jueves, julio 22, 2021

¿En qué medida hay ciertas similitudes entre las muertes y sus versiones oficiales y extraoficiales del cubano General de División Agustín Peña, Jefe del Ejército Oriental del Castrismo , y las del Mariscal de Campo Erwin Rommel de la Alemania nazi?

 Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

En este post  se dan dos versiones: la oficial y la no oficial sobre las muertes del cubano General de División Agustín Peña Porres, Jefe del Ejército Oriental, y la del alemán Mariscal de Campo  Erwin Rommel.

Tengo la opinión que  es importante señalar  que hasta el día de hoy no se ha dicho oficialmente la causa de muerte  del General de División  Agustín Peña Porres,  del cual la versión no oficial que se difunde por Internet dice que fue ejecutado  mediante un tiro en la cabeza en una base aérea por el Teniente Coronel Antonio Sánchez Puig, jefe de un comando de  Fuerzas Especiales ,  el cual había regresado de Venezuela. El hecho que su cadáver  fue rápidamente cremado y que no se ha tenido acceso a los familiares para conocer si pudieron ver el cadaver y conocer  de qué murió Peña Porres ha alimentado esa versión oficial.   

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 General de División  Agustín Peña Porres

Jul 18, 2021

Cuba: Muere el Jefe del Ejército Oriental el General de División  Agustín Peña Porres




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Mariscal de campo Erwin Rommel,

War & Ops Rommel funeral


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Así contó el hijo de Rommel la muerte del «zorro del desierto» ordenada por Hitler

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Elegido alcalde de Stuttgart en 1975, Manfred Rommel evocó en una entrevista cómo obligaron al comandante del África Korps a quitarse la vida

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Por Mónica Arrizabalaga

08/06/2020

(fragmento)

A sus 46 años, Manfred Rommel acababa de ser elegido alcalde de Stuttgart en enero de 1975. Había contado con el apoyo del 58,9% de los votantes y sabía que «el 3% de esos votos» se los debía «al buen recuerdo» de su padre. El mariscal de campo Erwin Rommel, famoso comandante del Afrika Korps en la Segunda Guerra Mundial, era uno de los pocos nombres del pasado nazi de los que los alemanes no se avergonzaban.

«Jamás he utilizado el nombre de mi padre para tener éxito en mi carrera política», le aseguró Manfred Rommel a Carla Stampa en una entrevista que publicó ABC. Durante la campaña electoral el dueño de un cine había repuesto la película « Rommel, el zorro del desierto», pero «no había sido más que un buen negocio para él», decía. Y la participación en masa de su partido, la CDU, en la ceremonia conmemorativa en honor de su padre en octubre se justificaba en que «se trataba del 30 aniversario de su suicidio».

Fue precisamente su hijo quien reveló al final de la Segunda Guerra Mundial la verdad sobre la muerte de Rommel. «Mi padre fue obligado a quitarse la vida por orden de Hitler», declaró a las autoridades aliadas. Manfred tenía entonces 17 años.

¿Qué recordaba de aquel 14 de octubre de 1944? «Mi padre se hallaba en convalecencia en nuestra casa de Ulm, cerca de Stuttgart, para reponerse de las heridas sufridas en la cara durante una operación en Normandía. Nos parecía imposible, a mi madre y a mí, tenerle con nosotros, aunque fuese por poco tiempo. Estaba cansado, muy cansado, pero sobre todo desmoralizado. Desde que los aliados habían desembarcado en Normandía se había batido por iniciar las negociaciones de paz: es inútil seguir combatiendo, decía; para Alemania, no hay esperanza. Sin embargo, nadie estaba dispuesto a escucharle. El 20 de julio había fracasado el atentado de los generales, encabezado por Von Stauffenberg, en el cuartel general de Hitler, en Rastenburg; en la cárcel, uno de los detenidos había mencionado repetidas veces el nombre de Rommel. Mi padre, que en aquellos días se hallaba en el hospital, sabía que Hitler buscaba las pruebas de su participación en el complot».

Manfred soltó una bocanada de humo de su pipa, que empañó ligeramente sus grandes gafas de miope. No se parecía a su padre. De facciones muy marcadas, sus ojos azules sonreían, a veces, con ironía, según la descripción de Stampa. Su traje gris, de buen corte, realzaba la imagen del eficiente funcionario del Estado, experto en problemas económicos, acostumbrado a razonar de forma sencilla y concreta. «Soy pacifista. Creo en el sentido común y en las soluciones graduales», repetía en sus mítines.

