Julio M. Shiling: El momento de la reparación de la Iglesia. Mientras la Iglesia católica se prepara para nombrar al 267.º papa en las próximas semanas, es fundamental comprender todo lo que está en juego
Tomado de https://patriademarti.com/
El momento de la reparación de la Iglesia
Por Julio M. Shiling
26 de abril 2025
La muerte del Papa Francisco pone fin a un controvertido reinado de doce años como obispo de Roma. Mientras la Iglesia católica se prepara para nombrar al 267.º papa en las próximas semanas, es fundamental comprender todo lo que está en juego. La gestión de Francisco al frente de la Iglesia ha planteado retos monumentales a la institución por fabricación humana. La amenaza de cisma ha sido real, debido a las políticas que ha implantado o defendido.
La Iglesia católica es la confesión cristiana más grande del mundo. El cristianismo es la religión más importante del planeta. La civilización occidental y sus instituciones, costumbres y ética se construyeron sobre el cristianismo como religión y los valores judeocristianos que esta profesa. Por eso, la persona que sea elegida sucesora de San Pedro tendrá un impacto en todos, no solo en los católicos. Comprender las enormes deficiencias del mandato del primer papa jesuita es fundamental para apreciar esta situación.
El Papa Francisco personificó el Concilio Vaticano II (1962-1965). El Concilio Vaticano II fue un momento impactante para la Iglesia católica. Su objetivo era «actualizar» sus enseñanzas y prácticas para la era moderna. Promovió el ecumenismo, introdujo cambios litúrgicos como el uso de lenguas vernáculas en la misa y fomentó el diálogo con otras religiones. Del mismo modo, también fue infiltrado y muy influenciado por comunistas y espías y simpatizantes soviéticos.
El Concilio Vaticano II fue muy político. Produjo dieciséis documentos, entre ellos cuatro constituciones, nueve decretos y tres declaraciones. Sin embargo, no se hizo ni una sola condena del comunismo, a pesar de que era el apogeo de la Guerra Fría y los comunistas cometían atrocidades en todos los continentes. Antes del Concilio Vaticano II, había al menos diez encíclicas papales que condenaban explícitamente, por su nombre, tanto al comunismo como al socialismo. Nada de esto pareció importar a los promotores del Concilio Vaticano II.
La Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) de 1968, celebrada en Medellín (Colombia), les facilitó, a los comunistas, un arma. A la cumbre de la CELAM asistieron cerca de 250 obispos de toda América Latina, junto con teólogos, sacerdotes y expertos religiosos y laicos. Los obispos asistentes pidieron una «opción preferencial por los pobres» y enfatizaron que la Iglesia debía estar del lado de los oprimidos. Sin embargo, esto no se lograría mediante los medios tradicionales e históricos del catolicismo para ayudar a los pobres y perseguidos. Se trataba de un llamamiento a la revolución mediante la defensa de cambios estructurales y sistémicos.
La teología de la liberación desempeñó un papel central en Medellín. Pretendía dar forma a la manera en que la Iglesia en América Latina interpretaría y aplicaría las reformas del Concilio Vaticano II. Influenciada por el análisis marxista y tergiversando el Evangelio, enfatizaba que la salvación no es solo espiritual, sino que también implica la «liberación» de la «opresión» económica, política y social percibida. Muchos obispos en Medellín, inspirados por esta teología, argumentaron que la Iglesia debía participar activamente en la transformación de las estructuras de poder existentes. Entre los asistentes se encontraba el arzobispo Hélder Câmara de Brasil, una figura clave en la teología de la liberación. Además, Câmara influyó en Klaus Schwab a principios de la década de 1970 y ayudó a dar forma al modelo del Foro Económico Mundial (FEM) para el «capitalismo de las partes interesadas» (stakeholder capitalism). Desde este ámbito de hombres de mentalidad revolucionaria, Jorge Mario Bergoglio entró en la Iglesia.
La Iglesia católica del Concilio Vaticano II se volvió más inmanente y menos trascendentalista. Se inició la batalla por el alma de la Iglesia. Los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, ambos habiendo vivido bajo regímenes totalitarios, condenaron el comunismo y el socialismo por sus fundamentos ateos y colectivistas. Consideraban que estas religiones políticas eran incompatibles con las enseñanzas católicas sobre la dignidad humana, la libertad y la propiedad privada. Basándose en críticas papales anteriores a los modelos materialistas, también expresaron su preocupación por el consumismo excesivo y el secularismo. Juan Pablo II y Benedicto XVI neutralizaron las interpretaciones radicales del Concilio Vaticano II. La llegada de Jorge Mario Bergoglio al Vaticano cambió eso. El antiguo arzobispo de Buenos Aires lanzó una guerra para revertir el rumbo de sus predecesores.
