Convocatoria adelantada del olvido
Por Raúl Rivero
Madrid -- Los viejos líderes de la disidencia de Europa del Este supieron siempre que ellos eran personas de transición. Gente de paso, escalones, puentes, vados, atajos, serventías para que sus países se movieran definitivamente de un sistema opresivo y brutal a la democracia y a la libertad.
Lo recuerdan ahora, desde sus apresuradas jubilaciones políticas, refugiados en cátedras universitarias, en organizaciones de apoyo a los derechos humanos, o en los jardines mínimos y helados de sus residencias. Lo proclaman desde la modestia y la humildad de unos retiros de los que salen a veces a contar sus vidas y a recordar unas aventuras que terminaron, casi siempre, con un final feliz, como los malos filmes.
Lo sabían, según dicen todos con diferentes acentos y en una variada escala de dolor o de nostalgia, desde los primeros momentos, porque las sociedades que se abren al mundo libre, al desarrollo y a la tolerancia, necesitan enseguida del talento, la capacidad y la fuerza de todos los ciudadanos, incluidas desde luego, las nuevas generaciones que estaban marginadas o manipuladas por las derrotadas elites del poder en fuga.
Los promotores de esos cambios dramáticos y trascendentales se han retirado a una especie de observatorio para ver cómo pasa la vida que soñaron. Les puede molestar una decisión o un enfoque, un camino que quiera indicar el regreso, pero ellos ya están en un territorio que ayudaron a conquistar, una parroquia que les permite decir su opinión con la misma categoría que la expresa su vecino. Ese ha sido otra virtud de su batalla.
He visto, aquí en Europa, como llevan sus días Vaclav Havel, Lech Walesa y su compañeros de aquellos años de cárceles y disidencias. Ellos, efectivamente, pasaron y, como son hombres libres y solventes, el rango de felicidad que puedan conseguir ahora se debe a una gestión privada.
Dicen que hicieron lo que creyeron que debían hacer. Y se fueron después. O los convidaron las urnas a retirarse.
Lo que parece una mala faena, un juego tramposo y sucio es tratar de sacar del escenario a ese tipo de activistas antes de que se produzcan los cambios verdaderos. Y hay mucho de eso en la realidad que presenta Cuba en el momento que comienza la segunda década del siglo XXI, y después de 52 años de retroceso o estancamiento.
Hay una fuerza (con la que a veces coinciden otras corrientes) que se cita en un mismo punto para denigrar y disminuir el trabajo de los grupos de oposición pacífica, el periodismo independiente, los blogueros y artistas jóvenes, las Damas de Blanco y los presos políticos.
Ese poder, que trata de zafarse de los defensores de derechos humanos, de los hombres y mujeres que trabajan en toda Cuba por la libertad, es el gobierno. Ese es el grupo que tiene mayor interés en sacar de las calles del país a quienes continúan bajo la voz de alarma que dio, a finales de los años ochenta del siglo pasado, Gustavo Arcos Bergnes y un pequeño grupo de amigos.
sta oposición pacífica, esos fogonazos de sociedad civil, la resistencia de los once presos políticos que no aceptan ser deportados, serán, en un momento, también memoria pura y recuerdos. Pero tiene que ser después del cambio
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