promover los servicios sociales a través de distintas denominaciones religiosas a la manera de George Bush . Restó importancia a la amenaza nuclear por parte de Irán hasta que los cabilderos judíos le hicieron sentir la presión de retirarle contribuciones de campaña. Y se negaba a llevar una bandera norteamericana en la solapa hasta que sus asesores políticos le advirtieron que su arrogancia le costaría muchos votos.
Por su parte, John McCain es un hombre cuya conducta ha sido no solo un libro abierto sino una inspiración para sus conciudadanos y una personalidad pública desde hace treinta años. Podemos o no estar de acuerdo con sus posiciones políticas pero sabemos de donde viene y hacia donde va. Sus cambios no son de oportunismo sino de realismo. Cuando la gasolina estaba a dos dólares el galón, McCain estaba en contra de las exploraciones frente a las costas norteamericanas. Cuando los trabajadores y la clase media norteamericana empezaron a sentir el aguijón del galón a cuatro dólares, McCain se mostró partidario de las exploraciones costeras. Esa es la conducta de un estadista no de un oportunista. Sin embargo, la mayor prueba de su carácter sólido y a prueba de tentaciones la tenemos en la entereza con que enfrentó a sus carceleros de Vietnam del Norte. Cuando, tratando de buscar favores con su padre el Almirante McCain, los norvietnamitas le ofrecieron la opción de salir en libertad antes que sus compañeros de infortunio, McCain se negó a salir de aquellas mazmorras pestilentes hasta que no saliera el último de sus hermanos de cautiverio.
Continuando con la lista y citando de nuevo al Diccionario de la Lengua, entendemos por juicio “la capacidad del hombre para distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso”. En cuanto a este atributo Barack Obama merece un resonante suspenso. De otra manera no se explica como este hombre, sin dudas inteligente y elocuente, pudo haber asistido por veinte años a la Trinity Church en Chicago y no darse cuenta del odio y el resentimiento destilados en los sermones de su pastor Jeremiah Wright contra los Estados Unidos de América. La misma nación que ahora Obama dice amar al punto de estar dispuesto a “sacrificarse” para salvarla de los políticos corruptos y las compañías explotadoras. Tampoco se explica como este ambicioso político pudo cultivar la amistad de un delincuente como William Ayers, quién en fecha tan reciente como el 2001 se lamentaba de no haber puesto mas bombas en la década de los setenta para derribar al gobierno democráticamente electo de los Estados Unidos. La explicación de Obama en cuanto a que jamás escuchó a Wright despotricar contra los Estados Unidos o de que su relación con Ayers fue meramente superficial no es creíble; sobre todo viniendo de un político hábil, calculador y oportunista como ha demostrado serlo este aventajado alumno de Maquiavelo en su breve transito por el escenario político nacional.
Adolece además Obama de una total falta de experiencia en cuanto a los instrumentos idóneos para la creación de riqueza y promoción de la actividad económica de una nación. De otra manera, no propondría un aumento de impuestos en momentos donde el país enfrenta una crisis económica como la actual. La solución no está en mayores controles gubernamentales sino en todo lo contrario. Dar rienda suelta a la empresa privada para que invierta y cree fuentes de trabajo que, a su vez, se traduzcan en menos desempleados y mas impuestos para las arcas gubernamentales. John McCain lo sabe y por eso ha dicho que mantendrá las mismas tasas impositivas vigentes en este momento. Y muy cerca de la experiencia limitada de Obama, esta su percepción distorsionada de la justicia. Al igual que sus amigos de la izquierda improductiva, su obsesión por la redistribución del ingreso lo lleva a despojar a los ricos para supuestamente beneficiar a los pobres. Con ello, se propone financiar programas gubernamentales que fomentan el ocio, multiplican las filas de las madres solteras, aumentan la población carcelaria y crean tal dependencia de los ciudadanos en el gobierno que justifican el crecimiento desproporcionado del monstruo de la burocracia estatal. Con esto salen perjudicados los pobres y los ricos. Los ricos pierden capital y los pobres pierden la iniciativa y la dignidad.
En conclusión, estos dos hombres son tan diferentes como el día y la noche. Para no ver la diferencia hay que padecer de una incurable y suicida ceguera política. La misma ceguera que condenó a Cuba a cincuenta años de tiranía. (7-21-08)
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