Luis Leonel León: Ruina y riqueza del próximo heredero del Castrismo en Cuba. La familia Castro, mientras su sistema se mantenga, gobernará desde el centro del plató o como régisseur.
Ruina y riqueza del próximo heredero del castrismo
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¿Se necesita un Castro en el poder para mantener o perfeccionar el castrismo? La familia Castro, mientras su sistema se mantenga, gobernará desde el centro del plató o como régisseur.
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Por Luis Leonel León
18 de abril de 2018
En el comunismo no se elige, se hereda el poder como mismo han de cumplirse las órdenes del dictador de turno, ya sea por miedo, adoctrinamiento o contubernio. De lo contrario no hablaríamos de totalitarismo. Y en el caso de Cuba, como le gusta recordar a mi colega Pedro Corzo, impera el más perfecto de los totalitarismos: el marxismo. Seis décadas afectando no sólo a los cubanos.
Esta semana, la más antigua, desvergonzada y deprimente dictadura de la región, subirá a escena el sainete de la sucesión dinástica publicitada por Raúl Castro. El segundo dictador hará lo mismo que hizo con él su hermano mayor, Fidel Castro, cuando obligado por el deterioro de su salud, le nombró de un dedazo como nuevo “presidente” y luego dueño absoluto de todos los poderes.
A sólo días de la puesta en escena, aún no se sabe quién será la nueva figura, o figurín, del castrismo. Esta vez da igual si lleva o no el apellido Castro. Siempre será un títere de la funesta familia, y los jóvenes Castro, globalizados y posmodernos, hace rato están apuntalados al frente de los más poderosos organismos y las empresas más ventajosas del país, desde donde les conviene seguir administrando esa finca nacional que es Cuba, hoy en una fase superior, cada vez más desvergonzada, del capitalismo de Estado.
Pocos advierten que la imagen de supuesto reformista de Raúl Castro podría abofetear a los crédulos designando a uno de sus herederos sanguíneos. Los medios internacionales anuncian como el más probable sucesor a Díaz-Canel, Primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, quien sucediera al rufián Machado Ventura. Hay quienes creen que el otro posible heredero (sin apellido Castro, es decir, el hijo bastardo del castrismo) podría ser el canciller Bruno Rodríguez, figura principal en la VIII Cumbre de las Américas, donde, por cierto, no quedó nada bien el régimen.
¿Pero cuánto podría cambiar, o poner en peligro, cualquiera de estos nombres la aceitada maquinaria del camuflado capitalismo de Estado que impera en la isla? ¿Se necesita un Castro en el poder para mantener o perfeccionar el castrismo? La familia Castro, mientras su sistema se mantenga, gobernará desde el centro del plató o como régisseur.
A los cubanos en la isla, e incluso a no pocos exiliados, les da igual quien venga a seguir actuando no como árbitro y defensor de las libertades y derechos de la gente, sino como juez y parte del macabro juego totalitario que no se basa en otras reglas que en prohibiciones y carnadas, en falsas ilusiones y en migas para la obediencia. Y donde a los de a pie le es imposible crear riquezas, tan sólo malvivir de la igualitaria repartición de miserias económicas y espirituales lanzadas al cubo de cangrejos de una sociedad gravemente enferma. En el mantenimiento de esta ecuación ruinosa radica la riqueza del régimen.
El castrismo no comenzará a fenecer cuando se siente al trono el nuevo zar marxista o su lacayo. La cúpula se ha repartido fríamente un país destrozado, maniatado, formalmente esclavizado por la familia Castro, y por sus cómplices. Sea quien sea el próximo monarca impuesto, la realidad es que los cubanos llevan más de seis décadas sin poder elegir a un presidente, ni elegir nada que no sea entre una y otra imposición, una y otra farsa. Lo terrible, en tiempos de democracia, es que la democracia como herramienta, incluidas sus elecciones, es insuficiente en una dictadura.
Venezuela lo demuestra cada año con su récord de elecciones en las que el castrochavismo (versión venezolana del castrismo) ha ganado a la larga o a la corta. No vernos los cubanos en ese espejo terrible es un acto de inocencia, fanatismo, desenfreno o confabulación.
Si en Cuba, al igual que en la intervenida Venezuela, no se desencadena una verdadera y urgente intervención humanitaria contra la dictadura, los ciudadanos seguirán sufriendo, escapando los que puedan, y muriendo, en lo que llega el cambio ilusorio por la vía democrática. Los llamados socialismos del siglo XXI han confirmado que la vía democrática es su entrada al poder, pero no su salida.
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