El hijo de Rommel continuó contando que el día anterior a la muerte de su padre se les había anunciado la visita de los generales Burgdorf y Maisel, de la «oficina de personal» del ejército. «Recuerdo que pregunté a mi padre con cierta aprensión cuál podría ser el motivo de la entrevista. Me contestó que no lo sabía; también él parecía preocupado», relató. Manfred se encontraba en Ulm disfrutando de un breve permiso. Como muchos jóvenes de su edad, prestaba servicio en las fuerzas auxiliares. «Vestía un uniforme checoslovaco, las botas estaban rotas y llevaba un fusil viejo. Sabía ya demasiado bien cómo era la guerra, qué significaba el nazismo para Alemania», dijo.

«Los generales llegaron a las dos de la tarde del 14 de octubre -continuó-. Se encerraron en el despacho de mi padre y hablaron durante una hora. Mi madre, el ayudante, capitán Aldinger, y yo permanecimos en el salón en silencio, sin atrevernos a mirarnos a los ojos por miedo a leer la verdad. Fue una espera insoportable. Por fin, los generales salieron, despidiéndose con el imprescindible taconazo y un leve besamano a mi madre; pero se detuvieron en el jardín. Delante de la verja, un automóvil negro, con las cortinillas echadas, esperaba con el motor encendido».

Manfred cerró los ojos un instante antes de seguir recordando este doloroso capítulo de su vida.

«Mi padre estaba tranquilo, mortalmente tranquilo; recuerdo bien su expresión. Nos dijo que los generales le habían puesto ante una alternativa: el suicidio con el veneno que habían traído o el juicio ante un tribunal del pueblo y el internamiento de la familia en un campo de exterminio. La sentencia, decidida por Hitler, debía tener lugar dentro de veinte minutos, a partir de aquel momento. Mi madre no quería rendirse ante lo inevitable. "Huye a Suiza -repetía insistente- o haz frente al tribunal, no temas por nosotros". Mi padre, manteniendo sus manos entre las de él, la dejaba desahogarse. Aldinger permanecía a un lado, pálido. "Lucie, es mejor así, créeme -dijo mi padre, al fin-. Es mejor para todos. En ningún caso habría proceso, porque se volvería en contra de Hitler. Toda esta escena ha sido preparada a propósito para salvar el lado heroico del nazismo. Me harán solemnes funerales oficiales y el melodrama terminará bajando el telón con todos los honores"».

Manfred no podía olvidar el tono de su voz, «aparentemente incolora, casi inhumana en su ausencia de emoción». Rommel les despidió como si fuera a volver poco después y su hijo le acompañó hasta la verja. «Solamente le dije: "Te deseo todo el bien posible", sin darme cuenta de que pronunciaba palabras sin sentido. Veinte minutos más tarde telefonearon desde el hospital militar de Ulm para anunciar que el feldmariscal Erwin Rommel había muerto a consecuencia de una congestión cerebral».

La familia supo después que el automóvil negro recorrió un corto trayecto y se detuvo al borde de un bosque. Allí se bajaron el general Maisel y el conductor, y al poco Burgdorf, que estaba sentado con Rommel en el asiento posterior. «Cinco minutos después, la sentencia se había cumplido, pero mi padre no estaba muerto, agonizaba entre los estertores causados por el veneno. Le transportaron al hospital militar y, amenazando a médicos y enfermeras para que mantuvieran el secreto más absoluto, consiguieron el falso certificado de defunción. Luego ordenaron a un oficial, ignorante de todo, que telefonease a la viuda y al hijo. Aquella misma tarde empezaron a llegar los primeros telegramas de pésame. Llevaban las firmas de Hitler y de Himmler».

Manfred aseguraba que no sintió odio, ni siquiera deseo de venganza. «Hitler era un loco y sus generales eran figuras de media talla, simples comparsas de un drama grotesco», decía. A su juicio, «la dictadura nazista había conducido al pueblo a un fanatismo ciego y sordo, incomprensible para quien no es alemán».

El hijo de Rommel permaneció junto a su madre hasta que sus deberes militares se lo permitieron. Cayó prisionero en la Selva Negra y aquello «fue mi salvación, porque millares de mis compañeros murieron en los últimos y desesperados combates», consideraba.

Estaba convencido de que su padre «había creído en Hitler y le sirvió hasta que se dio cuenta de qué parte estaba la verdad». Él se consideraba más afortunado porque había conocido la verdad cuando aún no era demasiado tarde. Tenía la certeza de que la única forma posible de gobierno era la democracia y se había propuesto con todas sus fuerzas rescatar a su país de su pasado y que no se volviera a repetir «la horrible experiencia nazista».


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