Crisis de medicamentos en Cuba: racionamiento vs. raciocinio
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Nunca se trazó una eficaz estrategia gubernamental para paliar los baches de la frágil industria farmacéutica nacional o para asegurar los llamados “grupos farmacológicos por tarjetas de control”
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Por Miriam Celaya
12 de junio, 2020
LA HABANA, Cuba. – Apenas ha amanecido la ciudad a otro tórrido día de verano, pero ya se agrupan decenas de personas en el portal de la farmacia de Carlos III, en Centro Habana. El día anterior “descargaron” los medicamentos http://fnmedicamentos.sld.cu/ y como la cantidad y variedad del surtido jamás cubre la demanda, exactamente cada diez días un ansioso conglomerado humano llena durante varias horas el área y sus alrededores.
En los últimos tres a cuatro años la escasez de medicamentos se ha convertido en un tema cada vez más peliagudo en esta potencia médica. El impacto de la crisis es tal que ni la industria farmacéutica ni las empresas importadoras -ambas de monopolio estatal- son capaces de asegurar siquiera aquellos fármacos asignados a los pacientes de enfermedades crónicas y que se adquieren a través de la Tarjeta de Adquisición de Medicamentos Controlados, popularmente conocida como “el tarjetón”.
“¡Les advierto que solo entró una parte del enalapril, tampoco entraron antihistamínicos ni dipirona ni medformina ni psicofármacos, así que los que vengan buscando eso ya lo saben, ni se molesten en hacer la cola!”, advierte a voces una de las empleadas de la farmacia que ha salido a enfrentar a la multitud como si de un gladiador ante leones se tratara. La respuesta, en efecto, es una especie de rugido colectivo; cunde el descontento.
Instantes después la misma empleada vuelve a salir al atestado portal para informar, con idéntica sutileza, sobre la genial “solución” que van a dar las farmacias a la insuficiencia de medicinas: “¡Cállense y atiendan para acá, para que después no digan que no sabían!”. A renglón seguido anuncia que solo se venderá por cada tarjetón la mitad de la dosis indicada por el correspondiente médico especialista. Y remata con una advertencia absolutamente irracional: “¡Así que ahorren!”.
La idea, supuestamente altruista, es que con este racionamiento de lo ya racionado un mayor número de pacientes tenga la posibilidad de adquirir una parte de la medicina que requiere el tratamiento de su enfermedad. La mala noticia es que en la práctica -y por la gracia de autoridad de los administradores de la miseria- lo que se logra con esto es multiplicar la cantidad de personas que no pueden cumplir debidamente lo indicado por un facultativo capacitado para ello, y en consecuencia se multiplican los riesgos de complicaciones de salud que se deriven, que en numerosos casos incluyen eventos de suma gravedad como infartos cerebrales o cardiovasculares, hipercolesterolemia, hiperglicemia, problemas renales, por solo mencionar algunos.
Así, la alternativa a la escasez ignora un principio tan básico que se puede enunciar simple y matemáticamente: consumir la mitad de la dosis equivale al doble del riesgo para los pacientes. Porque sucede que no existen los mediohipertensos, mediocardiópatas o mediodiabéticos. Los quebrantos de salud no se pueden amoldar a la pobretería del mercado de medicamentos.
Si no fuera por las muy cacareadas bondades de una revolución que no deja desamparado a nadie, podría pensarse que estamos asistiendo a un escenario de neomalthusianismo, donde el exceso de población sumado a la creciente escasez de recursos impone una inevitable selección socio demográfica: los más débiles, los viejos, los de menores ingresos y los enfermos serán los sectores diezmados y solo sobrevivirán sin mayores daños los más solventes, fuertes, jóvenes y saludables, aunque esa no sea -o no necesariamente- una política de Estado.
Resulta obvio que, a despecho del acelerado envejecimiento de la población en Cuba y con ello el aumento de pacientes crónicos con enfermedades relacionadas a edades avanzadas, nunca se trazó una eficaz estrategia gubernamental para paliar los baches de la frágil industria farmacéutica nacional o para asegurar los llamados “grupos farmacológicos por tarjetas de control”.
Echando atrás el almanaque y apelando al extenso historial de carencias en la Isla, son numerosos los fármacos que desaparecieron de los anaqueles desde los años 90’ para no regresar jamás. Incluso aquellos que antaño se podían adquirir libremente, comenzaron a prescribirse por receta médica, situación que permanece hasta la actualidad. Nunca el surtido de las farmacias ha vuelto a acercarse al que existía hasta 1989, a pesar de las frecuentes promesas oficiales de mejoría o recuperación de la industria.
