miércoles, octubre 08, 2014

Jorge Betancourt, abogado cubano denuncia irregularidades en juicio y fusilamientos del 2003 en Cuba. Antes de entregarle la apelación ya habían sido fusilados. La orden de sentenciarlos a fusilamiento era de Fidel Castro Ruz

Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Lorenzo, Bárbaro y Jorge Luis. No hirieron a nadie ni sus intenciones iban mas allá de las amenazas. Una turista francesa secuestrada narró como cuando la tenía uno de los secuestradores fuertemente agarrada con un arma blanca cerca de su cuello y el secuestrador le gritaba a las autoridades castristas que si no traían combustible para la lancha, la mataba, le hablaba bajito al oido y le decía; ¨No te preocupes que no te va a pasar nada ¨. Posteriormente, después de ser detenidos los secuestradores, la turista le pidió a Fidel Castro que no los mataran y le contó lo que le decía el secuestrador en su oidos. De nada valió para que el Zeus caribeño indicara que la pena era el fusilamiento; los tribunales en menos de una semana los juzgaron, sentenciaron y un pelotón los fusiló.
 
A continuación una entrevista de hace años en que el tirano Fidel Castro explicaba las razones deesos tres fusilamientos:
 
Por Miguel Bonasso
Un relato inédito sobre la batalla de Playa Girón
Desde La Habana
( Fragmento )
El enviado de Página/12 no quiso recurrir al truco socorrido de mechar las narraciones más extensas (como la de Playa Girón, ver nota aparte) incluyendo preguntas artificiales que hubieran falseado la vocación didáctica, el ritmo y la respiración del entrevistado. Acaso pensando que tuvo el privilegio de reportearlo -tras muchos años de buscar esa entrevista- en un momento crucial de la historia: tal vez la crisis más peligrosa a la que se ha enfrentado Cuba en sus cuarenta y cuatro años de revolución.
-La primera pregunta es obvia: imagino que usted evaluó que habría un generalizado repudio con el tema de los tres fusilamientos recientes...
-Sí, fue perfectamente evaluado. Es algo demasiado serio como para adoptar decisiones a la ligera. De hecho habíamos establecido una moratoria que duraba ya casi tres años. Fue verdaderamente doloroso para los miembros del Consejo de Estado tener que romper esa moratoria. Esto no se hace sino por causas absolutamente justificadas, puesto que conocíamos el precio de la medida, ya que hoy día -y no les quito razón a los que se oponen a ella- el número de los que piensan de esa forma crece y crececada vez más, de lo cual realmente me alegro, puesto que compartimos, y por razones profundas, el aborrecimiento a la pena capital.
-¿Cuáles fueron entonces esas causas?

-Puedo resumírtelo en tres palabras: cuestión de vida o muerte. Me preguntarás por qué. Sencillamente la mafia terrorista de Miami, en combinación con la extrema derecha de Estados Unidos, se proponían, y aún se proponen, crear una grave crisis que podría conducir a una confrontación armada entre Estados Unidos y Cuba. No es que esto nos ponga nerviosos o nos quite el sueño. Es algo demostrado, durante 44 años, que nosotros sabemos enfrentarnos a cualquier peligro. No es inútil recordar que en 1961 libramos, entre los días 17 y 19 de abril, una dura batalla frente a una expedición mercenaria que desembarcó por Girón, y detrás de esa invasión estaba la escuadra norteamericana con un portaaviones, naves de guerra, buques de desembarco y las tropas pertinentes para intervenir inmediatamente después de que el gobierno creado por ellos pudiera aterrizar en un aeropuerto recién construido, en una de las zonas más pobres del país, precisamente en un punto que se ha hecho después famoso: Playa Girón. Claro, nosotros hicimos todos los cálculos correspondientes y se luchó durante 68 horas consecutivas, sin un minuto de receso, hasta el último punto de resistencia enemiga: Playa Girón cayó en nuestro poder. No pudo aterrizar el gobierno que tenían en Miami.

