Francisco Almagro Domínguez: La Gran Culpa. La palabra culpa encierra una trampa filosófica y psicológica. Culpables fuimos todos: Supuesta carta del dueño de la revista Bohemia antes de suicidarse
Tomado de https://www.cubaencuentro.com
La Gran Culpa
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La palabra culpa encierra una trampa filosófica y psicológica
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Por Francisco Almagro Domínguez
Miami
22/02/2024
Todos los días hay noticias de un nuevo obituario de los “históricos”. Es la implacable biología. La única certeza cierta: vamos a morir. A una generación que muy joven tomó el poder absoluto, y se ha negado casi hasta el final de sus días a renunciar a las melazas de la Hacienda-Isla, la parca debe parecerle una cosa muy fea y peluda. La reacción de quienes no los quieren tanto es de fracaso: se van de este mundo sin pagar por el desastre económico, cultural, social y político de más de medio siglo en Cuba. Y ese público cada día mayor y diverso se pregunta si quedara alguien a quien culpar por todo; al menos un segundón que pague la deuda moral para que la historia no vuelva repetirse; para que un hombre o un grupo no pueda decidir la vida y la muerte de millones de seres humanos.
La palabra culpa encierra una trampa filosófica y psicológica. Filosófica porque remite, inexorable, a un castigo cuasi divino como única consecuencia. El culpable no tiene defensa posible. Solo si admite el error y se arrepiente puede que un dios u otros hombres lo perdonen. Desde la psicología, la culpa lleva a la tristeza, la desesperación, y finalmente a la parálisis. Es lo que sucede con la violencia en general y de género en particular. El abusado(a)r hace sentir al otro que merece el castigo, verbal y físico. Si el destinatario así lo cree, se genera un ciclo perverso de culpas y resentimientos cuya única salida es más violencia.
Una posible solución al entuerto tramposo es cambiar la palabra culpa por responsabilidad. Este cambio cognitivo redirige las consecuencias del acto en sí. Ya no se trata de una situación donde solo se aceptan los efectos de la falta y la promesa de no reincidir en el mismo error, sino que la palabra responsabilidad implica el grado de participación, consciente no, en el hecho. Los tribunales anglosajones se basan en el principio de la culpabilidad. De ese modo dejan escapar la participación pequeña pero esencial en la situación punible. Debería ser “Tanta culpa tiene el que mata la vaca…”. Se es o no culpable, lo cual no quiere decir que alguien sea totalmente inocente. En el terreno de la psicología la palabra responsabilidad permite la concientización del hecho y el grado de comprometimiento: los detalles importan. Mientras la culpa generaliza, la responsabilidad individualiza. Hace que la persona responda por sí misma. En tanto la culpa paraliza, la responsabilidad moviliza.
Por estos días en que “los héroes se despiden”, vamos sintiendo que la “caza” de culpables ante el inminente final de la Involución se amplía. Los obituarios están sirviendo, de este lado del Estrecho, para recordar cuanto sufrimiento cada personaje fue capaz de provocar a sus compatriotas. A menos que suceda un milagro —los comunistas no creen en eso a pesar de haber tenido ellos mismos tantas evidencias— este puede ser un año de definiciones biológicas y sociales. A la finitud existencial de quienes iniciaron el proceso, y aun sostienen simbólicamente el sistema, se añade el agotamiento de una forma de gobernar y hacer país que quedó en el siglo XX. El plan puede ser que la llamada Continuidad —y es para lo único que serviría— garantice el transito pacífico y sin ruidos a otra dimensión de la existencia de los que se resisten a los mandatos del tiempo. Después, veremos, como dice la canción.
Muchos compatriotas estarán esperando por un Nuremberg tropical. Imaginan el entarimado en 23 y 12, donde se proclamó el carácter socialista de la Involución hace 62 años; allí los jueces, hombres y mujeres impolutos, sin manchas, y en el banquillo de los acusados, los únicos y depositarios de toda la “culpa involucionaria”, quienes no pudieron escapar a Oriente ni envenenarse con una poción de moringa. Una prisión para los únicos responsables en el mismo penal donde otros juraron ser libres o mártires, pero juntos con presos y mosquitos comunes. El problema para el futuro será quienes tendrán la justicia en sus manos, y como se juzgará tanto daño por tanto tiempo. Es el mismo dilema que han enfrentado todas las dictaduras: cómo poner punto final a un régimen totalitario de responsabilidades compartidas de modo que no se repita nunca más.
