INTERCAMBIO CULTURAL: QUID PRODEST. Orlando Fondevila sobre supuesto intercambio Cuba EE.UU.: ¿ A quién beneficia ?
Todo intercambio, cualquier intercambio presupone un toma y daca entre iguales, En cualquier caso implica reciprocidad. En el llamado “intercambio cultural con Cuba”, ¿qué se intercambia? ¿Acaso ideas, valores culturales? ¿Qué pueden intercambiar un esclavo, o un siervo con un hombre libre? ¿Alguien puede imaginar a un cimarrón regresando a la plantación a intercambiar con sus antiguos amos o con los todavía esclavos, siempre bajo la adusta mirada del amo? ¿Qué puede ofrecer una sociedad totalitaria que tenga algún valor para una sociedad libre? ¿Qué está dispuesta a recibir una sociedad esclava de una sociedad libre? Del lado de acá nada se prohíbe ni se limita, ¿y del otro lado? ¿Cómo, entonces, llamar a esto intercambio?
Más bien me parece todo esto un oportunista intercambio de caricias. Del lado de allá, las caricias tienen un marcado color verde. Están detrás del “verde”. En su estrategia para desmontar el embargo, neutralizar al exilio, trivializar el horror, se valen de todo. No dudan entonces en pasarle la mano (no sin evidente asco) a los quedaditos o diaspóricos de peluche nostálgico. Les dan una caricia repulsiva en forma de un meloso encuentrico académico, la publicación de un librito, la realización de algún conciertico o facilidades para el montaje de una obrita de teatro, siempre que nada de esto toque ni con el pétalo de una rosa la monstruosidad de la plantación. Parra ello no necesitan los mayorales de la “cultura” emplear látigo o candado alguno. Y es que a los peluches nostálgicos ni se les ocurriría cometer alguna inconveniencia.
La otra cara del “intercambio” está conformada generalmente por “esclavitos culturosos” (mayor o menor virtuosismo aparte) que están en todo caso bien “adoctrinados” o entrenados adecuadamente en la “tarea asignada”, o más simple, saben “cómo comportarse” para hacerse con alguna pacotilla. Para ellos la línea roja se halla bien definida: se puede jugar con la cadena, nunca con el mono. Detrás de todo, bien cerca, la siempre hosca y brutal cara de la dictadura militar.
Finalmente, se impone una conocida frase muy aplicada en criminalística y perfectamente aplicable en este espurio intercambio de caricias: Quid prodest. ¿A quién beneficia este “intercambio cultural”? No a la libertad. No a la libertad cultural o de creación.
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