Tomado de https://www.cubaencuentro.com/
El padre Jaime
Había, sin embargo, un rasgo en la personalidad de Jaime Ortega que me desconcertaba y que algunos han destacado positivamente en sus obituarios de estos días: su perenne sonrisa
Por Vicente Echerri
Nueva York
29/07/2019
A poco de que ingresara en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas (institución interdenominacional para la formación del clero presbiteriano, metodista y episcopal) en septiembre de 1972, conocí y amisté con el cura párroco de la catedral católica de San Carlos Borromeo, el Rdo. P. Jaime Ortega Alamino, que presidía una dinámica comunidad donde había muchos jóvenes.
No puedo acordarme ahora en qué circunstancias nos conocimos, pero supongo que debe haber sido en el contexto de alguna reunión interconfesional que respondía al entusiasta espíritu ecuménico de la época, que luego se enfriaría bastante. El padre Jaime se mostraba como un hombre cálido y cordial que había estudiado en Canadá y había pasado una temporada en los campos de concentración de las UMAP. De esto último él no solía hablar, pero no era difícil enterarse por boca de sus feligreses y colegas. El padre Machado, en ese momento canciller de la diócesis y persona de mucha discreción y mesura, me habló una vez de este asunto con gran pena. Al parecer, Mons. Domínguez, el obispo de Matanzas, había logrado sacar a Jaime de ese antro.
En muchas ocasiones, cuando andaba de paseo por la ciudad, llegaba sin anunciarme a ver al P Jaime con quien sostenía largas pláticas. Recuerdo sus comentarios sobre las deficiencias históricas de la Iglesia Católica en Cuba que, tras las leyes de Mendizábal (que expropiaron los bienes de las órdenes religiosas y expulsaron a sus miembros a mediados del siglo XIX) quedó en manos de un clero diocesano deficiente, muchas veces castigado por los obispos, que terminó siendo responsable del laicismo y el anticlericalismo de nuestra sociedad, y en particular de los próceres independentistas. Jaime expresaba sus criterios con rotundidad. Me acuerdo también que un día, hablando de cosas más banales, me dijo que un oftalmólogo le había dicho en Canadá que la luz blanca, de los bombillos de neón, era perjudicial para la vista porque proyectaba varias sombras y que, para leer, era mucho más recomendable la luz amarilla. Puedo decir que, desde entonces, siempre me he cuidado de leer con luz amarilla, aunque nunca he intentado comprobar si esa opinión del P. Jaime, emitida con la suficiencia de un dictum, era verdad.
No tardamos en adquirir confianza. Yo le contaba, con alguna frustración, de las simpatías que tenían por el régimen comunista algunos de mis profesores del seminario y él me correspondía de la manera más sincera. Responsabilizaba a esos profesores —destacadas personalidades del protestantismo algunos de ellos— de que el movimiento ecuménico en nuestro país no hiciera mayores avances. La Iglesia Católica cubana —a pesar de las concesiones que ya empezaba a hacer el arzobispo de La Habana Francisco Oves y el P. Carlos Manuel de Céspedes, que en ese momento era el rector del seminario de San Carlos— veía con sospecha y reserva la actitud obsecuente de algunos dirigentes protestantes y la juzgaba con severidad. El P. Jaime y yo compartíamos los mismos puntos de vista. A juzgar por sus opiniones, era profunda y visceralmente contrarrevolucionario.
Había, sin embargo, un rasgo en la personalidad de Jaime Ortega que me desconcertaba y que algunos han destacado positivamente en sus obituarios de estos días: su perenne sonrisa, que a mí y a otros nos parecía insincera, para no decir falsa. Solía sonreírse con los dientes juntos y extendiendo mucho los labios, lo cual daba la sensación de que se trataba de un caballo a quien le hubieran halado súbitamente el freno. Mis compañeros del seminario solían decir, a manera de chiste: “A ver, sonríe como el padre Jaime” y el interpelado abría desmesuradamente los labios y juntaba los dientes para provocar la risa general.
Él nos había hecho la visita al menos una vez cuando, por mi iniciativa y con su concurso, organizamos en el SET una jornada ecuménica de jóvenes que duró toda una tarde en la que compartimos lecturas, himnos, testimonios y plegarias. Mis compañeros estuvieron más cerca de él ese día y la opinión acerca de su sonrisa falsa —que enmascaraba sabría Dios que otras dobleces de carácter— debió provenir de ese encuentro.
