La carrera política del «comunista» Adolfo Hitler antes de convertirse en un antisemita convencido
La carrera política del «comunista» Hitler antes de convertirse en un antisemita convencido
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Nuevas tesis confirman que comenzó sus andanzas en la extrema izquierda, algo que posteriormente ocultó en su biografía
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(Imagen añadida por el bloguista de Baracutey Cubano )
Berlín
15/04/2019
El 19 de abril de 1919, con una Alemania ya derrotada en la Primera Guerra Mundial pero sin haber sido todavía firmado el Tratado de Versalles, Adolf Hitler participó en unas elecciones a los consejos militares en Múnich. Fue su primera actividad política. Obtuvo el segundo mejor resultado, pero nunca mencionó esa elección ni su participación en ella. Tampoco hizo referencia a este hecho, que consta en un documento recién descubierto en el Archivo de Guerra de Múnich, en «Mi Lucha», el libro que escribió en la cárcel y en el que narró en primera persona el desarrollo de su ideología.
Tenía, desde luego, motivos para ocultarlo. La Münchner Räterepublik (República de los Consejos de Múnich) que duró cerca de cinco semanas, fue el intento de imponer en el Estado Libre de Baviera una república socialista de los consejos de inspiración soviética, lo que significa que la carrera política de Adolf Hitler comenzó en la extrema izquierda, en un momento en que en toda Alemania se formaban consejos revolucionarios de trabajadores y de militares, de abierta orientación soviética y surgidos de la Revolución de Noviembre (1918) que había derrocado la monarquía constitucional de Guillermo II y desembocaría en una república parlamentaria.
Su participación, en todo caso, no fue muy destacada. En dos ocasiones aparece su nombre en la documentación del Segundo Regimiento de Múnich, asociado a un resultado de 19 votos y elegido como vicepresidente del consejo del batallón en la reserva del la Segunda Compañía desmovilizada del Segundo Regimiento de Infantería. La siguiente ocasión en que Hitler concurrió a unas elecciones fue en 1932, como líder del partido nazi, aparentemente en las antípodas ideológicas de estos consejos.
Las elecciones de abril de 1919 tuvieron lugar en los confusos meses posteriores al fallido «golpe del Domingo de Ramos» llevado a cabo por la Alianza de Defensa Republicana, un gobierno de coalición bajo la asociación de voluntarios leales al socialdemócrata Johannes Hoffmann. Aquellos representantes de los soldados y los consejos obreros proclamaron una dictadura comunista. En este contexto, se llevaron a cabo las nuevas elecciones de los consejos de soldados. Los candidatos a los consejos habían proclamado el 14 de abril «con unidad de voz» que «los consejos de soldados de la guarnición de Munich de todo corazón se mantendrían fieles a la república socialista», según consta en un informe del Departamento de Policía de Munich.
Finalmente, como, contrariamente a lo que se esperaba, la guarnición de Munich, incluido el Segundo Regimiento de infantería, no se alió con el Schutzbund, sino que incluso llegó a apoyar parcialmente a la República Soviética, la operación revolucionaria fue un fracaso. Previamente a las elecciones, Hitler había asistido a finales de febrero de 1919 a la marcha fúnebre en honor del primer ministro Kurt Eisner, socialista asesinado de familia judía.
Esa es, en realidad, la clave que ha vuelto a poner en jaque a los historiadores expertos en la figura de Adolf Hitler. Sus afinidades soviéticas son deducibles del programa del partido nacionalsocialista y del pacto que llegó a firmar con Stalin, pero su antisemitismo sí resultaría incompatible con los principios de la izquierda en la que militó en sus primeros pinitos políticos. Varios de los principales líderes de aquella república soviética, como Ernst Toller, Erich Mühsam y Gustav Landauer, Leviné o Tobias Axelrod provenían de conocidas familias judías.
La afirmación de Hitler «Mein Kampf», que se convirtió en «fanático antisemita» a más tardar en Viena en 1908, queda seriamente cuestionada. En ese libro no solo ocultó su militancia junto a judíos comunistas, sino que incluso afirmó haber actuado como un oponente de la República Soviética y, por lo tanto, haber entrado en la mira de los revolucionarios: «en la mañana del 27 de abril, temprano, debía ser detenido, pero los tres troncos que venían a por mí no tuvieron el coraje de hacerlo frente a los carabineros y se volvieron por donde habían venido», dice en su libro.