Sin duda, necesitaremos un profundo análisis de conciencia sobre responsabilidades por acción, obra y omisión a lo largo de medio siglo. Casi nadie está exento de responsabilidad en diferentes grados de participación, así como también somos libres para rectificar cuando es necesario. De otra manera un régimen improductivo y totalitario como el cubano no hubiera durado más allá de sus primeros errores capitales.
Pudiéramos, por ejemplo, “culpar” a los ausentes, comenzando por aquellos que un día dieron armas y dinero para el terrorismo urbano, un factor en la derrota de la dictadura batistiana. O culpar a los compañeros y las compañeras que abandonaron las iglesias para ir los “domingos rojos” de forma masiva y voluntaria al sembrar café Caturra. Inculpar ad infinitun a los cederistas, los “ojos y oídos de la Revolución”, que por millones vigilaron, denunciaron, y agredieron al vecino por sus ideas políticas. A los veteranos de las guerras en Angola y Etiopia, ponerles demandas a pesar de que muchos aun padecen estrés postraumático —una entidad de la que no se habla en la Isla— por enseñar medallas herrumbrosas con inocultable frustración.
Un repaso de nuestras fortalezas y debilidades como país será imprescindible para reconstruir lo demolido hasta en sus valores morales. Donde la verdad, la belleza y el bien se soslayan en busca de un mendrugo acido para pasar el día. Donde, como en cualquier ambiente carcelario, lo que se piensa no se dice, y lo que se hace no se comparte con el compañero de celda. En tal ambiente enrarecido es habitual que la responsabilidad individual se diluya, carezca de sentido. Por esa razón, un primer paso es cambiar la culpa generalizadora y paralizante por la responsabilidad que hace al ser humano tomar una actitud positiva y creadora.
Viktor Frankl, a quien nunca dejaremos de citar, fue un psiquiatra judío internado en un campo de concentración nazi. Frankl fue uno de los pocos sobrevivientes de su familia. Su testimonio como médico y a la vez prisionero tiene un valor incalculable. De aquí que ideara una de las más fascinantes corrientes psicoterapéuticas del siglo pasado, la Logoterapia. Bastan estas notas de Frankl para comprender que la responsabilidad individual para procesar las desgracias y las culpas es lo que nos salva de morir en cuerpo y alma. Escribe así el psiquiatra: “Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.
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A los cubanos no nos encanta inculparnos de lo sucedido en nuestra nación; realmente la inmensa mayoría de los cubanos que hemos pasado en estos últimos 65 años por nuestra juventud, madurez, vejez, o hasta por la muerte, somos culpables de que el Castrismo haya nacido, echado raíces y crecido en nuestra Patria. Unos permitimos que se sembrara esa semilla o que hubiera tierra fértil para que germinara; otros no arrancamos o aplastamos a tiempo ese aparente insignificante arbusto en crecimiento, esperando que otros se ocuparan de hacerlo, ya que considerábamos que eso era tarea de otros y que quizás hasta nuestros vecinos más cercanos no permitirían que creciera de tal manera que con sus raíces y sombra los afectara; otros, le echamos abonos, agua y le limpiamos los alrededores de supuestas ¨malas yerbas¨ para que creciera frondosamente y diera los abundantes y dulcísimos frutos anunciados, cuando realmente esas yerbas estaban haciendo una tarea tal, que de haberlas dejado crecer hubieran ¨ahogado¨ a ese arbusto que se ha convertido en un viejo y espinoso árbol que nunca dió los frutos prometidos pese a la abundancia de abonos e injertos recibidos durante décadas; esas yerbas nunca más han aparecido.
Como en la conga ¨La Chambelona¨: ¨unos tienen la culpita y otros tienen la culpona¨, pero ahora es el momento de arrancar e incinerar al árbol ¿ tarde? ¡ es cierto!, pero en las tareas de erradicar lo dañino, es mejor tarde que nunca, pero teniendo en cuenta lo que dijo nuestro José Martí: ¨En pueblos, sólo edifican los que perdonan y aman. Se ha de amar al adversario mismo a quien se está derribando en tierra. Los odiadores debieran ser declarados traidores a la república. El odio no construye¨ (Tomo 14, p. 496) . Pero perdonar y amar no exime de reparar las faltas y de hacer Justicia; hasta en el sacramento cristiano de la Reconciliación eso se cumple. De no ser así, entonces los Castro habrán ganado aunque ya hace rato se hayan ¨ido del parque¨(1).
(1) Para los no cubanos o los que no son entendidos en la jerga cubana actual: ¨irse del parque ¨ significa morirse.
