La Reconciliación nacional es un tema que aburre y que ya desde hace rato no es relevante por prácticamente ya haber concluido:
La Reconciliación entre los cubanos que quedaron en Cuba y los que se fueron de Cuba que estaban en conflicto ( el conflicto no siempre estuvo presente) se está dando desde finales de los años 70s y prácticamente ya está concluida; en los años 90s con el Período Especial, las más de 20 000 visas anuales para emigrar hacia los EE.UU. y el incremento de las visitas a Cuba y a EE.UU., esa Reconcialiación está prácticamente concluida en estos momentos. La reconciliación entre Castristas y antiCastristas también está casi concluida tanto en Cuba como en el Exilio; solamente hay algunos reductos en ambas vertientes políticas que no se han reconciliados y que tienen todo su derecho para no reconciliarse; solamente tiene que haber un Estado de Derechos que velen por sus derechos a no reconciliarse y a respetarse mutuamente.; en EE.UU. existe, en Cuba está todavía por establecerse y muy probablemente este Estado de Derechos no se dará con el Castrismo en el Poder en Cuba .
Hubiera sido necesarios puntos de vistas del Exilio contrarios a los de Carlos Saladrigas, así como oficialistas de línea dura plegados al régimen, y de opositores más radicales y de centro, para que en la conferencia participaran una representación más fiel de los diferentes puntos de vista.
Tengo entendido, porque lo leí en algún lugar, que Carlos Saladrigas es realmente sobrino de Carlos Saladrigas y Zayas, quien ocupó varias responsabilidades en la República; entre ellos, el de Primer Ministro en el período de la Presidencia Constitucional de Fulgencio Batista entre 1940 y 1944; sin embargo, el Dr. Diego Trinidad plantea en su artículo NADIE SE ATREVE A LLAMARLE TRAICIÓN:
¿Quién es Carlos Saladrigas? Ante todo, no es pariente de Carlos Saladrigas y Zayas, ilustre cubano, Senador, Ministro de Justicia, de Estado, Primer Ministro, Embajador de Cuba ante Gran Bretaña y candidato presidencial perdedor (contra Ramón Grau San Martín) en las elecciones de 1944. Muchos se confunden porque se llama y apellida igual. Este Carlos Saladrigas no hace esfuerzos para aclarar que no hay parentesco entre los dos.
Tengo una duda: ¿ encuentro provechoso para quiénes ?
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Tomado de http://www.diariodecuba.com/
Saladrigas: un encuentro provechoso
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El empresario exiliado ofreció una conferencia en el Seminario San Carlos, en La Habana.
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Por Miriam Celaya
La Habana
02-04-2012
El encuentro entre el empresario cubano-americano Carlos Saladrigas, de visita en Cuba por estos días, y un variado auditorio de cubanos de diferentes sectores oficialistas, grupos de la sociedad civil y periodistas, auspiciado por la revista católica Espacio Laical el pasado viernes 30 de marzo en la Cátedra Félix Varela, no solo ha resultado interesante y positivo en sentido general, sino también muy sugerente. Apunta, por ejemplo, que se han venido estableciendo nexos entre la Iglesia Católica, el gobierno cubano y algunos sectores de la emigración —aunque nada de esto se haya divulgado por la prensa oficial— y también indica que ya es tiempo de hacer extensivos estos debates y cabildeos a toda la sociedad.
El tema de la conferencia, "Cuba y su diáspora", por su complejidad e importancia, amerita su extensión a todos los cubanos residentes o no en la Isla, no solo teniendo en cuenta el elevado número de familias que se han fragmentado y dispersado por el mundo en las últimas cinco décadas, sino a los efectos de la configuración de la propia nación en un futuro mediato. Qué papel jugaría la diáspora en ese contexto y cuál sería su participación en la reconstrucción económica, política y social de Cuba, cómo se produciría la integración armónica entre los cubanos de la diáspora y los de la Isla en un nuevo escenario sociopolítico y económico, son aspectos de enorme actualidad.