La revuelta comunista de los consejos fue disuelta por tropas enviadas desde Berlín, con resultado de alrededor de mil muertes, e inmediatamente después de la represión, en mayo o junio de 1919, Hitler se presenta ya como un radical antisemita. Como miembro de una comisión, acusó a acusó a los soldados Georg Dufter y Jakob Seihs, que habían ganado significativamente más votos que él e las elecciones que habían tenido lugar tres semanas antes, de haber participado en la República Soviética.
La interpretación de todos estos hechos, sin embargo, queda sujeta a la discusión entre los historiadores. Los reconocidos expertos en la figura de Hitler Ralf Georg Reuth, Othmar Plöckinger y Thomas Weber ofrecen diferentes tesis en tres libros publicados recientemente al respecto.
«El odio de Hitler a los judíos», de Reiuth, defiende que Hitler estaba dispuesto a «funcionar como rueda de engranaje en la revolución mundial comunista» pero percibió «una gran cantidad de judíos en su liderazgo» que terminó separándole de este movimiento. Plöckinger, coeditor de la edición crítica de «Mein Kampf» publicada en 2016, llega a la conclusión opuesta en su estudio «Entre soldados y agitadores»: el anti-bolchevismo no fue la causa, sino el resultado del odio de Hitler hacia los judíos.
Finalmente, Weber afirma por su parte poder probar que «durante la Revolución, Hitler sirvió en varios regímenes revolucionarios de izquierda y mostró simpatía incluso hacia los grupos moderados de izquierda». Solo después de su colapso, según Weber, tuvo que «sacar su cabeza de la cuerda», Hitler se convirtió en «un torcecuello oportunista».
En la medida en que la economía se adueñó del Estado, el dinero se convirtió en el Dios que todos tenían que adorar de rodillas (...) La Bolsa empezó a triunfar y se dispuso lenta pero seguramente a someter a su control la vida de la nación (...) El capital debe permanecer al servicio del Estado y no tratar de convertirse en el amo de la nación.
Tampoco después de la guerra podremos renunciar a la dirección estatal de la economía, pues de otro modo todo grupo privado pensaría exclusivamente en la satisfacción de sus propias aspiraciones. Puesto que incluso en la gran masa del pueblo todo individuo obedece a objetivos egoístas, una actividad ordenada y sistemática de la economía nacional no es posible sin la dirección del Estado.
Yo no soy sólo el vencedor del marxismo, sino también su realizador. O sea, de aquella parte de él que es esencial y está justificada, despojada del dogma hebraico-talmúdico. El nacionalsocialismo es lo que el marxismo habría podido ser si hubiera conseguido romper sus lazos absurdos y superficiales con un orden democrático.
Joseph Goebbels: Nosotros somos socialistas (...) somos enemigos, enemigos mortales del actual sistema económico capitalista con su explotación de quien es económicamente débil, con su injusticia en la redistribución, con su desigualdad en los sueldos (...) Nosotros estamos decididos a destruir este sistema a toda costa (...) El Estado burgués ha llegado a su fin. Debemos formar una nueva Alemania (...) El futuro es la dictadura de la idea socialista del Estado (...) Ser socialista significa someter el Yo al Tú; socialismo significa sacrificar la personalidad individual al Todo.
S. H. Sesselman (líder el partido nazi en Múnich): Nosotros somos completamente de izquierda y nuestras exigencias son más radicales que las de los bolcheviques.
Gregor Strasser (presidente del partido nazi entre 1923 y 1925, mientras Hitler estuvo encarcelado): Nosotros, jóvenes alemanes de la guerra, nosotros, revolucionarios nacionalsocialistas, desencadenamos la lucha contra el capitalismo.
El programa político nazi incluía la "eliminación de las ganancias" y de la "esclavitud del interés", la "estatalización" de empresas estratégicas y la "expropiación" forzosa, sin indemnización, de la propiedad privada. Y si bien el régimen nazi no nacionalizó todos los medios de producción, puso la economía al servicio de los intereses del Estado, bajo amenaza de duras penas y castigos (expropiación, cárcel, trabajos forzosos y condena a muerte). No en vano, tal y como razonaba la cúpula nazi, "¿qué necesidad tenemos de socializar los bancos y las fábricas? Nosotros socializamos los seres humanos".
Así, no es extrañar que el último canciller de la República de Weimar, el general Kurt von Schleicher, advirtiera de que el programa nacionalsocialista "apenas era distinto del puro comunismo". De hecho, muchos de los que engrosaron las filas de las temidas SS y SA procedían de las filas comunistas, siendo su fin último el bolchevismo.
Etiquetas: comunismo, comunista, hitler, nacional socialismo, nazismo, partido nazi
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