Alfredo M. Cepero: LA DICTADURA DE LA CHUSMA.
Director de www.lanuevanacion.com
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Durante los últimos catorce años Hugo Chávez y la chusma comprada con sus prebendas y enardecida por su retórica han estado ejerciendo el poder absoluto en Venezuela. Esto lo han logrado a través de procesos electorales que, aunque fueron decididos al principio por votos reales, fueron más adelante ganados por medio de la demagogia, el uso abusivo de los poderes del estado, la compra del voto, la distribución de privilegios a sus compañeros de fechorías y la manipulación de las cifras de votación. Nunca fueron más evidentes estas tácticas corrosivas de cualquier democracia que en las elecciones del último domingo 14 de abril. Ese día dejó de existir la moderna democracia venezolana surgida el 23 de enero de 1958 con el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez.
Este último 14 de abril, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello (el primero más bien podrido y el segundo definitivamente diablodado) dieron un golpe de estado donde no sólo tergiversaron la voluntad popular de sus compatriotas sino traicionaron a su patria prolongando su condición de satélite de la satrapía Castro-estalinista. A no ser que estemos dispuestos a creerles a unos farsantes que mintieron por meses sobre la salud de Chávez y que violaron el artículo 233 de su propia constitución en el curso de estas últimas elecciones, resulta obvio que no podemos creer en las cifras oficiales dadas por el controlado Consejo Nacional Electoral. Capriles no perdió por 230,000 votos. Ganó por un millón de votos que desaparecieron en el pozo ciego de los fraudulentos sistemas de tabulación de votos diseñados y manipulados por castristas y chavistas.
El triunfo de la oposición se palpaba en el aire y se sentía en la respuesta entusiasta y vehemente conque las multitudes respondían a la intensidad de un Capriles revitalizado y combativo que daba la batalla por la salvación del alma nacional venezolana. Yo no podía dar crédito a mis ojos ante aquel espectáculo maravilloso de militancia democrática porque solo unos días antes había expresado mi escepticismo sobre la posibilidad de un triunfo de la oposición. En aquel momento escribí: "Creo, sin embargo, que la oposición debe demandar la sustitución del fraudulento sistema electoral de las últimas elecciones por un sistema diseñado por una empresa inmune a la influencia chavista…. De lo contrario, estarían jugando con unas cartas marcadas que darían la victoria a Maduro, convalidarían su golpe de estado y darían credibilidad a la farsa electoral del chavismo".
Consideraba en aquel momento que, con recursos muy inferiores a los del gobierno y con tan poco tiempo para organizar una campaña de tal envergadura, haría falta un milagro. Capriles, sin dudas con la asistencia divina de la Virgen de Coromoto, produjo el milagro que, a pesar de este descalabro, dará un día los frutos que merece un pueblo digno y valiente como el venezolano. Esta es sin dudas una experiencia traumática para una sociedad que ha demostrado estar dividida por el mismo medio. Pero es solamente una batalla en la gran cruzada por rescatar a la patria de Bolívar de las manos de quienes ultrajan su memoria y destruyen su obra.
Fue, por otra parte, una noche triste no solo para los venezolanos sino para todos aquellos americanos--desde Canadá hasta la Argentina--que vemos en la democracia la fórmula ideal para la convivencia civilizada y pacífica. Con certeza lo señaló en una entrevista María Corina Machado, una mujer cuyo valor personal es superado sólo por su inteligencia y su belleza, cuando dijo que, en Venezuela, se jugaba el destino de la democracia y de la libertad en América. Me temo que el tiempo demostrará que María Corina tenía toda la razón.
Pero esta debacle tiene un significado especial para nosotros los cubanos. El cambio en Venezuela pudo haber traído consigo un cambio futuro en Cuba. En lo adelante, para bien o para mal, los cubanos y los venezolanos que amamos la libertad estamos ahora más que nunca condenados a romper por nosotros mismos las cadenas de nuestra esclavitud. Los hechos han demostrado, en Cuba desde hace 54 años y en Venezuela durante los últimos 14, que no podemos esperar ayuda de un mundo que optado hasta ahora por lucrar con nuestras tragedias antes que profesar solidaridad con nuestros pueblos.
Quiero, eso sí, señalar que no me sorprendió en lo más mínimo la conducta delincuencial del morador espurio de Miraflores y de sus jefes y mentores en La Habana. Los Castro saben que, sin la subvención venezolana, su régimen correría peligro de desaparecer. A base de observarlos durante muchos años, se que los tiranos cubanos están dispuestos a llegar a cualquier extremo con tal de perpetuarse en el poder.
Hace unos meses, bajo el título de "Los monstruos matarán hasta el final", escribí: "Mientras el gobierno controle las calles la tiranía se mantendrá en el poder. Ellos lo saben y por eso decapitaron a las Damas de Blanco matando a Laura Pollan y asestaron este golpe demoledor contra el Movimiento Cristiano de Liberación matando a Oswaldo Paya. Y podemos estar seguro de que la lista no terminará en ellos". En Venezuela, Henrique Capriles y sus aliados en la Mesa de la Unidad Democrática harían bien en mirarse en el espejo de Laura y de Oswaldo y andar con extrema cautela.
Maduro no puede, por otra parte, sentirse seguro en su robada silla presidencial ni mantener el mismo nivel de financiamiento de sus chulos decrépitos de La Habana. Venezuela confronta una situación caótica de miseria, criminalidad, reducida producción petrolera y devaluación monetaria. Si a estas ominosas realidades añadimos su obvia carencia de carisma para cautivar a los fanáticos seguidores del difunto santo patrón del chavismo es altamente probable que no termine su mandato presidencial.
Más temprano que tarde, hasta los mismos venezolanos que votaron por él le van a exigir que anteponga la solución de los problemas nacionales a su lealtad perruna a sus amos castristas. Podría muy bien verse en la situación de esos jinetes de toros bravíos que cuentan en segundos sus tiempos cabalgando a las bestias. Los venezolanos han demostrado que no son un pueblo fácil de domesticar.
Venezuela, mientras tanto, sufre la dictadura de una chusma nativa manejada por una chusma foránea. No es la dictadura del proletariado predicada por Vladimir Lenin en la Rusia de 1917, ni el hombre nuevo prometido por Castro en la Cuba de 1959, ni la fórmula descabellada del Socialismo del Siglo XXI utilizada por Chávez para esconder su supina ignorancia ideológica. Es una dictadura vulgar, rapaz y despiadada sin otro objetivo que el poder absoluto puesto al servicio del enriquecimiento personal de una casta de vagos que como Lenin, Castro y Chávez jamás se han ganado el pan con el sudor de sus frentes.
Pero como soy un optimista incurable estoy convencido de que los mejores días de la democracia venezolana están por delante. Este Capriles hábil, enérgico y fogueado en lides políticas matizadas de peligros y retos no parece un hombre dispuesto a levantar la bandera blanca de la derrota. Él y sus compañeros de la Mesa de la Unidad Democrática son la mejor esperanza de que la noche triste del 14 de abril no sea el prologo de una larga tiranía como la cubana. Que sea, por el contrario, la antesala de un amanecer de alegría donde reine una paz venezolana edificada sobre sólidos cimientos de libertad, justicia y democracia.
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