Tarjeta roja
*************
Millones de espectadores viajaron libremente al Mundial de Fútbol de Alemania: ninguno de ellos era cubano.
************
Dimas Castellanos, Ciudad de La Habana
martes 11 de julio de 2006 6:00:00
El sábado 10 de junio, mientras disfrutaba la transmisión del partido de fútbol entre suecos y trinitarios en el hogar de un amigo, la menor de sus tres hijas, de 8 años de edad, refiriéndose a los miles de aficionados de Trinidad y Tobago que se distinguían en la pantalla por las camisetas con los colores de su bandera, bailando y apoyando frenéticamente a su equipo, nos asaltó con esta interrogante: "¿Cómo tanta gente de ese país pudo ir a Alemania?".
Desde la más remota antigüedad, el deporte, con intención lúdica o competitiva, constituye una fuente de disfrute y de salud tanto para los que lo practican como para los espectadores. Decenas de miles de estos últimos, inconformes con el acceso a los canales televisivos, se trasladan libremente de un lugar a otro dentro de nuestra aldea planetaria para participar personalmente y compartir junto a sus coterráneos con nacionales de otras latitudes, pues el deporte, además de disfrute y salud, es símbolo de amistad, fraternidad y paz entre los pueblos.
La importancia asumida por el deporte y la conversión de sus protagonistas en héroes e ídolos, ha hecho de algunas disciplinas como el fútbol un auténtico fenómeno social, al punto que los Juegos Olímpicos tienen que competir en importancia con la Copa Mundial de Fútbol, que cada cuatro años reúne durante cinco semanas a las mejores selecciones nacionales del deporte más popular del orbe.
Por ejemplo, en 1996, casi veinte mil millones de telespectadores siguieron los Juegos Olímpicos, mientras en 1994, cerca de treinta y dos mil millones lo hicieron respecto al Mundial de Fútbol.
Volvamos a la pregunta de la niña, la cual resultó un corrientazo seguido del silencio de los presentes, como si nadie la hubiera escuchado. Tan natural nos parece a los cubanos adultos la ausencia del derecho de viajar libremente que sólo los niños, al margen del síndrome de inmovilidad que padecemos, son capaces de percibir un hecho tan evidente. Aunque la pregunta quedó sin respuesta, su observación me movió a prestar atención en los subsiguientes partidos a la alta presencia de personas procedentes de todas partes en los repletos estadios alemanes, incluso de regiones conocidas como Tercer Mundo, que se movieron detrás de sus equipos para disfrutar y/o sufrir "victorias" y "derrotas".
Historias parecidas
En el caso de Trinidad y Tobago, lo más significativo es que —al igual que Cuba— fue descubierta para Europa en la última década del siglo XV, que su población aborigen fue diezmada por el trabajo forzado y sustituida por esclavos africanos, y que ambos territorios sufrieron durante siglos los ataques de corsarios y piratas.
Sin embargo, el pequeño país caribeño se diferencia de la mayor de las Antillas por su extensión territorial (veintidós veces menor que Cuba) y por la cantidad de habitantes (aproximadamente once veces menos que la nuestra).
Los trinitarios, por supuesto, no gozan de los "privilegios" que tenemos quienes nacimos en esta ínsula, pero en cambio pueden viajar al exterior sin depender de una invitación foránea, y mucho menos de un permiso de salida que otras personas de su propio país debieran otorgarle. De tal forma, la posibilidad de viajar se reduce a contar con los recursos monetarios suficientes, un hecho que parece explicar el alto por ciento de trinitarios en las graderías alemanas.
Sencillamente, que la libertad de movimiento —el derecho a entrar y salir de su país cada vez que se considere y pueda— es una potestad, reconocida y practicada universalmente, como se evidencia en la diversidad económica, racial, lingüística y cultural presente en los partidos de fútbol. Por eso no es extraño, como le pareció a la niña, que decenas de miles de ciudadanos, incluso de pequeñas ínsulas que califican como tercermundistas, se muevan a disfrutar personalmente de esas manifestaciones deportivas.
La Habana pregona —con vano triunfalismo, por cierto— que entre los miles de niños con hambre que pululan por el mundo ninguno es cubano; pero tampoco, de las decenas de miles de ciudadanos que viajan libremente por ese mismo mundo, ninguno de ellos es cubano. Una realidad paradójica que demuestra lo pernicioso de separar los derechos que por su naturaleza y funciones son indivisibles.
Por ello, cualquier intento de subordinar unos derechos a otros, sea cual sea la razón que se esgrima, es en definitiva una acción contra la dignidad humana. Sería muy positivo, en el caso de los cubanos, que el derecho a la salud y a la educación se complementaran con el de viajar libremente, para que su disfrute no se limite a aulas y hospitales.
Más allá de la competencia
Es posible que alguien se atreva a ripostar con el argumento de que los trinitarios tenían su equipo en competencia, mientras que el de Cuba no asiste a esos eventos desde el Mundial de Francia en 1938. De aceptar tal razón, ese alguien tendría que dar una convincente explicación de por qué los equipos cubanos que sí participan en competencias internacionales generalmente no cuentan con aficionados de su país o sólo participa una pequeña cantidad de funcionarios y algún que otro cubano en misión oficial.
Si eso no ha sido así, entonces esperamos, dentro de poco, ser testigos de los muchos cubanos que viajarán a la próxima Olimpiada o a la Copa Mundial de Béisbol, por sólo citar dos disciplinas donde nuestro equipo estará en competencia. De no ocurrir el milagro, habrá que seguir insistiendo en el tema de los derechos y las libertades.
Los derechos humanos les corresponden a las personas por el simple hecho de existir, comenzaron a consolidarse con el surgimiento del Estado moderno y se fueron plasmando en declaraciones que devinieron derechos fundamentales dotados de garantías establecidas en el derecho internacional, como es el caso de la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por Naciones Unidas en diciembre de 1948.
Esta última, unida al Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y al Pacto de Derechos Civiles y Políticos adoptados por ese mismo órgano en 1966, constituye un valioso instrumento para la promoción y defensa de los derechos fundamentales en cualquier parte del mundo.
Esos documentos, junto a las constituciones nacionales que los han incorporado, han convertido los derechos humanos —conceptos teóricos de carácter universal— en derechos subjetivos recogidos y garantizados en las legislaciones internas y en los compromisos internacionales contraídos por los Estados que los reconocen de forma efectiva y se comprometen con su cumplimiento y protección, incluso cuando las violaciones provienen de los propios Estados.
Derecho conquistado
La libertad de movimiento, gracias a la cual decenas de miles de personas se desplazan por el mundo y disfrutan de los espectáculos deportivos que se desarrollan fuera de las fronteras nacionales, es uno de esos derechos humanos fundamentales que toda persona posee por el sencillo hecho de ser. Como los demás, la libertad de movimiento es sagrada, inalienable, imprescriptible y fuera del alcance de cualquier poder político.
Bien sea considerado como un derecho natural, un derecho conquistado mediante los procesos históricos o un derecho divino, el hecho es que corresponde a todos y está refrendado en el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que reza: "Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir residencia en el territorio de un Estado. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país".
Una explicación que ninguno de los presentes fue capaz de brindar inmediatamente ante la sencilla y a la vez profunda interrogante que una niña lanzó durante el partido de fútbol entre suecos y trinitarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario