Rev. Martín N. Añorga: LOS QUE HAN PERDIDO A CUBA. Luis Mario: CUANDO YO VUELVA A CUBA
Tomado de http://www.lanuevanacion.com/
LOS QUE HAN PERDIDO A CUBA
Por el Rev. Martín N. Añorga
Recientemente he estado oyendo en programas radiales a personas que opinan que después de 52 años de tiranía comunista, Cuba se nos ha perdido para siempre. En la mayoría de los casos se trata de compatriotas que se han aferrado a la idea de que no hemos podido derrotar a Castro, y que a estas alturas el sistema por él traidoramente implantado en la Isla ha echado raíces en otras tierras, con gobernantes nuevos, lo que ha sellado, para ellos, el fatal destino de la patria.
Probablemente muchos de los viajeros que hoy día se aglomeran para viajar a Cuba creen que van a recuperarla con una visita, costosa y en muchos sentidos, humillante. El proceso de pagar una visa, solicitar un pasaporte expedido por el estado totalitario, tener que admitir en las aduanas los robos que se llevan a cabo impunemente, tener que someterse al trato altanero de los funcionarios y enfrentarse a familiares y amigos desesperados y acogidos a la miseria, todo esto solamente conduce a una Cuba que nos parece distinta y ajena.
Conozco a un matrimonio que fue a Cuba a “recobrar sus raíces”. La esposa de La Habana, y él de Oriente. Querían ver la casa en que vivieron, visitar la escuela en que estudiaron y pasar un rato en los templos en que adoraron. Al regresar, unos diez días después, los vi cabizbajos, tristes y decepcionados. Las escuelas en las que estuvieron de niños ya no son como fueron. Los alumnos visten uniformes de milicianos y los maestros, más que dedicarse a la enseñanza, distorsionan la historia y emplean la mayor parte del tiempo en adoctrinamientos infecundos.
La vieja casona de La Habana es hoy día una cuartería en la que viven hacinadas varias familias, las puertas son un par de tablones, porque aparentemente las originales fueron vendidas y el color de la pintura de hace medio siglo ha desaparecido convertida en manchones aislados. El recuerdo del viejo hogar se deshizo diluido en lágrimas.
Los templos que buscaban se veían acogedores y cuidados. El dinero de la iglesia, que proviene de Roma o de donantes de diferentes lugares del mundo, es suficiente para mantenerlos en buen estado. Lástima que estén rodeados por un círculo de miseria. El contraste en Cuba, entre el pueblo sin albergue decente y sometido a vigilancia obsesiva, con las residencias oficiales y los templos vestidos de esmero es mortificante.
En cuanto a las mansiones de Miramar o el Vedado hay una historia sombreada de pillaje. Las habitan personajes del régimen que viven como príncipes en tierra de pordioseros. La igualdad que propugnó el “revolucionario” que engañó a todo el pueblo fue una absurda promesa que no ha tenido cumplimiento. Hoy en Cuba, los ricos ignoran a los pobres, los blancos temen a los negros, los turistas compran la virginidad de niñas inocentes y se alojan en hoteles y gozan de playas que quedan ajenos al alcance de los que han nacido en Cuba, bajo una bandera permanentemente izada a media asta y la bota dominante de un sistema de gobierno infame, ilegal y oprobioso.
Pero, yo me pregunto si todo eso significa ciertamente que hemos perdido a Cuba. Mi opinión personal es que Cuba es imperdible. Sufre una desgarradora noche, pero el amanecer se le acerca y se romperán las cadenas, huirán los malhechores, se restablecerán el orden, el respeto, la ética y la moral. Volverá la fe a florecer en los corazones cubanos y habrá un despertar de felicidad y sosiego que jamás será profanado.
