Alfredo M. Cepero: SOLOS PERO EN PIE DE GUERRA
Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
En los próximos días de este mes de mayo los cubanos conmemoramos dos fechas trascendentales en la historia de nuestras luchas por la libertad. El 19 de mayo de 1895 cayó abatido a balazos en al campo de batalla de Dos Ríos, de cara al sol como lo había vaticinado, el Apóstol de nuestras libertades José Martí. El 20 de mayo de 1902, fue izada por primera vez en el Morro de La Habana la bandera de la estrella solitaria que sirviera de sudario a los patriotas que cayeron en nuestras guerras de independencia. A ciento diez años de aquel 20 de mayo en El Morro hemos sido despojados de nuestra libertad por unos hijos malos de Cuba y hemos sido abandonados a nuestra suerte por la totalidad, si la totalidad, de los gobiernos del mundo.
Para quienes no nos resignamos a vivir sin ella, se impone un análisis del estado de la lucha, una revisión de nuestra conducta y, sobre todo, un honesto y hasta brutal examen de conciencia por parte de todos nosotros. Empecemos por reconocer nuestra renuencia a asumir responsabilidades por los destinos nacionales y nuestra tendencia a invocar a nuestros fundadores como faros imperecederos con la capacidad de conducirnos, sin esfuerzo alguno por parte nuestra, a una tierra de libertad, democracia y justicia. ¡Basta ya de pedirle a Martí, a Maceo, a Gómez o a Agramonte que hagan la labor que solo a nosotros corresponde!
Tampoco permitir que la admiración de su grandeza nos paralice en esta hora de urgencia en que la inercia es un delito. Ellos son el ejemplo, nosotros tenemos que ser la acción; ellos son el cauce, nosotros tenemos que ser la corriente cristalina que haga germinar en sus riberas flores de libertad; ellos son las velas, nosotros tenemos que ser el viento que impulse la barca de la patria nueva hacia puertos de amor y de esperanza; ellos son la conciencia de la justicia ideal, nosotros tenemos que ser la voluntad que haga realidad el ideal de su justicia. Ellos cumplieron a cabalidad el deber de su época; nosotros, si sabemos crecer en perseverancia y disciplina, perdón y generosidad, tolerancia y sentido común, podremos cumplir el deber de la nuestra.
Quizás haya sido algo más que un accidente del destino que el aniversario de la fundación de la República se conmemore un día después de la caída de su forjador en Dos Ríos. Parecería que ha sido más bien un recordatorio a las generaciones presentes y futuras que sin un 19 de mayo en Dos Ríos no habría habido un 20 de mayo en El Morro. Y fue precisamente el abandono del espíritu de Dos Ríos lo que dio al traste con la República que inauguramos en 1902. Esa es la razón principal por la cual en este año de las ciento diez angustias que nos separan de aquel 20 de mayo de júbilo, campanas, promesas y esperanzas, nos encontramos todavía arrancando una hoja más del calendario de los hombres sin patria.
Tenemos, sin embargo, una esperanza. La esperanza que surge de la desesperación. El pueblo de Cuba, el de dentro y el de fuera, no es el de hace medio siglo. Hoy sabemos muchas cosas que antes o ignorábamos o simplemente no queríamos ver. Estos más de cincuenta años nos han demostrado que la liberación de Cuba no será un milagro obrado por la bondad de nuestros tiranos, por fuerzas militares norteamericanas o por la solidaridad con nuestra causa de otras naciones del mundo. Estamos total, absoluta y brutalmente solos. Solos en nuestro dolor y en nuestra epopeya. Solos pero en pie de guerra.
Por lo tanto, a nosotros corresponden ser los arquitectos de la nueva nación cubana. Hacer sin descanso pero sin prisa, porque la prisa ha sido la madre de todos nuestros fracasos. Hacer sin esperar por nadie, porque parafraseando a Martí, para liberar a Cuba no esperamos ni necesitamos reconocimiento. Hacer sin prescindir de ningún cubano que esté dispuesto a despojarse de su pasado para cumplir su compromiso con el presente.