Había, además, en aquella comunidad parroquial de la catedral de Matanzas una atmósfera de molicie que hacía recordar —con todas las distancias que se quiera— una pequeña corte renacentista. Aún habrían de pasar muchos años para que aquel cura llegara a cardenal, pero en el círculo íntimo del padre Jaime se respiraba un aire de mundanidad, de ligereza —grato, por cierto— que tenía algo que ver con los purpurados del Quinquecento. Había muchos jóvenes y, si mi memoria no me traiciona, los varones eran singularmente apuestos. Esto podría haber sido pura casualidad, pero entonces habría que admitir que el Señor, en aquella parroquia, discriminaba a sus seguidores por la apariencia.
Cuando más tarde mis estudios se interrumpieron —a raíz de que yo denunciara, desde el púlpito de la capilla del seminario, el horror del presidio político cubano y el silencio cómplice de las iglesias— encontré en el P. Jaime un oído receptivo y muestras de solidaridad. Él sabía de las condiciones infrahumanas en que vivían los presos del cercano castillo de San Severino y de la imposibilidad de la Iglesia de ofrecerles auxilios espirituales. Desde luego, esa opinión suya no trascendía el ámbito de la conversación privada. Fue él de las últimas personas de quien me despedí al irme de Matanzas.
No puedo precisar ahora cuántas veces más nos vimos desde mi salida del seminario hasta su ordenación episcopal en enero de 1979, a la que asistí expresamente. Se comentaba, con un poco de asombro, que la Iglesia (es decir, el Papa siguiendo la recomendación de la jerarquía católica cubana) hubiera decidido darle ingreso al episcopado a este cura más bien ligero con aires de sibarita, pasando por encima de otros candidatos que parecían poseer más firme compromiso institucional y mayor seriedad. Se dijo que había elegido como un buen relacionista público y que disponía de la suficiente flexibilidad, otra manera de llamar a la astucia, para sortear el tortuoso camino que tenía por delante la Iglesia en Cuba. Ya entonces, los que presumían de enterados, le auguraban una exitosa carrera: la Diócesis de Pinar del Río, que sería su primer destino, era sólo un escalón para proezas mayores.
Ya yo estaba fuera de Cuba cuando hicieron a Jaime Ortega arzobispo de La Habana y, desde luego, cuando Juan Pablo II lo nombró cardenal más de una década después. A la distancia, me parecía una decisión irresponsable, o al menos frívola, sobre todo viniendo de un hombre como el papa polaco que sabía, por su propia experiencia, la substancia de que deben estar hechos los líderes católicos en una sociedad totalitaria. No obstante, el Papa debió tener presente la vulnerabilidad de la Iglesia cubana y la orfandad de su clero. Con el paso de los años se supo también que el capelo cardenalicio le había sido ofrecido en primer lugar a Monseñor Pedro Maurice, el arzobispo de Santiago de Cuba, y que éste había rehusado.
Unos veinte años después de mi salida de Cuba, volví a encontrarme con Jaime Ortega en Nueva York. Había accedido a reunirse con un nutrido grupo de exiliados cubanos en la sede del arzobispado. La acogida fue cordial de ambas partes y él se mostró sincero. Dijo allí sin ambages que la Iglesia en Cuba había vivido “bajo el terror” y fue prolijo en detallar acosos y privaciones, si bien advirtió que no esperáramos que él fuera a decir eso desde el púlpito. Defendió ese doble discurso como algo natural, con la satisfacción de alguien que cree hacer lo mejor que puede, aunque eso significara la abdicación al ministerio profético de la Iglesia, lo cual venía a situarlo en las antípodas de los mártires de la fe (como el caso contemporáneo de Oscar Arnulfo Romero). El cardenal Ortega debe haberse visto como un funcionario cuya tarea era recobrar espacios de influencia para la Iglesia frente a un régimen decrépito, cuyo colapso súbito podría significar una debacle general mayor. La Iglesia echaba su suerte con el régimen a cambio de unas pocas prebendas, sobre todo el tener una mayor visibilidad social. Ortega habría de procurarle al castrismo el beneficio de tres visitas papales con todos los créditos políticos —y económicos— que ello conllevaba.
Su deriva hacia la abierta complicidad no haría más que acentuarse: de intermediario del gobierno en la excarcelación y destierro forzado de los presos de la llamada “Primavera negra”, a la abierta condena de su propia feligresía disidente (como hizo en una visita a Harvard en 2012, sin una pizca de vergüenza) hasta convertirse en el correveidile de Raúl Castro en las conversaciones que llevaron al restablecimiento de las relaciones de Estados Unidos y Cuba en 2015. Me apena ciertamente que la carrera de aquel cura amigable con quien alguna vez compartí tantos ratos amenos haya terminado en la abyecta sumisión a un Estado corrupto y en la traición a los intereses del pueblo al que debió servir.