(A continuación un anexo  del Bloguista de Baracutey Cubano que desmiente las palabras del tirano de que haya existido el peligro de una grave crisis que hubiera conducido a una guerra :

A solamente un mes y pico de estos esos hechos, otras personas secuestraron una lancha de GEOCUBA por la antigua provincia de Camaguey para también irse del país; en la lancha habían pasajeros. Un guardacosta nortemericano interceptó en alta mar a dicha lancha y detuvieron a los secuestradores. El régimen cubano, dando una muestra evidente de lo que es la Justicia en Cuba, dijo que si los devolvían a Cuba, no los iban a fusilar y que la pena máxima que iban a recibir era de 10 años de prisión. O sea, el mismo delito y las mismas condiciones y situaciones pero las penas fueron totalmente diferentes pese a que el Código Penal era el mismo, pero observemos:¿ Qué papel desempeñan los tribunales en Cuba ?, que antes de celebrase el juicio ya se sabían las penas que iban a tener en ambos casos los enjuiciados. Desde los años posteriores a la Crisis de Octubre siempre han exisitido conversaciones entre militares castristas y norteamericanos, así como entre los diferentes gobiernos de EE.UU y la tiranía Castrista, luego desde hace varias décadas han existidos los canales para evitar cualquier confrontación supuestamente manipulada por los antiCastristas de Miami... Fidel miente y miente descaradamente
 
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Jorge Betancourt, abogado de tres Cubanos fusilados habla con el Nuevo Herald




 

Fusilados:  Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Leodan Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac
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Abogado cubano denuncia irregularidades en juicio y fusilamientos del 2003

Por Nora Gámez Torres
8  de octubre de 2014



El abogado cubano Jorge Betancourt, quien fue parte del equipo que defendió a los tres hombres fusilados en el 2003 tras intentar secuestrar una lancha.Jose A. Iglesias/el Nuevo Herald

Los tres cubanos que intentaron desviar una embarcación de pasajeros hacia Estados Unidos en el 2003 fueron fusilados antes de que la defensa recibiera el resultado de la apelación ante el Tribunal Supremo, según aseguró Jorge R. Betancourt Ortega, uno de los abogados defensores en el caso.

“Puedes decir tajantemente que cuando al abogado que los defendió le entregaron la sentencia, ya estaban fusilados. No hubo tiempo”, afirmó categóricamente Betancourt en una entrevista con el Nuevo Herald.

Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Leodan Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac—junto a otras ocho personas—intentaron secuestrar la pequeña lancha “Baraguá” que cubría la ruta entre la Habana y el vecino pueblo de Casablanca con la intención de llegar a Estados Unidos el miércoles 2 de abril del 2003. A la semana siguiente fueron condenados a muerte por cometer “actos de terrorismo” en un juicio sumarísimo que duró menos de un día.

“El juicio fue el martes 8 de abril y el miércoles 9, la apelación. El jueves no fui a trabajar y el viernes llego al Tribunal Supremo y la secretaria me dice que tenía una sentencia. Te lo juro, lo menos que yo esperaba es que fueran a hacer eso. Fui rápido a buscar el fallo y era la ratificación de la pena de muerte, cosa extraña porque las penas de muerte las tiene que ratificar el Consejo de Estado”, contó Betancourt, quien era abogado del Bufete Colectivo de la Habana Vieja y fue asignado al caso “de oficio”.
“Salí loco, por poco me coge un carro. Cuando llegué al bufete, le dije al director ‘hoy es viernes y mira lo que me han dado aquí. Esto es una bomba, qué voy a hacer ahora. ¿Llamo a los familiares? Yo no voy a mandar a buscar a los familiares al bufete porque la que se va a armar aquí’ y me dijo ‘no te preocupes mucho, los fusilaron por la madrugada’”, relató Betancourt, quien aseguró haberse sorprendido con la sentencia.
UN JUICIO ‘APARTADO DEL PUEBLO’

El juicio se había realizado en un local adjunto al Tribunal Municipal de Diez de Octubre, en condiciones de gran seguridad y “apartado del pueblo”, señaló el abogado, quien representó a los cuatro acusados a quienes se les pedía cadena perpetua por su participación en los hechos.