Las aproximadamente dos horas transcurridas entre conferencia y debate demostraron la posibilidad de establecer diálogos francos, sin exclusiones, cuando existe la voluntad para ello, pero también se hizo evidente que queda mucho camino por andar por parte de todos los actores sociales de cara a una transición que pocos se aventuran a mencionar, pese a que ya ha comenzado a producirse.
Es preciso reconocer que esta vez hubo mayor representación de la sociedad civil independiente. Allí estaban presentes Antonio Rodiles, animador del espacio Estado de SATS; la bloguera Yoani Sánchez; Juan Antonio Madrazo, coordinador del Comité por la Integración Racial; un grupo de periodistas independientes como Reinaldo Escobar, Eugenio Leal, Iván García y Dimas Castellanos, entre otros asistentes comúnmente clasificados dentro del amplio espectro de la "disidencia interna".
La entrada a la conferencia fue libre, aunque muchos supimos de este encuentro de manera informal, a través de mensajes a nuestros móviles o por comunicación personal de algún que otro amigo enterado. Por supuesto, no faltó el obligado operativo de la policía política visiblemente desplegada en las áreas exteriores del viejo edificio sede.
(Carlos Saladrigas)
Saladrigas abordó en su alocución numerosos tópicos relacionados con el tema de la diáspora, su historia, diferentes tendencias y su papel en la realidad cubana presente y futura. Abogó por una Cuba próspera y más cristiana, por crear una economía de mercado con valores, por descartar la ideología a favor de la razón y por encontrar "el modelo adecuado" para la Isla.
Declaró que el socialismo cubano ha demostrado en todos estos años ser capaz de administrar la pobreza, pero incapaz de generar las riquezas imprescindibles para sostener los altos estándares sociales a que aspiramos; insistió en la importancia del diálogo plural e hizo referencia al poder totalitario que "se debilita ante el poder de la Iglesia" (¿?).
Fue el suyo, en general, un discurso de reconciliación, paz y concordia con el cual se puede coincidir en buena medida, si bien acotando algunos paréntesis que considero esenciales.
Llama la atención la tendencia a magnificar el tema de la fe cristiana en la llamada reconciliación y como agente de la transición. En este punto vale recordar que la Cuba de hoy difiere sustancialmente de la que dejaron décadas atrás los pioneros de la diáspora. Imaginar una Cuba cristiana como pedestal de la transición hacia la democracia o como soporte espiritual de los cambios que debe enfrentar la nación, no solo supone un desconocimiento alarmante de la sociedad cubana actual, sino que podría constituir una nueva fuente de exclusiones o de otro tipo de doble moral: la de aquellos que se declaren cristianos sin serlo ni sentirlo solo a fin de alcanzar una representatividad o ventaja en las nuevas circunstancias. Si de la condición de "cristianos" se infiere algún beneficio, el proverbial pragmatismo de nuestra idiosincrasia empujará a sustituir una simulación por otra: los falsos comunistas serán sustituidos por los falsos cristianos.
Por otra parte, existe un elevado porcentaje de creyentes no cristianos y de otros cubanos que simplemente no practican religión alguna, así como también somos muchos los que, no siendo parte de los verdugos históricos ni de los enemigos actuales de la diáspora, no sentimos la necesidad de reconciliarnos con nadie.
Una reconciliación supone la existencia de un conflicto previo. Es así que tal término es aplicable al gobierno y a los que adoptaron y apoyaron su política de confrontación, despojando de sus propiedades y de su condición de hijos de esta tierra a los emigrados y calificándolos como gusanos, apátridas, vendepatrias, y otros epítetos similares, pero no a la generalidad de los cubanos. En lo personal, me niego a asumir cualquier supuesta responsabilidad colectiva.
Otro aspecto con el cual difiero es con el llamado de Saladrigas a eliminar las críticas entre nosotros. Es posible que el conferencista se haya referido a los hipercríticos que jamás perciben algún valor en los proyectos que no dimanen de su propia iniciativa, o a los que no están dispuestos a aceptar una propuesta o sugerencia que difiera en cualquier medida de la propia. No obstante, no creo sano hacer generalizaciones.