¿Qué podría explicarse esta conducta? No faltan consejas de que sus solapados apetitos sexuales —los mismos que le llevaron a rodearse desde temprano de vistosos efebos— puntualmente documentados por el régimen, obraron como un instrumento de chantaje para obtener la dócil avenencia del prelado. Esto me llegó a afirmar en una ocasión un laico prominente de la arquidiócesis de Santiago y muy cercano a Monseñor Maurice, que al parecer estaba persuadido de la veracidad de este rumor. Tal vez, yo me atrevo a dudarlo. Aunque las relaciones homosexuales de los curas de su generación no eran nada infrecuentes, prefiero relegar este argumento al terreno de la especulación. Para mí —al escribir esta nota en la tarde del 28 de julio, mientras tienen lugar las exequias de Jaime Ortega en La Habana—, el gran pecado del hombre que hoy es devuelto al polvo fue la soberbia, la vocación a desempeñar un papel protagónico en medio de la mayor crisis que haya sufrido la sociedad cubana, el sucumbir a la tentación del poder y de la vanagloria, a la satisfacción de su propia importancia aunque fuera a cambio de su alma, el empeñarse en ser recadero de César o Pilato, en lugar de humilde discípulo de Cristo, como era de esperar.
© cubaencuentro.com
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En una de las Semanas Católicas celebrada en Cuba ( promovidas entre otros por Dagoberto Valdés Hernández) en la década de los años 90s), un grupo de laicos planteó la iniciativa de crear una Vicaría de la Solidaridad como se había hecho en Cuba cuando la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. Jaime Ortega y Alaminos se opuso fuertemente a esa iniciativa, la cual no fue aprobada. No recuerdo si esa proposición fue presentada en la Semana Católica de Matanzas o en la de Camaguey.. En la última Semana Católica celebrada en Cuba no fueron invitados Dagoberto Valdés ni Oswaldo Payá Sardiñas.
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Entrevista al arzobispo de La Habana, cardenal Ortega
ROMA, viernes 23 marzo 2012 (ZENIT.org).- Se respira aire nuevo en Cuba. Un clima ciertamente diverso del que rodeó la visita de Juan Pablo II en 1998. "Benedicto XVI se encontrará en una Cuba encaminada a vivir una época nueva, tanto a nivel social como religioso. Una época de aperturas que deben consolidarse", afirma el cardenal Ortega.
Lo ha dicho el el cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, arzobispo de San Cristóbal de La Habana, en una entrevista concedida al diario vaticano L'Osservatore Romano.
A la pregunta de cómo ha cambiado la situación en Cuba desde la visita de Juan Pablo II, responde: "Han pasado catorce años de aquella visita que se produjo en un momento económicamente mucho más difícil para Cuba que el actual. Hoy hay nuevas estructuras en el gobierno; hace cuatro años, hubo un cambio en la presidencia con ministros y funcionarios nuevos. Se ha iniciado una reforma económica importante por lo que se refiere al cultivo de la tierra, la construcción de viviendas, la legalización de los trabajos como autónomos y de cooperativas privadas, el crédito, la adquisición y la venta de casas y de automóviles, la creación de pequeñas empresas privadas. La Iglesia ahora dispone de más agentes pastorales: sacerdotes y religiosas. La llegada de misioneros está permitida, la Iglesia tiene publicaciones propias, un mayor acceso a los medios de comunicación, si bien todavía no sistemático. En La Habana hemos construido un nuevo seminario nacional, ha aumentado el número de seminaristas y se facilitan las celebraciones públicas de la Iglesia".
Influencia de la Iglesia
Los medios internacionales en estos días han hablado mucho de una aumentada imfluencia de la Iglesia sobre cuestiones sociales ¿Es verdad? "Más que de influencia --responde el cardenal Ortega- prefiero hablar de presencia social. Hace quince años, antes de la visita de Juan Pablo II, parecía que la Iglesia estviera ausente de la sociedad. Hoy no es así; poco a poco se ha transformado en una realidad social la que se debe tener en cuenta.
La Iglesia ha participado activamente como mediadora entre el gobierno y los familiares de los detenidos del grupo de los 75, de los cuales 53 estaban todavía en la cárcel. Acogiendo nuestra mediación a favor de estos detenidos, el gobierno ha decidido ponerles en libertad. Pero también ha excarcelado a otros 130 detenidos llamados políticos. Muchos nombres de estos detenidos estaban en las listas de los opositores, otros fueron designados por el gobierno cubano, de modo que no han quedado detenidos de esta naturaleza en las cárceles cubanas. también en este caso ha habido una suerte de mediación de la Iglesia.
En la inminencia de la Navidad, en vista de la visita de Benedicto XVI a Cuba y del año jubilar por los cuatrocientos años del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, y por expreso deseo de la Iglesia católica y de otras confesiones cristianas, el presidente Raúl Castro concedió el indulto a tres mil detenidos comunes condenados a penas más largas, por buena conducta y por motivos de salud".
