De la Cova, Mencía y el Moncada
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El Dr. Mario Mencía falleció en La Habana el sábado primero y el Dr. Antonio de la Cova el domingo 30 en West Columbia, Carolina del Sur
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Por Arnaldo M. Fernández
Broward
09/01/2019
Por coincidencia de los opuestos, los bandos encontrados del problema cubano perdieron en diciembre a sus respectivos historiadores señeros del parto de la Generación del Centenario ya en extinción. El Dr. Mario Mencía (Cienfuegos, 1931) falleció en La Habana el sábado primero y el Dr. Antonio de la Cova (La Habana, 1950), el domingo 30 en West Columbia, Carolina del Sur.
Mencía dio a imprenta, como su obra más acabada, El Moncada: La respuesta necesaria (Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2006 / 2013). De la Cova sentó cátedra de historiografía crítica con The Moncada Attack (Editorial de la Universidad de Carolina del Sur, 2007).
Contrapunteo cubano del tabaco castrista y el azúcar exiliar
Al ejercer la crítica de la historia oficial, De la Cova tuvo delante la obra anterior de Mencía, El grito del Moncada (Editora Política, 1986), que apenas dedica 40 páginas al combate y toma prestados pasajes del libro del novelista francés Robert Merle (Moncada: Premier combat de Fidel Castro, Laffont, 1965).
Aparte de no entrevistar a moncadistas revirados contra Castro ni a exmilitares de Batista presentes en Cuba durante su investigación (1972-86), Mencía soslayó la regla elemental de dar la bibliografía consultada y curiosamente omitió la leyenda negra de los prisioneros torturados, que Castro había extremado en La historia me absolverá (1954) con que “les trituraron los testículos y les arrancaron los ojos”.
Sobre la base de las fotos necrológicas del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), los informes de los médicos forenses y aun el testimonio del funerario encargado de recoger los cadáveres de los asaltantes y darles sepultura, De la Cova demostró que no hubo tortura, sino infame masacre de prisioneros. Ni trituraron testículos a Boris Luis Santa Coloma ni arrancaron ojos a Abel Santamaría.
La tortura se tornó superflua tras ser apresado bien temprano Osvaldo Socarrás y revelar enseguida
desde quién era el jefe hasta dónde se habían concentrado. Otros muchos prisioneros confesarían de plano su participación y hasta abundarían en justificaciones políticas del asalto.
Se procedió a ejecutar a quienes —por haber disparado arma de fuego— daban positivo en la prueba de parafina. A las 11 de la mañana, 35 prisioneros habían sido ya asesinados a mansalva. El saldo de la masacre llegaría a 52, que sumados a 9 caídos en combate totalizaron 61 asaltantes muertos [1].
De la Cova desmintió por igual a Batista, quien imputó a Castro no haber estado “en la trágica escena del combate” [2]. Con moncadistas disidentes del castrismo como Gustavo Arcos y Mario Chanes, De la Cova confirmó que Castro iba en el segundo vehículo de la caravana que arribó al Moncada y se desmontó a combatir. El moncadista exiliado Gerardo Granados atestiguó haberlo visto “en el medio de la calle con una pistola Luger en la mano” [3].
Los comecandelas por Internet dirán hasta que Granados estaba aturdido, pero De la Cova no vino con su libro a dar palos de ciego invirtiendo el eslogan pa’lo que sea, Fidel, pa’lo que sea. Vino a exponer
la verdad histórica, que no es castrista ni anticastrista. A tal efecto sudó la camiseta por tres décadas [4] para entrevistar a 115 fuentes personales relacionadas con el Moncada y revisar bien 132 fuentes documentales producidas en Cuba. Así mismo estudió a Castro como si fuera una asignatura, ya que sólo de este modo puede entenderse cómo, con los fórceps del Moncada, nació ese fenómeno histórico denominado revolución cubana [5].
Coda
Notas
[1] Las cuentas claras conservan la higiene mental y nadie ha manejado mejor los números del Moncada que De la Cova. En Biografía a dos voces (Debate, 2006) Castro aseveró: “Hubo cinco muertos en combate y otros cincuenta y seis que asesinan” (p. 145). De la Cova precisa en The Moncada Attack que Pedro Marrero, dado por Castro como muerto en acción, fue capturado vivo dentro del cuartel y asesinado (p. 108), mientras Manuel y Virginio Gómez, Guillermo Granados, Miguel Oramas y Rigoberto Corcho cayeron en combate (p. 319).