Según trascendió en la audiencia, solo hubo un arma blanca involucrada en el intento de secuestro y no armas de fuego, como se había reportado.

“Allí se probó que esta gente no amenazó a nadie, no hirió a nadie, no derramó una gota de sangre”, destacó el abogado, pero a las 11 de la noche, los jueces ratificaron las sentencias de muerte. Entonces, los familiares de los tres condenados le pidieron representarlos durante la apelación ante el Tribunal Supremo, que se realizó al otro día.

“Tú te imaginas el impacto, con todas las madres y los familiares, de dictar tres penas de muerte. Aquello fue tremendo”, recordó.

Durante el resto de la noche y la madrugada, Betancourt preparó la defensa durante la apelación, en la que “se esgrimieron los mismos puntos de vista, que era un delito de salida ilegal del país y no terrorismo, porque además este delito conlleva una intención de causarlo. La finalidad de esta gente no era causar daño sino llegar a los Estados Unidos”, señaló.

Según reportó el Nuevo Herald en aquella ocasión, los familiares de los condenados a muerte pudieron visitarlos brevemente el jueves 10 de abril en la prisión, sin conocer que sería una despedida. Al amanecer del viernes, fueron notificados telefónicamente para que fueran al Cementerio de Colón, a ver los cadáveres, aunque según relató la madre de Lorenzo Enrique Copello, Ramona Copello Castillo, las autoridades no permitieron abrir los féretros.

La noticia de los fusilamientos despertó protestas entre los residentes de los barrios habaneros donde residían los tres hombres, así como una ola mundial de críticas por esta decisión.

El secuestro de la lancha Baraguá coincidió con varios intentos de secuestro de aviones que ocurrieron ese mismo mes. También la misma semana de los fusilamientos, 75 disidentes fueron sentenciados a largas condenas de prisión.

El abogado comentó también otros casos en los que trabajó relacionados con el tráfico de drogas en la isla. En una ocasión defendió a un ciudadano mexicano detenido por este delito. Según su testimonio, por representarlo legalmente durante el juicio y la apelación, el Bufete Colectivo de la Habana Vieja, cobró $9,000 dólares. A él le pagaron 1,200 pesos cubanos, unos $45.
‘COMO DIJO FIDEL...’

Betancourt realizaba rutinariamente juicios “de oficio” en la Sala Segunda del Tribunal Provincial de La Habana y en la sala de la Seguridad del Estado. “Por un juicio de oficio, pagan 15 pesos cubanos”, explicó.

Durante las defensas, “uno tiene que ser muy inteligente …y decir ‘como dijo Fidel’ o ‘como dijo el Comandante’, y realmente da la impresión de que usted está defendiendo una cosa, pero yo defiendo la vida del que tengo sentado ahí y para eso me valgo de lo que sea”, dijo el abogado enfáticamente.

Sobre su actividad como abogado defensor en Cuba, confesó sentirse “coartado”, pero “alguien tiene que hacerlo. Si tú no aceptas ponen otro y a lo mejor el otro no cumple con su objetivo”, señaló.

“El problema de Cuba es que no hay [separación de] poderes. Según los teóricos del marxismo, hay un solo poder que reside en el pueblo, claro, es una falacia. Y quien representa al pueblo es el Partido. Entonces no hay poderes, sino funciones del Estado: legislativa, administrativa. Por tanto, el que trabaja como juez, no es independiente, es un funcionario del Estado y hace lógicamente lo que le mandan a hacer porque si no lo quitan”, explicó Betancourt, de 71 años y quien llegó a Miami a visitar a un hijo con leucemia y decidió quedarse tras la muerte de éste y sufrir un infarto.

Antes de graduarse como abogado en 1974 de la Universidad de La Habana, fue teniente de la contrainteligencia militar del Ministerio de las Fuerzas Armadas (MINFAR), “subordinada directamente a Raúl Castro”, aseguró. El dice haber sido “desmovilizado” de la contrainteligencia desde la década del 70 y no tener vínculos con el organismo.