Relaciones con el gobierno
¿Como son las relaciones hoy en el país? "La relación es más directa y fluida --responde el cardenal Ortega--. La participación en el proceso de excarcelación de los detenidos nos ha permitido a mí y al presdente de la Conferencia Episcopal encontrar en diversas ocasiones al presidente Raúl Castro, con el que hemos podido afrontar temas de interés nacional o relativos a la Iglesia en Cuba. la preperación de la visita del papa ha sido realizada en un clima positivo, con todas las facilidades necesarias para su organización".
Expectativas de la visita
¿Qué expectativas sobre la visita de Benedicto XVI? "El pueblo cubano --responde el cardenal ortega- sabe ya lo que significa la visita de un papa, pero muchos de ellos eran niños cuando vino Juan Pablo II, hoy son jóvenes. El pueblo hoy expresa su fe más que hace catorce años. La Iglesia se ha hecho más presente y el tema religioso no es ya un tabú. La peregrinación nacional de la Virgen de la Caridad ha sido una auténtica demostración de fe popular y los sentimientos religiosos que parecían dormidos o apagados se han manifestado de modo muy evidente. Es este el clima espiritual que encontrará el papa. Al paso de la Virgen peregrina el pueblo nos pedía la bendición que nosotros los sacerdotes y los diáconos hemos tenido que dar personalmente hasta el agotamiento. Cuando, en las grandes celebraciones públicas, digo que el pueblo cubano anhela las bendiciones de Dios y que el papa viene a visitarnos para traernos la bendición del cielo, todos aplauden. Las expectativas del pueblo son ciertamente expectativas de fe, pero incluyen también el bien del país, el bienestar de las familias, la reconciliación entre los cubanos, la esperanza de un futuro mejor. Nosotros que hemos sido durante muchos años los pastores de esta gente sabemos lo importante que es para el pueblo cubano que el pontífice venga a bendecir a Cuba".
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Tomado de http://www.cubademocraciayvida.org/
Cuba: Diario universitario arrecia contra Jaime Ortega y Alamino Arzobispo de La Habana.
24-Abril- 2012- The Harvard Crimson una de las publicaciones universitarias con más prestigio en Estados Unidos, dice que continuar sacrificando los derechos humanos a cambio de la falsa esperanza de limitadas reformas “es abandonar al pueblo de Cuba”
A pesar de que a menudo se le menciona como un factor instrumental para abrir el diálogo con el gobierno de Cuba, no se dice que el cardenal Jaime Ortega “no se opuso a que prisioneros (de la Primavera Negra) fueran forzados al exilio en España”, destaca este martes un artículo publicado en el periódico The Harvard Crimson.
El diario, el más viejo de los que publican las universidades del país y con más de un siglo de existencia, afirma que la historia sobre el cardenal cubano deber ser completa, y destaca que además Ortega ha fallado en “proteger a disidentes políticos” en la isla.
A propósito de la presencia este martes de Ortega en la Universidad de Harvard, el Crimson se hace eco de un reciente y devastador editorial publicado por el prestigioso diario The Washington Post, que calificó al cardenal cubano de “socio de facto de Raúl Castro”.
También dice que en “una nación comunista conocida por sistemáticos abusos contra las libertades civiles y los derechos humanos” con frecuencia el gobierno aplica la violencia contra las Damas de Blanco, “que rogaron públicamente que el papa Benedicto XVI les concediera unos minutos en audiencia en su reciente visita a la isla.
Sin embargo, destaca que el cardenal Ortega fue capaz de encontrar tiempo para que el Papa se reuniera dos veces con Raúl Castro y una con Fidel Castro, y le reprocha al prelado haber “llamado al gobierno para que arrestara” a disidentes políticos que buscaron refugio en una iglesia.
El periódico dice que continuar sacrificando los derechos humanos a cambio de la falsa esperanza de limitadas reformas “es abandonar al pueblo de Cuba”, y cita al famoso político y filósofo británico del siglo XVIII Edmund Burke cuando dijo que “todo lo que se necesita para el triunfo de la maldad es que los buenos hombres no hagan nada”.
Además, le recuerda al cardenal cubano que en tiempos del dictador Augusto Pinochet, la Iglesia Católica salvó en Chile a cientos de personas que buscaron ayuda en sus templos. Sabían que la Iglesia los defendía—dice--. Hoy, en Cuba, ven a una iglesia sin “espina dorsal”.