Hay cosas de Cuba que nadie ha podido ni podrá robarme. Lo primero es su geografía. Recorrer de noche, como preludio al sueño, los pasajes que nos fueron más queridos y propicios es una interna satisfacción que no conoce lamentos ni turbiedades. Recuerdo la vez que le pregunté a la inolvidable cantante Celia Cruz si extrañaba mucho a Cuba. Su respuesta me conmovió: “No, yo no extraño a Cuba porque la traje conmigo”. Nos internamos después en una cordial conversación en los predios de la Liga Contra el Cáncer, donde ella fue una verdadera heroína. Nunca olvidaré los ojos humedecidos de Celia al decirme que la fecha más trágica de su vida fue el 7 de abril de 1962, cuando no pudo asistir al funeral de su madre en La Habana; pero aseguró que odiaba al tirano Castro, pero que amaba a Cuba con todo su corazón, porque la llevaba dentro.
Eso creo que les sucede a todos los cubanos de nuestra edad. La tiranía en Cuba es una canallada insoportable, la traición más desalmada que haya sufrido pueblo en el mundo. Ha lanzado a millones de cubanos hacia todos los rincones del planeta, ha llevado a los paredones de fusilamiento a centeneras de jóvenes honestos y prometedores y ha encarcelado a centenares de miles de seres humanos por el delito, justificable, de expresar descontento y oposición. Ha diseminado la pobreza por todos los ámbitos, ha robado propiedades, dinero y recursos a gente trabajadora que logró fortuna, para disiparla y convertir en polvo toda la gloria del pasado; pero aunque en algunos predios lo ha intentado, no han podido dañar la geografía de Cuba.
Otra cosa que no se me ha perdido de Cuba son sus valores y su historia. En el exilio hay numerosos escritores de profunda cultura y reconocido prestigio -y no menciono nombres por la limitación del espacio y por el lógico riesgo de incurrir en omisiones dolosas- que han mantenido nuestro ancestro cultural en la cumbre, y han expuesto la historia patria de forma clara, valerosa y aleccionadora. Repito mis lecturas de los grandes analistas políticos de los tiempos de libertad en la Isla y me recreo en los versos de los poetas que han querido marginar. Oigo la música y los cantantes que escalaron fama antes de la asolación castrista. Tengo mucho más de Cuba que los que padecen en la Isla la manipulación de los que la desgobiernan; pero no puedo resignarme a lo mucho que me han robado. Bien lo dice el laureado poeta cubano, mi querido y admirado amigo Luis Mario, en sus sublimes versos “Cuando Yo Vuelva A Cuba”. Cito, con mi respeto para él, la primera estrofa: “Soy de esa extraña estirpe de cubanos que no tenían tierras, ni dinero, ni edificios ni fábricas, ni oro molido en los ingenios. Sin embargo, fue mucho lo que me arrebataron los traidores de enero; lobos barbudos, diablos con medallas, falsos libertadores del puñal al acecho.”
Nada material me quitaron, al igual que expresa Luis Mario en sus versos; pero me quitaron lo más bello de mi vida: el derecho a envejecer en mi patria y el honor de que una vez muerto, me entierren en un rinconcito matancero. Pero a pesar de ese dolor, a Cuba no me la quitaron. Me la traje en el corazón y todas las noches converso con sus playas, sus montañas y sus valles, y caminan en silencio por mi mente los muertos que allá, esperan al igual que yo, aunque en otra dimensión, la definitiva hora de la libertad. “Morir no es finalizar, es la mañana suprema”, dijo Víctor Hugo, y hago mío ese pensamiento para concluir este modesto trabajo.