Asimismo, Betancourt afirma haber participado en el juicio de “los 75” y en otro relacionado a un intento de secuestro de un avión en el 2007. En este último, los acusados fueron condenados a cadena perpetua y no fueron fusilados, pese a haber cometido actos mucho más violentos.

Según el abogado cubano Jesús Rafael Castillo Hernández, quien tiene ahora una oficina de trámites legales en Jacksonville pero que militó en varias organizaciones opositoras en la isla como el Partido Demócrata Cristiano, Betancourt lo ayudó en varias ocasiones a salir de la cárcel en Cuba.

“Es una persona honesta. Tuvo causas bastante azarosas y nunca ha tenido miedo de enfrentarse a una causa política. Por su propia posición política eso tiene incluso más mérito”, dijo en conversación telefónica.

“Para nosotros en la disidencia era importante tener alguien que estuviera limpio con el sistema y nos pudiera ayudar cuando caíamos presos”, agregó Castillo.

Puede seguir a Nora Gámez Torres en Twitter por @ngameztorres

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Yanisleydis Copello Rodríguez, activista del Partido Cuba Independiente y Democrática (CID) en el municipio Centro Habana, reclama justicia para los asesinos de su padre Lorenzo Enrique Copello Castillo, fusilado por ordenes de Fidel Castro el 11 de abril de 2003.

Hija de fusilado reclama


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Emigrar al patíbulo

Un testimonio de las últimas horas de Lorenzo Enrique Copello, el último fusilado del castrismo.


