De los Archivos de Baracutey Cubano: ¿QUÉ RECUERDAS DE LA NOCHEBUENA EN CUBA?_Primera Parte. La Marimorena ,
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La Sonora Matancera Qué buena es La Nochebuena !!
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Nota del Bloguista de Baracutey Cubano
Juan F. Benemelis, Eugenio Yañez y Antonio Arencibia
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¿QUÉ RECUERDAS DE LA NOCHEBUENA EN CUBA?
Artículo escrito a sugerencia de nuestro amigo Dr. Eugenio Yáñez, patriota ya fallecido, que fue uno de los tres fundadores de la excelente página web Cubanálisis.com. Los otros fundadores fueron Juan Benemelis y Antonio Arencibia.
Antonio Arencibia, A Coruña, España
Hoy recuerdo dos momentos, el primero es de mi lejana niñez hace casi ochenta años. La II Guerra Mundial llegaba a su fin. Había por lo tanto escasez, y además éramos pobres. Mi padre trabajaba de peón de albañil, y los domingos salíamos con mi madre a ver vidrieras y soñar con lo que no podíamos tener (todavía).
El segundo recuerdo es de hace más de sesenta años. Yo era un joven que terminaba el bachillerato y el “viejo mío”, como decimos, ya era maestro de obras. A puro pulmón había construido nuestra casa en el Reparto Martí. Yo iba por estas fechas con él a comprar un buen guanajo detrás del Mercado Único, porque el plato estrella de la víspera de la Navidad era el pavo relleno que hacía mi madre. Todo aquello se perdió allá y también se perdió la Nochebuena. Pero junto a esa pena tenemos que estar satisfechos de haber reconstruido casa y tradiciones fuera de Cuba. ¡Feliz Navidad!
Waldo Acebo Meireles, Hialeah, Estados Unidos
La fiesta de Nochebuena comenzaba unas semanas antes, cuando salíamos a buscar el árbol de navidad que en una especie de bosque de frondosos e inusitados pinos -llegados del Canadá o EE.UU.- ocupaban las anchas aceras de la calle Monte [Máximo Gómez] en La Habana. Decorar el árbol y armar el Nacimiento era todo un jolgorio, preámbulo imprescindible a la cena del 24.
Me gustaba cuando el lechón se mataba y preparaba en el patio de la casa, no por el sangriento fin del animal sacrificado, sino porque al ser abierto en canal yo identificaba los distintos órganos, tan similares en forma y tamaño a los de un ser humano que había aprendido en las clases de Ciencias de la Naturaleza. También me resultaba agradable el acompañar a mi padre a la calle Arroyo que desembocaba en la Plaza [Mercado Único] donde se compraban estos animales dispuestos para el sacrificio al dios de la gula. De paso contaba cuantas gallinas guineas se habían escapado y se mantenían incólumes posadas en el tope de los postes eléctricos.
La cena pantagruélica incluía no solo el puerco, que había sido asado en la panadería más cercana, sino un guanajo, varias gallinas, y algún que otro guineo, que era mi preferido por sus carnes magras y oscuras, además estaba el congrí, o los frijoles negros y el arroz blanco, a gusto del comensal, plátanos verdes a puñetazos, y una variada ensalada. ¡Los dulces, ah, los dulces! Turrones jijonas, alicantes y de yema de Monerris Planelles que venían en cajitas de madera que días después desarmábamos para hacer avioncitos, barquitos y todo lo que la imaginación infantil generaba. Además estaban las fuentes con queso patagrás, membrillo y también la conserva de guayaba en la que se insertaba una tira de jalea; los dátiles y los higos y finalmente las nueces y avellanas. Y no he mencionado los buñuelos. Todo un portento de delicias navideñas que nada tenían que ver con el nacimiento de Jesús.
Pero también recuerdo que en una ocasión mi padre me señaló, una fría noche de diciembre, a una familia de indigentes que a pocos metros de mi casa pernoctaban en un portal, ellos, incluyendo a sus hijos, se estaban comiendo ‘a pulso’ una barras de mantequilla que en la bodega más cercana habían desechado por estar rancias, faltaban pocos días para la Navidad.
P.D.
¡Ahora me percato que olvidé las yucas con mojo!
Huber Matos Araluce, San José, Costa Rica
¿Aquellas navidades? Más que recuerdos son imágenes, a veces intensas, a veces furtivas.
(Huber Matos Benitez y su esposa; padres de Huber Matos Araluce)
Mi madre, mi padre, mis hermanos. Yara, siempre Yara, un pueblito de gente humilde, amable y feliz. Donde el buen humor estaba siempre a flor de piel y se desbordaba en los días de Nochebuena y los anteriores a la celebración de los Reyes Magos. Adornando la antesala deslumbraba una mata de café pintada de plateado de la que colgaban como frutos del paraíso unas esferas fascinantes y frágiles, guirnaldas multicolores y luces exóticas. Otra creación de ella, que había nacido con la magia de dar belleza a cuanto tocaba. Las mismas manos con las que luego adornaría con perlas y encajes los vestidos de novia durante los años de un largo exilio de lucha y lealtad, en que en menos felices navidades, esperó siempre a su príncipe encadenado.