Por demás, la crisis ha llegado a ser tan grave que eventualmente la prensa oficial se ha visto obligada a tocar el tema. Así, por ejemplo, el 3 de febrero de 2018 en la página digital del Granma apareció el artículo En el mostrador de la farmacia, (de la autoría de Julio Martínez Molina) donde se informaba que en 2017 se habían reportado decenas de medicamentos faltantes en todo el país a lo largo de todo el año y se reconocía la persistencia de “ausencias en grupos farmacológicos de alta demanda”, entre los que se contaban los hipotensores, antidepresivos, antiulcerosos y muchos más.
La empresa BioCubaFarma informó que la inestabilidad en las entregas de medicamentos se debía a “la falta de financiamiento oportuna para pagar a los proveedores de materias primas, materiales de envases e insumos”. No faltó el socorrido “bloqueo” entre las causas del bache, que forzaba a “utilizar terceros países para adquirir equipos, piezas de repuesto de fabricación americana, reactivos químicos, etc.”.
Otros datos apuntaban cifras interesantes: de los 801 medicamentos que conforman “el cuadro básico” de la demanda en Cuba, BioCubaFarma era responsable del 63%. En total, 505 medicamentos se producían por la Industria Farmacéutica Nacional y 286 eran importados por el MINSAP; en tanto de los 370 renglones que se distribuían a la red de farmacias, 301 eran de producción nacional y 69 importados.
Pese a todo, explicaron autoridades de la industria farmacéutica, la crítica situación “cambiaría paulatinamente” (para una mejoría), hasta la recuperación de la producción y distribución de los medicamentos, la cual debería producirse hacia el primer trimestre de 2019.
Pero los funcionarios de BioCubaFarma sugerían, además, que los galenos llevaban parte de la responsabilidad por no estar suficientemente informados sobre las existencias o no de las medicinas que indicaban a los pacientes. “Si el médico tiene la correcta información de las dificultades de un medicamento determinado debe evitar prescribirlo”.
El problema real, más allá de este colosal simplismo, era, y sigue siendo, el desabastecimiento casi absoluto de grupos completos, incluyendo antibióticos para combatir infecciones o analgésicos para aliviar dolores y que ha hecho que muchos médicos -a riesgo de ser sancionados- recomienden en sus consultas a sus pacientes la gestión de sus propias medicinas a través de familiares o amigos emigrados.
En 2018, durante una intervención ante la Asamblea Nacional, el entonces ministro de Salud Pública, Roberto Morales Ojeda, llamó a “combatir el mal uso de las recetas médicas”, exhortación que condujo automáticamente al racionamiento de los talonarios de recetas de los galenos. En lo sucesivo recibirían un número limitado de éstas a fin de atajar los malos manejos entre médicos corruptos y contrabandistas de medicamentos, un negocio que se venía verificando desde años atrás y que crecía en proporción directa con la disminución de la oferta en las redes legales.
Era ésta la ramplona estrategia oficial concebida para erradicar el ancho y profundo agujero de ilegalidades por el que se escurrían las medicinas en las redes de farmacias, agravando las carencias y alimentando el mercado informal. Simultáneamente se puso límite también a la cantidad de medicamentos que se podrían indicar en cada receta, lo cual -¡oh, paradoja!- obligada a emitir un mayor número de recetas a un mismo paciente.
El resultado de tanto despropósito no se hizo esperar: el contrabando de medicinas diversificó sus estrategias, pero sobrevivió, mientras la insensata racionalización de talonarios de recetas tuvo un efecto nulo, cuando no contraproducente, en el control de medicamentos.
Entretanto, más de dos años después de las triunfales promesas de BioCubaFarma y lejos de remontarse, la escasez de medicinas en Cuba se ha profundizado y apunta a agravarse más aún. Porque, al final del día no se trata de una crisis de los fármacos sino de un sistema cuya enfermedad no tiene cura.
Apenas al mediodía ya en la farmacia de Carlos III se han agotado los medicamentos. La cola se dispersa entre murmullos, quejas y rostros de resignación. Cae el telón sobre una escena que se repetirá idéntica, exactamente dentro de diez días.
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DROGUERIA SARRÁ
Publicado por Derubín Jácome4 de marzo de 2016
Los catalanes José Sarrá y su tío Valentín Catalá, boticarios, llegaron a Cuba a mediados del siglo XIX para hacer carrera y probar fortuna en los negocios. Pero lograron mucho más, porque los Sarrá conquistaron La Habana y aunque en 1885 existían más de 65 farmacias que vendían tanto patentes nacionales como extranjeras, poco después, la fundada por ellos será la más importante.