De la Cova encontró también que moncadistas exiliados estimaban entre “más de 2,000” [Héctor de Armas] y “1,500” [Carlos Bustillo] las personas que pasaron la preparación previa organizada por Castro con Isaac “Harriman” Santos, veterano del U.S. Army. Resulta entonces plausible que Castro reclutara “mil doscientos hombres”, como dijo en su biografía (p. 120).
Las armas disponibles reducirían las fuerzas a 160 (136 fueron a atacar el Moncada y 24, el cuartel de Bayamo). De los 99 sobrevivientes, 48 quedaron fugitivos, 32 fueron a la cárcel y 19 salieron absueltos en juicio. Sólo 20 vendrían al reenganche con Castro en el Granma.
[2] Cuba Betrayed, Vintage Books, 1962, 35. De paso quedó desguazado el mito de que Castro se había extraviado camino al Moncada. Quien se perdió —o más bien desertó— fue Ernesto Tizol, conductor del cuarto automóvil de la caravana, al tomar inexplicablemente por Avenida de las Américas en vez de por Victoriano Garzón. Le siguieron otros vehículos que nunca arribarían al cuartel, como el carro de Oscar Quintela, o llegarían demasiado tarde, como el auto de Oscar Alcalde.
[4] De la Cova principió su calicata en el Moncada hacia 1974, durante sus estudios de licenciatura en Historia (Universidad Atlántica de la Florida, Boca Ratón), tras asignársele como tarea de reseñar La historia me absolverá (1954) y llamar su atención que Castro apodara “El Tigre” al sargento Eulalio González.
Por la guía de teléfonos de Miami dio con este militar de Batista, quien aclaró que su apodo era “El Mulo”, ya que había prestado veinte años de servicio en el arria de mulos de La Cabaña. Luego de verificarlo con otros militares, De la Cova formuló como hipótesis de trabajo que detrás de aquella mentira había otras.
Sólo que, ya graduado, fue detenido en mayo de 1976 por tentativa de bombazo, de madrugada, contra el establecimiento Libros para Adultos (Pequeña Habana), que el informante mismo del FBI calificaba de fachada comercial de Castro. Encajó condena de 65 años, pero salió bajo palabra en agosto de 1982 y trabajaría como periodista en Puerto Rico hasta 1990, sin dejar de lidiar con fuentes personales y documentales sobre el Moncada.
A poco de completar la Maestría en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Estatal de San Diego (1989), emprendió su carrera académica en la Universidad de Virginia Occidental, donde se doctoró en Historia de Estados Unidos (1994) con disertación sobre el coronel confederado de origen cubano Ambrosio José Gonzales (Matanzas, 1818 – Nueva York, 1893). La editorial de la Universidad de Carolina del Sur publicó el estudio biográfico en 2003 y para 2007 sacaría en doble tirada —junio y octubre— The Moncada Attack.
[5] Por no consultar The Moncada Attack, el Dr. Rafael Rojas escribió
uno de los relatos más disparatados del Moncada en su Historia mínima de la revolución cubana (El Colegio de México, 2015), que incluye retrasar a y difuminar en 1956 el nacimiento de aquella.
[6] Un forro exiliar que pasó a The Moncada Attack (p. 243) fue aquel que había metido Francisco Lorié Bertot en Rafael Díaz-Balart. Pensamiento y acción (Rex Press, 1978): al filo de la Ley de Amnistía (1955), Díaz-Balart había largado discurso en el Congreso para oponerse a que Castro saliera en libertad. No hay ningún rastro de tal discurso —ni mención alguna de Castro— en la relatoría del Diario de Sesiones del Congreso de la República de Cuba [Vol. 91, No. 19, 74 pp.], digitalizado por la Universidad de la Florida.
[7] V.g., Hugh Thomas, quien incurrió en diversas pifias —como la guataquería historiográfica de presentar a Raúl Castro como uno de los jefes del asalto— por entre las 21 páginas de su obra monumental Cuba: The Pursuit of Freedom (Eyre & Spottiswoode, 1971) dedicadas al Moncada. Vid.: The Moncada Attack, xiv.
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