Luis Cino desde Cuba sobre Gabriel García Márquez: Sin el Gabo
Sin el Gabo
Por Luis Cino
Se nos fue el Gabo, y todavía no acababan de ponerse de acuerdo los gobiernos de Colombia y México –sus dos imperfectas patrias- con los homenajes póstumos y el destino de sus cenizas, y ya empezamos a echarlo de menos.
Va a resultar muy difícil de aceptar para los que moramos en estas tierras, que quedamos huérfanos de las coartadas que nos daba el Gabo. Estamos advertidos del desastre y la maldición que pesa sobre nuestra estirpe. Y lo que es peor, luego de tanto desastre, de regreso de todas las desilusiones, irremediablemente escépticos ante la posibilidad de una segunda oportunidad en la tierra.
Ahora que se agotaron por falsos los grandes relatos históricos que nos sostenían a duras penas –aunque fuera al borde del abismo- y que todos llamamos a la mierda por su nombre, ¿cómo nos arreglaremos, sin la magia que había en los relatos del Gabo, para contarnos las cosas que nos rodeaban y en las que no reparábamos?
En esta América Latina de desdichas que no alivian las excepcionalidades que nos inventamos o nos adjudican, sin tipos como Gabo que nos den un poco de fábula hiperbolizada e ilusión, quedamos a la merced mezquina de santurrones y milagreros, de criminales con medalla y con dinero, de alucinantes iluminados e idiotas quijotescos que cabalgan siempre a la zurda en un continente donde la derecha parece que no consigue tener nunca la razón, ni siquiera cuando efectivamente la tiene.
Gabriel García Márquez nos deja como consuelo sus libros. Y más que ningún otro, Cien años de soledad, esa novela -¿o la llamamos prodigio?- donde todo sucede, sin más trampa que el hipnotismo que termina justo en el último párrafo.
Para dicha de los lectores, ya se decretó la absoluta imposibilidad de llevar “Cien años de soledad” al cine. Así, ningún director podrá robarnos las fisonomías, los colores y los olores que imaginamos. La ascensión al cielo de Remedios La Bella, rodeada de mariposas amarillas, será exactamente como la presenciamos, que es decir como la leímos, y en Macondo, la lluvia siempre será justo del modo en que la vio caer Isabel: torrencial y casi eterna. Como nuestras penas.
El Gabo nos enseñó que lo más importante no es cómo fue la vida, sino del modo que la recordamos y cómo la contamos. ¡Qué importa -mejor aun- si no coincide exactamente con la verdad!
luicino2012@gmail.com
1 Comments:
"Novelizar" la realidad en vez de encararla tal y como es, llamarla por su nombre y lidiar con ella sin irse por la tangente ni andar con cuentos es parte del nefasto legado del "Gabo." Poco, muy poco importa lo bien que lo haya hecho desde el punto de vista puramente literario, pues la literatura no es la vida, ni el arte tampoco. Se ha perdido tanto, TANTO tiempo en lo "mágico" en vez de lo real que es sencillamente un crimen y un escarnio, por no hablar de un bochorno. Basta.
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