Weiner Alexander Martínez desde Cuba sobre los alzados en armas contra la tiranía Castrista en las montañas y campos de Cuba
Por Weiner Alexander Martínez
14 de septiembre de 2015
LA HABANA.- Al cumplirse más de 45 años del final de la guerra entre el régimen de Fidel Castro y los guerrilleros anticomunistas, llevada a cabo en las regiones montañosas de todo el país en los años 60. Disimiles polémicas aún perduran por el desenlace de la contienda que hasta hoy no ha sido posible cuantificar sus muertos ni los daños materiales.
Luego del triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959 no pocos integrantes de sus filas cayeron en contradicciones con sus más altos dirigentes por el destino que llevaba el recién llegado gobierno.
Las sospechas de la inclinación comunista de Fidel Castro el líder máximo del actual gobierno provocaron que no pocos seguidores retomaran la lucha armada en la manigua para despojar a Cuba del yugo comunista.
Fue en las lomas del Escambray, centro- Sur del país donde se materializaron los grupos de guerrilleros más temerarios de la historia de la revolución.
Una encarnizada lucha entre milicianos y guerrilleros que hasta la fecha no se ha podido cuantificar los daños colaterales que dejaron las estrategias impuestas por el gobierno comunista para lograr derrocar a los valientes campesinos renegados.
La literatura histórica de la isla impresa por el gobierno totalitario castrista, impone un estigma de mercenarios y bandidos a las personas que optaron por seguir sus ideas y pelear por ellas.
En su mayoría los alzados en la zona del Escambray eran campesinos humildes y trabajadores convencidos de que el nuevo gobierno vendería su nación al comunismo de la entonces Unión Soviética.
Fueron hombres de la talla de Tomas San Gil, Osvaldo Ramírez, el legendario Julio Emilio Carretero y muchos otros valientes campesinos comprometidos con su causa, los que lucharon en la zona del Escambray con la valentía de titanes alcanzando grados de comandantes de la guerrilla la cual llamaban, Ejército de Liberación Nacional.
La campaña del gobierno castrista en los años 60 conocida como La Limpia del Escambray con el fin de dar caza a los grupos guerrilleros, desemboco en una triste y penosa etapa de represión y hostigamiento para los campesinos de la zona.
La estrategia consistía en desalojar a todos habitantes de la sierra para que los alzados perdieran los contactos y suministros de todos los simpatizantes y colaboradores.
Aunque los resultados fueron provechosos para el gobierno, miles de campesinos fueron desplazados por las milicias, fusilados o desaparecido en esos años de encarnizada batalla.
Los que corrieron con mejor suerte fueron reubicados en la Provincia de Pinar del Río, a más de 500 km de su tierra natal.
El sufrimiento y dolor de los civiles en esa guerra no solo fue responsabilidad de los grupos guerrilleros. El gobierno castrista destinaba cárceles especiales para hacer hablar a los sospechosos de colaborar con los alzados.
La mirada pérdida en el tiempo de Inés Estepe Gil, anciana de 90 años que reside en Sancti Spiritus, permite imaginar en el acto los recuerdos horribles del pasado.
“Recuerdo con claridad el día que vinieron a buscar a mi esposo Emilio –dice- los guardias del G2 se lo llevaron a la prisión del Condado, eso fue en Septiembre de 1963. Al otro día vinieron por mi hijo Manuel Estepe que apenas cumplía los 17 años(…) mi otro hijo Pedro Estepe también fue detenido, con 13 años de edad lo llevaban a la escuela local con un custodio de la G2 armado con una ametralladora. Fueron meses de mucho dolor, y yo casi muerta de miedo”.
Concluye el relato la anciana comentando los sucesos infrahumanos que le contó su esposo, luego de su liberación tres meses después.
“…Lo dejaban en la celda toda la noche sin ropa. Lo mojaban para que tuviera aún más frio. En tres ocasiones lo pararon en el paredón de fusilamiento y le dispararon con balas salvas y por si fuera poco le dieron electricidad en sus testículos. A mi hijo lo torturaban diciéndole que si no hablaba fusilaban a su papá, y le ponían un hombre por la otra celda gritando su nombre para que pensara, que era Emilio su papá pidiéndole que hablara”.
Tras la excarcelación Emilio, todos sus bienes y propiedades fueron confiscados. Las cifras de torturados y fusilados en las prisiones castristas de la época no han sido nunca enumeradas con exactitud, pero se presume que las víctimas son miles. Son muchos los relatos similares que resaltan el carácter terrorista adoptado por el gobierno con el fin de eliminar a los guerrilleros.
