Tomado de http://www.lanuevanacion.com
LA PELEA DEL CHIHUAHUA Y EL PIT BULL
Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
Sígame en: http://twitter.com/@AlfredoCepero
Comienzo confesando mis prejuicios personales. No comparto las ideas extremas de Donald Trump, rechazo su retórica insultante contra todo el que se le enfrente, no creo en su reciente epifanía de declararse conservador y ni siquiera simpatizo con el sujeto. Es más, lo considero antipático e insoportable. Dicho esto, paso a dar mi opinión sobre la reciente confrontación entre Donald Trump y Jorge Ramos, conductor de uno de los programas más vistos de la televisión de habla hispana en los Estados Unidos.
Recurro a una metáfora para describirla como una dispareja pelea de perros donde el chihuahua salió con la cola entre las patas y el pit bull dio pruebas una vez más de que no se deja amedrentar por ningún otro canino, mucho menos por los ladridos odiosos de perros pequeños con una agenda predeterminada de descarrilarle su tren de campaña. En esta oportunidad Jorge Ramos le ladró al perro equivocado. El intimidador salió esta vez intimidado. Ese es un estilo de entrevista que le ha dado resultado con políticos como Marco Rubio que respetan las reglas del juego. Pero Donald Trump no es político ni respeta otras reglas que las que considera beneficiosas a sus intereses.
Basta ver los videos de la confrontación para darnos cuenta de que Jorge Ramos no fue a Iowa a participar en una conferencia de prensa respetando las reglas de esperar su turno y la ética periodística de formular preguntas pertinentes a los temas promovidos por el candidato. Fue a oponer su agenda de inmigración ilegal desenfrenada a la agenda de control de fronteras de Donald Trump. Fue a decirle a Donald Trump que no podría construir una cerca en la frontera y que le sería imposible deportar a 12 millones de ilegales. Según reza el dicho popular "fue a bailar a casa del trompo".
LA PELEA DEL CHIHUAHUA Y EL PIT BULL
Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
Sígame en: http://twitter.com/@AlfredoCepero
Comienzo confesando mis prejuicios personales. No comparto las ideas extremas de Donald Trump, rechazo su retórica insultante contra todo el que se le enfrente, no creo en su reciente epifanía de declararse conservador y ni siquiera simpatizo con el sujeto. Es más, lo considero antipático e insoportable. Dicho esto, paso a dar mi opinión sobre la reciente confrontación entre Donald Trump y Jorge Ramos, conductor de uno de los programas más vistos de la televisión de habla hispana en los Estados Unidos.
Recurro a una metáfora para describirla como una dispareja pelea de perros donde el chihuahua salió con la cola entre las patas y el pit bull dio pruebas una vez más de que no se deja amedrentar por ningún otro canino, mucho menos por los ladridos odiosos de perros pequeños con una agenda predeterminada de descarrilarle su tren de campaña. En esta oportunidad Jorge Ramos le ladró al perro equivocado. El intimidador salió esta vez intimidado. Ese es un estilo de entrevista que le ha dado resultado con políticos como Marco Rubio que respetan las reglas del juego. Pero Donald Trump no es político ni respeta otras reglas que las que considera beneficiosas a sus intereses.
Basta ver los videos de la confrontación para darnos cuenta de que Jorge Ramos no fue a Iowa a participar en una conferencia de prensa respetando las reglas de esperar su turno y la ética periodística de formular preguntas pertinentes a los temas promovidos por el candidato. Fue a oponer su agenda de inmigración ilegal desenfrenada a la agenda de control de fronteras de Donald Trump. Fue a decirle a Donald Trump que no podría construir una cerca en la frontera y que le sería imposible deportar a 12 millones de ilegales. Según reza el dicho popular "fue a bailar a casa del trompo".