Pero eso sí, estemos conscientes de que, en momentos de crisis, no puede haber otra jerarquía que la del trabajo ni otro abolengo que el del sacrificio. Tampoco puede haber otro partido que el de Cuba ni otra bandera que la de la patria. Queden para después los protagonismos personales y los resabios partidistas. Pero por ahora, aprendamos que no es posible declarar la guerra al enemigo sin concertar la paz entre nosotros. Que es ilusorio hablar de fusiles cuando no se tienen en cuenta los hombres que han de empuñarlos. Antes que soldados hemos de formar ciudadanos. Para que los hombres sepan por qué mueren, y los soldados no pongan el fusil al servicio del hombre fuerte de turno.
Los cubanos de dentro y los cubanos de fuera, los cubanos cristianos, los cubanos nacionalistas, los cubanos demócratas, los cubanos “buenos" de que hablaba Martí, tenemos que fundirnos en el compromiso y el ideal para echar de Cuba a los engendros diabólicos de Biran que a ellos les robaron la libertad y el pan, a nosotros el derecho a vivir y morir en tierra propia, y a todos la dignidad mínima para sentirnos y llamarnos hombres. Pero esa dignidad perdida no la vamos a recuperar con el triunfo de un grupo o partido sobre otro, sino con una reconquista de la patria que garantice la libertad para todos los cubanos. Una libertad que, para perdurar, tendrá que ser el producto de nuestro esfuerzo. Porque los pueblos que reciben la libertad de regalo son como esos ricos que han llegado a la opulencia por lotería o por herencia. Casi siempre dilapidan sus bienes porque carecen de la capacidad para administrarlos o del apego que nace de haberlos logrado con el producto de su trabajo.
Y esa nueva República de Cuba, que después de tantos fracasos y de tantas traiciones nos parece un imposible pero de la que nos separa solamente la dimensión de nuestro coraje, deberá conceder la máxima prioridad a una administración racional de la libertad que garantice ese equilibrio saludable entre las obligaciones del estado y los derechos del ciudadano que caracteriza a las democracias más maduras. Porque el predominio de uno sobre el otro conduce fatalmente a esos males de las democracias inmaduras, conocidos y sufridos durante largo tiempo por el pueblo de Cuba, que son el libertinaje o la tiranía. Para garantizar ese equilibrio están las constituciones, las leyes y los códigos; pero nosotros sabemos que los mismos no son suficientes. Porque la norma escrita para ser eficiente y operante, tiene que contar con la aplicación equitativa por parte del estado y el acatamiento disciplinado por parte de los ciudadanos. Y esa es tarea que depende única y exclusivamente de la formación cívica, la calidad moral y la moderación de los ciudadanos que integran el pueblo de una nación.
Nosotros somos, en conclusión, el primero y el último recurso de la patria. Nosotros somos los guardianes de su libertad, el tribunal supremo de su justicia, los arquitectos de su democracia, los obreros de su prosperidad, la harina de su pan, el azúcar de su caña, el sinsonte de su alborada, la palma de su dignidad, la sal de su alegría y de sus mares, el azul de su cielo y el verde de su esperanza. En este mes de mayo, que vio morir un predestinado para que se iluminara el futuro de una nación, estamos solos en nuestra lucha, pero bendiciendo la oportunidad de crecer en el sacrificio y el heroísmo.
Bendita sea, por lo tanto, esta soledad que nos hará más conscientes de nuestras energías como pueblo. Bendita sea esta soledad que, al demandarnos mayores sacrificios, nos hará más maduros para administrar la República Democrática de mañana. Bendita sea esta soledad que, al obligarnos a la liberación de la patria por el esfuerzo único de sus hijos, hará posible la inauguración de la Cuba sin compromisos ni sumisiones a ninguna potencia extranjera que postuló Martí en 1895.Y bendita sea esta soledad que nos permitirá, en el holocausto de la reconquista, encontrar el lugar digno y empinado de pueblo orgulloso de sus tradiciones y su historia que nos corresponde bajo el sol.
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