El Papa Francisco no solo representó emblemáticamente el trasfondo modernista de la conferencia del CELAM de Medellín en 1968. El primer papa latinoamericano cruzó el umbral de la modernidad hacia la posmodernidad. El apoyo abierto y la amistad que Francisco le ofreció al castrocomunismo fueron coherentes con su alineamiento moral e ideológico con el marxismo. Bergoglio, en su emotivo y táctico vínculo con la base soviética y neocomunista más formidable de América Latina, dejó claro su ideología. La defensa acérrima de planes globalistas, como los proyectos ecosocialistas y el alarmismo climático, promovidos por potencias internacionalistas como la ONU y el FEM, se encontraban entre los proyectos favoritos de Francisco. Atacar la tradición católica e interrumpir las normas establecidas fueron las metodologías empleadas para alcanzar esos fines.
La muerte del Papa Francisco ha dejado a la Iglesia católica sumida en la confusión, con profundas divisiones entre las facciones liberales y conservadoras. Las reformas izquierdistas del difunto papa, entre las que se incluyen la apertura a la bendición de las parejas del mismo sexo, establecer una equivalencia falsa con el islam y el énfasis en las interpretaciones marxistas culturales de la justicia social, han alejado a un gran porcentaje de los fieles. Es en continentes como África y Asia, donde predominan las interpretaciones conservadoras de la teología de la Iglesia, donde el catolicismo ha experimentado el mayor aumento de conversiones y prácticas devocionales. Por el contrario, las iglesias europeas, atendidas por un clero más liberal, están a veces vacías. La estrategia posterior de implementación del Concilio Vaticano II parece haber reducido el rebaño católico, al contrario de lo que sus defensores decían que ocurriría.
El estilo de liderazgo centralizado de Francisco, que adopta rasgos peronistas, reformas poco ortodoxas y nombramientos controvertidos como los de Gustavo Zanchetta y Tucho Fernández, dos figuras problemáticas con una aptitud moral cuestionable, ha fracturado el gobierno de la Iglesia. Existe preocupación por que la sinodalidad de Francisco pueda socavar la autoridad jerárquica. La Iglesia post-Francisco debe establecer un equilibrio entre el papel de los laicos y la preservación de la autoridad del Magisterio, garantizando la ortodoxia en los nombramientos de los líderes y evitando que los sínodos regionales fomenten la ambivalencia teológica.
La claridad doctrinal debe reafirmarse con la ascensión del próximo papa. La Iglesia urge de una reafirmación de las enseñanzas católicas inequívocas, en particular sobre la sexualidad, la familia y la teología moral, contrarrestando las ambigüedades de los documentos de Francisco, como Amoris Laetitia. Muchos de los críticos de Francisco han argumentado que el catolicismo exige la adhesión a las Escrituras, la tradición y la doctrina, y no la obediencia ciega al papa. El enfoque del difunto papa hacia nociones como la «hermandad» con los musulmanes, el acuerdo del Vaticano con China sobre el nombramiento de obispos o su relación amorosa con regímenes comunistas fue inaceptable. El intento de Francisco de institucionalizar el giro de la Iglesia hacia la secularización y las enseñanzas relajadas tras el Concilio Vaticano II son cuestiones de lapsos doctrinales que deben abordarse.
La oposición militante al creciente movimiento tradicionalista en la Iglesia dirigida por el papado de Francisco, que en ocasiones emula las tácticas de un Estado policial, no tiene cabida en el catolicismo. Las restricciones a la misa tradicional en latín, incluidas en su carta apostólica de 2021 Traditionis Custodes, son heréticas, ya que contradicen una práctica que se remonta al siglo II. Otra cuestión importante que ha puesto en tela de juicio el mandato de Francisco es su atención a cuestiones seculares como la migración y el medioambiente, ambos temas ortodoxos de la izquierda globalista atea. Dar prioridad a los asuntos terrenales y encasillarlos como amenazas existenciales lleva a muchos a ver el paganismo en lugar de una religión trascendental.