Una sociedad democrática debe ser capaz de convivir con postulados diferentes, incluso antagónicos, sin que ello implique un peligro para la nación. Antes bien, la crítica es un temperante social imprescindible para impedir fracturas mayores. La ausencia de crítica pública, abierta y transparente es uno de los mayores males heredados tras varias décadas de autoritarismo. El acriticismo, lejos de reflejar la mal llamada “unidad”, no es más que el reflejo de la falta de libertades.
Precisamente es común entre nosotros condenar a quienes tienen el civismo de criticar o cuestionarse en cualquier sentido una propuesta que dimane de la oposición, como si el simple hecho de aspirar todos a la democracia nos convirtiera de facto en un bloque monolítico con una plataforma rígida de obligatorio acatamiento; una práctica que proyecta una falsa imagen de "comunidad de causa" y una paupérrima concepción de lo que debe ser en realidad la libertad de opinión, de expresión y de pensamiento.
Muchas opiniones diversas fueron puestas a la luz de este provechoso encuentro entre un nutrido grupo de cubanos de la Isla y un cubano de la emigración. Resulta imposible agotar en este limitado texto las múltiples aristas de uno de los puntos más importantes de la agenda cubana. Apenas sea, entonces, un acercamiento inicial a un fenómeno que se anuncia controvertido y complejo, pero cada vez más posible y cercano: el reencuentro, el futuro próximo, la Cuba que todos queremos hacer.
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Tomado de http://www.desdelahabana.net/
Carlos Saladrigas y las dos Cuba
Por Iván García
Ahora mismo existen dos Cuba. La visible, del inmovilismo oficial, el desencanto popular y el futuro desconocido. Y la que se gesta en los pocos espacios autorizados por el régimen para debatir a camisa quitada, y donde a quienes piensan diferente no les llaman ‘mercenarios’, ni los acusan de ser agentes de Estados Unidos.
Parece un galimatías. Mientras a un cubano que grita democracia y libertad en la vía pública lo trituran a cabillazos y golpes de kárate propinados por expertos de la inteligencia en peleas callejeras, lentamente y a puertas cerradas, gana espacio el pensamiento liberal, respetuoso y tolerante.
Uno de esos bolsones de debate democrático está ubicado en el antiguo Seminario San Carlos, en la parte antigua de La Habana. Allí, el viernes 30 de marzo, la revista Espacio Laical, publicación de la iglesia católica, organizó una conferencia con el empresario cubanoamericano Carlos Saladrigas. Su título: Cuba y la diáspora.
El acceso era libre. En la abarrotada sala se dieron cita cerca de 200 personas. Usted podía ver a blogueros alternativos como Yoani Sánchez o Miriam Celaya. Periodistas independientes al estilo de Reinaldo Escobar y Miriam Leiva; economistas al margen del Estado como Oscar Espinosa Chepe; activistas por la integración racial como Juan Antonio Madrazo y Leonardo Calvo, y una nueva generación de disidentes, como Eliécer Ávila o Antonio Rodiles.
También en la charla se encontraban neocomunistas aplomados como Félix Sautié o Pedro Campos; el moderado politólogo Esteban Morales; el sacerdote contestatario José Conrado y el culto Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, un aténtico hombre de corcho.
La mayoría de la disidencia democrática en la isla aprueba estos espacios de polémica civilizada. Es la sociedad por la que ellos apuestan.
Justo a las 4 de la tarde por el pasillo central de la Sala Félix Varela, se abrió paso Carlos Saladrigas. Vestía una guayabera blanca de mangas largas, barba retocada y espejuelos de montura metálica.
Luego de saludar al auditorio prendió su tableta Apple y comenzó la ponencia. No fue extenso. En poco más de 30 minutos trazó con puntadas de brocha gorda sus impresiones sobre el exilio cubano.
Saladrigas sabe lo que es el destierro. Hijo de un político de alcurnia en la etapa republicana, heredó de su padre los genes de negociador duro y puro. Su historia es la visión que tenemos de Estados Unidos. El niño solitario que llega en una operación fraguada por la iglesia católica, conocida como Peter Pan, y que cuando su familia pudo viajar, tuvo que lavar platos y recoger tomates al sur de la Florida, según contó el propio Saladrigas. Luego se convertiría en un empresario de éxito, con un patrimonio de varios cientos de millones de dólares.
