Por Esteban Fernández Jr.
¡Qué simpático era aquel personaje de la televisión cubana que le decía al político: "LA CENIZA SENADOR"! y extendía la mano para que la depositara ahí. Sin embargo, yo tuve mi primer encontronazo con la guataquería siendo un niño. Eso fue cuando Carlos Prío era presidente, mi primo y padrino Jaime Quintero era alcalde de mi pueblo, y mi padre secretario de la administración.
Nuestra casa se mantenía llena de "amigos" congraciándose con toda la familia. Y yo me sentía feliz, pero el 11 de marzo del 52, un día después del golpe de estado de Fulgencio Batista, toda la gente desapareció de mi hogar como por encanto. Todo había sido una farsa de gente hipócrita.
En las Navidades, durante toda la época Auténtica, recibíamos decenas de regalos: turrones, guineos, pollos, botellas de vinos. Provenían del campo, de los guajiros, de lo que mi padre le llamaba los barrios rurales: Rural primero, segundo, tercero y cuarto. Sin embargo, en la Navidad del 52, no llegó ni una simple caja de dulce guayaba.
Y de ahí en adelante comencé a detestar la adulación. Y a través de los años, he llegado firmemente a la conclusión de que “Tanto tienes, tanto vales, momentáneamente”. Hoy me imagino que todos los que se pasaban la vida colados en mi casa después estarían en la residencia de Rafael Morales Febles, el nuevo alcalde.
Aquí en California nunca olvidaré cuando al triunfante comerciante Sotero Machín lo llamaban “El Rey Midas” y la gente lo abrumaba dándole coba. Después, a Machín las cosas le fueron de mal en peor y lo veía llegar solo en alma al restaurante Guantanamera y nadie parecía ni reconocerlo. Y así puedo señalar cientos de ejemplos.
El "chicharrón" es un ser poco confiable que ríe y celebra todas las gracias y opiniones de los que quiere halagar. Actúa como inferior, a la altura del betún, del que tentativamente considera superior.
El encumbrado puede decir que ve el sol a las tres de la madrugada y el cachanchán coge una sombrilla para evitar los rayos ultravioletas. Le hace creer al feo rico que es lindo, al pedante triunfador lo presenta como un simpatiquísimo personaje.
El adulador profesional alardea de que: “Hoy le voy a cantar las 40 al dueño del negocio donde laboramos”. Y delante de todos los empleados, se le encara al empresario diciéndole: “¡Óigame lo que tengo que decirle, usted se porta muy mal porque ES DEMASIADO NOBLE y con el gran corazón que usted posee está perjudicando el buen funcionamiento de la empresa!” Es decir, hace lucir un inmundo halago como si fuera una queja .
Dígame la verdad ¿alguna vez usted ha visto o escuchado las zalamerías con un muerto de hambre, con un derrotado, con un pobre diablo, con el humilde conserje de una fábrica, con el peón de albañil, por muy buenos y honestos que sean?...
Un verdadero alabardero nunca profiere una discrepancia, ni una verdadera crítica constructiva, ni es capaz de quedarse serio ante un chiste del jerarca. Cada vez que usted vea a un ser humano dándose lija yo le aseguro que solamente tiene un 50 por ciento de culpa, el otro 50 por ciento de culpabilidad recae en los "hala levas" que se han esforzado en endiosarlo.
Créame que si 20 personas se pasan días y meses diciéndole que es un adonis, que es precioso, que es el nuevo Brad Pitt, antes que llegue diciembre ya usted deja de hacerle caso al espejo y considera que es un regalo de Dios a la naturaleza. No tengo dudas de ninguna clase que este mundo sería un millón de veces mejor sin los repugnantes lisonjeros.
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