La ley 988 emitida en los años 60, fue decretada por el gobierno castrista con el propósito de justificar los crímenes cometidos contra los alzados y sus colaboradores campesinos en las Villas. Esta ley permitía la confiscación de las propiedades privadas de insurgentes y los fusilamientos de jefes guerrilleros, alzados y campesinos que fueran encontrados culpables de cometer crímenes contra el estado.
Poblados entero reubicados, familias campesinas separadas, hermanos, padres e hijos que nunca volvieron a abrazarse.
En la actualidad la historia escrita por el castrismo hace alusión a un grupo de bandidos crueles y sin piedad para matar a jóvenes alfabetizadores, tirotear inescrupulosamente a ómnibus de trabajadores, incendiar cañaverales y destruir almacenes y fábricas.
Una historia muy parecida a la de un grupo de guerrilleros de la montaña y el llano, que operaban en las carreteras del oriente del país a finales de los años 50, atentaban contra los recursos del estado, detonaban minas, asaltaban cuarteles y hospitales y detonaban más de 100 bombas en un día, en La Habana. Con la diferencia, que esta guerrilla no estaba al mando de Julio Emilio Carretero, Maro Borges, Tomasito San Gil, Cheito León o cualquier otro “Bandido” del Escambray, su líder, era Fidel Castro el director indiscutible de aquella orquesta, en la que cuantificar los daños colaterales ha sido imposible.
Uno de los protagonistas de estas campañas explosivas era Sergio Gonzales López (El Curita) (foto de la izquierda). Su intachable hoja de servicio bajo las órdenes del movimiento 26 de Julio y de su comandante Fidel Castro le atribuye la hazaña de poner más de 100 petardos en varios puntos de la capital en menos de un día.
Por lo que a pesar de considerarse en la actualidad como un modelo a seguir por los estudiantes más aventajados en el terrorismo. Su nombre reluce en escuelas y parques.
Dados los acontecimientos históricos que devinieron en los años siguientes en realidad los alzados no estaban tan equivocados cuando presumían que su país iba a ser vendido a los comunistas Soviéticos.
Una proclama emitida en el Escambray por el ejército de Liberación Nacional con fecha Enero de 1961 expone varias de las razones que motivo a estos jóvenes a tomar las armas, dejando en claro su visión política a la cual el tiempo les dio la razón.
En uno de sus párrafos explica: “Aquí estamos para luchar y morir si es preciso para evitar que el capricho sustituya a la ley (…) aquí estamos para evitar que un totalitarismo extranjero con una doctrina diabólica basada en la hipocresía y la mentira destruya nuestra integridad (…) aquí estamos por el derecho inalienable de criar a nuestros hijos y criarlos a nuestro lado, sin que nadie pueda quitárnoslos para llevarlos a un país extranjero, a una escuela y educarlos en el despegue de sus familias en el materialismo ateo en el odio a la dignidad plena del hombre.”
Al más alto nivel del gobierno castrista tras el triunfo revolucionario, las discusiones y dudas sobre el carácter político que adoptaría el país provocó deserciones, como la del carismático Comandante Huber Matos y muchos otros jóvenes que no aceptaban las ideas comunistas. Quedaba claro que esa no era la línea a seguir por los valientes hombres que habían luchado contra el régimen de Fulgencio Batista.
Para los jóvenes actuales queda pendiente el estudio y búsqueda histórica y testimonial que permanece oculta, a la espera de ávidos historiadores sin doctrinas radicales que permitan desenmascarar las falsedades contadas por una dictadura de más de 50 años, que ha manchado la verdadera Historia de Cuba.
Escambray: La Guerra Olvidada
(Un Libro Historico De Los Combatientes Anticastristas En Cuba (1960-1966))
Por Enrique G. Encinosa
Le decían El Loco. El apodo le vino por su audacia, por su sangre fría, por la manera temeraria de actuar ante el enemigo. Manolo López López era de Chambas, en el norte de Camagüey. Fue encarcelado cuando era aún menor de edad, acusado de participar en actividades guerrilleras contra el régimen castrista. Lo enviaron a Torrens, una cárcel para menores en La Habana, para cumplir sentencia y recibir adoctrinamiento político.
Pero El Loco nunca cumplió la condena. Con una navaja se abrió una herida en el estómago, al lado del ombligo. Lo llevaron a un hospital, donde le cosieron la herida. Y antes de regresar a Torrens, El Loco amarró una tira de sábanas y se lanzó por una ventana, perdiéndose en la oscuridad de la noche.
Casi desnudo, herido, y sin recursos, Manolito López se las arregló para regresar a Camagüey, donde se alzó de nuevo. Cumplió los 18 años en la manigua. Aprendió sus tácticas guerrilleras de Rolando Martín Amodia y Arnoldo Martínez Andrade, dos ex oficiales del Ejército Rebelde que fueron los pioneros de los alzamientos contra el castrismo en Camagüey. El Loco participó en muchas acciones, incluyendo el asalto a las Minas de Perea, la toma de los poblados de Río y Centeno, y numerosas emboscadas en los llanos de la Provincia. Para febrero de 1962, a pesar de su juventud, era comandante guerrillero, jefe de los alzados en Camagüey.