Por RICARDO GONZÁLEZ ALFONSO, La Habana

Convivir en un calabozo con un condenado a muerte es intrincarse en el laberinto de una vida ajena, que comienza a pertenecernos, a dolernos.
Lorenzo Enrique Copello, fusilado el 11 de abril de 2003.
Cuando abrieron la puerta de la celda tapiada y vi por primera vez a Lorenzo Enrique Copello Castillo, no imaginé que lo fusilarían en una semana, tras uno de esos juicios sumarísimos de la primavera de 2003.
Lorenzo era un negro de treinta y tantos años, de buen aspecto, que caminaba cojo por la golpiza que le propinaron cuando lo arrestaron en el Puerto del Mariel, al oeste de La Habana. Los zapatos negros y sin cordones tenían marcas de salitre, y sus ojos reflejaban la extenuación de los náufragos, de esos que aún huelen a mar.
Nos saludó con una sonrisa doble: la de sus labios y la de sus ojos. Se acostó, y al instante dormía con la inmovilidad de los difuntos.
Mis compañeros de celda —el chino, un joven acusado de vender drogas, y un muchacho condenado por asesinato e involucrado en un tráfico de emigrantes— nos sentimos desilusionados. Nos sabíamos de memoria nuestras respectivas historias o leyendas y esperábamos del recién llegado una de estreno. En los calabozos de Villa Marista, sede nacional de la Seguridad del Estado, no hay espacio para caminar; y la única opción, entre interrogatorio e interrogatorio, es conversar sobre cualquier tema, para no pensar.
Por la mañana, descubrimos que Lorenzo era un criollazo. Nos relató, como quien cuenta una película, que a medianoche abordó con varios amigos y amigas la lancha Baraguá, una de esas que cruzan con pasajeros la bahía habanera. El grupo de piratas debutantes llevaba oculto en sus mochilas recipientes con combustible; y, además, contaban con un arsenal de desconsuelo: un revólver y un cuchillo. Lorenzo apoyaba su narración con mímica teatral. "Llegué hasta la cabina y disparé dos veces. Una contra la proa y otra al mar. Entonces grité: '¡Esto se jodió, nos vamos pa' Miami!'".
Al principio todo resultó a pedir de sueños. Entre los pasajeros habían dos extranjeras —magníficas piezas de cambio— acompañadas por un par de Rastafaris. En total, tenían una treintena de rehenes. La Bahía de La Habana quedaba atrás, y la embarcación se adentraba en el anchísimo Estrecho de la Florida.
Lorenzo cerró los ojos para disfrutar mejor de sus palabras. "Oigan, ya nos veíamos en las costas de Cayo Hueso enseñando unos carteles que habíamos hecho con frases contra el comunismo, para que los americanos nos dieran asilo político". Lorenzo sonrió, como un chiquillo que recuerda una travesura. Al abrir los ojos, despertó de su aventura onírica. Su expresión se transformó en la de un adulto en peligro.
Nos contó, siempre auxiliándose con su gestualidad criolla, cómo el mar —un mar histérico— cambió de humor repentinamente. Imaginé las olas como cascadas continuas, la lancha a la deriva, a merced de ascensos y descensos bruscos y constantes. Vi en el rostro del negro el terror que sintieron aquellos cachorros de mar —secuestradores y rehenes— al saber que en esa situación de espanto se había agotado el combustible, incluido el de reserva.
Un guardacostas cubano se aproximó. A través de un megáfono uno de los guardafronteras los conminó a entregarse. "Pero nosotros, de eso nada. Respondí a gritos que teníamos a dos extranjeras. Que nos dieran combustible o la cosa iba a terminar mal".
Llegaron a un acuerdo. El guardacostas remolcaría a la Baraguá hasta el Puerto del Mariel. Allí le proporcionarían lo necesario para llegar a Estados Unidos, a cambio de que no lastimaran a los rehenes.
Lorenzo intentó esgrimir una sonrisa de consuelo, pero, errático, emitió un suspiro triste. "Era una trampa. Muy cerca del muelle, un hombre rana del Ministerio del Interior le hizo una seña a las extranjeras para que se lanzaran al agua. Una de ellas se tiró. Traté de impedir que la otra hiciera lo mismo, pero un pasajero —después supe que era un militar vestido de civil— me empujó, caí al mar y perdí el arma. Varios hombres ranas me atraparon. En el agua comenzaron a golpearme. Continuaron en el muelle. Mis compañeros también estaban dominados".
"La cosa fue grande. Vino hasta Fidel. Nos dijo que si nos hubiéramos ido, dentro de unos años hubiéramos querido regresar".
Lorenzo movió la cabeza seguro de su negativa. "¡Qué va! Yo hubiera hecho como mi padre, que se pasó la mitad de la vida preso; pero en el 80, cuando lo del Mariel, se fue a Estados Unidos, se cambió el nombre, estudió y se hizo ingeniero. Sí, yo iba a hacer lo mismo. Después reclamaría a Muñe, mi mujer actual; y a Rorro, mi hija, que es del primer matrimonio".
Muñe —apócope de muñeca— vendía pizzas en su casa. Lorenzo la describía como una Venus de Milo, pero con brazos, cálida y cándida. Al hablar de Muñe la expresión del negro se asemejaba a la de un amante primerizo.