Un hombre de sonrisa encantada, personalidad noble y voz agradable que con sus ojos, a veces grises a veces verdes, nos expresó siempre su amor y nos enseñó a entender el mundo, maravillarnos de sus creaciones, amar el estudio, el trabajo y la patria, decir siempre la verdad y no flaquear ante las dificultades.
Aquel mundo un día desapareció. No hubo ni llantos ni lamentos. Habíamos sido educados para crecer en la adversidad. Nuestra madre y Carmela, Lucy, Roger yo, cada uno tuvo que tomar su rumbo. Aquellas imágenes siguen viviendo en nosotros, nadie las pudo amargar ni destruir. Renacen en estos tiempos con más intensidad y con el deseo convertido en pasión de que un día como nosotros, otros niños cubanos con sus padres podrán vivirlas sin temor y en libertad. “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad”. Lucas 2:14
Jorge A Sanguinetty, Miami, Estados Unidos
Mis recuerdos son de La Habana, encadenados desde antes de la Nochebuena con la expectativa de los juguetes desde "santiclós", el arbolito y la llegada de los Reyes Magos. Pero la Nochebuena era el eje de las fiestas con la reunión de la familia y sobre todo de los niños. También recuerdo cuando nos dejamos que la expropiaran y la borraran de nuestra cultura por tantos años.
Armando Navarro Vega, Toledo, España
Un día con una luz especial, al margen de la climatología. Bullicio desde las primeras horas. Gente comprando en todas partes, trasiego en las calles de bandejas con puercos asados en las panaderías, carteros pidiendo el aguinaldo. Bodegas derrochando al mediodía cervezas Hatuey, Cristal y Polar en sus mostradores de caoba, en medio de partidas de cubilete con su particular jerga de negritos, gallegos, mujeres y cundangos. Victrolas a todo volumen. Vecinos felicitándose, amigos celebrando la amistad.
La cocina de mi casa olía a frijoles negros, a puerco asado y a aceite de oliva. Ya en la noche mis abuelos y tíos llegando a la reunión, elegantemente vestidos. Para mí una increíble sensación de seguridad y de paz al verlos a todos allí reunidos. En la mesa todo dispuesto, la mejor vajilla, turrones españoles Monerris Planelles, membrillo, guayaba y quesos. Ensalada de lechuga, tomate y rabanitos. Tostones, yucas y arroz blanco. Vinos tintos de diversas denominaciones. Villancicos en el tocadiscos.
Al finalizar la comilona tocaba abrir los regalos depositados debajo del arbolito natural, comprado por mí muy probablemente en el Jardín Milagros o en la Florería Carballo quizás cuatro días antes. Las calles del barrio tranquilas y las luces de las casas encendidas. La mejor fiesta del año.
Un vacío enorme cuando prohibieron la Nochebuena y la Navidad. Las últimas, ya muy descoloridas por las múltiples carencias y con demasiadas sillas vacías en todos los hogares, se celebraron en 1966, declarado “Año de la Solidaridad” en homenaje a las delegaciones que visitaron Cuba y la apoyaron para convertirse en el primer país socialista y primer territorio libre de América Latina.
José Azel, Montana - Miami , Estados Unidos
Tenía diez años de edad en agosto 1958 cuando mi madre perdió su batalla frente al cáncer. Esa Navidad fue muy triste en mi familia. Y resultaría mi última antes de la toma del poder por Castro pocos días después. Mis recuerdos son infantiles, triviales y vagos, quizás reprimidos por la aplastante serie de acontecimientos.
Nuestra tradición navideña familiar incluía viajar de La Habana, donde vivíamos, a Santa Clara, a la casa de mi abuela paterna. Era una libanesa, devota cristiana maronita. El viaje, unos 300 kilómetros (unas 170 millas) tomaba cerca de seis horas, con múltiples paradas de descanso, y requería extensas preparaciones, incluyendo un previo chequeo mecánico del carro de mi padre. Mis memorias infantiles son mayormente jugando con los adornos navideños que adornaban la sala de la casa de mi abuela. Era una bella casa colonial con un gran patio interior. Décadas después, cuando construía mi casa en Weston, Florida, intenté recrear ese sentimiento infantil sobre el patio interior de casa de mi abuela.
Repetimos nuestro viaje ritual a Santa Clara hasta 1960, pero para entonces nuestro mundo sociopolítico había cambiado. Mi padre no sabía que su hijo, entonces de doce años de edad, estaba activo en el movimiento clandestino anticastrista. Eso se hizo evidente después de la invasión de Bahía de Cochinos en abril 1961, y tuve que salir de Cuba en un buque de carga en julio de ese año como un Pedro Pan no acompañado. Las líneas iniciales de un poema que escribí en mis primeros años de exilio capturan ese sentimiento:
No tuve primavera me la robó un tirano
entré súbitamente en un afanoso verano
Abracé un puñado de recuerdos para cubrir la desnudez
de un niño que se quedó sin niñez.
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