Tomado de http://www.cubanet.org/?p=55224
Navidad dividida
Por Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, 24 diciembre, www.cubanet.org -Como buen pronosticador de futuro, el comandante previó que las Navidades no serían necesarias en un país socialista. Supo desde entonces que no habría vituallas y mucho menos familia para los días de celebración.
Llama la atención que en el Censo de Población y Viviendas, efectuado en septiembre de 2012, del que recientemente se ofrecieron resultados definitivos, la Oficina Nacional de Estadística e Información no haya incluido en sus interrogatorios, cuántos somos los cubanos que tenemos lejos a la familia.
Sin duda alguna que cualquiera de los 11 millones 167 mil 325 habitantes con que cuenta el archipiélago caribeño, sufre esa pena. Entonces se hace difícil que en los más de tres millones de hogares cubanos con que cuenta el país, se pueda evocar de manera feliz estos días navideños, si no están presentes aquellos que amamos desde que abrimos los ojos al mundo.
Hasta los propios dictadores Raúl y Fidel, generales y coroneles, representantes todos de la nueva clase social –seres humanos al fin y al cabo–, no están exentos de ese padecer.
Sonia y Pedro Yánez, mis vecinos de enfrente, son los que sufren más. Hace dos años su hijo mayor se fue en una lancha y el que les queda está con la misma idea de partir. Mucho más estas madres de Santa Fe, que perdieron a sus hijos en un mar infestado de tiburones.
Hasta yo misma, con mis únicos tres hijos desperdigados por el mundo, porque en la Cuba de Fidel no pueden vivir.
Aquellos que pasamos de los setenta años, somos quienes más sufrimos el desmoronamiento de las Navidades cubanas. Recordamos la cena de Noche Buena, siempre en familia, el maravilloso amanecer del Día de los Reyes, donde descubríamos en un rincón del cuarto los juguetes que nos dejaban con tanto cariño unos invisibles reyes mitológicos, el fin de año, cuando la abuela lanzaba a la calle un cubo de agua vieja, para que entrara la suerte en casa.
Eran los tiempos en que podíamos soñar, en que no se habían perdido aún las esperanzas, las que desaparecieron cuando el Comandante llegó y mandó a parar, las que han vuelto a revivir pese a la represión y leyes draconianas.
Por eso, este 24 de diciembre, voy a brindar por mis hijos, por mi padre, quien caminaba solitario por las calles de Miami antes de morir, por mi madre, que no quiso decirme que las tiranías comunistas acaban con las Navidades para que desaparezca la divina fantasía en la mente del Hombre civilizado, por mis amigos disidentes, a quienes recuerdo con amor, por mi último novio, preso político más de veinte años, que algún día volverá.
LA HABANA, Cuba, 24 diciembre, www.cubanet.org -Como buen pronosticador de futuro, el comandante previó que las Navidades no serían necesarias en un país socialista. Supo desde entonces que no habría vituallas y mucho menos familia para los días de celebración.
Llama la atención que en el Censo de Población y Viviendas, efectuado en septiembre de 2012, del que recientemente se ofrecieron resultados definitivos, la Oficina Nacional de Estadística e Información no haya incluido en sus interrogatorios, cuántos somos los cubanos que tenemos lejos a la familia.
Sin duda alguna que cualquiera de los 11 millones 167 mil 325 habitantes con que cuenta el archipiélago caribeño, sufre esa pena. Entonces se hace difícil que en los más de tres millones de hogares cubanos con que cuenta el país, se pueda evocar de manera feliz estos días navideños, si no están presentes aquellos que amamos desde que abrimos los ojos al mundo.
Hasta los propios dictadores Raúl y Fidel, generales y coroneles, representantes todos de la nueva clase social –seres humanos al fin y al cabo–, no están exentos de ese padecer.
Sonia y Pedro Yánez, mis vecinos de enfrente, son los que sufren más. Hace dos años su hijo mayor se fue en una lancha y el que les queda está con la misma idea de partir. Mucho más estas madres de Santa Fe, que perdieron a sus hijos en un mar infestado de tiburones.
Hasta yo misma, con mis únicos tres hijos desperdigados por el mundo, porque en la Cuba de Fidel no pueden vivir.
Aquellos que pasamos de los setenta años, somos quienes más sufrimos el desmoronamiento de las Navidades cubanas. Recordamos la cena de Noche Buena, siempre en familia, el maravilloso amanecer del Día de los Reyes, donde descubríamos en un rincón del cuarto los juguetes que nos dejaban con tanto cariño unos invisibles reyes mitológicos, el fin de año, cuando la abuela lanzaba a la calle un cubo de agua vieja, para que entrara la suerte en casa.
Eran los tiempos en que podíamos soñar, en que no se habían perdido aún las esperanzas, las que desaparecieron cuando el Comandante llegó y mandó a parar, las que han vuelto a revivir pese a la represión y leyes draconianas.
Por eso, este 24 de diciembre, voy a brindar por mis hijos, por mi padre, quien caminaba solitario por las calles de Miami antes de morir, por mi madre, que no quiso decirme que las tiranías comunistas acaban con las Navidades para que desaparezca la divina fantasía en la mente del Hombre civilizado, por mis amigos disidentes, a quienes recuerdo con amor, por mi último novio, preso político más de veinte años, que algún día volverá.
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