CICLONES Y BLOQUEOS
Ciclones y bloqueos
Por Nicolás Águila
El ciclón Fay pasó por Cuba y ahora se dirige a la Florida. No es lo que se dice un huracán sino una tormenta tropical, eso que los mayores llamaban despectivamente cicloncito platanero. Los estragos que haya podido causar se deberán no tanto a las rachas de viento como a las lluvias y las inundaciones.
Ya el régimen cubano debe de estar cuantificando los daños en las provincias afectadas por el paso del ciclón. Veremos si esta vez no se le ocurre sobredimensionarlos, como era habitual cuando el Metéorólogo en Jefe asumía personalmente el mando anticiclónico en el estado mayor de la defensa civil.
Fidel Castro le atribuía al último huracán que cruzara por Cuba todos los fracasos en la gestión de la agricultura. Y el año que no había ciclón, entonces recurría a la cantaleta del bloqueo imperialista.
Ésa ha sido la norma en Cuba a partir del ciclón Flora en octubre de 1963. Después de más de cuatro años de administración desastrosa, ese huracán le vino como un regalo del cielo. Le proporcionó el pretexto que necesitaba para acabar de racionarlo todo, incluyendo el azúcar y el café que nunca habían faltado en el hogar más pobre. El racionamiento estricto fue anunciado como una medida temporal, pero ha durado hasta el día de hoy.
Treinta años después, en marzo de 1993, apareció una tormenta ciclónica fuera de temporada que causó considerables estragos. Primero azotó a Cuba y luego cruzó en línea recta toda la costa este de Estados Unidos. Los americanos la bautizaron bombásticamente como tormenta del siglo y el régimen castrista, por subirles la parada, comenzó a llamarla tercer bloqueo.
Como lo anterior no debe resultar fácil de entender para quien no esté familiarizado con la realidad cubana, conviene recordar que por esos años a Fidel Castro le había dado por hablar de un segundo bloqueo. Con lo cual condenaba la suspensión de los subsidios soviéticos y al mismo tiempo la equiparaba con el embargo norteamericano, que en esa cuenta sería el primer bloqueo.
Si ya es difícil llamarle bloqueo a un conjunto de sanciones comerciales técnicamente conocido como embargo, ponerle ese rótulo al cese de la ayuda de otro país parecería rebasar todos los límites de la manipulación léxico-semántica. Pero allá no existen esos límites cuando se trata de justificar el desastre nacional. De modo que la tormenta del siglo fue rebautizada como tercer bloqueo y, mientras pudieron, la usaron de chivo expiatorio. La propaganda castrista puede llegar a esos extremos e incluso sobrepasarlos. No le teme al ridículo.
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