jueves, septiembre 02, 2010

Sobre que Fidel Castro se hace responsable de la persecusión a homosexuales pero se excusa

Tomado de http://heribertopenthouse.blogspot.com


Por David Lago González


Represión. ¿Qué represión? Ah, total, si sólo fueron unos cuantos maricones…



Más de un amigo que me quiere me ha aconsejado –por el mejor funcionamiento de mi estado mental, y físico— que me aparte lo más posible de lo político, porque, además, me dicen, estoy dando una imagen que a muchos otros lectores de este blog no interesa o les cuesta comprender o simplemente lo deja a un lado por serle incomprensible: en fin, eso que en lengua nativa peninsular se considera “un rollo”, “un coñazo”, y yo, pues, puedo ser lo que comúnmente llaman “un pelmazo”.

Todos tienen razón, tanto por el cariño y buena intención de las recomendaciones como por el dañino resultado de exponer mi verbo a tan bajos menesteres. Pero en algo me considero un total fracasado: no he logrado aprender a vivir con “la resaca del absurdo”. Con muchas otras cosas consideradas negativas se alcanza un nivel de convivencia, una especie de pacto, si no con alegría y deportividad, sí con una cierta tranquilidad (e incluso compensación) que se halla al acomodarse a una posición determinada: es como llegar al punto exacto en que ayudado por cojines y almohadas, encuentras más alivio al dolor. Se aprende a vivir con el sida, con la depresión crónica, con un cierto grado de locura, con la muerte, con una minusvalía, y sé que en el otro aspecto me encuentro en franca desventaja y minoría pues son legión los que han sacado antes, ahora y después, tajada del “absurdo” (llamado ideológicamente “comunismo”), pero qué quieren que le haga: God is (NOT) on my side en esta ocasión. Yo soy el que soy, y lo que soy, con todos sus pros y sus contras, y también porque viví y padecí con pasión las arbitrariedades del monstruo; no puedo cercenar esa parte de mí porque, en el mejor de los casos, entonces también una parte de mi verbo dejaría de existir; no puedo morirme y reencarnarme en la misma persona, con la misma historia, pero sólo con aquellas cosas que me han hecho bien, que me han beneficiado. No sería mi vida. No sería UNA vida, porque la existencia está hecha de todas y cada una de las partículas que la han compuesto, y sólo es una fiesta, una reconciliación con Dios y el alma cuando se alcanza un equilibrio entre la infamia y la belleza y a ambas cosas puedes encontrarle significado.

Por otro lado, resulta que la trama que sirvió de experimento a la primera generación infantil que tuvo que recibir el absurdo, después de medio siglo, sigue corriendo como si fuera un río subterráneo interminable y con demasiada frecuencia sus aguas crecen e inundan la superficie de esa otra etapa, de ese otro terreno que algunos hemos querido intentar que fuera el comienzo de una nueva vida. Son nuestras Tablas de Daimiel, pero en ella no anidan las hermosas especies de aves del Paraíso en su vuelo migratorio, sino escuálidos y voraces carroñeros con su pescuezo pelado y su cabeza de periscopio buscando en derredor nuevos objetivos, viejas presas que se creían ilusoriamente que habían logrado escapar.

En nuestro caso particular, hemos tenido un segundo castigo considerablemente peor que el primero que se originó, y fue que no fuimos una ficha más que cayó cuando el efecto dominó del derrumbe del comunismo real. Toda la morralla institucional y oficialista que existía en todos esos países, empezando claro está por la élite y clase intelectual y farandurela que circunda para ensalzar y divertir a la realeza del totalitarismo, no tuvo tiempo de reciclarse porque el cambio –¡allí sí hubo un verdadero cambio! Y no las basuras incomprensibles que en el caso de Cuba ruedan de boca en boca, de oreja a oreja, amplificando aún más El Absurdo— se produjo de un día para otro: todos desaparecieron, se los tragó la tierra, pasaron a la nada de la que nunca debían haber salido. Pero no, nosotros también en eso teníamos que ser especiales. “Especiales”, diferentes, únicos, los primeros y los únicos en América Latina y en todo el Universo, porque, claro, sobre nuestro ombligo alguien colocó un palito y sobre ese palito orbita todo el resto de despreciables necesarios para que aquel artilugio siga funcionando por los tiempos de los tiempos, amén.

