Los tiranos no ceden con diálogos, son derrocados. Roberto Álvarez Quiñones sobre la tiranía de Nicolás Maduro en Venezuela
Los tiranos no ceden con diálogos, son derrocados
Juan Guaidó y su esposa, Fabiana Rosales, en la Asamblea Nacional de Venezuela. (REUTERS)
Por Roberto Álvarez Quiñones
Los Ángeles
18 de Julio de 2019
La palabra tirano, del griego tyrannos, surgió en la Grecia antigua hace unos 2.800 años aplicada a los déspotas que usurpaban el poder por la fuerza. El primero así llamado fue Giges, de Lidia (donde por primera vez se acuñó moneda), en el siglo VII antes de Cristo.
También antes de nuestra era en la república de Roma vio la luz el vocablo dictator, el hombre fuerte que por orden del Senado asumía todos los poderes por seis meses. En el siglo XIX se volvió a usar, pero con igual significado que los tiranos en Grecia, para los usurpadores del poder.
Pues bien, desde la Antigüedad hasta hoy jamás las tiranías y dictaduras más sangrientas, a cargo de genocidas, torturadores, narcotraficantes y ladrones del Tesoro Público han cedido el poder, ha habido que quitárselo. Los tiranos son depuestos, ejecutados, encarcelados, o se mueren de viejos en el poder.
Nunca hubo diálogo con Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, Pol Pot, Sadam Hussein, Idi Amin Dada, Franco, Slobodan Milosevic o Muammar Gadafi, algunos de los más sanguinarios tiranos en la historia reciente. Tampoco lo hubo con Machado, Batista, Somoza, Trujillo o Stroessner. Con excepción de Stalin, Mao y Franco, que murieron en el poder porque nadie los sacó, los otros déspotas mencionados fueron echados por la fuerza, e incluso dos de ellos fueron linchados en plena vía pública: Mussolini y Gadafi.
A ningún cubano se le ocurrió pensar que Fidel Castro podía entregar su trono faraónico en unas negociaciones con opositores. Ni su hermano Raúl lo haría nunca. Y si Pinochet lo entregó fue porque creía que ganaría un plebiscito.
Sin embargo, luego de los contactos entre opositores y la dictadura de Nicolás Maduro en Barbados, el Gobierno de Noruega, mediador oficial, reveló que ha quedado instalada "una mesa que trabajará de manera continua y expedita, con el fin de llegar a una solución acordada y en el marco de la Constitución". Y pocos días después se volvieron a reunir.
Y es que los líderes de la oposición venezolana están bajo una presión internacional insoportable para que negocien con la dictadura. Juan Guaidó y sus colegas saben que eso no es viable, pero si no aceptasen sentarse a la mesa serían tildados de renuentes al entendimiento pacífico civilizado.
No es una dictadura, sino el crimen organizado
Pero si hasta antes de la divulgación del informe de Michelle Bachelet sobre los crímenes en Venezuela la dictadura pretendía utilizar el diálogo para dar la impresión de que la juzgan mal y sí está dispuesta a negociar, con el demoledor reporte de la ONU se hizo trizas la pretensión del lobo disfrazado de ovejita.
El documento confirmó que en Cubazuela no hay un régimen dictatorial convencional, sino una mafia del crimen organizado. El general Marcos Pérez Jiménez, el dictador venezolano antes del período democrático que duró 30 años hasta la llegada de Hugo Chávez en 1998, era una monja de la caridad comparado con Maduro. Y no salió de Miraflores como resultado de un diálogo, sino derrocado por un golpe de Estado encabezado por el jefe de la Marina de Guerra, contralmirante Wolfgang Larrazábal.
Hay algunos opositores moderados que sí creen en un arreglo negociado, pero para creyentes y no creyentes en la mesa de diálogo servida por Noruega por iniciativa de Raúl Castro, el problema es el mismo. De ahí no puede salir una verdadera solución de la crisis, sino algo así como "del mal, el menos".
La dictadura sigue en pie, pese a las sanciones, por dos razones: 1) el control de La Habana; y 2) porque la satrapía chavista fue tan lejos en su criminalidad que se tiene que aferrar al poder para no terminar en la cárcel, o ir a parar a La Haya, donde murió preso el exdictador serbio Slobodan Milosevic, el "Carnicero de los Balcanes".
