MAMI
Por Esteban Fernández
20 de noviembre de 2019
En este proceso, en mi entorno ¿quién fue la que más sufrió? ¿Quién la que más lástima y pena me inspira? Sin lugar a dudas: Ana María Gómez, mi madre.
¿Quién fue la que más padeció mi salida de Cuba? La pobre Ana. Y al mismo tiempo fue la que al final dio el visto bueno tras una campaña feroz de mi padre por sacarme de allí.
Con estas simples palabras decidió mi salida: “¡Tienes razón, Esteban, a este muchacho hay que sacarlo de aquí!”. ¿Quién vivió el resto de su vida pendiente de mí, averiguando, escribiendo, recordándome?
Yo me fui y… primero me incorporé a la lucha armada, después a crear una familia y a trabajar, a vivir la vida, y siempre participando en una causa que todavía defiendo.
Mi padre no sufría tanto porque compartía esa lucha, había sido quien me indujera a luchar contra el castrismo y veía con buenos ojos mi salida y mi dedicación al anticastrismo. “Olvídate de nosotros y no vengas aquí a no ser armado para derrocar esta basura”. Esas eran sus palabras hasta el último día de su vida.
Mientras tanto, mi madre sufría, sufrió eternamente mi salida. Convirtió mi hogar en el Residencial Mayabeque -según sus dos sus vecinas- en “El museo de Estebita” con todas y cada una de mis fotos en las paredes.
(Ana María, madre de Esteban Fernández)
Desde allá se pasó toda una vida tratando de ayudarme, de protegerme. A las dos semanas de estar exiliado recibí una carta de mi amigo Máximo Gómez Valdivia diciéndome: “Ven para New York a trabajar conmigo, Ana María me escribió y anda muy dudosa de que estuvieras bien económicamente en Miami”.
Mi lucha, mi participación en el Army y después en la Jure, mis actividades, mis desapariciones y los misterios, las exageraciones, los cuentos y leyendas que se tejieron en el pueblo se convirtieron en una total amargura para ella.
Estando en Puerto Rico junto a los gloriosos capitanes de El Escambray Vicente Méndez y Edel Montiel recibí desde New York una nota de mi coterráneo Pepito García diciéndome: “Tu madre está desesperada, se corren mil bolas en el pueblo sobre ti”.
Mi gran amigo Jesús Hernández Torres me dice con justificado orgullo: “Yo era el único que visitaba tu casa, visitar tu hogar era prácticamente un delito”. Los castristas decretaron mi casa y mis padres como “Tóxicos ideológicamente”.
Cierto que mi padre era cien por ciento anticomunista, pero mi pobre madre era absolutamente apolítica y era culpada injustamente solamente por quererme, extrañarme y defenderme.
Al entierro de mi padre, quien se pasó toda una vida haciendo favores en Güines como Secretario de la Administración Auténtica, sólo fueron tres personas: ella, mi hermano y un amigo íntimo de mi padre el ex concejal Eugenio Domínguez Guerra.
(Esteban Fernández, padre del autor de este artículo)
Simplemente porque la muerte de mi padre coincidió casualmente con la visita al pueblo del comandante del “Granma” Arsenio García Dávila se corrió el rumor de que venía para llevarme preso si yo asistía al entierro. Como si yo fuera tan tonto.
Aris y Tania Caso se la encontraban en las colas de la bodega, de la carnicería, y dicen que su única conversación era sobre “Estebita”, y ya mas tranquila con orgullo decía: “Tiene dos bellas hijas y es Presidente del Círculo Güinero de Los Ángeles”.
Dicen que sus últimas palabras en su lecho de muerte fueron: “Dios cuide a Esteban de Jesús, yo sé que él está bien y que pronto estará en la tierra que tanto defiende”.
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