Él, un hombre brillante, pletórico de éxitos y fracasos, ha terminado recurriendo a la ralea que tanto despreció al considerarlos como nada confiables, porque una buena parte de las cobayas (digamos, las fases posteriores a la primera de aquel Gran Experimento Universal) han desarrollado suficientes mecanismos de resistencia aprendidos durante los 25 años iniciales como para convencer a las miriadas de despreciables necesarios que su fe está por encima de su dios y que, por tanto, toda fe que es vivida o sentida, es cierta. Le han superado en lo camaleónico, y ahora Él, pobre monstruo en sus días finales, imita a sus pupilos con un toque de dulzura.

Con un toque de dulzura se hace responsable –Él también es todo un hombrecito— de la represión y genocidio iniciado en los años 60 contra esas taras de la naturaleza y de toda religión que son los hombres y mujeres que prefieren –y nadie sabe por qué— amar y desear lo contrario de lo que dicen las leyes y las normas religiosas y totalitarias. Fue sólo un asunto que se le fue de las manos. Él estaba demasiado ocupado jugando a los soldaditos todopoderosos que exponían a todo El Mundo a una destrucción nuclear, así, con la mayor de las ligerezas y montruoso infantilismo, interpretando el papel de David contra Goliat, sin conciencia de lo que nunca llegamos a saber nosotros en aquellos momentos (que seríamos borrados de la faz de la tierra) ni de que cambió el destino de miles de personas que ante la amenaza atómica llegaron a emigrar a las Antípodas u ocultaron su paranoia en refugios subterráneos (daños colaterales de su mesianismo que vine a conocer el año pasado cuando visitaba Philadelphia) y mi amigo Kurt rezaba para que le diera tiempo a pasar los exámenes. Oh, el pobre bastardo reciclado en pupilo del Colegio de Belén quería cobrarse su suerte con el poder inimaginable que da tener en las manos el destino de millones de personas. Digno de lástima, Él no pudo ocuparse de aquellos asuntos de exterminar maricones y bolleras porque padecía de resaca nuclear y luchaba contra la CIA que, como una hidra, repetía inútilmente cientos de asesinatos suyos. Claro, hombre, si no hubiera sido por esos problemas tan importantes, Él no habría permitido aquellos “excesos” que estuvieron “mal, muy mal”, pero qué se le va a hacer, un estadista es simplemente un estadista, no es un dios y no puede estar en todas partes a la vez.

Y ya, así queda resuelto el tema. Se acabó. No se hable más del tema. Él se ha hecho responsable, ¿eso no basta?

Pues no, eso no me basta a mí, que siendo menor de edad la Dra. Luisa Ceballos (madre ella misma de una lesbiana y residentes en la calle de San Ramón, entre San José y San Martín, en Camagüey) iba a mandarme de paseo a uno de esos campamentos de verano de la UMAP por haber cometido una gamberrada. Eso no le basta al poeta y amigo José Mario, que nunca volvió a ser persona. Eso no le basta a un amigo especial con quien compartí el bachillerato y que ha rehecho una imitation to life. Eso no le basta a Carlos Socarráz, que lo único que logró contarme una noche de borrachera fue lo de la tortura del hormiguero y en ese momento quedó con la mandíbula luxada durante dos días. Eso no le basta a mi primo Pedrito, cuya familia inmediata ocultó la verdad, y él llegó a luchar en la guerra de Angola (porque quiso, nadie lo obligó), ingresó en el Partido y sigue siendo tan pobre y maricón como lo que era con dieciséis años. Eso no basta a todos los que murieron allí, o se suicidaron durante y después de haber pasado por allí; eso no basta a los que no han podido olvidar todo aquello, hayan estado detrás o delante de las cercas de púa. Eso no basta a todos los padres y familias que sufrieron tanto como los jóvenes de entonces, el miedo, la paranoia, el terror y la humillación de ser menos que un perro. Y por eso no perdono, ni olvido, ni a Él ni a ninguno de sus acólitos ni a ninguno de sus bufones y poetastros, ni a su soldadesca ni al populacho ni al aprovechado, que ha ayudado a que la vaca no se moviera ni una pulgada mientras le arrancaban, primero la piel, luego la carne, los tendones, las vísceras, hasta dejarla en el hueso. Ni siquiera perdono a los reciclados patriotas y héroes. Ya es demasiado tarde.

Y por eso, lo siento mucho, no puedo ser de otra forma. Eso es lo que hay. Soy lo que han hecho de mí.

© 2010 David Lago González