Por Esteban Fernández Jr.
Olvidemos, por cinco minutos, los abusos, los crímenes, los paredones de fusilamientos, los encarcelamientos, las miles de atrocidades cometidas por el régimen, y del odio irracional por Cuba- y por los cubanos- que precede todo acto del tirano. Porque hoy les voy a hablar simplemente de los disparates del monstruo.
Ya ustedes saben que el primero de enero del año 59 Fidel Castro se adueñó de Cuba literalmente. Y al ser, y sentirse el terrateniente y mayoral absoluto del país, comenzó a cometer imprudencias, hacer inventos, a utilizar a nuestra nación como conejillo de indias , hacer uso de cuanta barbaridad se le ocurría y dar riendas sueltas a su megalomanía. Hoy en día, a eso le llaman en Cuba “Tía Tata cuenta cuentos”...
Castro se montaba en un Jeep, o uno de aquellos Oldsmobiles negros que usaba al principio, y después en Mercedes Benz, rodeado de esbirros y de escoltas, y durante toda la trayectoria iba mirando a sus alrededores buscando cosas que cambiar, senderos y carreteras que desviar, canalladas que realizar y ríos en donde edificar ridículas e innecesarias represas.
Imitaba “planes quinquenales chinos”, lanzaba a los campos a los tristemente célebres “trabajadores voluntarios” y a macheteros improvisados que no habían visto una caña antes a no ser en las guaraperas.
Nuestro país estaba en manos de un ególatra que actuaba “como que conocía de todo, sin saber de nada”. Y los vecinos de las zonas urbanas lo escuchábamos hablar de temas agrícolas absurdos, del Sistema de Pastoreo Racional de André Voisin y del sistema de riego Microjet, y no teníamos ni la menor idea de que diablos hablaba el narcisista aquel.
“Ahora se va a sembrar pangola en toda Cuba”, decía en un programa de “Ante la Prensa”. Y yo le preguntaba a todos los que me encontraba en la calle: “¿Qué diablos es pangola, compadre?”... Y nadie sabía de lo que hablaba el parlanchín. El domingo por la tarde los guajiros iban a pasear al parque de mi pueblo y yo los acosaba con mil preguntas. Se ponían muy serios y me decían: “Lo único que te puedo informar es que las fincas de la zona se han llenado de gente de la capital, de interventores incompetentes que no saben ni un comino de lo que es un sembradío”. Como resultado, en mi pueblo, que era conocido como “La Huerta de Cuba”, desaparecieron como por encanto las papas, las coles, los mangos, las guayabas y todo.
Al egocéntrico se le ocurrió desecar la Ciénaga de Zapata. Aquello fue un desastre de gigantescas proporciones. Un día, el G2 se llevó a un montón de homosexuales de mi pueblo. Estuvieron perdidos por un par de meses. Cuando uno de ellos regresó le pregunté: “Artemio ¿dónde estabas metido?”... Y me respondió: “Muchacho, mira como tengo las manos llenas de ampollas, estaba ‘de cara al campo’, me dijeron que el Comandante sostiene que sembrando eucaliptos se me quitaría la pajarería”...
¿Se acuerdan de aquello de sembrar café Caturra en el “Cordón de La Habana?” Otro fracaso fue “La Campaña de Alfabetización”. Lean las cartas que llegan de Cuba para que vean el resultado. Aldo Rosado le llama a todos esos disparates “las fideladas”...
Y hablaba de la creación del INRA, de poner administradores de las cooperativas, de interventores, de traer los mejores toros de otros países para lograr ligarlos con vacas cubanas y que éstas dieran miles de litros de leche diarios, de hacer cruces de Holstein con Cebú. El acabose. Hasta quiso hacerle una clonación a la vaca Ubre Blanca, y mucho antes se le ocurrió la payasada de darles a los guajiros un papelucho que los acreditaba como propietarios de la tierra que cultivaban y que resultó ser en tremendo fraude colectivo.
Y hasta el último día en que cayó gravemente enfermo estuvo inventando salvajadas. La última barrabasada fue la de las ollas arroceras chinas, que al final no sirvieron para absolutamente nada. Creo que la única ocurrencia que le salió bien fue lograr que un asno gobernara Venezuela. Y el desenlace de la historia salta a la vista: nuestro país terminó destruido, empobrecido, sus habitantes desilusionados y Cubazuela va por el mismo camino.
Ubre Blanca
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