Entre aquel Saladrigas, que desconsolamente lloraba y rezaba en el último banco de una pequeña parroquia de madera en el Miami de los años 60, a éste, sentado con su inmaculada guayabera en un sitio de debates en la capital cubana, existe un giro de 180 grados.
En una etapa, pedía la cabeza de Fidel Castro en bandeja. Era el tiro al blanco por todo lo perdido. Tuvo que vivir aplatanado en Miami, mientras sentía el arrullo de la Habanera Tu o La Bayamesa en la distancia.
Después de haber sido un conservador negado al diálogo con los autócratas de verde olivo y de oponerse a que un crucero cargado de católicos de la otra orilla viajara a Cuba en 1998, durante la visita de Juan Pablo II, Saladrigas mudó sus posiciones políticas de la ultraderecha al centro, tal vez un poco corrido hacia la izquierda.
El por qué de su transformación es algo que no queda claro. Si creyéramos a pie juntillas sus declaraciones públicas, llegaríamos a la conclusión que su fe católica a prueba de misiles, fue una de las causas de su replanteamiento político. Hay quienes alegan otras razones.
Desde su retrovisor, Carlos Saladrigas observa cómo las hojas del almanaque van cayendo inexorablemente y la economía cubana hace agua por todos lados. Castro II está apostando descaradamente por el capitalismo de Estado. Y una isla virgen abre sus piernas para, en un futuro cercano, recibir la danza de los millones. Quizás no quiere llegar tarde a la hora de repartir la tarta.
Al menos eso piensa un sector del exilo y la disidencia en la isla. No se puede ser ingenuo. Algo se cuece en las alcantarillas del poder. En esa misma sala, hace unos meses, un fidelista a pie firme como Alfredo Guevara, respondió preguntas a “mercenarios vendepatrias” como Oscar Espinosa Chepe, mandado a encarcelar en la primavera del 2003 por su amigo Fidel.
Por el Seminario San Carlos también han pasado tipos sospechosos, como Arturo López-Levy, graduado en una universidad estadounidense y profesor en Denver, primo de Luis Alberto López Callejas, yerno del General Raúl Castro y el mayor recolector de moneda dura en Cuba.
La disertación de Carlos Saladrigas no fue nada del otro jueves. Periódico viejo. Lo que todo cubano conoce, porque al menos tiene un pariente en el exilio. La clave no fue la charla sosa y políticamente correcta. No. Fue el mensaje de ida y vuelta que envía Saladrigas a la disidencia y al exilio sobre el futuro de Cuba: las reformas están en camino y él quiere ser uno de los agentes del cambio.
Después de su exposición, Saladrigas respondió una batería de preguntas. Deslizó varios análisis, de los cuales se desprende, que el empresario cubanoamericano no está realizando un juego estéril y está bien conectado e informado, más de lo que uno se pueda imaginar.
Aseguró que dentro de 5 años la situación de Cuba indefectiblemente cambiaría. Y, por supuesto, no a más socialismo, contrario a lo que indicó recientemente en una conferencia de prensa el zar de la economía, Marino Murillo, cuando dijo que en la isla no acontecerían reformas políticas.
Con serenidad y confianza, Saladrigas diseñó un futuro de ensueño. De una Cuba inclusiva, tolerante y rica. Para lograrlo, dijo, el país cuenta con un capital humano envidiable. El astuto empresario hizo un guiño al régimen al afirmar que el gran mérito de los hermanos Castro era haber sabido administrar la pobreza.
“Hay naciones que pueden generar riquezas, pero no saben administrar la pobreza”, apuntó. En un intento de estimular a aquellos desalentados que están esperando la menor oportunidad para huir de Cuba, expresó: “Si tuviese 25 años, no me pasaría por la cabeza marcharme del país”.
