CUBA: ¡AHORA QUE SE FUE LA POLICÍA!
¡AHORA QUE SE FUE LA META!
Juan González Febles
26/08/2010
Periodista independiente.
juanchogonzal@gmail.com
Lawton, La Habana, 26 de agosto de 2010, (PD) Uno de los más modestos monumentos de La Habana es el que consagra la memoria de uno de sus más esforzados benefactores. Se trata del ingeniero español Francisco de Albear. Este innovador concibió y materializó la obra de ingeniería más sobresaliente del siglo XIX cubano. Esta fue el acueducto de la ciudad que lleva su nombre.
Hoy que la ciudad, entre otras carencias, no tiene agua, por culpa de otro hijo de… peninsular, es justo aclarar que quien primero resolvió el problema fue Albear, un gallego de los buenos. Sí, el mismo del acueducto. Y para los que no conocen a Cuba o sólo disponen de una visión epidérmica y turística de nuestra islita, aclaro que para los cubanos, tradicionalmente todos los españoles son gallegos, todos los europeos del este, polacos y todos los asiáticos, chinos. En relación con los árabes y norafricanos, moros. Y por supuesto, los africanos, negros y todos los negros, congos. Una visión pintoresca, vernácula y para nada peyorativa.
El monumento de Albear está ubicado en el parque, que quizás, de forma oficial lleva su nombre. El caso es que en la práctica, (sea o no oficial) todos los habaneros llaman al Parque Albear, así y nada más. El parque está a la entrada o a la salida de la calle Obispo, según la apreciación personal de quien fuere.
Si se toma por entrada Monserrate, está al costado del restorán Floridita y sirve de introducción a la otrora muy célebre librería La Moderna Poesía. Esta nos llega nimbada por la leyenda de su propietario, el peninsular Potte, que regaló a la ciudad el puente de hierro sobre el río Almendares.
Ciertamente nuestro amigo Albear está en buena compañía con la librería de su coterráneo Potte a sus espaldas y de frente una excelente vista del Parque Central, con la efigie de un Martí que parece advertirnos: “¡Yo no soñé esta m…!”
La vida de periodista independiente, más allá de aprensiones y peligros reales, tiene sus pequeñas compensaciones y momentos de excelente humor. Estos últimos los regala la vida. Esperaba con tres colegas a una visita recién llegada de Europa, en el Parque Albear. Era mediodía y para quienes no lo saben, el Parque Albear es una de las puertas de oro al idílico espacio turístico creado para solaz actual de extranjeros y para las futuras generaciones de la etapa por venir democrática y post castrista. Decimos generaciones venideras, porque las actuales no disfrutan, más bien sufren este espacio. El Casco Histórico, no es para nosotros.
Estábamos a la espera de los visitantes y mientras transcurría la espera, la policía de Seguridad del Estado hacía su trabajo. Sus agentes nos vigilaban. Por allá alguien con una cámara de excelente factura nos retrataba. Personas de muy diversa y variopinta extracción nos observaban y hacían uso de sus teléfonos celulares. Pero uno entre ellos se llevó las palmas.
Un mulato fuerte, bien plantado y bien vestido, comía a escasos metros de nosotros una cajita de cartón con carne, arroz, etc. Imaginan algo más anacrónico que un tipo bien vestido que come de una cajita de cartón en el Parque Albear. Zona turística de rococó y rimbombancias. Pues bien, con sus orejitas atentas y la atención en la cajita, nuestro elegante policía, ¡pasaba inadvertido!
Mientras, la uniformada, revolucionaria y cazadora especializada de negros sospechosos, me refiero a la Policía Nacional Revolucionaria, (PNR), brillaba por su ausencia. No se veía un solo uniformado. Ni oriental ni habanero. Fue en ese momento que apareció. Como no pregunté su nombre, le llamaremos Juan Pueblo. Negro, algo gordo y con una picardía en los ojos desbordada. Me dice:
-¡Oye asere! Ahora que se fue la meta, tengo lo tuyo.
-¿Tú estás seguro que se fue la meta?
La meta es una de las últimas novedades lingüísticas aportadas por los marginales habaneros. Así llaman a la policía por el momento, hasta que el nombre cambie.
-Claro, compadre…
El mulato de la cajita sonreía y Juan Pueblo insistía…
-¿Qué cosa es…?-dije
-Tabaquitos Cohiba. Regalados. 25 por 20 cuc, en su cajita, con celofán y tó, un regalo…
Lo seguí, entramos en un portalón de esos que abundan en Habana Vieja. Juan Pueblo cerró el portón, se recostó y me mostró su mercancía. La tomé y le pagué. Me serviría para un regalo. En ese momento alguien empujaba el portón. Juan Pueblo se cagó.
-¿Quién es mi consorte…?
-La meta, que según tú dices, se fue…-le dije con una sonrisa. La más cruel de mi repertorio.
-¿Y ahora qué hacemos…?-dijo con un hilo de voz
-Sube por ahí pa arriba y no pares hasta la azotea. Yo resuelvo. A fin de cuentas, es conmigo…
-¡Oye! ¡¿Qué volá?!
-Gánatela y si te vuelvo a ver, te cuento…
El pobre negro, voló escaleras arriba. Me aparté del portón, abrí y salí. Un muchachón fuerte, de pullover ceñido y jeans, a quien sólo faltaba la moto Suzuki, preguntó:
-¿Usted sabe si Omara vive aquí?
-Al final del pasillo- dije, mientras señalaba un pasillo que encontraba su extremo en la otra calle. Eso daría tiempo a Juan Pueblo a salir por alguna parte, lejos del portón, el edificio y todo lo demás.
Cuando me uní a los colegas, nuestros amigos habían llegado. Nos encaminamos Obispo abajo, en busca de un lugar limpio, bien iluminado y de precios módicos. Dejamos atrás al mulato comedor de cajitas. El tipo aún sonreía y movía la cabeza. La pasamos bien.
juanchogonzal@gmail.com
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