Estos catalanes crean la “Sociedad Catalá, Sarrá y Co.”, y fundan en 1853, en una pequeña casa de la calle de Teniente Rey, la farmacia “La Reunión”, con la estrategia de proveer no solo productos farmacéuticos de alta calidad, sino hacerlo a precios razonables. Para ello invierten 50.000 pesos en la fundación de esta farmacia y droguería, en La Habana Vieja, junto a un pozo de agua pura, que resultaba idónea para la elaboración de sus medicamentos.
El establecimiento, orientado a la venta al por mayor, se llamó “La Reunión” ya que unificaba las farmacias tradicional y homeopática. La primera quedaría a cargo de José y la segunda por su tío, quien también asumiría la contabilidad. Montaron un laboratorio que poco tiempo después ya surtía de ungüentos, sales, jarabes, extractos y otros productos a farmacéuticos y hospitales de toda Cuba.
En 1858 se incorpora a la empresa otro familiar, el también científico y negociante José Sarrá y Valldejulí, sobrino del cofundador. Siete años después, Valentín les venderá su parte para establecerse por su cuenta en Barcelona. La antigua Sociedad es disuelta y se constituye la “Sarrá y Co.”
Sarrá Valldejulí, el nuevo socio, realizaría grandes cambios en la empresa, comprando algunas propiedades en la manzana donde se encontraba la farmacia y mejorando la botica, a la que le agregó oficinas, almacén y un laboratorio aún mayor, adquiriendo nuevos equipos, como una máquina de vapor para hacer pulverizaciones o presas para extraer aceite de ricino. Sacaría al mercado nuevos productos propios de gran éxito, como la “Magnesia Sarrá”. También destaca la formación de más de cien farmacéuticos en estos laboratorios.
Fue tal la importancia de esta droguería, que en el año 1881 su Majestad Alfonso XII de España le concedió al Dr. José Sarrá el título honorífico de “Farmacéutico y Droguero de la Real Casa” y otorgándole el uso del Escudo de Armas Reales en las muestras, facturas y etiquetas de sus productos. Para 1883 se instalará la Droguería y Farmacia “La Reunión” en su edificio de Teniente Rey y Compostela.
(José Sarrá, fundador de la que fue muy relevante drogueria o farmaceútica Sarrá, Junto a su esposa Celia Hernández Buchó y su hijos, María Teresa, Celia y Ernesto José)
En el nuevo edificio, la importancia del negocio crecerá en proporción a su amplitud, manteniendo el primer lugar entre las de su clase. En 1898 muere su dueño fundador y la dirección de la casa pasa a ser propiedad de la firma “Viuda de José Sarrá e Hijo”, conformada por la señora Doña Celia Hernández y Buchó, viuda de Sarrá y su hijo Ernesto, que aunque solo contaba con 19 años, ya se distinguía en sus estudios de la carrera de Farmacia. En manos de ambos la casa mantuvo siempre su lugar prominente, hasta quedar finalmente como único propietario su hijo.
Es precisamente esta tercera generación de propietarios, con Ernesto Sarrá Hernández a la cabeza, la que en las primeras décadas del siglo XX transforma el prestigioso negocio en uno de los emporios más importantes de Cuba.
En 1912 será Ernesto quien adquiere varias casas en la esquina de Teniente Rey, Habana y Compostela, que unido a los anteriores edificios forma un conjunto de 18 nuevos inmuebles con una superficie de 13,000 m2. El prestigioso negocio se transforma en uno de los emporios más importantes de Cuba, con 46 edificios, 600 empleados y más de 500 productos, llegando a ocupar más de 45 edificios con 40,000 metros cuadrados de área.
Para tener una idea del crecimiento del negocio, se adquieren las casas de la calle Compostela nº 87, 89, 91, 93, 95, 97, 99, 101, 103 y 105; en Teniente Rey la nº 35, 39, 52, 54, 56, 58 y 60 y en la calle Habana las nº 126, 128, 130, 132, 134 y 136. Ocupando casi completamente los tres frentes de una manzana, lo que le permitía tener 33 vidrieras de exposición hacia la calle. En la calle Buenos Aires nº 21 se encontraban los garajes para guardar los camiones que hacían el servicio de la casa.
La Droguería llegó a ser más que una farmacia y un laboratorio de especialidades farmacéutica, biológicas y opoterápicas, sino también una Tienda por departamentos, una fábrica de jabón, de perfumes, insecticidas y desinfectantes, locería, cristalería, juguetería y un almacén de suministros para lecherías de materias primas para dulcerías y panaderías.