Dios juzgará al Papa Francisco. El Señor siempre tiene razón y se hará Su voluntad. Para el próximo papa, hay una serie de cuestiones que requieren atención urgente. Es imprescindible abordar el secularismo mediante una sólida labor de evangelización basada en la proclamación sin complejos del Evangelio y el compromiso cultural. Debe recuperarse la reverencia y la belleza de las celebraciones litúrgicas. La afirmación de la doctrina católica requiere el rechazo absoluto del comunismo y el socialismo en cualquiera de sus formas. Especialmente sus descendientes posmodernos, como la ideología de género, la teoría crítica queer y otras doctrinas transhumanistas. Occidente debe volver a enorgullecerse de defender su excepcionalidad. La Iglesia está centrada en Dios. El secularismo radical, el comunismo y el materialismo son desviaciones que alejan al alma de la salvación.
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Quién es el cardenal Raymond Burke, el hombre fuerte de la iglesia católica en EEUU que se opone al papa Francisco
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En 2014, el papa lo removió de su cargo como Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, tres años después le quitó su poder dentro de la Orden de Malta y en 2023 decidió retirarle su salario y residencia vaticana
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Por Kevin Moreno
20 de febrero, 2025
A medida que la salud del papa Francisco sigue en declive, crece la especulación sobre quién podría sucederlo en el liderazgo de la Iglesia católica. Con 88 años y un historial de problemas de salud, el pontífice argentino enfrenta una situación que podría llevar al cónclave para elegir a su sucesor en un futuro cercano.
Entre los nombres que resuenan con fuerza, según informó The Independent, destaca el del cardenal estadounidense Raymond Burke. Reconocido por su postura ultraconservadora y su férrea oposición a varias reformas impulsadas por Francisco, Burke se ha convertido en una de las figuras más divisivas dentro del Vaticano. Para algunos, representa la restauración de la tradición católica; para otros, encarna una resistencia frontal a la modernización de la Iglesia.
Burke, al igual que varios cardenales conocidos, es una de las figuras mencionadas para ocupar el cargo, tal como Edward Pentin planteó en su libro, The Next Pope: The Leading Cardinal Candidates, donde menciona a los posibles sucesores del papa Francisco.
El cardenal Burke es una de las figuras más prominentes del ala conservadora de la Iglesia católica. Su visión doctrinal se centra en la defensa de las tradiciones litúrgicas y la interpretación estricta del derecho canónico. Esto lo ha llevado a posicionarse como un férreo opositor a muchas de las reformas impulsadas por el papa Francisco, convirtiéndolo en una figura polarizadora dentro del Vaticano.
Desde sus inicios en la jerarquía eclesiástica, el cardenal abogó por el mantenimiento de la liturgia tridentina y la Misa en latín. Su compromiso con esta práctica lo llevó a criticar duramente la decisión del papa Francisco de restringir el uso del rito antiguo, una medida que consideró un ataque a la tradición de la Iglesia.
En temas de moral y doctrina, Burke sostiene posturas inflexibles. Se manifestó en contra de la comunión para divorciados vueltos a casar, defendiendo la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio indisoluble. También rechaza cualquier flexibilización en el uso de anticonceptivos y ha calificado como “objetables” los cambios en el lenguaje eclesial sobre personas homosexuales y uniones civiles.
Críticas a las reformas de Francisco
El enfrentamiento entre Burke y el papa Francisco se intensificó en 2016, cuando el cardenal, junto con otros tres prelados, presentó los llamados dubia—preguntas formales dirigidas al pontífice—en relación con la exhortación apostólica Amoris Laetitia.
Este documento abrió la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar pudieran recibir la Eucaristía, algo que Burke y su grupo consideraron incompatible con la enseñanza católica. Francisco nunca respondió a las dubia, lo que llevó a los cardenales a hacer pública su preocupación, generando una controversia dentro de la Iglesia.
En 2019, Burke volvió a criticar abiertamente al papa, esta vez en el contexto del Sínodo de la Amazonía, al considerar que el documento preparatorio estaba en contradicción con la doctrina católica. Más recientemente, fue uno de los cinco cardenales que enviaron nuevas dubia a Francisco, cuestionando la posibilidad de bendecir uniones homosexuales y la autoridad del Sínodo sobre la Sinodalidad.
