lunes, febrero 13, 2006

EL BENEFICIO DEL SENTIDO COMÚN.

EL BENEFICIO DEL SENTIDO COMÚN.

Por: Nicolás Águila.
13-02-2006

Últimamente se ha puesto de moda invocar el beneficio de la duda en favor de Evo Morales. Hasta Andrés Openheimer, siempre lúcido y crítico hacia...
Últimamente se ha puesto de moda invocar el beneficio de la duda en favor de Evo Morales. Hasta Andrés Openheimer, siempre lúcido y crítico hacia todas las dictaduras, esta vez ha pedido concederle al presidente boliviano dicho beneficio, que en términos jurídicos es algo así como absolver al acusado ante la duda razonable.
Evo fue electo por amplia mayoría y ha prometido sacar a Bolivia de su secular pobreza. Dar un compás de espera y ver qué pasa en los próximos meses --o en el primer año-- parecería la actitud más sensata. Sin embargo, a la luz de la experiencia histórica no sería muy sabio albergar muchas ilusiones sobre el rumbo que va a tomar el país del Altiplano. Sobre todo, teniendo en cuenta las credenciales democráticas poco recomendables de un agitador que se saltó todas las reglas democráticas antes de salir victorioso en la reciente contienda electoral.
En las ocasiones anteriores en que no pudo ganar a través de las urnas, el dirigente cocalero no dio puntada sin hilo. Sistemáticamente se dedicó, mediante las consabidas tácticas de agit-prop, a desestabilizar y a la larga derrocar a los gobiernos democráticamente electos que le precedieron. Combinando el populismo demagógico con el nacionalismo racista, y la memoria de sus sufridos ancestros con el atractivo más pop de la figura del Che Guevara, el líder indigenista se convirtió así en indiscutible maestro del golpismo callejero.
La calle contra el voto, parece ser la consigna de la izquierda antidemocrática cuando los resultados electorales no le son favorables. Si las intenciones de voto van en dirección contraria, a lanzarse a la calle con la pancarta y la estridencia antisistema. A parar el tráfico, a meter miedo y armar la pelotera. Así lo hizo Zapatero en España y así se viene haciendo en América Latina. Así lo hizo Evo y así lo está haciendo en Nicaragua el ex dictador Daniel Ortega, ese perro del hortelano barbudo que ni gobierna ni deja gobernar. ¿A quién van a engañar esas desaforadas masas combativas, cuya “espontaneidad” tan bien dirigida no es difícil saber desde dónde y por quién es coordinada? Pero cuando la izquierda gana las elecciones mediante ese mismo sistema electoral, entonces se oye por todas partes pregonar las bondades de los comicios. La victoria de Michelle Bachelet en Chile fue así recibida a bombo y platillos como un logro sin par de la democracia. Y si hubiera vencido el candidato del centro-derecha, ¿no habría sido igualmente un triunfo de la democracia? —se preguntaba con sobrada razón el ensayista Orlando Fondevila en un reciente artículo donde ponía los puntos sobre las íes de las elecciones en Chile y Bolivia. ¿O es que la democracia no es buena ni digna de celebrarse cuando es la derecha la que gana las elecciones?
La democracia no es mejor ni peor porque gobierne una mujer o un aborigen. Ni tampoco la solidez de una sociedad democrática se mide exclusivamente por el resultado de un proceso electoral, por más que cierta prensa salte de euforia ante el triunfo de un candidato izquierdista. Se mide por el respeto a las instituciones y a las reglas del juego, tanto por parte del gobierno como de la oposición. Lejos del deslumbramiento con la chompa de Evo, lo que debe preocuparnos es su discurso radical filocastrista y su indigenismo rencoroso y reaccionario, tan antiamericano como antiespañol. Una mezcla política altamente explosiva y sin duda letal.
Un posible escenario para la Bolivia de Evo Morales es la dictadura por la vía venezolana. Igual que hizo Hugo Chávez aprovechando su popularidad inicial, Evo probablemente promulgue una nueva constitución hecha a la medida, al tiempo que se hace con el control del poder legislativo y judicial. El objetivo es el sueño dorado de la izquierda totalitaria: cargarse a Montesquieu y acabar con la división de los tres poderes. O sea, detentar el poder absoluto y por tiempo indefinido.
El siguiente paso previsible es la liquidación de todos los poderes fácticos. Con un parlamento domesticado y la justicia sometida, , al presidente cocalero no le será nada difícil verticalizar los sindicatos, neutralizar la Iglesia y debilitar la oposición hasta aplastarla, amordazando los medios de comunicación e implantando un estado policial de corte castrista. Y adiós sociedad civil. Todo, desde luego, con el apoyo logístico de La Habana y Caracas.
Lo más escalofriante, con todo, sería la implantación de una especie de comunismo primitivo en su modalidad aymara, tal como lo ha descrito acertadamente Gina Montaner en su columna del Nuevo Herald. Lo cual equivaldría a la cambodianización indigenista de la sociedad boliviana por medio de comunidades rurales de base dentro de una estructura piramidal cuasi militarizada. Si en vez de concederle a Evo Morales el beneficio de la duda, le concedemos a Gina el beneficio del sentido común, eso sería de nuevo la utopía del rebaño. O más exactamente, si se quiere, la distopía del horror cocalero.