ALLÁ ADENTRO, SIN LUCES NI TAQUÍGRAFOS
Allá adentro, sin luces ni taquígrafos
Por Raúl Rivero
Madrid -- La orgía de liberaciones de ministros, las palinodias escritas en una prosa sin pulso, pavorosa y la nueva disposición de los caracoles para tratar de adivinar el porvenir de Cuba, tienen fuera de foco y en la sombra --como casi siempre-- la realidad de la vida cotidiana de la oposición pacífica, las gestiones de la sociedad civil y el día a día de los presos políticos y las Damas de Blanco.
Sólo en algunos medios cubanos del exilio puede el lector extranjero tener noticias de cómo se traduce, en el ámbito de las fuerzas democráticas, el sacrificio de una decena de altos cargos mediante la reaparición repentina de las fiebres del estalinismo en guayabera.
El gran público quiere ver las caras de los caídos, quiere detalles del curso de los cuchillos y desea saber el origen de ese último viaje del poder al olvido definitivo. Hay una enfermiza necesidad de conocer algo sobre el destino de unos hombres que, hasta hace unas horas, usaban en Cuba, y en el mundo entero, el lenguaje enérgico, repugnante y odioso de las dictaduras. Y ahora yacen bajo esa palabrería.
El camino de los funcionarios derrotados, presos en una jaula de miedo y asombro, pasa a otras páginas de la actualidad el drama humano del periodista Normando Hernández, por ejemplo.
Está enfermo y en medio de la escandalosa carnicería de cuadros, lo han devuelto a su celda de la prisión Kilo 7, en Camagüey, con las mismas patologías agravadas y el mismo desconcierto sobre la evolución de su salud.
Después de tres meses en el hospital del Combinado del Este, de La Habana, Hernández dice que sus dolencias ``continúan progresando por la inexistencia de una dieta médica higiénica, balanceada y estricta, como requieren las enfermedades que padezco, sin contar el ser sometido durante seis años a estar encarcelado en pésimas condiciones''.
''Probar que mis enfermedades han sido inoculadas es muy difícil, pero las evidencias conducen a creerlo'', dijo el comunicador, uno de los 75 cubanos arrestados durante la llamada Primavera Negra del 2003.
Los informes de las instituciones de derechos humanos confirman que, entre los 200 presos políticos cubanos, al menos tres decenas sufren graves enfermedades en las cárceles.
También, al abrigo de la algazara por el cambio de muebles en el poder, se ha sometido a mayores presiones represivas a las Damas de Blanco. La asociación de familiares de presos denunció esta semana el arresto de seis mujeres y la advertencia de la policía de que impediría cualquier acto que recordara en marzo el sexto aniversario de la razzia contra los opositores.
Se reportan detenciones y amenazas a periodistas independientes y a activistas democráticos en toda la nación y se reactivó la orden de que los presos políticos tienen que llevar el mismo uniforme de los comunes.
Pedro Argüelles Morán, el periodista que cumple 20 años en la prisión de Canaleta, en Ciego de Avila, se ha negado a usar esa ropa y lleva ya diez días en una celda de castigo a donde fue enviado por tiempo indefinido.
Estos episodios son menos espectaculares, pero más dolorosos y retratan mejor la crueldad de un gobierno que remite a los sirvientes que no hallaron fogones para sus vanidades, a un internamiento forzoso en la comodidad de sus residencias donde podrán todavía disponer del residuo de sus privilegios.
Las preferencias por quienes fueron un día famosos, aunque lo fueran como figuras negativas, tiene un raro parentesco con la fascinación que produce la prensa del corazón. Sólo que los que ahora concitan mayor interés no volverán jamás al escenario y sus rostros serán, dentro de poco, niebla.
Sin embargo, los que están en las oscuridades y el silencio, aunque no se vislumbren en los procedimientos adivinatorios de cierto políticos, son los que tienen sitios reservados en las primeras planas que ya han comenzado a diseñarse.
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