Relegación en el Vaticano
Las críticas abiertas de Burke no han estado exentas de consecuencias. En 2014, el papa Francisco lo removió de su cargo como Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, el órgano judicial más alto de la Iglesia. Más tarde, en 2017, le quitó su poder efectivo dentro de la Orden de Malta, donde ocupaba un puesto honorífico.
El conflicto entre ambos llegó a un nuevo nivel en 2023, cuando el papa decidió retirarle su salario y residencia vaticana, una medida sin precedentes que evidenció la fractura total en su relación.
Su papel en el próximo cónclave
El futuro cónclave que elegirá al sucesor del papa Francisco se perfila como uno de los más disputados en la historia reciente de la Iglesia. En este escenario, el cardenal Raymond Burke se posiciona como un referente clave dentro del sector conservador, aunque su candidatura enfrenta desafíos significativos.
¿Burke tiene posibilidades reales de ser elegido Papa?
Si bien Burke es una figura influyente en el ala tradicionalista, su perfil lo convierte en un candidato con pocas probabilidades de obtener los votos necesarios para ser elegido pontífice. Su enfrentamiento con Francisco y su postura rígida en temas doctrinales podrían alienar a los cardenales más moderados y progresistas, que constituyen una parte importante del colegio electoral.
Además, el papa Francisco nombró a una gran cantidad de cardenales durante su pontificado, muchos de los cuales comparten su visión de una Iglesia más abierta y pastoral. Estos electores probablemente busquen evitar un retorno a la línea conservadora pre-Francisco, lo que reduce aún más las chances de Burke.
Su rol como líder del bloque conservador
Aunque las posibilidades de que Burke sea elegido papa son bajas, su presencia en el cónclave podría ser determinante para la configuración del próximo papado. Su liderazgo en el sector más tradicionalista podría influir en la elección de un candidato que, sin ser tan radical como él, represente un giro hacia posturas más conservadoras respecto a la doctrina y la liturgia.
En este sentido, él podría desempeñar un papel clave en la formación de alianzas dentro del cónclave, apoyando a otros cardenales que compartan su visión y asegurándose de que sus preocupaciones sean consideradas en la elección del nuevo pontífice.
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Tomado de https://gaceta.es/
El cardenal Robert Sarah: el Papa que no nos merecemos
Por Javier Torres
Agosto 21, 2022
El 20 de octubre de 2020 Simone Barretto Silva fue asesinada a cuchilladas durante una misa en la Basílica de Notre Dame de Niza. El autor del crimen fue un yihadista tunecino que llegó a Francia a través de Lampedusa. Aunque mujer y negra, factores que en otras circunstancias suscitan el respaldo unánime del sistema, a Simone no sólo le quitaron la vida: fue condenada al ostracismo. La razón, claro, es que era católica y su asesino musulmán.
Si el crimen fue espantoso peor aún fue la respuesta de Occidente. El alcalde de Niza decretó el cierre de las iglesias (suponemos para no provocar) dando la razón al terrorismo islamista: matar sale rentable. La UE guardó el silencio habitual y Macron (una semana antes otro terrorista islámico le cortó la cabeza a un profesor en París a plena luz del día) fue incapaz de levantar la voz contra quienes aprovecharon la debilidad francesa para atacar. Lo hizo Erdogán y también el expresidente de Malasia, un tal Mohamad, que dijo que «los musulmanes tienen todo el derecho a matar a millones de franceses por masacres del pasado».
Frente al silencio y la cobardía europeas de aquellos días una voz rompió la resignación oficial que edulcora el suicidio de Occidente. Fue el cardenal Robert Sarah, que dice sobre el islam lo que nadie quiere oír. «El islamismo es un fanatismo monstruoso que debe combatirse con fuerza y determinación. No detendrá su guerra. Los africanos lo sabemos demasiado bien. Los bárbaros son siempre enemigos de la paz».
Se equivoca, por supuesto, quien interprete las palabras de Sarah como un alegato contra el islam. Su diagnóstico va mucho más allá y apunta en realidad a Occidente, un gigantesco cuerpo en descomposición que da la espalda a sus raíces y es incapaz de integrar a culturas como la musulmana (difícil si no pone de su parte) porque sus señas de identidad se basan en el consumismo, el individualismo y el relativismo. Es decir, Europa carece de un sentido trascendente con el que seducir.