(Donald Trump)
Mientras defendía los supuestos derechos de inmigrantes ilegales llegó a decirle a Trump que los Estados Unidos no eran su país. Es cierto que los Estados Unidos no son el país privado de Donald Trump como tampoco lo son de Jorge Ramos. Mucho menos el país privado ni colectivo de los millones de inmigrantes que han entrado en forma ilegal sin que nadie los invitara y violando las leyes norteamericanas de inmigración.
Son el país colectivo de Donald Trump, de Jorge Ramos y de todos los ciudadanos, nativos y nacionalizados, que han pedido permiso para entrar, respetan las leyes y pagan impuestos. Y, para hacer aún más el ridículo, Jorge actuó como el perrito faldero de una Univisión preocupada por la demanda de 500 millones que le ha presentado el magnate de bienes raíces por violación de contrato en la transmisión del concurso de Miss Universo. Jorge Ramos no formuló preguntas sino expresó opiniones hasta cierto punto insultantes.
Con su conducta demostró que había ido a provocar a Donald Trump y a robarse el show. Lo primero fue fácil porque Donald es un bocón que no se le calla a nadie. Lo segundo una misión imposible porque, independientemente de la opinión que tengamos sobre él, el millonario es un maestro a la hora de moverse en un escenario y de alimentar las pasiones del público que lo escucha. Tiene la habilidad de parecer específico y de tener sentido cuando en realidad habla en generalidades y no dice nada.
Por otra parte, Jorge Ramos tiene todo el derecho a expresar sus opiniones en estos Estados Unidos como no podría hacerlo en su México "corrupto" y querido. Pero, para ejercer ese derecho, tiene el deber de presentar sus opiniones y defender sus puntos de vista como comentarista en un programa de opinión. Entonces todos estaríamos al tanto de la parcialidad de sus opiniones.
Lo que no puede hacer es esconder esas opiniones bajo el manto de un periodista imparcial que participa en una conferencia de prensa. Jorge tiene que decidir cuándo se pone el traje de activista parcializado y cuando el de periodista imparcial. No puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Si trata de serlo, perderá la poca o mucha credibilidad que pueda tener como profesional del periodismo para ser escuchado y respetado por sus televidentes.
Y hablando de los televidentes que sintonizan su programa, nadie se cree la falacia divulgada por Jorge y sus apologistas en la prensa de izquierda de que él representa el sentimiento de la mayoría de la población hispana de los Estados Unidos. Jorge Ramos no habla por la generalidad de los hispanos. Si habla por los izquierdistas, los ilegales y los holgazanes que vienen a los Estados Unidos a recibir beneficios sufragados con los impuestos que pagamos quienes nos ganamos la vida con el producto de nuestro trabajo. Pero definitivamente no habla por el 30 por ciento de los hispanos que han votado por el candidato republicano en las últimas cuatro elecciones presidenciales.
Mientras defendía los supuestos derechos de inmigrantes ilegales llegó a decirle a Trump que los Estados Unidos no eran su país. Es cierto que los Estados Unidos no son el país privado de Donald Trump como tampoco lo son de Jorge Ramos. Mucho menos el país privado ni colectivo de los millones de inmigrantes que han entrado en forma ilegal sin que nadie los invitara y violando las leyes norteamericanas de inmigración.
Son el país colectivo de Donald Trump, de Jorge Ramos y de todos los ciudadanos, nativos y nacionalizados, que han pedido permiso para entrar, respetan las leyes y pagan impuestos. Y, para hacer aún más el ridículo, Jorge actuó como el perrito faldero de una Univisión preocupada por la demanda de 500 millones que le ha presentado el magnate de bienes raíces por violación de contrato en la transmisión del concurso de Miss Universo. Jorge Ramos no formuló preguntas sino expresó opiniones hasta cierto punto insultantes.