También introdujo técnicas de marketing moderno, como regalar perfumes e invitar a merendar a los mejores compradores en la tienda de la droguería, sección “Atracciones Sarrá”. La “Droguería Sarrá” no solo llegó a ser la droguería más grande de Cuba y de Latinoamérica, sino incluso la segunda del mundo tras la norteamericana “Johnson”.
Por su excelencia y méritos alcanzados, en 1934 el “Congreso de la República de Cuba” le concede a la “Droguería Sarrá” el uso del Escudo de la República para que apareciera también en las muestras, facturas y etiquetas. En la Universidad de la Habana y la Universidad de Villanueva se establece el “Premio Sarrá”, que se otorgaba anualmente a los mejores estudiantes de farmacia.
El imperio Sarrá tuvo un largo siglo de vida en Cuba y además del prestigio alcanzado en sus negocios, como evidencia del esplendor alcanzado por esta familia, puedo citarles las residencias de dos miembros de esta familia:
La de su fundador, ocupada actualmente por el Ministerio de Cultura, es la espectacular mansión enclavada en la calle 2 esquina a 13 en el Vedado y la de una de sus hermanas es el llamado “Palacete Velasco Sarrá”, erigido en 1912 en el destacado emplazamiento de La Habana Vieja, que actualmente ocupa la sede de la “Embajada de España” en Cuba, que recibe el edificio en 1984, después de muchos años de abandono tras su expropiación a la familia a comienzos de la década del 60.
En 1999, un grupo de nietos y de bisnietos del Dr. Ernesto José Sarrá establecieron en el Estado de la Florida la corporación “Sarra Natural Products”, para ofrecerle al público la misma calidad, confianza y excelencia que prestigia el nombre Sarrá. Los Productos Naturales Sarrá se venden en farmacias y droguerías en la Florida, New York y New Jersey.
El edificio principal de la “Droguería Sarrá” está considerado como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Actualmente es Museo de Farmacia.
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Tomado de
https://www.elnuevoherald.com/
Cuba antes de 1959: prosperidad y frustraciones de una república
Por Jaime Suchlicki
19 de diciembre de 2008
(fragmento)
Para 1959, los indicadores económicos apuntaban a una economía moderna en pleno desarrollo. El per cápita de los cubanos era de $431 similar al de España e Italia. Cuba tenía una de las tasas de mortalidad infantil más baja del mundo (37 por cada 1,000); un alfabetismo del 80 por ciento, tercero en América Latina, después de Argentina y Costa Rica; y el tercer número más alto mundialmente per capita de médicos y dentistas. Cuba tenia más de 40 laboratorios farmacéuticos que producían el 50 por ciento de las medicinas que se consumían en la isla. En 1959 Cuba era el tercer país en América Latina en número de radios y televisores.
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Tomado de
http://scielo.sld.cu/pdf/far/v50n1/far16116.pdf
(publicado en Revista Cubana de Farmacia. 2016;50(1) )
Preparaciones farmacéuticas de los siglos XIX y XX en la región oriental de Cuba
Por Clara Aurora Zúñiga Moro
Universidad de Oriente Santiago de Cuba.
Cuba.
(Fragmento, página 8)
Ya en la segunda mitad del siglo XX, con el incremento en el país de laboratorios de firmas nacionales y extranjeras y la avalancha de productos farmacéuticos en el mercado, se impusieron medidas restrictivas en este sentido. En la XLI Asamblea Médica Nacional celebrada en La Habana, los días 12 y 13 de enero de 1957, se acordó recomendar a la clase médica que en toda oportunidad en que se realizara propaganda de algunas especialidades farmacéuticas se debía solicitar la identificación para corroborar que el producto estuviera elaborado por una industria aprobada por el Consejo de Medicamentos, Alimentos y Cosméticos del Colegio Médico Nacional. En 1959 se produce la primera edición de la Guía Farmacoterapéutica cubana, con amplia información en relación con las especialidades medicamentosas que se elaboraban, distribuían o envasaban en las industrias nacionales y extranjeras que habían recibido el Certificado de Industria Aprobada del Consejo de Medicamentos. Los laboratorios que recibían este certificado eran sometidos a la inspección y vigilancia de ese consejo y sus productos eran analizados periódicamente en el Laboratorio de Investigaciones Científicas de esa institución. Aparecían con esta categoría unos 70 laboratorios, la gran mayoría de ellos representantes de firmas internacionales como los laboratorios Selles S.A., Linner, Hoffman La Roche y otras firmas de sociedades nacionales como Labrapia de Cuba S.A., Instituto biológico cubano y Laboratorios Planas de la Cuba industrial farmacéutica S.A. (31)
Etiquetas: cuba, Drogueria Sarrá, en faltafarmaceútica, escasez, farmacia, industria, medicamentos, MINSAP
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