MN
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El abogado Rafael Peñalver y Antonio ¨Tony¨ Díaz, ex preso del grupo de los 75 rebaten declaraciones del Cardenal Jaime Ortega en la Universidad de Harvard. y ponen al descubierto a quien verdaderamente sirvió el Cardenal en las mal llamadas ¨negociaciones¨que conllevaron al destierro de decenas de presos políticos cubanos en el año 2010. En el video aparece el cardenal Jaime Ortega diciendo de que Monseñor Román le aconsejó de que en sus homilias en Miami no hablara de Reconciliación.
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El Ex Coronel Roberto Ortega, quien fuera Jefe de los Servicios Médicos del MINFAR y ex agente ¨Idilio¨de la ¨Recontrainteligencia¨ (órgano de control interno de la Contrainteligencia Militar) hace grandes revelaciones sobre el uso de homosexualismo como chantaje
Parte 1
(Sobre Eusebio Leal, General de Brigada José Amado Ricardo Guerra, General de División Julio Casas Regueiro quien no era homosexual pero era adicto a los cuadros de lesbianas, Cardenal Jaime Ortega
Parte 2
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El Cardenal Jaime Ortega en la Universidad de Harvard hablando sobre el El rol de la Iglesia Católica en Cuba (Abril 2012)
(A partir de 1:14:07 se hace una pregunta por la cual el Cardenal en su respuesta habla de la composición socialde los que entraron a la Iglesia antes de la visita del Papa; afirma que esos grupos que entraron a varias iglesias en Cuba eran organizados por un grupo desde Miami. Habla sobre su acción mediadora con los presos políticos pacíficos de la Primavera Negra del 2003 y niega que haya habido deportación de ellos)
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http://tintayveneno.blogspot.com/
Por Justo Sanchez*
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Artículo crítico sobre lo que expresó el Cardenal Jaime Ortega en la Universidad de Harvard
http://tintayveneno.blogspot.com/
Jaime Ortega Alamino: Conducta Impropia
Por Justo Sanchez*
del Blog Tinta y Veneno.
Mayo de 2012
Jaime Ortega Alamino abraza al narcotraficante Ernesto Milanés sin importarle que el guapo mozalbete es un “antiguo delincuente y… carece de un nivel cultural”. En este caso no pidió un diploma de Harvard. Elise Ackerman reportó en 1995 que Milanés, hijo del coronel Conrado Milanés (DGI), servicios cubanos de inteligencia, era reconocido en el Combinado del Este a principio de los noventa por organizar redes de distribución que se extendían de Centro Habana a Varadero.
“Me apena decirlo” ofreció como preludio entre petulancia, sorna y condescendencia. Respondía el jerarca cubano Jaime Ortega la pregunta de un estudiante: ¿Toma la Iglesia cubana en serio su rol de dar voz a los oprimidos? Se refería al violento desalojo de trece disidentes que ocuparon la Iglesia de la Caridad en La Habana y el encarcelamiento de un joven durante la misa papal en Santiago de Cuba. “Había toda una gente allí [típico giro lingüístico del isleño poscastrista] … con trastornos psicológicos, todos eran antiguos delincuentes, carecían de un nivel de cultura”. Sorprendió con un nuevo detalle: dijo percatarse que los disidentes tenían teléfonos móviles de último modelo, “era una movida organizada por un grupo de Miami”. Afirmó que entre los ocupantes se encontraban ex convictos por exhibicionismo. Hasta ahora Ortega no ha revelado sus fuentes de información tan específica sobre el complot y los antecedentes penales. Es su mejunje mitad paranoia y mitad esquemas clasificatorios hegemónicos ante los subyugados: “incultos, locos y delincuentes”. Al cuello llevaba una maciza cruz de oro repujado con incrustaciones, prelado de un país pobre pero utilizando vocablos como “excluibles”. A su lado Sean O’Malley, cardenal de Boston, fraile capuchino, humilde, callado. Resignado escuchaba al cubano chapotear en el lodo de la soberbia.
En alegaciones anteriores –sin posibilidad de respuesta o verificación- levantó un testimonio contra su hermano en el episcopado, el recién fallecido Agustín Román. Trataba el tema de la reconciliación cubana. En igual manera podría asegurar que Román era alumno secreto de hermenéutica con Gadamer. ¿Cómo se prueba cuando el aludido no puede refutar la aseveración?
La caridad y discreción desaparecieron cuando el graduado de la UMAP tomó el capelo cardenalicio de San Cristóbal. “Recuerda que con la vara que mides, serás medido”.
Me apena decirle, Ortega, pero ¿no fue usted excluible, delincuente por conducta impropia, gay o desafecto, pecados en una época sin absolución en el sistema judicial cubano? No entiendo como echa mano ahora a esas categorías. Un presidiario de la UMAP no es persona de moral intachable para juzgar los antecedentes de otros compañeros.