Pero ella, como Rorro, desconocía que Lorenzo vivía dos existencias paralelas, y que con esa doble vida recorría su laberinto personal. Él era una moneda que giraba por el aire a cara o cruz, a mal o bien.
Lorenzo trabajaba días alternos como custodio de una policlínica del municipio de Centro Habana. Allí su actitud era ejemplar, nos aseguró. Mas sus días libres eran libertinos. Se dedicaba al proxenetismo y a la estafa. Esta la ejercía a veces a través de juegos de azar; otras, como "guía" de turistas inexpertos.
"Una vez —nos relató entusiasmado— viajé a Pinar del Río con un francés. ÁQué vida! El lo pagaba todo: un apartamento que alquiló, bebida de la buena y a las mejores jineteras. Allá conoció a una temba y se quedó con ella. No sé qué le vio. El francés era un buen hombre. Yo siempre me porté bien con él. Aunque era muy confiado, jamás me aproveché de eso". Nos miró con picardía y añadió: "¡Pero a otros…!".
En una ocasión Lorenzo me dijo: "Ricardo, qué lástima que te dio por la política. Con tu pinta y facilidad de palabras, serías un estafador de primera".
También nos hablaba de Rorro. Una linda adolescente que sabía valerse por sí misma. "Es como yo, pero honrada". El sobrenombre surgió cuando era una bebé, pues la madre y Lorenzo le cantaban para dormirla: "A rorro mi niña, a rorro mi amor". La muchacha estudiaba la enseñanza media en Miramar, un reparto de la antigua —y actual— clase alta. "Papi, allá los autos son cómicos, la gente se viste cómico, las casas son cómicas. En fin, Miramar es una comedia".
El día que a Lorenzo le entregaron la petición fiscal, le dijo al guardia que servía la comida: "Échame más, ¡qué soy un pena de muerte!". Y se rió. Pero un rato después nos miró serio y comentó en voz baja, casi consigo: "quién lo hubiera dicho, ¡yo deseando una sanción de 30 años!".
Lorenzo regresó del juicio muy optimista. "Mi abogado dijo que cómo se iba a pedir sangre, si no se derramó una gota de sangre". Y repetía a cada rato estas palabras, con el fervor que un moribundo invoca a Dios.
También nos comentó: "Ustedes no me van a creer, pero sentí más miedo cuando en el juicio vi el vídeo de la lancha subiendo y bajando en aquel mar furioso, que cuando yo estaba allí mismito, jugándome la vida".
Esa noche nos llevaron a una oficina. A los cuatro por separado. Cuando llegó mi turno, un capitán me explicó que aunque a Lorenzo le pedían la pena de muerte, eso no significaba que lo fusilarían. "Pero —puntualizó el oficial— algunos condenados a la pena capital se desesperan y se suicidan por gusto, pues la sanción no es ratificada por el Tribunal Supremo o por el Consejo de Estado".
Con este argumento solicitó mi cooperación para impedir —dado el caso— que Lorenzo atentara contra su vida. Accedí. Después me enteré que a mis otros dos compañeros de celda le pidieron lo mismo. Nunca supe que le dijeron a Lorenzo.
Desde entonces la ventanilla de la puerta tapiada la mantuvieron abierta; y afuera, un policía permaneció de guardia.
Al otro día por la tarde vinieron a buscar a Lorenzo. Regresó muy contento. "La Seguridad del Estado trajo en un auto a Rorro, a la mamá de ella y a mi madre. Me dijeron que el director del policlínico le iba a escribir al Consejo de Estado hablándole de mi buena actitud laboral". Al rato vinieron de nuevo por él.
Ya a solas , el Chino, el otro muchacho y yo comentamos que esa visita era la despedida final. La policía política —y la otra— no acostumbra a traer a nuestros familiares para que nos visiten. Estábamos equivocados. No era la última despedida, sino la penúltima.
Lorenzo retornó feliz. Dos oficiales fueron a buscar a Muñe y había tenido una visita con ella. A discreción, mis compañeros de celda y yo nos miramos consternados. Comprendimos que Lorenzo sería ejecutado próximamente.
Aquella tarde la comida fue diferente a la habitual: medio pollo, arroz con moros, ensalada, vianda, postre y refresco. Lorenzo sospechó. "¿Medio pollo para cada uno?". El guardián lo tranquilizó argumentando que habían traído tantos pollos que no cabían en las neveras, y a todos los detenidos les estaban sirviendo la misma ración. Lorenzo le creyó —o simuló creerle—: era su última cena.
Horas después, Lorenzo sintió un dolor en el pecho. Avisé al guardia. Se lo llevaron inmediatamente a la posta médica. Regresó al rato. Nos aseguró que se sentía mejor después que lo inyectaron. Estaba soñoliento. Obviamente lo drogaron. Transcurridos unos minutos, dormía otra vez con la inmovilidad de los difuntos. Recordé la noche que lo conocí. Apenas —y a penas— había pasado una semana.
Sería medianoche cuando abrieron la puerta. En el pasillo vi a seis guardias. Uno entró y despertó a Lorenzo. Se levantó aturdido. Se calzó con torpeza sus zapatos sin cordones. Me miró como preguntándome: "¿Qué ocurre?". Se lo expliqué con una mirada. Le di una palmada en el hombro, y lo vi partir a la muerte.