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sábado, enero 15, 2011

Pedro Corzo: La juventud no vuelve

Tomado de http://www.elnuevoherald.com



La juventud no vuelve

Por Pedro Corzo

``La juventud no vuelve'', de Manuel Pombo de Angulo, fue para un conjunto de la generación del 60 una especie de ventana al porvenir, una visión de lo cruel que puede ser la vida, realidad que en la adolescencia no se contempla. El libro lo trajo al grupo el escritor José Antonio Albertini.

La narración describe a los estudiantes de una cosmopolita universidad alemana involucrados en la Segunda Guerra Mundial. El libro está lleno de heroísmo y sacrificios. La identificación con aquellos que cumplían el compromiso con su tierra y su tiempo fue inmediata.

Lejos se estaba de pensar que en un escenario más reducido y sin el encantamiento de la literatura, nos involucraríamos voluntariamente o no en un proceso que modificaría sustancialmente nuestras vidas.

La política sorbía la vitalidad de la nación, pero todo parecía indicar que la crisis concluiría con la irrupción de una nueva generación que detentaría el poder. Un delirio, un sueño, porque los tambores de la nueva orquesta presagiaban lo contrario. Sectarismo, inquisición. Se estrenó la teocracia. Se inició la siembra de un nuevo orden que sólo produciría una cosecha de horrores y terrores.

La juventud se involucró en el proceso. Los colores políticos se fundieron en blanco o negro. La duda, la inconformidad y la crítica se convirtieron en crimen. Se masificó el individuo y al joven en particular. Tenías que ``ser'' y si no, pagar las consecuencias con todos los perjuicios que tu decisión acarreaba.

La elección individual fue inevitable. Imposible no asumir responsabilidades. Se metieron los miedos en mochila y se enrumbó a la meta que cada uno ansiaba. Prontamente tirios y troyanos supieron que cumplir con el deber no es recíproco con lo que se entrega, y que la ruta hacia él es siempre la más difícil.

La sociedad se escindió más que nunca antes y la juventud se fue, lenta e inexorablemente. Algunos perdieron los sueños con la edad y el cinismo y la complacencia ocuparon su lugar. El heroísmo consumió a unos y la vileza a otros. Fueron duros aquellos tiempos.

Pero entre ambas vertientes, en número nunca deseado, crecieron los parásitos. Quizás en algunos hubo convicción, pero el poder los corrompió. La mayoría saboreó las lentejas, simulando creer, simulando entregarse. Miedo, acomodamiento o ambiciones, pero por lo que fuese, el oportunismo los mutó a vampiros. Los ``generales y doctores'' se privilegiaron sobre la miseria material o la desgracia política de otros.

El poder venció. En el enfrentamiento la muerte les llegó a muchos, pero en particular a los que retaron el gobierno. La cárcel fue un duro destino, el exilio, interno y externo, otro. Los que permanecieron en la isla fueron marginados por la complicidad de los otros. A todos las cicatrices les han dejado sombras.

Pero llegó el día que la juventud se fue aunque en la vertiente del poder ocurrió en los dorados del éxito. Distinciones. Cuarteles. Maniobras militares. Conferencias. Burocracia. Doctorados.

Conquistar el favor del Faraón los hizo personas. La satisfacción ahogó la conciencia a los que alguna vez la tuvieron. Disfrutaron en grande. Un cuerno de la abundancia los nutrió. El sectarismo y el repudio. La condena inclemente a todo lo que no se ajustaba a las normas impuestas era el oficio diario. En fin, se justificaron todas las maldades, todos los crímenes por la realización de una quimera en la que pocos de sus muchos actores creyeron sinceramente.

El tiempo siguió sumando más canas, arrugas y menos energías, sin importar ideologías. A mucho de los se fueron con la sirena se les agotó el sueño, unos pocos por un despertar de conciencia, la generalidad por frustraciones personales.

n definitiva la juventud se fue sin importar acciones o conciencias. Pero las vivencias permanecen. Falso sería decir que las angustias pasadas han sido borradas, como también negar los horrores y satisfacciones vividas. Para unos, para otros y terceros, hubo heridas y sonrisas, pero para todos por igual, la juventud se fue.

Sin embargo, aunque esto sea calificado de exceso de idealismo, la nación permanece tanto para los que la honraron, como para aquellos que la afrentaron. Está para los justos y los viles, porque sobre culpas, complicidades, heroísmos, aciertos, inocencias u omisiones, la nación trasciende no sólo penas y alegrías, sino también la ida juventud que ya no vuelve.

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