LA TEMPERATURA CUBANA
Por Esteban Fernández
26 de febrero de 2019
Todos los seres humanos que viven bajo la inclemencia de la nieve y de las temperaturas bajo cero se burlan de los cubanos de Miami que cuando allá baja a los 65 grados centígrados se paran en una cola para comerse unos churros y tomarse tazas de chocolates calientes. Yo no me burlo de eso.
Yo no tiro a coña a mis compatriotas miamenses porque yo soy igualito. Yo soy de los que solamente puede vivir aquí en California o en Florida. Soy de los pocos que siempre -hasta en agosto- vive con un sweater en el carro por si acaso voy al cine o tengo que entrar en un Marquet a la zona de productos congelados.
En invierno salgo de la casa y le pregunto a mis hijas: “¿Ustedes creen que estoy suficientemente abrigado?” E invariablemente se ríen y me dicen: “Dad, estás suficientemente abrigado hasta si fueras al Polo Norte”.
Mis compañeros en Fort Knox en el Army pueden atestiguar que nunca me quejé por el riguroso entrenamiento militar, pero me pasaba todo el tiempo criticando la nieve y el frío que me calaba hasta
los huesos. Ni una sola vez me asusté pensando que las milicias podían matarme si desembarcabamos en Cuba, mi terror era morir de hipotermia en Kentucky.
Aunque sí soy diferente a mis compatriotas de Florida que ya se han acostumbrado a las lluvias, aquí cuando raramente anuncian que lloverá durante una semana me voy al Ralph’s Market y me avituallo. Vaya, lo que en el ejército cubano antiguo le decían “acuartelarse” o en el libro “El Godfather” cuando los mafiosos se escondían en casas de seguridad le llamaban a eso “Go to the mattresses…”. Y que conste -en mi defensa- la lluvia de Miami es caliente y la de aquí parece que nos están cayendo gotas de hielo en las cabezas.
Yo soy de las personas que jamás -a contrapelo de la creencia de los siquiatras- les echan la culpa a los padres de todo desajuste de sus hijos, sin embargo, yo creo que a mí me afectó enormemente que mi madre, Ana María, me abrigara demasiado hasta en verano y cuando lloviznaba me llevaba al Colegio Americano cubriéndome siempre con una sombrilla.
Hoy en día no saben ustedes lo mucho que me tengo que morder la lengua para no decir nada cuando mis hijas y nietos hacen 20 disparates y no se cuidan, para que no salgan “FRIOLENTOS E HIPOCONDRIACOS” como yo.
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