Se hace tarde y anochece -así se titula uno de sus ensayos fundamentales- y, por tanto, no hay tiempo que perder. Sarah mira hacia dentro, va al corazón del problema y señala sin tapujos. «Europa ofrece a los recién llegados musulmanes irreligión y consumismo salvaje. ¿A quién le puede sorprender que se refugien en el fundamentalismo islámico? Muchos terroristas islámicos, desesperanzados por el nihilismo europeo, se echan en brazos del islamismo radical».
No es que el cardenal guineano justifique que el musulmán recién llegado se eche en brazos del terrorismo, qué va. Sencillamente sabe que nadie puede invadir o someter a una civilización si antes ésta no se ha suicidado. Aunque mueva al escándalo, Sarah asegura que la persecución más destructora contra el cristianismo se lleva a cabo en las democracias occidentales. Ahí se funden el culto al dinero, el desprecio al pasado y la veneración del yo por encima de la comunidad. «El hombre que reniega de sus raíces y deja de reconocer el ser que le es propio renuncia a sí mismo o padece amnesia. Europa parece estar programada para su autodestrucción”.
Este constante desprecio a las raíces cristianas tiene consecuencias desastrosas. Sarah lo sabe, pero si no es un profeta de desastres (un pesimista) tampoco rehúye las causas que conducen a Occidente al precipicio. “Rechazar cualquier herencia y la cultura que nos precede, despreciar los vínculos, romper sistemáticamente con la figura del padre son gestos modernos que conducen a las peores catástrofes humanas y políticas”.
Claro que su diagnóstico también alcanza al sistema económico hegemónico en todas las democracias. «El liberalismo integrista parece ser la única regla del mundo de hoy: preconiza la abolición de todas las reglas, límites y moral». Esto es lo que explica que las élites occidentales y el mundo del dinero fomenten la contraconcepción entre la población autóctona al tiempo que atraen a la inmigración masiva como remedio a la caída de la natalidad. «Las tecnoestructuras europeas aplauden los flujos migratorios o los alientan. Piensan exclusivamente en términos económicos, necesitan trabajadores a los que pagar poco. La ideología liberal prevalece sobre cualquier otra consideración”.
Por supuesto, Sarah también hace autocrítica. La Iglesia tiene mucha culpa del ocaso occidental e identifica un mal por encima de todos: hay miedo a decir la verdad. O lo que es lo mismo, el «no tengáis miedo» de Juan Pablo II al comienzo de su pontificado en 1978 parece enterrado en el baúl de la historia. «La Iglesia se muere porque los pastores tienen miedo de hablar con absoluta honestidad y claridad […]. Si la Iglesia se adapta a los tiempos, traiciona a Cristo […]. Si el cristianismo pacta con el mundo en lugar de iluminarlo, los cristianos no son fieles a la esencia de su fe […]. La tibieza del cristianismo y de la iglesia provoca la decadencia de la civilización”.
Tampoco esquiva Sarah la enorme culpa que tiene la Iglesia en los casos de pederastia dentro de sus filas. «La crisis de la pedofilia en la Iglesia, la multiplicación escandalosa de los abusos tiene una y única causa última: la ausencia de Dios».
Otro de los problemas que tiene la Iglesia -que ha tenido siempre- es el sometimiento a las ideologías de su tiempo. Frente al cambio permanente que predica el mundo moderno, Robert Sarah señala que vivir así priva al hombre de una brújula. Desgraciadamente la tentación de caer en brazos de las ideologías imperantes es grande y, a veces, inevitable. “No debemos amar el mundo de las ideologías que niegan la naturaleza humana, la ONU que impone una ética nueva». En definitiva, en las páginas de ‘Se hace tarde y anochece‘ no hay rastro de sumisión a banderas de nuestro tiempo como el cambio climático, el feminismo, el indigenismo o el fin de las identidades nacionales. Ahora que los vaticanistas ven posible un relevo y hasta el propio Francisco amaga con la retirada, a sus 77 años (edad papable, espíritu santo mediante) Sarah podría ser el revulsivo que la Iglesia y Occidente necesitan. Nadie hace un diagnóstico tan certero de puertas hacia afuera y hacia adentro. Sarah, en fin, es quizá el Papa que no nos merecemos pero que muchos deseamos.
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Etiquetas: Cardenal, cardenales, cisma, cristianismo, críticas, cuba, empleom salario, iglesia católica, occidente, Papa Francisco, Raymond Burke, reformas, represalia, residencia, Robert Sarah, Vaticano
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