Regando el jardín de Castro
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"La oposición cubana está siendo acorralada en este escenario, en el que no bailar al son del deshielo supone, por lo visto, pasar por un aguafiestas".
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Por Joan Antoni Guerrero Vall
mayo 22, 2015
El performance de Tania Bruguera en La Habana esta semana, una lectura durante 100 horas de la obra Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, ofrece la oportunidad de reflexionar de forma profunda sobre la realidad totalitaria de Cuba.
Se trata de una elección pertinente porque, entre tantas visitas de presidentes democráticos a la Isla, con un proceso "electoral" recientemente cerrado –con la elección de los delegados municipales de la Asamblea Nacional del Poder Popular– se corre el riesgo de acabar confundiendo los términos.
Este es el riesgo de los sucesivos apretones de manos entre líderes democráticos y el cabecilla del Gobierno cubano, Raúl Castro, un señor que no ha obtenido ninguna legitimidad democrática para ocupar el cargo que ostenta desde que su hermano se retiró. Este otro señor tampoco disponía de ninguna legitimidad para ocupar los cargos que ostentó durante tantos años.
La organización del Estado castrista responde plenamente a las características de una sociedad totalitaria. Los rasgos más claros son la inexistencia de un sistema de partidos, el poder concentrado en pocas manos y todas las instituciones al servicio de las elites gobernantes, que ejercen la represión política para mantener su legitimidad virtual alzada sobre una base de terror social y adoctrinamiento alrededor de una figura deificada.
No hay posibilidad ninguna de considerar el sistema cubano como un sistema democrático tal y como se entiende en el mundo occidental, donde ahora se pretende que el régimen sea asimilado y discretamente cuestionado.
La oposición cubana está siendo acorralada en este escenario, en el que no bailar al son del deshielo supone, por lo visto, pasar por un aguafiestas. Lo cierto es que han pasado seis meses desde que se anunció el giro del Gobierno de Estados Unidos con respecto a La Habana y todavía se está en compás de espera para ver la "apertura" a la que está dispuesta a llegar la dinastía Castro.
No parece que en un corto período de tiempo se vayan a producir cambios políticos sustanciales en la Isla. Los Derechos Humanos han sido aparcados de todas las negociaciones y la única preocupación (o principal) es procurar la llegada de capital e inversiones a la isla. Regar el jardín de Castro es el objetivo principal de todos los acercamientos con la hipótesis futura de que en ese jardín aparecerán brotes verdes que van a devolver la esperanza a la oposición: El florecimiento de una sociedad civil que empujará al Gobierno a hacer un cambio democrático.
El capitalismo en el que se instala el comunismo cubano debe, según algunos, ser la fórmula que conduzca a la disolución del totalitarismo actual. Lo cual parece pecar de un exceso de optimismo si no se quiere exigir con más fuerza un avance en cuestiones de Derechos humanos. La sensación es que se está cediendo mucho a las demandas del castrismo, dándole un cheque en blanco y dejando las reclamaciones sobre los derechos, ya no en un segundo o tercer plano, sino directamente fuera de la mesa de negociación.
Y es por ello que es fundamental exigir al castrismo autocrítica, de manera que el régimen acepte el océano de conflictos que ha logrado generar por culpa de su supervivencia durante más de medio siglo. En cambio, parece que el castrismo tiene la sensación de haber ganado una batalla y que ello le permitirá seguir durante unos años más en su dinámica represiva y totalitaria.
Después de seis meses parece que esta es la tendencia y lo grave es que muchos están dispuestos a hacer la vista gorda.
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