Con su conducta demostró que había ido a provocar a Donald Trump y a robarse el show. Lo primero fue fácil porque Donald es un bocón que no se le calla a nadie. Lo segundo una misión imposible porque, independientemente de la opinión que tengamos sobre él, el millonario es un maestro a la hora de moverse en un escenario y de alimentar las pasiones del público que lo escucha. Tiene la habilidad de parecer específico y de tener sentido cuando en realidad habla en generalidades y no dice nada.
Por otra parte, Jorge Ramos tiene todo el derecho a expresar sus opiniones en estos Estados Unidos como no podría hacerlo en su México "corrupto" y querido. Pero, para ejercer ese derecho, tiene el deber de presentar sus opiniones y defender sus puntos de vista como comentarista en un programa de opinión. Entonces todos estaríamos al tanto de la parcialidad de sus opiniones.
Lo que no puede hacer es esconder esas opiniones bajo el manto de un periodista imparcial que participa en una conferencia de prensa. Jorge tiene que decidir cuándo se pone el traje de activista parcializado y cuando el de periodista imparcial. No puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Si trata de serlo, perderá la poca o mucha credibilidad que pueda tener como profesional del periodismo para ser escuchado y respetado por sus televidentes.
Y hablando de los televidentes que sintonizan su programa, nadie se cree la falacia divulgada por Jorge y sus apologistas en la prensa de izquierda de que él representa el sentimiento de la mayoría de la población hispana de los Estados Unidos. Jorge Ramos no habla por la generalidad de los hispanos. Si habla por los izquierdistas, los ilegales y los holgazanes que vienen a los Estados Unidos a recibir beneficios sufragados con los impuestos que pagamos quienes nos ganamos la vida con el producto de nuestro trabajo. Pero definitivamente no habla por el 30 por ciento de los hispanos que han votado por el candidato republicano en las últimas cuatro elecciones presidenciales.
(Jorge Ramos cuando fue sacado de la conferencia de prensa de Donald Trump. Fotos y comentarios agregados por el bloguista de BC)
En este punto es importante señalar que los hispanos no responden al llamado de las urnas en la proporción de otros segmentos de la población como los cristianos evangélicos y los ciudadanos de la tercera edad. Un estudio realizado por el Centro para el Estudio de la Inmigración en 2012 arrojó como resultado que los hispanos representan el 17.2 por ciento de la población de los Estados Unidos. Sin embargo, menos del 9 por ciento participa en los procesos electorales.
Esto es algo que deben de tener en cuenta los candidatos del Partido Republicano que, con excepción de George W. Bush, nunca han logrado más de un 30 por ciento (la tercera parte) de ese 9 por ciento total que acude a las urnas en las elecciones nacionales. Quienes se inclinen a la izquierda para cortejar el voto de los electores hispanos corren el riesgo de perder el apoyo de los conservadores del partido. La misma gente que le da ahora un 25 por ciento de apoyo a Donald Trump. La misma gente que se quedó en casa y no fue a votar en 2008 y 2012 por John McCain y Mitt Romney y le entregó la llave de la Casa Blanca a Barack Obama.
Sobre el tema de las elecciones, me encuentro entre los que vaticinan que la burbuja de Donald Trump hará explosión en un futuro no lejano. Su lengua y su arrogancia lo llevarán en cualquier momento a cometer suicidio político. Pero nadie puede restarle el mérito de haber llevado a primer plano el contencioso y candente tema de la inmigración ilegal.
Con su retórica ha puesto un marcador dentro del Partido Republicano que los demás candidatos no pueden darse el lujo de ignorar. El candidato que no tenga como tema central la seguridad en las fronteras no cuenta con la más mínima probabilidad de ser postulado. Ha despertado el monstruo y la mayoría, hasta ahora silente, se ha vuelto vociferante. Los Jorge Ramos y compañía están ahora a la defensiva. De ahí las tácticas desesperadas como la confrontación en Iowa.