Carlos Saladrigas lo ve todo muy claro. Demasiado. Me llamó la atención que no cuestionara los cientos de detenciones de disidentes por la visita del Papa alemán o la golpiza a un espontáneo que gritó Abajo el comunismo en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba. Tampoco nadie se lo preguntó.
Y es que estos espacios abiertos por la iglesia católica generan cierta desconfianza y algunos, por no decir casi todos, asisten para ver y oír, no para indagar. Es la falta de costumbre tras cinco décadas escuchando un solo discurso. Y muchos aún no se lo creen.
Iván García
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Foto: Juan Antonio Madrazo. Carlos Saladrigas se dirige al estrado para dar su conferencia, luego de haber saludado al economista independiente Oscar Espinosa Chepe, de pie, con camisa negra.
Tomado de http://www.desdelahabana.net/
Carlos Saladrigas y las dos Cuba
Por Iván García
Ahora mismo existen dos Cuba. La visible, del inmovilismo oficial, el desencanto popular y el futuro desconocido. Y la que se gesta en los pocos espacios autorizados por el régimen para debatir a camisa quitada, y donde a quienes piensan diferente no les llaman ‘mercenarios’, ni los acusan de ser agentes de Estados Unidos.
Parece un galimatías. Mientras a un cubano que grita democracia y libertad en la vía pública lo trituran a cabillazos y golpes de kárate propinados por expertos de la inteligencia en peleas callejeras, lentamente y a puertas cerradas, gana espacio el pensamiento liberal, respetuoso y tolerante.
Uno de esos bolsones de debate democrático está ubicado en el antiguo Seminario San Carlos, en la parte antigua de La Habana. Allí, el viernes 30 de marzo, la revista Espacio Laical, publicación de la iglesia católica, organizó una conferencia con el empresario cubanoamericano Carlos Saladrigas. Su título: Cuba y la diáspora.
El acceso era libre. En la abarrotada sala se dieron cita cerca de 200 personas. Usted podía ver a blogueros alternativos como Yoani Sánchez o Miriam Celaya. Periodistas independientes al estilo de Reinaldo Escobar y Miriam Leiva; economistas al margen del Estado como Oscar Espinosa Chepe; activistas por la integración racial como Juan Antonio Madrazo y Leonardo Calvo, y una nueva generación de disidentes, como Eliécer Ávila o Antonio Rodiles.
También en la charla se encontraban neocomunistas aplomados como Félix Sautié o Pedro Campos; el moderado politólogo Esteban Morales; el sacerdote contestatario José Conrado y el culto Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, un aténtico hombre de corcho.
La mayoría de la disidencia democrática en la isla aprueba estos espacios de polémica civilizada. Es la sociedad por la que ellos apuestan.
Justo a las 4 de la tarde por el pasillo central de la Sala Félix Varela, se abrió paso Carlos Saladrigas. Vestía una guayabera blanca de mangas largas, barba retocada y espejuelos de montura metálica.
Luego de saludar al auditorio prendió su tableta Apple y comenzó la ponencia. No fue extenso. En poco más de 30 minutos trazó con puntadas de brocha gorda sus impresiones sobre el exilio cubano.
Saladrigas sabe lo que es el destierro. Hijo de un político de alcurnia en la etapa republicana, heredó de su padre los genes de negociador duro y puro. Su historia es la visión que tenemos de Estados Unidos. El niño solitario que llega en una operación fraguada por la iglesia católica, conocida como Peter Pan, y que cuando su familia pudo viajar, tuvo que lavar platos y recoger tomates al sur de la Florida, según contó el propio Saladrigas. Luego se convertiría en un empresario de éxito, con un patrimonio de varios cientos de millones de dólares.
Entre aquel Saladrigas, que desconsolamente lloraba y rezaba en el último banco de una pequeña parroquia de madera en el Miami de los años 60, a éste, sentado con su inmaculada guayabera en un sitio de debates en la capital cubana, existe un giro de 180 grados.
En una etapa, pedía la cabeza de Fidel Castro en bandeja. Era el tiro al blanco por todo lo perdido. Tuvo que vivir aplatanado en Miami, mientras sentía el arrullo de la Habanera Tu o La Bayamesa en la distancia.
