MARX Y CUBA
Marx y Cuba
Por Emilio Ichikawa
Una tarde del año 1999 comenzaron a descargarse en la Biblioteca Nacional de Cuba los centenares de libros que, según se dijo, constituían la biblioteca personal de Carlos Rafael Rodríguez en el Consejo de Estado. Entre ellos recuerdo una biografía de Charles de Gaulle dedicada a Rodríguez por Mitterrand, un cuaderno sobre China de Alberti con una inscripción amistosa y un dibujo de una paloma con flor y una edición anotada de Das Kapital, de Karl Marx. También en la biblioteca del entonces Centro de Investigaciones de la Economía Internacional (CIEI) existía una sección de libros donados por Carlos Rafael Rodríguez, donde alcancé a revisar otro ejemplar de esa obra llena de marginalia que pudieran ser de interés para cualquier estudioso del pensamiento cubano.
Digo esto porque el marxismo que se ha cultivado en Cuba, sobre todo en las últimas décadas, no tiene a Das Kapital como uno de sus referentes fundamentales. Se trata más bien de un marxismo para la acción revolucionaria; ya sea en calidad de jerga para avalar los movimientos políticos regionales de la izquierda o como ideología (e incluso propaganda) para legitimar asuntos vinculados con el sostenimiento del orden castrista en la isla. En este sentido, el asunto de la relación entre el intelectual y la política no es un problema para este tipo de marxista, sino un dogma resuelto definitivamente a favor de la segunda función.
Cualquier estudioso de las ideas sociológicas sabe que el marxismo, a nivel de análisis bibliográfico, sobrevive o fracasa con su obra cumbre, Das Kapital, particularmente con la teorización que pueda montarse a partir de su tomo I, donde la ''exposición'' escrita, el movimiento formal, corre a cargo de Marx. Pero esa es una obra y un programa investigativo que en la tradición marxista cubana está relegada, si acaso, a ciertos economistas como el citado pensador cienfueguero y el sagüero Raúl Cepero Bonilla.
En este mismo momento, todavía, profesores marxistas de la Universidad de La Habana como Jorge Luis Acanda, Joaquín Santana o Rubén Zardoya (rector de esa casa docente) se interesan más bien por una relectura de obras tempranas de Marx como los llamados Manuscritos económico-filosóficos de 1844, el capítulo primero de La ideología alemana (1845) y Manifiesto comunista (1848). La misma literatura con la que funcionan ideólogos del partido como Fernando Martínez Heredia y Aurelio Alonso, recientemente canonizados como ''amistades filosóficas'' por Franc¸ois Houtart en su discurso ''No es el fin de las utopías'', con el que agradeció un doctorado honoris causa entregado por la Universidad de La Habana.
Digo esto porque lo que se celebra hoy como resurgir del marxismo, un hecho precipitadamente certificado por un ''crecimiento'' en ventas en la reciente Feria del Libro de Frankfurt, puede significar para Cuba no sólo un estancamiento, sino el hundimiento definitivo en la tradición ideológico-moralista del saber discursivo; vía de la insistencia en la apología a la revolución y el hombre nuevo en nombre de Marx.
La introducción del marxismo en Cuba no fue problemática porque, contrariamente a lo que se dice, encontró un ambiente afín. El marxismo no llegó a la isla en los ejercicios áridos de los economistas, sino en la retórica emancipadora de agitadores persuasivos, en la forma de diálogo justiciero y revolucionario. Llegó con el caché humanista de la propaganda igualitaria, de cháchara contra la diferencia de clases, con buen marketing emocional, y se encontró una sensibilidad receptiva en los ambientes moralistas, senequistas y cristianos de nuestros colegios e instituciones.
La Universidad de Villanueva, el Seminario de San Carlos, el Colegio de Jesuitas de Belén, la Universidad de La Habana, las parroquias y vecindarios seguramente no eran marxistas, pero algunas de sus figuras estaban inmersas en un discurso de justicia social que está dispuesto a suscribir la tradición marxista con la única condición de que le cambien de santo. No mentía Carlos Rafael Rodríguez cuando en la Revista Fundamentos celebraba el hecho de que en la tradición intelectual cubana había buena tierra para sembrar el marxismo como ideología. Tampoco mentía Felipe Pazos pero sí era negligente cuando, según cuenta alguno de sus discípulos, citaba en clases el tema del comunismo y seguía adelante, acotando que se trataba de una doctrina que no interesaba mucho a la realidad de la isla.
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