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Tomado de http://poesialuismario.net
El novelista, escritor y ensayista hispano peruano, Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, cuando era entrevistado por Luis Mario para Diario Las Américas, en noviembre de 1995
Fue en agosto de 1994. Después de leer las reclamaciones de propiedades que, al ser Cuba liberada, alguien le haría al futuro gobierno, me puse a pensar en qué bienes había perdido yo y cual sería mi propia reclamación. Y surgieron estos versos. Al publicarlos en Diario Las Américas, empezaron a circular en la prensa y en voces radiales y declamaciones públicas. A esos amigos que se han hecho eco de “Cuando yo vuelva a Cuba”, mi gratitud: Efrén Besanilla, Ga-briel Casanova, Martha Casañas en la Sociedad Pro Arte Grateli, Dade County Auditorium, concierto del pianista Enrique Chia, 8 de octubre de 1995; José C. Cayón Diéguez, Miguel Ángel Herrera, Humberto Medrano, Enrique M. Padrón, Bertila Pozo, Ángel M. Prada, Gilberto Rosal y
Raúl Tápanes Estrella.
Luis Mario
Soy de esa extraña estirpe de cubanos
que no tenían tierras, ni dinero,
ni edificios, ni fábricas,
ni oro molido en los ingenios...
Sin embargo, fue mucho
lo que me arrebataron los traidores de enero:
lobos barbudos, diablos con medallas,
falsos libertadores del puñal al acecho.
Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
el ancho muro de mi Malecón
donde yo iba a soñar
mis terribles insomnios habaneros.
O me sentaba a contemplar el agua:
húmeda pared que ahogaba mi silencio
y le vedaba el Norte a la impotencia
de encontrar libertad en el aire extranjero.
Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
el Carnaval de Oriente
con su tambor y su aguardiente nuevo;
con sus mulatas de cintura ágil
y sus farolas de cintura al viento.
Donde el escándalo se hacía música
por el milagro oscuro de unos dedos,
que le arrancaban al tambor
un tridimensional temblor de espejos.
Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
aquella risa de la gente humilde
que se metía hasta en los mismos huesos;
aquellos gritos de la abuela
que llevaba a la escuela un mar de nietos;
aquel “hasta mañana”
de las noches con luna en el alero,
y aquellos “buenos días”
con el sol cocinándonos el pelo.
Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
el pregón que violaba los balcones,
el pulso busca vida de mi pueblo;
las ventas en la calle de Muralla;
el peculiar silbato del cartero;
el ruido de tacones del Paseo del Prado
y el Capitolio Nacional con su brillante adentro.
Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
el beso azul del mar
transmutado en la luz de Varadero,
playa que más que playa
se merece otro nombre: Privilegio.
Lugar único del planeta
donde los hombres pueden tocar el cielo.
Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
una tumba en Oriente,
la del Martí poeta y habanero,
y una tumba en La Habana
del soldado oriental que fue Maceo;
el Parque de Máximo Gómez
donde vive a caballo el Chino Viejo,
y el cañonazo de las nueve,
que sacaba a los novios del éxtasis del beso.
Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
la esbeltez linajuda de mis palmas,
-vírgenes sin destierro-.
Y los verdes gigantes en cuclillas
de mis mogotes pinareños.
Y los ríos, música mojada,
sinsontes amarrados a los cauces inquietos.
Y los lagos, donde las truchas
herían el paisaje saltando hacia el almuerzo.
Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
hasta la Ciénaga de Zapata,
que aunque era improductiva, era mi suelo;
los tinajones rigurosos
de un Camagüey agrícola, señorial y alfarero.
Y algo más quiero que me devuelvan:
aquel rezo
que nunca le escuchó la Virgen oriental
a mi rebelde juventud de ciego.
Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
la historia real de los antepasados
que hicieron una patria de azúcar y de acero.
Será el orgullo de mis hijos,
la complacencia, acaso, de mis nietos,
y la risa criolla de mi Magda
llenará los arcones del ancestro.
Sí, cuando vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan todo eso,
y además, otra tierra que no es mía
aunque yo soy su dueño.
Es un latifundio microscópico
que sufre en el tendón de mis recuerdos:
una cruz de madera:
y más de medio siglo de silencio,
donde está vivo el polvo abandonado
de mi padre muerto.
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