El segundo mandamiento de la Iglesia es la confesión o la reconciliación. Pongamos que, como usted, cumplieron estos compañeros su deuda con la sociedad revolucionaria cubana y están en libertad. ¿Qué le garantiza a usted que no recurrieran al sacramento del perdón? Si han recibido el perdón a través de la confesión ¿quién es usted para recordar su pasado, descalificándolos y quitando validez a sus reclamos? Me apena decirlo pero ¿qué les hace diferentes a su amigo Ernesto Milanés, convicto narcotraficante, con quien no sólo se retrata en cordial abrazo sino que le escribe “con afecto y mi bendición”. Se me hace difícil entender, Ortega, la diferencia y su amistad con el apuesto mozalbete.
El poder tiene la capacidad de transformar. Una sotana blanca con ribete rojo hace olvidar la marginalidad. De gay, o desafecto, en un campo de concentración (sin leer La historia de la locura de Michel Foucault), Jaime Ortega, egresado de seminarios de cuarta categoría asume ahora las funciones “normalizantes” de psiquiatra y tilda a los disidentes de “gente… con trastornos mentales”.
En el Foro de la Facultad Kennedy, Ortega ofrece con lujo de detalles los procedimientos en las negociaciones con los disidentes. ¿Estaba presente? ¿Cuál es la base de sus testimonios? ¿No fue Ramón Suárez Porco-Porcari el encargado de acarrear sus designios y desalojar a los indignados? ¿Cómo sabe que hablaban los expulsados por larga distancia con Miami? Se impone, Ortega, una visita a su confesor por soberbia y mentira. Me apena decirlo pero debe a Harvard (lugar serio no comprable por Saladrigas) una corrección. Aquí los detalles: entre los disidentes se encuentra un experto en informática, un entrenador, un arquitecto, un contable, un técnico forense, seis al menos sin antecedentes penales (algo que no puede afirmar el propio cardenal). El “excluible” debe su status a una confusión de identidad por parte de las autoridades norteamericanas. La persona que muestra psicopatología es directamente atribuible al desajuste ante situaciones creadas por las estructuras gubernamentales.
En sus pronunciamientos, afirma usted, Ortega, que “nadie fue arrastrado” y que los propios disidentes pidieron la intervención de las autoridades. Me apena decirlo pero me temo que no concuerda con el testimonio de un testigo, el propio párroco de la Iglesia de la Caridad. En sus titubeos con la ficción, se contradijo en lo tocante a las autoridades y el acta policíaca. Por fin no se sabe si se levantó o no un informe, si se arrastraron o no a los indignados o si se “tomó por el brazo” sólo al que estaba en el baño. ¿Estaba usted en el baño? Cómodamente el prelado –algo que la prensa en Miami no comenta- no respondió la segunda parte de la pregunta sobre el detenido Andrés Carrión, agredido a “camillazos” por un supuesto agente de la Cruz Roja cuando gritara “¡Abajo el comunismo!” en Santiago de Cuba.
El prelado parecía irritado con la “fábrica” de noticias en los medios de comunicación miamenses. Es verdad que El Nuevo Herald cortó parte de la noticia. Los “expertos” de Oscar Hacha están al mismo nivel que “la Mesa Redonda” cubana. Alcibíades Hidalgo, jefe de despacho de Raúl Castro, trabaja en ese equipo. MegaTV tiene tres caras en una moneda, algo que sólo existe en las facultades subdesarrolladas de Miguel Ferro, jefe de programación. “María Elvira Live, el programa número uno de información y análisis para todos los hispanos de Estados Unidos y el Caribe” no ha salido al aire. En Jamaica, Trinidad y Tobago y Guadalupe exigen una mejora en sus prácticas periodísticas. Al jerarca cubano, observador mediático, no parece incomodarle la poca precisión editorial de las publicaciones revolucionarias en la isla. Más que “espacio” (muletilla, palabra que le obsesiona) ¿buscará puntaje (“ratings”) como estrella del Instituto Cubano de Radio y Televisión? Su incoherencia no se explica.
Hay un conflicto entre el sentimiento de insuficiencia y la soberbia como mecanismo de compensación. Se hace evidente en la presentación de Ortega en Harvard. Las primeras palabras que logra balbucear piden excusas por el texto y la traducción. El cubano hacía su debut en un encumbrado foro. Su vida transcurre como Cenicienta en el país de la grosería. Coloquemos a Ortega en contexto. El respetado teólogo Walter Kasper es cardenal, estudió en Tubingen para luego llegar a ser catedrático en su alma mater y en Catholic University. El Cardenal Christoph Schönborn, de cuna noble (conde), tras licenciarse en Alemania, se graduó de l’École Practique des Hautes Études, la Sorbonne y el parisino Institute Catholique. Angelo Scola, cardenal de Milán tiene dos doctorados, fue catedrático en Friburgo y editor de la revista Communio con de Lubac, von Balthasar y Ratzinger, sí, el Papa. Cuando se reúnen en consistorios, Jaime Ortega que habla francés con entonación cubano-canadiense y apenas articula dos palabras en inglés, se sentirá en la UMAP vaticana o como fregona que se ocupa de la vajilla Meissen. El prelado cubano, en su pleno momento de gloria, no iba a permitir que la impertinente pregunta de un estudiante o el incidente de unos refusés pudieran empañar su apoteosis harvardiana.