Después de haber sido un conservador negado al diálogo con los autócratas de verde olivo y de oponerse a que un crucero cargado de católicos de la otra orilla viajara a Cuba en 1998, durante la visita de Juan Pablo II, Saladrigas mudó sus posiciones políticas de la ultraderecha al centro, tal vez un poco corrido hacia la izquierda.
El por qué de su transformación es algo que no queda claro. Si creyéramos a pie juntillas sus declaraciones públicas, llegaríamos a la conclusión que su fe católica a prueba de misiles, fue una de las causas de su replanteamiento político. Hay quienes alegan otras razones.
Desde su retrovisor, Carlos Saladrigas observa cómo las hojas del almanaque van cayendo inexorablemente y la economía cubana hace agua por todos lados. Castro II está apostando descaradamente por el capitalismo de Estado. Y una isla virgen abre sus piernas para, en un futuro cercano, recibir la danza de los millones. Quizás no quiere llegar tarde a la hora de repartir la tarta.
Al menos eso piensa un sector del exilo y la disidencia en la isla. No se puede ser ingenuo. Algo se cuece en las alcantarillas del poder. En esa misma sala, hace unos meses, un fidelista a pie firme como Alfredo Guevara, respondió preguntas a “mercenarios vendepatrias” como Oscar Espinosa Chepe, mandado a encarcelar en la primavera del 2003 por su amigo Fidel.
Por el Seminario San Carlos también han pasado tipos sospechosos, como Arturo López-Levy, graduado en una universidad estadounidense y profesor en Denver, primo de Luis Alberto López Callejas, yerno del General Raúl Castro y el mayor recolector de moneda dura en Cuba.
La disertación de Carlos Saladrigas no fue nada del otro jueves. Periódico viejo. Lo que todo cubano conoce, porque al menos tiene un pariente en el exilio. La clave no fue la charla sosa y políticamente correcta. No. Fue el mensaje de ida y vuelta que envía Saladrigas a la disidencia y al exilio sobre el futuro de Cuba: las reformas están en camino y él quiere ser uno de los agentes del cambio.
Después de su exposición, Saladrigas respondió una batería de preguntas. Deslizó varios análisis, de los cuales se desprende, que el empresario cubanoamericano no está realizando un juego estéril y está bien conectado e informado, más de lo que uno se pueda imaginar.
Aseguró que dentro de 5 años la situación de Cuba indefectiblemente cambiaría. Y, por supuesto, no a más socialismo, contrario a lo que indicó recientemente en una conferencia de prensa el zar de la economía, Marino Murillo, cuando dijo que en la isla no acontecerían reformas políticas.
Con serenidad y confianza, Saladrigas diseñó un futuro de ensueño. De una Cuba inclusiva, tolerante y rica. Para lograrlo, dijo, el país cuenta con un capital humano envidiable. El astuto empresario hizo un guiño al régimen al afirmar que el gran mérito de los hermanos Castro era haber sabido administrar la pobreza.
“Hay naciones que pueden generar riquezas, pero no saben administrar la pobreza”, apuntó. En un intento de estimular a aquellos desalentados que están esperando la menor oportunidad para huir de Cuba, expresó: “Si tuviese 25 años, no me pasaría por la cabeza marcharme del país”.
Carlos Saladrigas lo ve todo muy claro. Demasiado. Me llamó la atención que no cuestionara los cientos de detenciones de disidentes por la visita del Papa alemán o la golpiza a un espontáneo que gritó Abajo el comunismo en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba. Tampoco nadie se lo preguntó.
Y es que estos espacios abiertos por la iglesia católica generan cierta desconfianza y algunos, por no decir casi todos, asisten para ver y oír, no para indagar. Es la falta de costumbre tras cinco décadas escuchando un solo discurso. Y muchos aún no se lo creen.
Iván García
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Foto: Juan Antonio Madrazo. Carlos Saladrigas se dirige al estrado para dar su conferencia, luego de haber saludado al economista independiente Oscar Espinosa Chepe, de pie, con camisa negra.
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