Como los pronósticos sobre el estado del tiempo, los vaticinios sobre procesos electorales son ciencias inexactas sujetas a cambios drásticos y frecuentes. Pero, a la luz de las actuales encuestas, los demócratas tienen una reina con una corona en peligro de perderla y carecen de un sucesor dinástico. Los republicanos, por otra parte, cuentan con una numerosa y calificada bancada de candidatos presidenciales.
Estos constituyen indicios sólidos de que las generales de 2016 podrían poner a los republicanos en control del Capitolio y de la Casa Blanca. Algo así como un tsunami político para los promotores de la inmigración ilegal que los forzaría a aceptar como precondición a cualquier reforma migratoria la seguridad en las fronteras. Entonces podría forjarse una solución satisfactoria para las partes actualmente en conflicto. Donde la compasión por los seres humanos no viole las leyes ni esté en conflicto con la soberanía nacional. Jorge, una sugerencia que me temo no vas a aceptar: "No le declares guerra a muerte a los republicanos. Ellos podrían ser un día tus mejores aliados".
8-31-2015
En este punto es importante señalar que los hispanos no responden al llamado de las urnas en la proporción de otros segmentos de la población como los cristianos evangélicos y los ciudadanos de la tercera edad. Un estudio realizado por el Centro para el Estudio de la Inmigración en 2012 arrojó como resultado que los hispanos representan el 17.2 por ciento de la población de los Estados Unidos. Sin embargo, menos del 9 por ciento participa en los procesos electorales.
Esto es algo que deben de tener en cuenta los candidatos del Partido Republicano que, con excepción de George W. Bush, nunca han logrado más de un 30 por ciento (la tercera parte) de ese 9 por ciento total que acude a las urnas en las elecciones nacionales. Quienes se inclinen a la izquierda para cortejar el voto de los electores hispanos corren el riesgo de perder el apoyo de los conservadores del partido. La misma gente que le da ahora un 25 por ciento de apoyo a Donald Trump. La misma gente que se quedó en casa y no fue a votar en 2008 y 2012 por John McCain y Mitt Romney y le entregó la llave de la Casa Blanca a Barack Obama.
Sobre el tema de las elecciones, me encuentro entre los que vaticinan que la burbuja de Donald Trump hará explosión en un futuro no lejano. Su lengua y su arrogancia lo llevarán en cualquier momento a cometer suicidio político. Pero nadie puede restarle el mérito de haber llevado a primer plano el contencioso y candente tema de la inmigración ilegal.
Con su retórica ha puesto un marcador dentro del Partido Republicano que los demás candidatos no pueden darse el lujo de ignorar. El candidato que no tenga como tema central la seguridad en las fronteras no cuenta con la más mínima probabilidad de ser postulado. Ha despertado el monstruo y la mayoría, hasta ahora silente, se ha vuelto vociferante. Los Jorge Ramos y compañía están ahora a la defensiva. De ahí las tácticas desesperadas como la confrontación en Iowa.
Como los pronósticos sobre el estado del tiempo, los vaticinios sobre procesos electorales son ciencias inexactas sujetas a cambios drásticos y frecuentes. Pero, a la luz de las actuales encuestas, los demócratas tienen una reina con una corona en peligro de perderla y carecen de un sucesor dinástico. Los republicanos, por otra parte, cuentan con una numerosa y calificada bancada de candidatos presidenciales.
Estos constituyen indicios sólidos de que las generales de 2016 podrían poner a los republicanos en control del Capitolio y de la Casa Blanca. Algo así como un tsunami político para los promotores de la inmigración ilegal que los forzaría a aceptar como precondición a cualquier reforma migratoria la seguridad en las fronteras. Entonces podría forjarse una solución satisfactoria para las partes actualmente en conflicto. Donde la compasión por los seres humanos no viole las leyes ni esté en conflicto con la soberanía nacional. Jorge, una sugerencia que me temo no vas a aceptar: "No le declares guerra a muerte a los republicanos. Ellos podrían ser un día tus mejores aliados".
8-31-2015
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