LOS TRÁNSFUGAS
Por Agustín Tamargo
Los tránsfugas que hasta ayer medraron con el sacrificio ajeno son una mala ralea. No huyen de la tiranía sino del hambre. Mientras hubo comida y gasolina, mientras hubo becas y viajecitos, mientras hubo puestos de privilegio en que medrar, no se fueron. Se van ahora como buenos camaleones que son, dejando atrás el viejo pellejo fidelista. ¡Caras de cemento! Los tránsfugas son una superchería, un asco.
Ver a los esbirros intelectuales y políticos del fidelismo arrodillarse, ante el exilio, ver como repiten dientes afueras los mismos ataques a la dictadura, que hasta ayer ellos calificaban de “infamias“, no puede provocar más que eso, puro asco. Si tuvieran pudor por lo menos se callarían. Afirman que puesto que todo el pueblo se equivocó y hay que perdonarlo, el mal que ellos hicieron debe ser también perdonado, por que ellos forman parte de ese pueblo. Culpa de todos, culpa de nadie. Pero esa patraña no pasará. Ellos siguieron allí, al lado del felón. Ellos le aplaudieron las fechorías. Ellos disfrutaron de los periódicos robados y de los puestos diplomáticos, ellos obtuvieron medallas por disparar contra el pueblo en Bahía de Cochinos y en el Escambray, ellos mataron africanos por órdenes de Castro y bajo la bandera rusa.
¿Se les puede respetar ahora, cuando se arrastran y llegan hasta a elogiar la dictadura de Batista? ¿Se les puede considerar en el mismo nivel de aquellos que prefirieron la cárcel, la muerte o el destierro antes que la ignominia de la complicidad? Yo creo sinceramente que no.
“Somos un solo pueblo”, dicen en Miami. ¿Un solo pueblo ahora, cuando hasta ayer nos llamaban “la gusanera”? Hay que perdonar y olvidar, repiten ahora. ¿Perdonar y olvidar a los que causaron tanto daño y nunca se han arrepentido de él? Docenas de libros hay, millares de hojas de periódicos hay, donde muchos de estos que están hoy aquí, nos cubrieron de oprobio ayer por negarnos a hacer lo que ellos hacían, que era doblar el espinazo. Muchos de los que ahora se entreveran con nosotros fueron los que esgrimieron el hacha, o azuzaron al que la esgrimía. Recuerdo particularmente al periódico “Revolución”, biblia de la mediocridad, agujero del resintimiento.
En 1959 ese periódico se consagró de manera sistemática a destruir cuanta reputación limpia había en Cuba. Fueron los hombres de “Revolución” quienes se dedicaron a la degollina de todo el que nos los había tomado en cuenta, de todo el que les hacía sombra. Se quieren abrigar con el olvido. Pero hay muchos que viven, que todavías no han olvidado. Son los testigos, las víctimas de aquella época de cacería, cuya pieza mayor era una cabeza independiente.
Hace más de 30 años escribí en la Bohemia Libre de Nueva York, un artículo titulado “Los Descarados” en que describía a esta fauna que conocí y que padecí. Muchas grandes figuras intelectuales de Cuba morirán antes de que volvamos. Lo que no morirá nunca es la náusea que produce ver cara a cara a estos cambiacasacas. La misma que nos produce una rata muerta en la habitación.
(Artículo de Agustín Tamargo, publicado en “El Nuevo Herald” el 7 de marzo de 1993 y en Nuevo Acción en la edición del jueves 18 de junio del 2009)
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Carta póstuma de Miguel Angel Quevedo
Sr. Ernesto Montaner
Miami, Florida
12 de agosto de 1969.
Querido Ernesto:
Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado ¡al fin! sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.
Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como "el único culpable" de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera "el único culpable".
Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.
Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe. Vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca.
No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública.
El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.
Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.
Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía. Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.
Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó "los veinte mil muertos". Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.
Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.
Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.
Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.
Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.
Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, le hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.
Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes.Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más "virtuosos" y los más "honrados" eran los pobres.
Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa "Izquierda Democrática" que tan poco tiene de "democrática" y tanto de "izquierda".
Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.
Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que pueden aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.
Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera.
Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Nuñez de Arce cuando dijo: Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano.
Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.
Miguel Ángel Quevedo
Etiquetas: Agustín Tamargo, carta, cuba, cubana, culpa, culpables.revista Bohemia, filosófica, Justicia, los tránsfugas, Miguel Ángel Quevedo, odio, perdón, póstuma, psicológica, Revolución, suicidarse, suicidio, trampa
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