En los próximos seis meses, Manolito El Loco se convirtió en uno de los jefes guerrilleros más audaces de toda Cuba. Los propios castristas publicaron relatos que demuestran la audacia de Manolito. En Boquerón, la milicia tendió una emboscada a los alzados. 'En el primer combate murió un guerrillero, Justo López Fuentes. Al poco rato, cuando la milicia peinaba el terreno en búsqueda de la guerrilla, se escucharon dos disparos. Dos milicianos se desplomaron. Cuando las tropas castristas llegaron al farallón desde donde los alzados habían disparado, no encontraron guerrilleros, pero sí encontraron colgado de un árbol un pequeño letrero que decía.
«Por cada patriota muerto, la vida de dos milicianos.
»(firmado) Manolito López
»Comandante en Jefe Frente Norte de Camagüey,»
A Manolito El Loco lo buscaron con ganas. Y él, con su locura y su audacia, continuó rompiendo cercos. Mucho triple cerco se cerró sobre campo vacío mientras El Loco y sus hombres cruzaban sembradíos y potreros, evadiendo a los cazadores de las tropas especiales castristas.
Con temeridad, los hombres de El Loco López llevaron a cabo constantes contra-ataques, a pesar de ser continuamente perseguidos y acosados por el ejército castrista. El 29 de junio de 1962, con la milicia pisándole los talones, Manolito y sus hombres detuvieron a un ómnibus en El Chorro. Después de matar a dos milicianos que viajaban en el vehículo, El Loco le prendió candela al autobús.
El 10 de agosto lo cercaron en Los Barriles. En el primer combate, Manolito López fue herido. Una bala le produjo una herida en el cuello y otra le traspasó una mano. Los cazadores tiraron un triple anillo. Por una semana, centenares de soldados rastrearon las piedras y los farallones, pero no encontraron el rastro de los once guerrilleros escondidos.
Oscar Figueredo, uno de los jefes de las tropas especiales se adentró en Un pedregal. Allí estaba El Loco. Recostado a unas piedras, el joven jefe guerrillero apuntó serenamente con su carabina M 1. Apretó el gatillo cuatro veces. Tres plomos dieron en el blanco. Una bala se incrustó en la barriga de Figueredo. Dos plomos más, uno sobre cada tetilla, destrozaron el pecho del oficial castrista. Oscar Figueredo murió instantáneamente.
El nudo de tropas comenzó a estrangular al grupo de alzados. Floro Camacho, el lugarteniente de Manolito, lo ayudó a tratar de escapar. El Loco estaba débil. Con hojas de savia se había tapado la herida en el cuello, y la herida de la mano estaba infestada. El Loco sabía que su hora había llegado. Con aplomo, el jefe guerrillero de 19 años de edad le cedió el mando de la guerrilla a Floro Camacho, parapetándose después en unas piedras, para cubrirle la retirada a sus hombres.
Atrajo fuego enemigo sobre sí para salvar a sus hombres. Desde las piedras, disparó con su carabina M I y su pistola calibre .45, para confundir, para que los castristas pensaran que había más de un alzado atrincherado, peleando. Lo rodearon. Le dispararon en cruce de fuego y las balas partieron gajos, reventaron piedras.
Desde el pedregal, El Loco gritó que se rendía, que se le habían acabado las balas. Varios cazadores de las tropas especiales se pararon para ir a capturarlo, pero fueron dispersados por una lluvia de balas. Era un truco. El Loco no iba a rendirse.
La balacera continuó. Desde su escondite, entre piedras comidas por las balas, Manolito El Loco lanzó granadas hacia el nudo de hombres uniformados que cada momento se acercaban más. Mientras el joven alzado se desangraba en el pedregal, Floro Camacho y los otros alzados cruzaban el anillo de tropas que se extendía por varios kilómetros.
Dos cazadores lograron acercarse al guerrillero. Dos ametralladoras vaciaron sus peines sobre las espaldas del muchacho de Chambas. El Loco se retorció entre las piedras y quedó inmóvil.
El comandante Manolito López López había muerto.
El ¨Congo ¨ Pacheco, ¨muerto en combate ¨: estando herido según se narra en el libro El Caballo de Mayaguara, fue rematado por la tropa de Gustavo Castellón.
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Justo Clodomiro Miranda Martínez era jefe de puesto de Bahía Honda cuando se alzó. Se portó valientemente en el juicio celebrado en la Audiencia de Pinar del Río; según me narró una persona que estuvo presente.
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