“Nadie escarmienta por cabeza ajena”, dice un viejo refrán. Nadie conoce las tiranías hasta que no las vive. No importa que te la describan, ni te la cuenten con los detalles espeluznantes que la identifican.
También creo que, gracias a la corrupción de algunos gobernantes indignos, los pueblos se encaminan por peligrosas vías coloreadas de rosa que, a la larga, no son más que barrancos sin fondos.
Y es lo que está sucediendo con América Latina. El nuevo continente que desde la década del 60 intenta encaminarse en sentido contrario a la realidad. Primero fue a la fuerza. Grupos guerrilleros subvencionados por un Fidel Castro lleno de energías y apoyado por la potencia soviética desestabilizaron la región a base del terror implantado por fanáticos de una ideología que nunca ha podido demostrar eficiencia. Todavía en Colombia persisten llegar al poder por esa vía. El secuestro y el terrorismo son parte de una agenda controlada por marxistas que intentan imponerse a costa del dolor de un pueblo sometido al miedo.
Las guerrillas del Ché Guevara en Bolivia con intentos de llegar a otros países fue parte de un guión escrito en La Habana. Ya habían andado por Africa, pero los resultados fueron tan desastrosos, que tuvieron que esperar hasta los ochenta para lograrlo por otras vías más directas.
América Latina ha sido codiciada por el comunismo internacional desde que los bolcheviques tomaron el poder, y Lenin se convirtió en el mayor instigador de esa doctrina que luego continuaran todos los otros dictadores comunistas de la ya establecida autocracia soviética. La ignorancia y el antinorteamericanismo, han sido el caldo de cultivo de ese sentimiento pro izquierdista de aquellos que, en vez de escuchar los gritos de los torturados en las cárceles, oyen los cantos de sirenas que, a la larga, desafinan para entorpecer sus oídos a base de ruidos estrepitosos y brutales. Pero, para ese momento, ya es demasiado tarde.
El resentimiento y la falta de cultura política cuando se unen pueden ser fatales. Y si es que siguen de manera ciega a un déspota disfrazado de populista, es mucho peor. Es el error que cometen los pueblos que se dejan arrastrar por sensaciones de poderes que nunca tendrán. Solo sirven de tropas de choque contra las libertades esenciales de los que se niegan a dejarse llevar por la euforia equivocada. Venezuela ya conoce lo que es perder derechos básicos. Otros países le siguen como si no entendieran que van al abismo también. Solo el tiempo será capaz de demostrarles que escogieron mal. Y cuando eso sucede, el precio que se paga es demasiado alto. Cuba es el mejor de los ejemplos en la región. Pero la propaganda les opaca el sentido del raciocinio.
Mucho dinero cuesta sostener la publicidad de un paraíso en la tierra. Ahora Castro, ya viejo y decrépito, ha encontrado nuevamente de donde sacarlo, luego que perdiera a los comunistas radicales de Europa en la caída del muro de Berlín. El oro negro venezolano, y otro que algún recurso no divulgado, son las fuentes de ingresos de su depauperado sistema, pero la represión se encarga de mantener el silencio del pueblo para, de esa forma, llevar ese mismo sistema a los otros países que ya han encontrado a líderes propicios y manejables para prolongar la agonía de su doctrina, que aunque fracasada económicamente, no lo es en cuanto a fuerza se refiere.
América Latina va en pos del desastre total. De las consignas absurdas y los encarcelamientos injustos. Se encamina por sendas tenebrosas del terrorismo de estado permanente. Del adoctrinamiento forzado. Del silencio a base del miedo implantado por la fuerza. Del racionamiento estatal y los controles de sus vidas. Conocerán la muerte aún cuando sigan viviendo. Sabrán de las turbas enfurecidas operadas por instrucciones gubernamentales. Las celdas infectadas y los interrogatorios al estilo de la KGB y de una Alemania que se llamó democrática. Sentirán el sabor de la sangre cuando levanten su voz porque ya no soporten más. Conocerán el hambre espiritual y la pérdida de fe. Aprenderán a hablar en susurros y a simular para sobrevivir.
Sus niños querrán ser como el Ché y sus jóvenes se llamarán internacionalistas proletarios. Odiarán al Norte, pero arriesgarán sus vidas para llegar a él a toda costa. No tendrán a Dios en sus corazones, pero Dios, a pesar de todo, estará con ellos.
La prostitución, ahora un serio problema social, será el problema de todos. Las intervenciones en otros países los convertirán en soldados internacionalistas que defenderán los problemas de otros, pero no los suyos. Y las pandillas, un engendro de la pobreza y la carencia de fe, serán los futuros guardianes de un sistema decadente, pero totalitario por excelencia. Solo un poco de maquillaje lo hará parecer una democracia.
Quien no lo crea puede esperar el momento. De lo contrario, que se miren en los espejos de Cuba, y ahora Venezuela. La única diferencia que pudiera haber apenas se distingue. Castro empezó su año 48 en el poder, y Chávez habla de perpetuarse “democráticamente”, aunque aún no lo iguala en los presos políticos, los asesinatos, hundimientos de lanchas y remolcadores con niños dentro, actos de repudio y un exilio a nivel mundial.
América Latina escogió su camino. Mal camino para los que crean en los cuentos rosados de aquellos que hablan de reivindicaciones sociales.
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