La deriva hacia un Estado fallido dirigido por forajidos fue alentada por los Castro. No solo para beneficiarse del narcotráfico (uno de los cabecillas al parecer es el exyerno de Raúl Castro, el general cubano López-Callejas), sino porque mientras más crímenes y robos al Estado se cometiesen en Venezuela, más seguros estarían los subsidios y el petróleo regalado a Cuba, pues la jauría de Caracas estaría obligada a atornillarse en el poder, so pena de ir a prisión.
Amnistía y continuidad de la "revolución bolivariana"
Por eso, en caso de que la cúpula dictatorial aceptase entregar el Gobierno —no el poder "revolucionario"— solo lo haría con una amnistía para ellos, un borrón y cuenta nueva y aquí no ha pasado nada, e imponiendo al ejército chavista a cargo de la continuidad de la "revolución bolivariana".
Dejar al ejército en el poder fue lo que hizo Daniel Ortega en Nicaragua en 1990, cuando pese a los insistentes consejos de Fidel Castro de que no realizase elecciones, las hizo porque las encuestas lo daban como vencedor. Claro, las ganó Violeta Barrios pues la gente mentía en las encuestas por miedo. Hay testigos en Cuba de la insistencia de Castro I a Ortega para que no realizara elecciones. El caudillo cubano sabía que las perdería. Seguramente lo mismo le dice hoy Raúl Castro a Maduro: "Elecciones de verdad ni hablar, Nicolás, solo un simulacro, remember Milosevic".
Gran fe en las encuestas de Ortega tuvo también Pinochet dos años antes y perdió el plebiscito. Confiaba en ganarlo pero obtuvo el 43% de los votos y perdió. Y entregó el poder, algo que nunca habrían hecho Fidel Castro, ni Castro II. Pinochet terminó en prisión domiciliaria, y así murió. También murió en la cárcel, con cadena perpetua, el exdictador argentino Jorge Rafael Videla.
Maduro y sus apandillados no solo no tienen voluntad para entregar el poder, sino que no pueden entregarlo porque destilan sangre de pies a cabeza, con crímenes de lesa humanidad que no prescriben y que son castigados internacionalmente.
La solución real pasa por el uso de la fuerza
En fin, la única vía para restablecer la democracia en Venezuela pasa por el uso de la fuerza, bien con una intervención extranjera, o con una sublevación militar. Pero esto último es muy difícil mientras Cuba controle las fuerzas armadas, la inteligencia, la contrainteligencia, las fuerzas represivas y la seguridad personal de Maduro.
Entonces queda como única opción efectiva la creación de una coalición de fuerzas internacionales, encabezadas por EEUU. Fue lo que ocurrió en República Dominicana, cuando en 1965 para evitar la "cubanización" de ese país invadieron tropas de EEUU y de Brasil, Honduras, Paraguay, Nicaragua, El Salvador, y policías de Costa Rica.
Pero también una intervención militar casi hay descartarla al menos hasta noviembre de 2020. Trump perdería las elecciones si se involucrase en una guerra en la que morirían estadounidenses. Maduro tiene la esperanza de que aguantando con la ayuda de Moscú, Pekin, y Teherán, lleguen las elecciones estadounidenses, Trump las pierda y se terminen, o atenúen, las sanciones económicas.
Con la improbabilidad de una intervención internacional, o una sublevación militar interna, y siguiendo el quehacer en la mesa cubano-noruega, se vislumbran dos escenarios: 1) Maduro promete entregar la presidencia a cambio de amnistía, dejar al ejército chavista intacto y convocar unas elecciones "limpias", pero para imponer a un chavista; 2) El régimen acepta que gane un opositor "moderado" pero que quede subordinado a las fuerzas armadas, que es decir a La Habana, y con amnistía.
¿Hay algún escenario "secreto" aún que incluya la aceptación de Maduro de entregar el poder, poner fin a la "revolución bolivariana" y aceptar el castigo a los responsables de crímenes de lesa humanidad, incluyéndose él mismo?
¿Si no lo hay, a dónde conduce entonces la mesa de negociaciones? ¿Quiere la comunidad internacional que ceda solo la oposición, que representa a los 26 millones de venezolanos que aún no se han ido del país?
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