sábado, junio 04, 2011

Arquitecto y Maestro Nicolás Quintana: cardo y decumano

Tomado de http://www.diariodecuba.com


Nicolás Quintana: cardo y decumano



Por Pablo Díaz Espí
Madrid
03-06-2011


( Entrada al Residencial Yacht Club de la playa de Varadero, Matanzas, Cuba)


La vida de Nicolás Quintana acaba de terminar. Quedan la obra, las ideas, los capítulos contados en charlas y publicaciones: búsqueda, hallazgo, pérdida y lucha por la recuperación de la modernidad y la cubanía en lo arquitectónico.

La búsqueda, como siempre, empieza con las influencias, y estas con un viaje de Richard Neutra a La Habana en 1944, y sobre todo con la amistad y la guía de Walter Gropius y el espíritu del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM). Empieza con la lectura de los clásicos antiguos y del Eupalinos o el Arquitecto; y pasa por la asimilación de lo global a través de los viajes, de la mano del catalán José Luis Sert y del italiano Ernesto Rogers, de Marbella y Barcelona a Venecia, el Palacio Diocleciano en Spalato y Dubrovnik. Un Grand Tour salpicado de encuentros —Le Corbusier, Picasso, Calder…— y un efecto pendular que provoca un viaje interior, hacia las esencias de la cubanidad, con el convencimiento de que, antes de imitar estérilmente lo ajeno, será necesario detenerse y "pensar en lo nuestro".

También hay un arquitecto, Eugenio Batista, que, sin saberlo, insinúa un camino de signos constantes que permite al joven Nicolás Quintana avanzar hacia el foro en el que, de repente, se encuentran todos: de Fernando Ortiz a José Lezama Lima, de Julián Orbón a Aurelio de la Vega, de Wifredo Lam a René Portocarrero, de Lydia Cabrera a Tata Güines.

Jacob Burckhardt explica el Renacimiento por la aparición en escena de "mil rostros únicos"; esto es, por el despertar del ser humano como individuo, por la toma de conciencia de la personalidad en la Italia del siglo XIII. Un fenómeno similar, un fenómeno de "suma de personalidades", se produce en la Isla en los años 50 del XX. Y es en ese ambiente donde a Quintana se le revelan la retícula de las calles, las densidades, los paseos y alamedas, la ventilación cruzada, las fachadas continuas, los patios interiores y sus galerías, la luz tamizada, los grandes techos, la escala monumental de los castillos coloniales…

Además, el arquitecto reconoce el ingrediente básico que alimenta nuestro desarrollo: "la libertad garantizada del ciudadano para poder cuestionar, investigar y crear, en un proceso constante e interminable de enriquecimiento cultural".

(Arq. Nicolás Quintana y Gómez )

Es el final de los años 50. Hay varias fuerzas en pugna, algunas de ellas muy negativas. Florecen, compiten, pero triunfa la revolución y, politizándolo todo, arrasa. El proceso político se traga a los humanistas de una manera diferente a la que, según Ricardo Porro, Nicolás Quintana se traga, en su aprendizaje, la fachada lateral del Convento de San Francisco.

Cuba entera y en especial La Habana quedan paralizadas, creando el gran desafío del futuro: el del urbanismo nacional. Los "mil rostros únicos" se van, se mueren, se alienan. Anacrónicas e insuficientes, las ciudades son acosadas, cincuenta años después, por el riesgo de la destrucción. Sea por vía de la desidia, sea por la tabula rasa de venideros mercados inmobiliarios.

Sin embargo, más que de un problema, para Nicolás Quintana se trata de un reto. Así lo vivió hasta sus últimos días, dedicado a la lucha por la recuperación del hallazgo perdido. Desaparecido el cuerpo, las ideas de Quintana quedan plasmadas en el proyecto "La Habana y sus Paisajes", concebido para salvar de la destrucción a la capital de la Isla. Son ideas que forman parte del futuro, ideas que se incrustan en las piedras a la espera de un tiempo propicio.

Decumano

Mientras el espíritu vuelva a florecer y "lo nuestro" vuelva a ponerse en movimiento, al menos queda la piedra, lo tangible. La piedra está ahí para recordarnos lo que fuimos. A ello se refiere Dante cuando habla de la reverencia que merecen las murallas de Roma, y Petrarca, cuando subido a las cúpulas de las termas de Diocleciano, la vista fija en las ruinas circundantes, piensa en la antigüedad.




Nicolás Quintana fue el arquitecto de la casa en la que viví los mejores momentos de mi infancia, la casa de la playa, la casa junto al mar, la de los veranos. La primera relación con los espacios y la atmósfera (a la manera de Peter Zumthor) proviene de allí. Y ahora, ¿qué recuerdo?

Primero, por supuesto, está la piedra: las paredes amarillas, gruesas y arenosas; luego la madera, oscura y sólida, casi tosca, de puertas y muebles. Una cubierta en forma de mariposa, con la limahoya acumulando palmiche y bichos muertos, un pasadizo en L desde el patiecillo tapiado hacia fuera: cobijo, misterio, huida in extremis.

Hay persianas en ventanas tan largas y estrechas que devienen líneas verticales, la imposibilidad de ver nada desde afuera y lo contrario, la luz estallando más allá de cada abertura. Hay un vitral de rectángulos oscuros, azules y rojos, y una escalera de aspecto marinero, sin contrahuella, la baranda de madera y soga.

Todo conforma algo duro y sensual, una concha rodeada de arena, uvas caletas, cocoteros y palmas.

Recuerdo los zigzagueantes caminos entre las casas —ángulos agudos, rectos—, la hierba rala saliendo de la arena y el estallido vegetal en los rincones umbríos; las bandas transversales en la calle, para que los automóviles tuvieran que ir despacio, esas bandas que en Cuba se conocen como "policías aplastados" y que, en este caso, además, estaban troceados, pues un par de aberturas en sus lomos amarillos permitían atravesarlos a toda velocidad en una bicicleta.

Además de los techos de mariposa, recuerdo otros en olas, y las contradicciones aflorando. La tienda, exclusivamente para extranjeros, en la que los niños cubanos pegábamos la frente para sentir en el cristal el frío del aire acondicionado, y para admirar las latas de refresco con sus diseños y colores vivos, los envoltorios plásticos de los chocolates y las cajetillas de cigarro, y los televisores a color con sus antenas en V.

Recuerdo a un hombre llorando y pateando a gritos porque un coco le ha destrozado el parabrisas de su carro soviético.

Años después regreso a la casa, con documentación alemana (falsa) pues los cubanos ya no podemos acercarnos por allí. Un hotel administra ahora la vivienda durante diez meses al año. Me hospedo, de manera ilegal, en la casa de mi infancia, la casa Quintana. Es de noche. Bajo los cocoteros, las sombras de los policías y el carraspeo de los walkie talkies vigilan la playa. Al rato, tres jineteras tocan a la puerta para ofrecer sus servicios, mujeres enviadas por los mismos policías.

Sólo queda la piedra. En la piedra se refugia todo.