Jaime Ortega Alamino: Conducta impropia
“Me apena decirlo” ofreció como preludio entre petulancia, sorna y condescendencia. Respondía el jerarca cubano Jaime Ortega la pregunta de un estudiante: ¿Toma la Iglesia cubana en serio su rol de dar voz a los oprimidos? Se refería al violento desalojo de trece disidentes que ocuparon la Iglesia de la Caridad en La Habana y el encarcelamiento de un joven durante la misa papal en Santiago de Cuba. “Había toda una gente allí [típico giro lingüístico del isleño poscastrista] … con trastornos psicológicos, todos eran antiguos delincuentes, carecían de un nivel de cultura”. Sorprendió con un nuevo detalle: dijo percatarse que los disidentes tenían teléfonos móviles de último modelo, “era una movida organizada por un grupo de Miami”. Afirmó que entre los ocupantes se encontraban ex convictos por exhibicionismo. Hasta ahora Ortega no ha revelado sus fuentes de información tan específica sobre el complot y los antecedentes penales. Es su mejunje mitad paranoia y mitad esquemas clasificatorios hegemónicos ante los subyugados: “incultos, locos y delincuentes”. Al cuello llevaba una maciza cruz de oro repujado con incrustaciones, prelado de un país pobre pero utilizando vocablos como “excluibles”. A su lado Sean O’Malley, cardenal de Boston, fraile capuchino, humilde, callado. Resignado escuchaba al cubano chapotear en el lodo de la soberbia.
En alegaciones anteriores –sin posibilidad de respuesta o verificación- levantó un testimonio contra su hermano en el episcopado, el recién fallecido Agustín Román. Trataba el tema de la reconciliación cubana. En igual manera podría asegurar que Román era alumno secreto de hermenéutica con Gadamer. ¿Cómo se prueba cuando el aludido no puede refutar la aseveración?
La caridad y discreción desaparecieron cuando el graduado de la UMAP tomó el capelo cardenalicio de San Cristóbal. “Recuerda que con la vara que mides, serás medido”.
Me apena decirle, Ortega, pero ¿no fue usted excluible, delincuente por conducta impropia, gay o desafecto, pecados en una época sin absolución en el sistema judicial cubano? No entiendo como echa mano ahora a esas categorías. Un presidiario de la UMAP no es persona de moral intachable para juzgar los antecedentes de otros compañeros.
El segundo mandamiento de la Iglesia es la confesión o la reconciliación. Pongamos que, como usted, cumplieron estos compañeros su deuda con la sociedad revolucionaria cubana y están en libertad. ¿Qué le garantiza a usted que no recurrieran al sacramento del perdón? Si han recibido el perdón a través de la confesión ¿quién es usted para recordar su pasado, descalificándolos y quitando validez a sus reclamos? Me apena decirlo pero ¿qué les hace diferentes a su amigo Ernesto Milanés, convicto narcotraficante, con quien no sólo se retrata en cordial abrazo sino que le escribe “con afecto y mi bendición”. Se me hace difícil entender, Ortega, la diferencia y su amistad con el apuesto mozalbete.
El poder tiene la capacidad de transformar. Una sotana blanca con ribete rojo hace olvidar la marginalidad. De gay, o desafecto, en un campo de concentración (sin leer La historia de la locura de Michel Foucault), Jaime Ortega, egresado de seminarios de cuarta categoría asume ahora las funciones “normalizantes” de psiquiatra y tilda a los disidentes de “gente… con trastornos mentales”.
En el Foro de la Facultad Kennedy, Ortega ofrece con lujo de detalles los procedimientos en las negociaciones con los disidentes. ¿Estaba presente? ¿Cuál es la base de sus testimonios? ¿No fue Ramón Suárez Porco-Porcari el encargado de acarrear sus designios y desalojar a los indignados? ¿Cómo sabe que hablaban los expulsados por larga distancia con Miami? Se impone, Ortega, una visita a su confesor por soberbia y mentira. Me apena decirlo pero debe a Harvard (lugar serio no comprable por Saladrigas) una corrección. Aquí los detalles: entre los disidentes se encuentra un experto en informática, un entrenador, un arquitecto, un contable, un técnico forense, seis al menos sin antecedentes penales (algo que no puede afirmar el propio cardenal). El “excluible” debe su status a una confusión de identidad por parte de las autoridades norteamericanas. La persona que muestra psicopatología es directamente atribuible al desajuste ante situaciones creadas por las estructuras gubernamentales.
En sus pronunciamientos, afirma usted, Ortega, que “nadie fue arrastrado” y que los propios disidentes pidieron la intervención de las autoridades. Me apena decirlo pero me temo que no concuerda con el testimonio de un testigo, el propio párroco de la Iglesia de la Caridad. En sus titubeos con la ficción, se contradijo en lo tocante a las autoridades y el acta policíaca. Por fin no se sabe si se levantó o no un informe, si se arrastraron o no a los indignados o si se “tomó por el brazo” sólo al que estaba en el baño. ¿Estaba usted en el baño? Cómodamente el prelado –algo que la prensa en Miami no comenta- no respondió la segunda parte de la pregunta sobre el detenido Andrés Carrión, agredido a “camillazos” por un supuesto agente de la Cruz Roja cuando gritara “¡Abajo el comunismo!” en Santiago de Cuba.
El prelado parecía irritado con la “fábrica” de noticias en los medios de comunicación miamenses. Es verdad que El Nuevo Herald cortó parte de la noticia. Los “expertos” de Oscar Hacha están al mismo nivel que “la Mesa Redonda” cubana. Alcibíades Hidalgo, jefe de despacho de Raúl Castro, trabaja en ese equipo. MegaTV tiene tres caras en una moneda, algo que sólo existe en las facultades subdesarrolladas de Miguel Ferro, jefe de programación. “María Elvira Live, el programa número uno de información y análisis para todos los hispanos de Estados Unidos y el Caribe” no ha salido al aire. En Jamaica, Trinidad y Tobago y Guadalupe exigen una mejora en sus prácticas periodísticas. Al jerarca cubano, observador mediático, no parece incomodarle la poca precisión editorial de las publicaciones revolucionarias en la isla. Más que “espacio” (muletilla, palabra que le obsesiona) ¿buscará puntaje (“ratings”) como estrella del Instituto Cubano de Radio y Televisión? Su incoherencia no se explica.
Hay un conflicto entre el sentimiento de insuficiencia y la soberbia como mecanismo de compensación. Se hace evidente en la presentación de Ortega en Harvard. Las primeras palabras que logra balbucear piden excusas por el texto y la traducción. El cubano hacía su debut en un encumbrado foro. Su vida transcurre como Cenicienta en el país de la grosería. Coloquemos a Ortega en contexto. El respetado teólogo Walter Kasper es cardenal, estudió en Tubingen para luego llegar a ser catedrático en su alma mater y en Catholic University. El Cardenal Christoph Schönborn, de cuna noble (conde), tras licenciarse en Alemania, se graduó de l’École Practique des Hautes Études, la Sorbonne y el parisino Institute Catholique. Angelo Scola, cardenal de Milán tiene dos doctorados, fue catedrático en Friburgo y editor de la revista Communio con de Lubac, von Balthasar y Ratzinger, sí, el Papa. Cuando se reúnen en consistorios, Jaime Ortega que habla francés con entonación cubano-canadiense y apenas articula dos palabras en inglés, se sentirá en la UMAP vaticana o como fregona que se ocupa de la vajilla Meissen. El prelado cubano, en su pleno momento de gloria, no iba a permitir que la impertinente pregunta de un estudiante o el incidente de unos refusés pudieran empañar su apoteosis harvardiana.
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* Justo J. Sánchez
El galardonado periodista Justo J. Sánchez se ha desempeñado en Nueva York, Miami y el Caribe. Ha escrito para el departamento latinoamericano de la casa Sotheby’s, la revista Art Nexus, The Miami Herald y en catálogos de importantes galerías. Fue editor de bellas artes y cultura en el neoyorquino EL DIARIO/LA PRENSA. Recientemente fue entrevistado por The Wall Street Journal y la CBC/BBC. Con anterioridad sostuvo diálogos en la NBC Nightly News, National Public Radio, The New York Times, The International Herald Tribune, la RAI y otros medios de comunicación.
El galardonado periodista Justo J. Sánchez se ha desempeñado en Nueva York, Miami y el Caribe. Ha escrito para el departamento latinoamericano de la casa Sotheby’s, la revista Art Nexus, The Miami Herald y en catálogos de importantes galerías. Fue editor de bellas artes y cultura en el neoyorquino EL DIARIO/LA PRENSA. Recientemente fue entrevistado por The Wall Street Journal y la CBC/BBC. Con anterioridad sostuvo diálogos en la NBC Nightly News, National Public Radio, The New York Times, The International Herald Tribune, la RAI y otros medios de comunicación.
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